SEMINARIO DIOCESANO DE COMODORO RIVADAVIA “SAN PEDRO Y SAN PABLO”
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Queridos seminaristas:
“Llamó a su lado a los que quiso. Ellos fueron hacia El y Jesús instituyó a Doce para que estuvieran con El” (Mc 3 13-14). Este conciso relato de San Marcos no sólo puede ser considerado el más remoto antecedente de los Seminarios sino, sobre todo, la definición de su sentido más profundo: “estar con Jesús”.
En otro pasaje evangélico San Juan amplía este horizonte en el marco de una perspectiva apasionante: “Yo estoy en mi Padre, ustedes están en mi y yo en ustedes” (Jn 14,20). Estar con Jesús implica entonces entrar en la intimidad trinitaria.
El reglamento de un Seminario concebido en ese contexto, en la economía de la redención, encarna tanta sublimidad en prescripciones que hasta podrían ser consideradas nimias por un extraño, pero a quien ha entrado en el amor de Jesús, más allá de las apariencias le permite descubrir una persona y una presencia conmovedora como sucedió con el mismo Juan después de la resurrección, tras la pesca milagrosa, “¡Es el Señor!” (Jn 21, 7).
Al poner en las manos de ustedes este Reglamento pensado y actualizado en obediencia a nuestra Santa Madre Iglesia, les deseamos que cada uno lo pueda vivir en ese amor al Padre, por el Espíritu, en Jesús. Ni más ni menos que como María, cuya solemnidad hoy celebramos que “conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón” (Lc 2,19).
Y que al concluir el período de formación sacerdotal, vivido en esa fidelidad amorosa, puedan ustedes escuchar de labios del mismo Jesús: “Ustedes dan testimonio porque están conmigo desde el principio” (Jn 15, 27).
Con nuestra bendición.
Mons. Pedro Ronchino |
Mons. Alejandro Buccolini |
Mons. Marcelo Melani |
Obispo de Comodoro Rivadavia |
Obispo de Río Gallegos |
Obispo de Viedma |
8 de mayo de 2001. Nuestra Señora de Luján
Patrona de la República Argentina
ESPÍRITU DEL REGLAMENTO
La Palabra de Dios
“Jesús dijo a sus discípulos: El que quiera venir detrás de mi, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”. (Mt 16, 24)
“El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo”. (Lc 14,27)
“Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo: pero si muere da mucho fruto”. (Jn 12,24)
“El mensaje de la cruz es una locura para los que se pierden, pero para los que se salvan, para nosotros, es fuerza de Dios”. (1Cor 1,18)
“Yo solo me gloriaré en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí, como yo lo estoy para el mundo”. (Gál 6,14)
“…¿Es posible que no hayan podido quedares despiertos conmigo ni siquiera una hora? Esté prevenidos y oren para no caer en la tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil”. (Mt 26, 40b-41)
Concilio Vaticano II
” Hay que apreciar la disciplina de la vida del Seminario no sólo como medio eficaz para la defensa de la vida común y de la caridad, sino como parte necesaria de toda formación, para adquirir el dominio de sí mismo, fomentar la sólida madurez de la persona y lograr las demás disposiciones de ánimo que sirven sobremanera para la ordenada y fructuosa actividad de la Iglesia. Obsérvese, sin embargo, la disciplina de modo que se convierta en aptitud interna de los alumnos, por virtud de la cual la autoridad de los superiores se acepte por íntima convicción o , lo que es igual, por razones de conciencia (cf. Rom 13,5) y por motivos sobrenaturales. Aplíquense, sin embargo, las normas de disciplina según la edad de los alumnos, de suerte que, a medida que avanzan gradualmente en el dominio de si mismos, se acostumbren a usar correctamente la libertad, a obrar por propia iniciativa y a colaborar con sus compañeros y con los seglares”. (Optatam totius 11)
Juan Pablo II: “Pastores dabo vobis”
“Escriben los padres sinodales: “en cuanto comunidad educativa, (el Seminario) está al servicio de un programa claramente definido que, como nota característica, tenga la unidad de dirección, manifestada en la figura del Rector y sus colaboradores, en la coherencia de toda la ordenación de la vida y actividad formativa y de las exigencias fundamentales de la vida comunitaria, que lleva consigo también aspectos esenciales de la labora de formación. Este programa debe estar al servicio – sin titubeos ni vaguedades – de la finalidad específica, la única que justifica la existencia del Seminario, a saber, la formación de los futuros presbíteros, pastores de la Iglesia. Y para que la programación sea verdaderamente adecuada y eficaz, es preciso que las grandes líneas del programa se traduzcan más 5.concretamente y al detalle, mediante algunas normas particulares destinadas a ordenar la vida comunitaria, estableciendo determinados instrumentos y algunos ritmos temporales precisos”. (PDV 61)
“Por tanto, no sólo para una justa y necesaria maduración y realización de sí mismo, sino también en vista de su ministerio, los futuros presbíteros deben cultivar una serie de cualidades humanas necesarias para la formación de personalidades equilibradas, sólidas y libres, capaces de llevar el peso de las responsabilidades pastorales. Se hace así necesaria la educación a amar la verdad, la lealtad, el respeto a la persona, el sentido de la justicia, la fidelidad a la palabra dada, la verdadera compasión, la coherencia, y, en particular el equilibrio de juicio y de comportamiento”. (PDV 43)
“La madurez humana, y en particular la afectiva, exige una formación clara y sólida para una libertad que se presenta como obediencia convencida y cordial a la “verdad” del propio ser, al significado de la propia existencia, o sea, al “don sincero de sí mismo”, como camino y contenido fundamental de la auténtica realización personal. Entendida así, la libertad exige que la persona sea verdaderamente dueña de sí misma, decidida a combatir y superar las diversas formas de egoísmo e individualismo que acechan a la vida de cada uno, dispuesta a abrirse a los demás, generosa en la entrega y en el servicio al prójimo. Esto es importante para la respuesta que se ha de dar a la vocación, y en particular a la sacerdotal, y para ser fieles a la misma y a los compromisos que lleva consigo, incluso en los momentos difíciles. En este proceso educativo hacia una madura libertad responsable puede ser de gran ayuda la vida comunitaria del Seminario”.(PDV 44)
“…urge educar a los futuros presbíteros en la virtud de la penitencia, alimentada con sabiduría por la Iglesia en sus celebraciones y en los tiempos del año litúrgico, y que encuentra su plenitud en el sacramento de la Reconciliación. De aquí proviene el significado de la ascesis y de la disciplina interior, el espíritu de sacrificio y de renuncia, la aceptación de la fatiga y de la cruz. Se trata de los alimentos de la vida espiritual, que con frecuencia se presentan particularmente difíciles para muchos candidatos al sacerdocio, acostumbrados a condiciones de vida de relativa comodidad y bienestar, y menos propensos y sensibles a estos elementos a causa de modelos de comportamiento e ideales presentados por los medios de comunicación social, incluso en los países donde las condiciones de vida son más pobres y la situación de los jóvenes es más austera. Por esta razón, pero sobre todo para poner en práctica, a ejemplo de Cristo Buen Pastor, “la donación radical de sí mismo” propia del sacerdote, los Padres sinodales señalan que ” es necesario inculcar el sentido de la cruz, que es el centro del misterio pascual. Gracias a esta identificación con Cristo crucificado, como siervo, el mundo puede volver a encontrar el valor de la austeridad, del dolor y también del martirio, dentro de la actual cultura imbuida de secularismo, codicia y hedonismo”. (PDV 48)
El Código de Derecho Canónico
“Cada Seminario tendrá un reglamento propio, aprobado por el Obispo diocesano, en el que las prescripciones de las normas básicas para la formación sacerdotal se adapten a las circunstancias particulares y se determine con más precisión los aspectos, sobre todo disciplinares, que se refieren a la vida diaria de los alumnos y al orden de todo el Seminario”. (CIC 243)
La Sagrada Congregación de los Seminarios e Instituciones de estudios.
“Tenga cada Seminario un reglamento disciplinar aprobado por el Obispo (o si se trata de un Seminario Interdiocesano, por los Obispos interesados), en el que están indicados los puntos principales de la disciplina, que se refiere a la vida diaria de los alumnos y al orden de todo el Centro.
Cumplan todos con magnanimidad y disponibilidad lo establecido en el Reglamento o en otras decisiones, persuadidos de lo necesario que ello es no sólo para lograr una verdadera vida de comunidad, sino también para desarrollar y fortalecer las aptitudes propias de cada uno. Por eso, concediendo el conveniente margen de libertad, las normas de la vida común o privada no han de aceptarse por inercia o coacción, sino espontánea y alegremente, por persuasión íntima y con caridad. Sin embargo, a medida que pasa el tiempo, es decir, al crecer los alumnos en madurez y en sentido de responsabilidad han de atenuarse gradualmente de forma que aprendan a gobernarse por sí mismos”. (Ratio Fundamentalis Institutionis sacerdotales 25-26)
“La formación al sacerdocio, y especialmente al celibato sacerdotal, requiere una ascesis; y no una ascesis genérica, sino una ascesis singular, superior a la exigida a los demás fieles y propia de los aspirantes al sacerdocio. Un ascesis severa, pero no sofocante, que sea ejercicio meditado y asiduo de aquellas virtudes que hacen del hombre un sacerdote. Además, la vida sacerdotal exige una ascética interior y exterior verdaderamente viril a fin de que pueda mantenerse la plena fidelidad a los compromisos adquiridos y tener la garantía de un feliz éxito.
La conquista de la santidad cristiana exige una ascesis de abnegación que, al mismo tiempo es de liberación. La abnegación, según la doctrina del Concilio Vaticano II, es el ejercicio de un poder real y es necesario para ejercer el dominio de la caridad. Caridad y abnegación son complementarias entre sí; la abnegación libera al hombre, dando paso a la caridad, y la caridad promueve la abnegación.
El aspirante a la vida sacerdotal está prevenido por la gracia vocacional que le hace el don precioso de una vida casta; tomando conciencia de ella será estimulado a recibir este don o regalo con mucha gratitud y a corresponder libre y generosamente. La ascesis es la respuesta decidida que el aspirante quiere dar con toda su vida.
Esta mortificación vivificante, necesaria en toda vida humana y cristiana, lo es con mayor razón en la vida sacerdotal. En efecto, la actividad sacerdotal de Cristo no se entiende en su pleno sentido bíblico sino teniendo presente, ante todo, que Cristo es “sacerdote y víctima”, y que se sacrifica a sí mismo en el altar de la cruz por el bien de la humanidad, anticipando y luego renovando de manera incruenta en los altares esta donación de sí mismo.
Siendo este el punto capital de la misión sacerdotal del redentor, no se puede pensar diversamente respecto a la vida de los que son llamados a participar de tal misión y que, obrando en su persona, continúan su tarea. Está claro, pues, que la santidad sacerdotal, y por esto mismo la espiritualidad de los sacerdotes, debe estar enteramente centrada en el hecho de que también ellos debe ser sacerdotes y víctimas unidos a Cristo, sumo sacerdote y víctima inmolada.
Esta verdad, mientras evidencia la necesidad de una fuerte ascesis encaminada a evitar todo lo que podría obstaculizar el ministerio sacerdotal, constituye también más positivamente una invitación a seguir el camino de la cruz, llevando siempre la mortificación de Cristo en el cuerpo para que la vida de Jesús se manifieste en nosotros (2Cor 4,10). Es una invitación positiva a aceptar totalmente las consecuencias de la consagración sacerdotal.
Así se explica la conexión, puesta bien de relieve por el Concilio, que existe entre la función principal de las sacerdotes y su obligación de imitar lo que tratan. Estas acentuaciones de la ascesis, propias del sacerdocio célibe, no ignora que también el matrimonio es un estado de sacrificio que implica mortificación de sí mismo.
Teniendo en cuenta el actual clima de general rechazo de la mortificación, insístase en que los seminaristas se convenzan de que la necesidad de la ascesis es indispensable para conseguir la madurez humana, cristiana y sacerdotal; y se les haga ver que es condición indispensable para crecer en la participación del misterio pascual de Cristo.
La fidelidad a la elección hecha es la virtud de una persona llegada a la plena madurez espiritual, y es la forma más elevada de la libertad. Pero a esta madurez y libertad no se llega sino a través de un diario ejercicio de autocontrol y de autodonación, adquirida durante los años de formación y que debe mantenerse continuamente. De esta manera, el aspirante al sacerdocio adquirirá con la ayuda de la gracia divina, una personalidad equilibrada, fuerte, madura, síntesis de los elementos innatos y adquiridos, armonía de todas sus facultades a la luz de la fe y de la unión íntima con Cristo, que lo ha escogido para sí y para el ministerio de la salvación del mundo”. (Orientaciones para la educación en el celibato sacerdotal, 53-55).
“El clima de libertad, de respeto a la persona y la valoración de la iniciativa personal no debe interpretarse como exoneración de la disciplina. El seminarista que elige su estado libremente, libremente debe aceptar sus condicionamientos y respetarlos. La disciplina forma parte de la estructura espiritual del seminarista y del sacerdote durante toda la vida. La disciplina…no debe soportarse sólo como una imposición externa, sino que debe, por así decirlo, interiorizarse, insertarse en la complejidad de la vida espiritual como componente indispensable.
Pero si la disciplina ordenada por el reglamento es importante, sin embargo el centro de la educación lo ofrece la relación educativa, humana y cristiana, entre el educador y el seminarista. Esta perspectiva no implica el abandono del educando a sí mismo , no exonera al educador de estar presente, sino que más bien lo reclama de una manera mucho más íntima. En efecto, el educador no puede ser sustituido por una disciplina férrea, por una regla minuciosa, por una vigilancia rígida, sino que él debe guiar y potenciar al educando a través de una relación amistosa, mediante el diálogo confidencial, atendiendo a las situaciones que vive el alumno.
Es necesario adaptar los principios generales a cada caso en concreto. No hay una educación verdadera para todos; algunas veces el superior encargado, por el conocimiento personal que tiene del súbdito, podrá dejar que este vaya adelante incluso aceptando un cierto riesgo, porque una certeza íntima le dice que el joven acabará por comprender lo que le ayuda y lo que no le ayuda, mejor que a través de rígidas imposiciones; otras veces, en cambio, intervendrá decididamente para salvar al que presume de sí y se expone, sin motivo, a peligro grave”. ( Orientaciones para la educación en el celibato sacerdotal, 74)
“No es que el silencio exterior sea indiferente e inútil. Cuando existe el silencio interior, el silencio exterior es reclamado, exigido, procurado. Y el silencio exterior, a su vez, viene a ponerse al servicio del otro. Un Seminario que quiere preparar maestros experimentados de oración, necesita el silencio exterior: el reglamento debe procurarlo desde el principio. Pero si no se ve desde dónde procede y a dónde quiere conducir tal silencio, no tendrá sentido y será mal aceptado. Por el contrario, cuando el silencio interior es profundizado, la exigencia del silencio exterior se hace cada vez más apremiante y riguroso. Sin dudarlo: en un Seminario donde el silencio material no existe, el silencio espiritual está ausente”. (Carta circular sobre algunos aspectos más urgentes de la formación espiritual en los Seminarios, II, 1)
Raramente se pronuncia hoy la palabra ascesis; se la acepta mal. Y sin embargo es indispensable a todos, ciertamente teniendo en cuenta la propia naturaleza y misión. El sacerdote no puede ser fiel a su cargo o a sus compromisos, sobre todo el celibato, si no se ha preparado para aceptar y para imponerse a sí mismo un día una verdadera disciplina. El Seminario no siempre ha tenido la valentía de decirlo, de exigirlo, pero la mencionada disciplina hace particular relación a un “Reglamento” prudente y sobrio, pero firme, que no excluye una cierta necesaria severidad y que prepara para saber darse a sí mismo, más tarde, una regla de vida adaptada. La ausencia de una regla concreta y cumplida es para el sacerdote fuente de muchísimos males: pérdida de tiempo, pérdida de la conciencia de su propia misión y de las renuncias que ésta le impone, vulnerabilidad progresiva a los ataques del sentimiento….Piénsese en los sacrificios que impone la fidelidad conyugal: ¿no lo habría de exigir la fidelidad sacerdotal? Sería una paradoja. Un sacerdote no puede verlo todo, oírlo todo, decirlo todo, gustarlo todo…El seminario debe haberlo hecho capaz, en la libertad interior, de sacrificio y de una disciplina personal inteligente y sincera”. (Carta circular sobre algunos aspectos más urgentes de la formación espiritual en los Seminario, II, 3)
Conferencia Episcopal Argentina
“Cada Seminario tendrá un reglamento propio, aprobado por el Obispo diocesano o por los Obispos interesados si se trata de un Seminario interdiocesano, en el que las normas del Plan de formación sacerdotal se adapten a las circunstancias particulares y se determinen con más precisión los aspectos disciplinares, que se refieren a la vida diaria de los alumnos y al orden de todo el Seminario”.
Las normas del reglamento deben estar referidas a puntos importantes. De esta manera, a la vez que organizan la vida común, dejan un margen razonable de autodeterminación que permita el ejercicio de la iniciativa personal y de la convicción del deber. Formados en un clima de respeto y libertad responsable, los seminaristas podrán aceptar la disciplina no por inercia o coacción, sino por persuasión íntima de fe y con caridad. (La formación para el sacerdocio ministerial. Plan para los Seminarios de la República Argentina, 81)
“Corresponde al Rector la totalidad de la dirección de la comunidad del Seminario y la prudente conducción de cuantos se ocupan de la formación: superiores y profesores. En el cumplimiento de sus respectivas funciones todos deben prestarle la debida obediencia, de acuerdo con las normas establecidas para la formación sacerdotal y con el reglamento del Seminario”. (La formación para el sacerdocio ministerial. Plan para los Seminarios de la República Argentina, 269)
N O R M A S
- La vida espiritual es la “cumbre hacia la cual tiende” y “la fuente de donde mana” toda la vida formativa del Seminario:
- Por la mañana al levantarnos y por la noche después de las Completas observamos el silencio, el cual es medio necesario para crecer en la vida espiritual y preparar el clima de oración de la comunidad.
- La Eucaristía cotidiana, la Liturgia de las Horas, la Lectio Divina, la adoración Eucarística de los jueves, la adoración de la Cruz los viernes y la celebración de la luz los domingos configuran los momentos centrales de la vida espiritual comunitaria del Seminario. Nuestra participación en los mismos es obligatoria. Cuando por alguna razón no podemos asistir a los mismos es necesario dar las debidas explicaciones al responsable de la comunidad. Si estamos enfermos procuremos unirnos a la oración de la comunidad y comunicar si deseamos comulgar.
- Como norma general cada uno tendrá su Director espiritual que elegirá entre aquellos sacerdotes que el Seminario señalará para este servicio.
- Anualmente participamos todos de los Ejercicios Espirituales. En cada semestre habrá un retiro comunitario dirigido por un sacerdote. Mensualmente todos tendremos unas horas personales de “desierto” que preparamos con el Director Espiritual.
- Los alumnos de la primera etapa de formación celebraremos, cada dos año, la Semana Santa en el Seminario.
- La mesa comunitaria y el compartir el mismo pan son espacio y tiempo en los que se alimenta la vida fraterna:
- Las comidas son actos comunitarios de los que todos debemos participar.
- Al iniciar y finalizar bendecimos y damos gracias a Dios por “el pan nuestro de cada día” que nos regala.
- Procuremos preparar la mesa comunitaria con buen gusto, servir con espíritu fraterno y observar las reglas de urbanidad.
- Para estar ausente de la mesa debemos avisar al responsable de la comunidad.
- La cocinera de la casa recibirá las órdenes solamente del formador y del alumno responsable de la cocina.
- El estudio y las clases son el principal trabajo en los años de formación del seminario:
- Procuremos aprovechar bien el tiempo de estudio y conservar el debido silencio y recogimiento durante el mismo.
- La concurrencia a las clases de la Facultad de Teología es obligatoria para todos.
- Las materias del currículum de estudios deben ser cursadas por todos.
- Al finalizar cada semestre se deberán rendir los exámenes de todas las materias correspondientes al mismo.
- Como regla general no se deberán adeudar materias antes de ingresar al curso siguiente.
- La acumulación de materias sin aprobar podrá ser causa para repetir el año.
- Procuremos aprovechar responsablemente las horas libres de la Facultad.
- Todo alumno que posee los requisitos y la capacidad necesaria deberá tender a acceder a los títulos que la Facultad de Teología otorga.
- Somos invitados a participar en las actividades que desde la Facultad se programan y que sirven para la formación.
- La Biblioteca del Seminario está al servicio de todos y observamos las reglas que se establezcan para el uso de los libros.
- Las prácticas pastorales, a ejemplo de Jesús con los apóstoles, son imprescindibles en la formación que exige una progresiva incorporación a la vida pastoral.
- Los sábados por la tarde y los domingos será tiempo para las actividades pastorales.
- Quedamos a disposición de las parroquias desde las 14 horas. Los horarios de llegada los fijamos con el párroco.
- Para faltar a las actividades pastorales debemos tener permiso explícito y conjunto del Párroco y del P. Rector.
- Los sábado por la noche convivimos con el Párroco y los sacerdotes de la parroquia en espíritu fraterno. Pernoctamos en la casa parroquial o en el Seminario.
- Los domingos participamos en la eucaristía de la parroquia y luego tenemos tiempo libre, por la mañana o por la tarde.
- Los domingos a las 21.15 horas todos participamos en el Seminario en las vísperas solemnes.
- Durante el tiempo de las actividades pastorales dependemos en todo de los párrocos.
- Los párrocos tendrán al inicio del año el calendario de las actividades del Seminario a fin de saber las fechas de inicio y finalización de las actividades pastorales y cuáles son los fines de semana en los que los seminaristas no estarán presentes en las parroquias.
- Por lo general no tendremos actividades pastorales fuera de los días sábados por la tarde y domingos. Los sábados por la mañana hay actividades comunitarias en el Seminario. Toda excepción será coordinada con el Párroco y el Rector.
- Los días 7 de cada mes participamos todos, como parte obligatoria en la formación pastoral, en el Santuario de San Cayetano, excepto quienes tienen actividades pastorales en otros santuarios.
- Durante el tiempo de los exámenes se mantendrán las actividades pastorales.
- Al finalizar el año los párrocos elevarán un informe sobre cada seminarista a fin de destacar sus cualidades, sus límites y su actuación.
- Para crecer en la vida comunitaria es importante cultivar los valores del orden, la armonía y la disciplina:
- Los actos comunitarios se convocarán con un toque de campana, tengamos la delicadeza fraterna de observar la puntualidad.
- Nos presentamos vestidos de manera adecuada a los actos comunitarios, evitando la vestimenta propia para el deporte, el trabajo y el baño.
- Los cuartos-dormitorios son espacios de descanso y estudio. Conservemos en ellos el orden, la limpieza y el recogimiento.
- Para salir del Seminario por razones personales siempre debemos solicitar el permiso al responsable de la comunidad.
- Aprendamos todos a administrar el tiempo de descanso. Cada etapa de formación establecerá las horas límites para el descano nocturno de tal modo que al día siguiente podamos iniciar con puntualidad y responsabilidad las actividades comunitarias.
- La televisión, la radio, los equipos para escuchar música serán en la vida del Seminario un elemento de legítimo entretenimiento, información y sobre todo de formación y no medio de dispersión. En cada etapa se establecerán los horarios para su uso. Siempre se respetarán el tiempo del silencio, estudio y descanso.
- Las computadoras comunitarias están al servicio de todos. Procuremos aprender a darles el uso correcto y utilizarlas solamente para el estudio, los trabajos para la pastoral y servicios comunitarios.
- Cuidemos los bienes de “nuestra” casa, dando el uso correcto a todos los servicios (teléfono, luz, agua, gas, etc..) y mantengamos siempre limpias y ordenadas las áreas comunitarias con el fiel cumplimiento de los oficios cotidianos.
- Cada uno poseerá las llaves de la puerta de entrada al seminario. No deben prestarse a nadie y al finalizar el año lectivo se entregarán al formador responsable de la propia comunidad.
- Cuando se reciben las visitas, cultivemos la hospitalidad sincera y discreta, evitando perturbar la vida comunitaria y la ausencia de los actos comunes. Si las visitas participarán de la comida comunitaria lo comunicaremos al responsable de la comunidad y al encargado de la cocina con suficiente anticipación. No está permitido recibir visitas en las propias habitaciones.
- Los seminaristas tendremos un “fondo común” para aprender a compartir los bienes. El mismo se constituirá con los aportes de las parroquias donde se ejercen las actividades pastorales, de las diócesis y con donaciones personales. Lo administrarán dos seminaristas con un formador. Procuraremos adquirir un sentido evangélico y sacerdotal del mismo y organizarlo con espíritu solidario y de bien común.
- Para acceder a los Ministerios, la Admisión, el Diaconado y Presbiterado, elevaremos la solicitud al propio Obispo, la cual irá acompañada por el informe del Rector del Seminario y el certificado parcial o final de la Facultad de Teología, el día 21 de noviembre, fiesta de la Presentación de María al Templo.