P. Horacio J. Álvarez
«Durante el período filosófico-teológico, puede haber una interrupción de la estancia en el Seminario, que puede ser por un año o un semestre, en el transcurso de los cuales el alumno interrumpe los estudios y la vida en el Seminario o solamente la vida en el Seminario, continuando, en cambio, los estudios filosóficos-teológicos en otra parte. El seminarista, orientado durante esta interrupción por un sacerdote experimentado, ayuda en el ministerio pastoral, conoce a los hombres, los problemas y dificultades en los que habrá de trabajar y comprueba su propia aptitud de cara a la vida y ministerio pastoral.»
(Normas Básicas de la Formación Sacerdotal, n. 42 b).
Aunque todavía no ha transcurrido un tiempo suficientemente prolongado como para hacer una evaluación profunda, el TIEMPO DE FORMACIÓN EN LA PARROQUIA ya es una realidad promisoria en nuestro Seminario. Esta posibilidad surge como un intento por responder a diversas inquietudes y preocupaciones planteadas y pensadas desde hace tiempo por formadores y seminaristas. La conciencia de que los tiempos de maduración humana, cristiana y vocacional de cada persona son distintos y la convicción (ya asumida por el nuevo Plan de formación sacerdotal) de que ésta es un proceso, con etapas diferentes y características propias, nos llevó a pensar en la posibilidad de ofrecer un tiempo de trabajo y formación en un contexto distinto del Seminario. No se trata de una interrupción de la formación, sino de una experiencia particular en otro contexto.
Nos parece importante compartir con ustedes algunas de las cosas que pusimos por escrito en el cuadernillo que orienta a seminaristas y párrocos comprometidos en este servicio.
1. Fundamentos
En los primeros cuatro años de formación el seminarista habitualmente ha realizado un camino de iniciación y discernimiento (los objetivos de esta etapa están señalados en los números 224-227 del Plan). El Seminario le ofreció para esto muchos medios para crecer en las distintas dimensiones de la formación; así, al terminar esta primera etapa ha crecido en el conocimiento de sí mismo, del sacerdocio y de la Iglesia Diocesana, ha adquirido hábitos de estudio y de trabajo espiritual y ha afianzado y purificado sus motivaciones vocacionales.
Sin embargo, la experiencia nos muestra que el intenso ritmo de vida del Seminario, su régimen de internado y una experiencia de vida que en muchos casos contrasta fuertemente con la anterior, suele producir cierta asfixia cuyas consecuencias son un enfriamiento de las motivaciones vocacionales y el desdibujamiento de la finalidad de toda la formación. Los síntomas más frecuentes son un cierto cansancio frente a lo que propone el Seminario, la disminución o pérdida del gusto por lo que se está haciendo y en algunos la profundización de los aspectos formativos que están ligados a gustos e inclinaciones personales, dejando otros de lado. En otros seminaristas se nota un acostumbramiento que los lleva a ser arrastrados por el Seminario, sin interiorizar verdaderamente la formación (solemos decir que «duran», y en muchas ocasiones sin conflicto). Hay algunos que tienen un ritmo de crecimiento más lento y después de los primeros cuatro años de formación no están en condiciones de iniciar la etapa final de la formación. Por último, en algunos casos con mucha claridad y en todos en alguna medida, el proceso de maduración ya iniciado requiere un marco nuevo que lo potencie, lo exija y sea a la vez una instancia de verificación.
2. Objetivos
Como objetivo global de la experiencia se puede mencionar el número 241 del nuevo Plan, que señala: «a fin de lograr un mejor discernimiento y asegurar una más sólida formación de los seminaristas, el rector puede, con la aprobación del Obispo, establecer períodos en los cuales los candidatos realicen experiencias o pruebas especiales». En la nota 195 se cita la RFIS 42b en donde se dice «que el seminarista, orientado por un sacerdote experimentado… ayuda en el ministerio pastoral, conoce a los hombres, los problemas y dificultades en los que habrá de trabajar y comprueba su propia actitud de cara a la vida y ministerio pastoral». Podemos explicitar estas formulaciones:
1. El tiempo de formación en la parroquia procura responder a la situación que describimos arriba. Frente a la «asfixia», la parroquia ofrece un marco de vida distinto que permite redescubrir el objetivo de toda la formación, pero con más realismo: formar un pastor según el corazón de Cristo y para una comunidad concreta. La posibilidad de una actividad pastoral más intensa ayudará a renovar el entusiasmo y las motivaciones vocacionales que puedan haberse enfriado. Frente al «acostumbramiento», el tiempo de vida en la parroquia aparece como una oportunidad privilegiada para dar en todos los órdenes una respuesta más personal, sostenida por convicción y sin tantos andamios.
Por último el proceso de maduración personal, comunitario y vocacional ya iniciado se consolida y puede ser profundizado con la ayuda de otro sacerdote y su comunidad. Los contactos múltiples con personas de ambos sexos, diversas edades y condición social, enfrentar situaciones que exigen una toma de posición y decisiones firmes, hacer el ejercicio de la autodeterminación, etc… Permiten experimentar los propios límites y aceptarlos con humildad, «medir» la propia maduración afectiva y el camino que pueda recorrer y renovar el compromiso con el sacerdocio con más realismo y una imagen del ministerio más «aterrizada».
2. Este año se presenta también como la oportunidad para vivir una práctica pastoral de «tiempo completo». El seminarista en su primera etapa de formación no ha tenido un contacto tan prolongado con la vida parroquial. Su presencia se limita fundamentalmente al fin de semana y a ciertas actividades, en las que se refleja sólo una parte de la riqueza y la problemática de la vida parroquial. Este tiempo de formación le permitirá apreciar más concretamente qué actitudes y valores pastorales han arraigado hondamente en su vida y cuáles tendrán que ser mejor trabajados en el futuro. La intensificación de la ejercitación pastoral dará también una perspectiva evangelizadora a los estudios teológicos ya iniciados y permitirá que el trabajo espiritual se unifique progresivamente en torno al crecimiento en la caridad pastoral.
3. En cada caso particular esta experiencia tendrá objetivos propios ligados al camino concreto de cada persona y a los temas que ésta se proponga trabajar.
3. Para terminar
Ya son varios los seminaristas que han vivido este tiempo especial de formación, tanto en nuestra Arquidiócesis como en San Francisco, Rafaela y Cruz del Eje, y también son varios los párrocos que han aceptado colaborar como formadores recibiéndolos y orientándolos, y fundamentalmente enriqueciendo a nuestro Seminario con su experiencia sacerdotal. No podemos sino agradecer este servicio y pedir al Señor que haga fructificar su ministerio.