Encuentro nacional de seminaristas 2018
Santo Cura Brochero, Patrono del clero argentino

Quisiera comentarles en primer lugar que, hasta el momento que se me pidió que colaborara en la Causa de Canonización de José Gabriel del Rosario Brochero, mi conocimiento acerca de su vida y de su persona era muy global y superficial. Sólo sabía que había sido “el Cura gaucho” y su figura estaba unida a una serie de anécdotas, mezcladas con cuentos y chistes que me daban la imagen de un personaje de leyenda popular. Cuando comencé a leer y estudiar sus escritos (más de cien cartas, sermones, artículos periodísticos) me di cuenta de que estaba frente a un Santo, a un hombre que había configurado enteramente su vida sacerdotal con Cristo Buen Pastor.
Los Obispos de Argentina vieron en la santidad de Brochero “un testimonio atractivo, de salida misionera y de opción por los más pobres”. Con estos términos lo expresaron en una carta al Papa Francisco al finalizar la 111º Asamblea de la Conferencia Episcopal en abril de 2016. Y con motivo de su canonización solicitaron y obtuvieron de Roma que fuera nombrado patrono del clero argentino. Ya esto nos invita a mirar detenidamente esta figura que señala aspectos fundamentales de nuestra formación sacerdotal, que se inicia en el Seminario y se continúa durante toda la vida. Por eso los invito a que nos asomemos a algunos rasgos de la espiritualidad sacerdotal de este santo sacerdote argentino.

Pero antes, le comento algunos datos básicos de su vida. José Gabriel del Rosario Brochero nació el 16 de Marzo de 1840 en un paraje llamado “Carreta Quemada” en las cercanías de Santa Rosa del Río Primero (Pcia. de Córdoba) siendo bautizado al otro día de su nacimiento en la Parroquia de Santa Rosa. A los 16 años entró al Seminario Mayor de Córdoba “Nuestra Señora de Loreto” en donde recibió su formación sacerdotal y en las aulas de la Universidad de Córdoba cursó sus estudios filosóficos y teológicos. Fue ordenado presbítero el 4 de noviembre de 1866 por el Obispo José Vicente Ramírez de Arellano y preside su Primera Misa en la Capilla del Seminario el 10 de diciembre, festividad de Nuestra Señora de Loreto. Fue nombrado Prefecto de Estudios del Seminario y se inició en la vida pastoral en la Catedral de Córdoba. En 1869 se recibió de Maestro en Filosofía por la Universidad y en noviembre de 1869 el Obispo lo destinó a Traslasierra a hacerse cargo del Curato de San Alberto y más tarde es nombrado Párroco de Villa del Tránsito (actualmente Villa Cura Brochero) desde donde desplegó su intenso ministerio pastoral. Murió leproso y ciego en esta Villa el 26 de enero 1914, a los 74 años de edad. Brochero fue declarado venerable por el Papa Juan Pablo II en 2004, y declarado beato por el Papa Francisco en una celebración presidida por el cardenal Angelo Amato en esta localidad de Villa Cura Brochero el 14 de septiembre de 2013. Fue canonizado por el Papa Francisco en Roma el 16 de octubre de 2016.
Hoy que vivimos en una cultura que manifiesta interés y subraya la primacía de lo externo, cabe que nos preguntemos ¿cómo era Brochero? Estéticamente hoy no nos llamaría mucho la atención. Tenemos algunas fotos que fueron recogidas y también una descripción de su fisonomía que puede ser interesante señalar. Insisto, en esta cultura de la imagen, de lo atractivo o de lo llamativo, Brochero no sería un ganador. Era más bien “feíto” pero poseía una gran belleza interior que no pudo escapar de ser percibida por sus contemporáneos. Escuchemos el siguiente testimonio del Pbro. Bartolomé Ayrolo:
“… te diré algo de lo más notable que hay en este Departamento: es el cura José Gabriel Brochero. Hombre de baja estatura… frente algo deprimida, boca y orejas bastante notables, nariz gruesa, ojos medio turbios y tiernos, color tostado… creo que es una de las obras que se le escapó al Creador sin darle la segunda mano, pero que por lo mismo lo tomó el Redentor para hacer de él un apóstol, único sin duda ninguna en toda la República por su celo, por su carácter, su modo de ser, su virtud, por los extraños modos de evangelizar. Bajo la corteza más grotesca con que se pudiera pintar a un sacerdote, ya sea en su traje, ya en su modo de hablar, encierra Brochero un corazón más grande que todo el Departamento de que es digno cura. De carácter alegre y comunicativo, franco como un niño, está siempre dispuesto a servir a todo el mundo, tanto al rico como al pobre, al bueno como al malo. Su mano siempre está abierta cuando se trata de socorrer alguna necesidad” (Carta del Pbro. Bartolomé Ayrolo al Pbro. Antonio Rossi, 3.2.1897).

No sólo en el Seminario sino durante toda la vida nos estamos formando para ser sacerdotes según el corazón de Cristo Jesús. En este sentido durante toda la vida seguimos el camino discipular, buscando ser dóciles a la acción del Espíritu para el servicio de la Iglesia. Los primeros años de formación en el Seminario buscamos iniciarnos en el seguimiento de Cristo y en esta etapa en la que ustedes se encuentran la formación se concentra en el proceso de configuración con Cristo, Pastor y Siervo para que unidos a Él podamos hacer de nuestra vida una ofrenda, un don para los demás (cfr. Ratio Fundamentalis 68-69). Este Encuentro Nacional de seminaristas congrega especialmente a aquellos que en el itinerario formativo inicial están en la etapa configuradora, tal como la denomina la nueva Ratio Fundamentalis. Por eso quisiera que lo que hablemos acerca del Santo Cura Brochero fuera un ejemplo concreto y encarnado de un sacerdote que se configuró plenamente con Jesús, Siervo y Pastor, que hizo de su vida un don para los demás, que no vivió para sí mismo, sino para Jesús y para su Pueblo.
La vida espiritual del Cura Brochero es un claro ejemplo de lo que se denomina la «mística apostólica», vale decir, aquella unión con Dios centrada en la acción evangelizadora, nucleada en la clara y permanente conciencia de ser instrumento de la acción redentora de Jesús. En sus escritos no encontramos una teología de su vida interior, y por tanto, tampoco hallamos una «exposición doctrinal» acerca del sacerdocio; sin embargo, descubrirnos a cada paso y con mucha fuerza la experiencia espiritual de un presbítero diocesano: el lugar primordial de la Eucaristía, la vinculación a la Diócesis, la unión con su Obispo y el presbiterio, la caridad pastoral desplegada en el ministerio de la Palabra, en la santificación por la celebración de los Sacramentos y en el pastoreo de su comunidad. Estos aspectos que constituyen nuestra espiritualidad de sacerdotes seculares, me parece muy importante subrayarlos, porque es fundamental que tengamos en claro en el Seminario en qué consisten los rasgos propios de nuestro carisma de presbíteros seculares y así miremos a Brochero como una expresión clara del mismo. Vale decir la de un presbítero que se entregó total y desinteresadamente al servicio de la Iglesia en su Diócesis, que fue un pastor y servidor de todos y que supo adaptar su modo de sentir y de actuar en comunión con su Obispo y los hermanos sacerdotes por el bien de una porción del Pueblo Santo de Dios al que fue enviado (cfr. Ratio Fundamentalis 71)
Teniendo en cuenta esto, ahora sí, vayamos a su corazón sacerdotal, al núcleo interior de su vida, fraguado por la acción del Espíritu Santo y la cooperación de su libertad entregada de lleno a Dios y a su Reino.
Lo primero a señalar -y quizá lo más importante- es la profunda coherencia en Brochero entre fe y vida. Las personas que lo trataron, ya fueran cristianos practicantes o alejados de la fe, no podían sino ver en él sino un instrumento de Dios, sobre todo por la caridad que desplegaba a través de sus gestos y palabras:
«Es un hombre de carne y huesos: usa sotana, esclavina, traje de clérigo, etc. y dice misa, confiesa, ayuda a bien morir, bautiza, consagra la unión matrimonial, etc. […] Es una excepción: practica el Evangelio. Desde luego, es pobre, habiendo servido un curato rico durante más de un cuarto de siglo ¡Ya es una recomendación! Es realmente un pastor, según la palabra y la intención de Jesús: su grey es su rebaño […] Y es muy sana la conciencia del cura Brochero! es muy digna de respeto! es un apóstol! […] Falta un albañil en su curato para hacer una obra pública, ya sea para la Iglesia o para beneficio del pueblo! Pues él es albañil y trabaja con sus propias manos a la par del más esforzado y compitiendo con el más diestro! Falta un carpintero! Es carpintero. ¿Falta un peón? Es un peón. Se arremanga la sotana en donde quiera, toma la pala o la azada y abre un camino público en 15 días, ayudado por sus feligreses, sobre los cuales tiene un dominio absoluto y a quienes da ejemplo y estimula con su esfuerzo personal. ¿Falta todo? ¡Pues él es todo! y lo hace todo con la sonrisa en los labios y la satisfacción en el alma, para mayor gloria de Dios y beneficio de los hombres, y todo sale bien hecho porque es hecho en conciencia. Era mi candidato para el 1er obispado vacante (oh! quien nos diera obispos como el cura Brochero!) y al Presidente de la República también le gusta mucho; pero es imposible luchar contra la modestia de este hombre que ha hecho de ‘su curato’ su mundo. ¡No hay que tocarlo de ahí!. No quiere! Y no ha hecho solamente caminos públicos. Ha hecho también una buena Iglesia. Ha hecho, además, un gran colegio… ¡y todo sin subsidio de la Provincia, sin erogación por parte de los miembros de la localidad! Lo ha hecho todo con sus propias garras!. ¿Milagro? No. La cosa es muy sencilla. Es cuestión de honradez y voluntad. En otros términos: es cuestión de haber tomado el apostolado a lo serio, como lo ha tomado el cura Brochero. Llama la campana de la aldea. Doscientos o trescientos o más paisanos concurren todos son hombres de trabajo. El sacerdote (Brochero) dice su misa y sube al púlpito. Perora, aconseja y edifica las almas. Les habla de honradez y entra de lleno en el terreno de la realidad. Les habla de progresos materiales, que corren paralelamente con los perfeccionamientos morales y acaba por echarles un ojo (si es necesario no me consta) para invitarlos a todos los oyentes a tomar una pala, una azada, un pico o una carretilla y realizar con él, en el espacio de un mes, una gran obra para la localidad. ¡Y el paisanaje, que lo quiere a su cura porque admira sus virtudes, lo sigue con entusiasmo y la cosa se hace sin dificultad! Tal es el hombre, el verdadero sacerdote, el tipo del cura de aldea […]»

Su amor intenso a la Palabra de Dios.

La clara conciencia de que quería ser siempre un instrumento en las manos de Dios lo llevó a buscar la íntima unión con Cristo. Cultivó siempre un profundo y vivo amor a la Palabra de Dios, haciendo de ella el alimento esencial de su vida creyente. Brochero tuvo una gran familiaridad personal con la Palabra de Dios, conocía a fondo las Escrituras hasta el punto de retener firmemente en su memoria los textos sagrados:

«Difícilmente otro sacerdote conociera tan bien el Santo Evangelio, como el Siervo de Dios. En casa del Dr. Galíndez los dos únicos libros que tenía sobre la mesa eran el Santo Evangelio y la Imitación de Cristo (…) Recuerda el testimonio de un Padre Misionero que decía que el Siervo de Dios conocía de memoria los, Evangelios y algunas cartas de San Pablo.»

Movido por su amor a la Palabra de Dios procuró -cuando ya estaba leproso y ciego- que todos los días alguien le leyera el Santo Evangelio a fin de que no le faltara el alimento del Pan de la Palabra capaz de darle la luz necesaria para sostener su vida creyente en la noche del dolor:
«A partir de 1912, siendo yo religiosa lo traté con más asiduidad hasta su muerte: le leía el Evangelio y escuchaba comentarios que él hacía a propósito de la lectura, y daba la impresión de que lo vivía; incluso cuando estaba ciego se hacía leer el S. Evangelio con alguna hermana, muchas veces yo misma le leía. Cuando terminaba la lectura, me agradecía diciéndome: ‘Muchas gracias, hermana Lucía, ya tengo pasto para rumiar todo el día’ «.

Intensa vida de oración litúrgica y personal:

Su ardor sacerdotal brotaba de una íntima unión con Dios que hallaba su expresión concreta en una intensa vida orante. La gente que lo trató testimonia unánimemente cómo se entregaba con fervor a dialogar con Dios, priorizando la oración a las urgencias de una vida tan apostólica como la suya:
«Muchas veces pedía cuidadosamente que no se le molestara cuando estaba en oración o en soledad, después de las tandas de ejercicios».
Su amor a Cristo, entregado por nuestra Salvación, lo llevó a que la Santa Misa fuera para él el centro de toda su vida y su tarea de apóstol. Aún viajando a los lugares más inhóspitos y en las circunstancias más difíciles, llevaba todos los elementos para la celebración de la Eucaristía. Y cuando la lepra lo redujo a la ceguera total, celebraba con todo amor y de memoria la Misa votiva de la Santísima Virgen. Además, señalemos que una de las expresiones importantes de su oración sacerdotal, que cuidó con toda fidelidad, fue el rezo del Breviario que siempre llevaba consigo; allí Brochero -unido a Cristo- prestaba su voz a la Iglesia en nombre de todos los hombres. Otro rasgo característico de su vida de fe y de su oración fue el amor sólido y tierno a la Madre de Dios. Los testigos señalan unánimemente cómo inculcaba a todos sus fieles la devoción filial a María Santísima, expresada especialmente en el rezo del Santo Rosario:
«[…] iba en la mula rezando el Rosario […] Era muy devoto de la Virgen, especialmente en la advocación de la Inmaculada de la que tenía una imagen en la iglesia y siempre que pasaba por allí la saludaba con fervorosas jaculatorias. Cuando enfermó se la llevó a su pieza. Frecuentemente inculcaba a los fieles la devoción a la Virgen.»

Su preocupación por comunicar de manera clara y accesible el Mensaje del Evangelio

Un rasgo típico de su misión sacerdotal fue la presentación del Evangelio mediante un lenguaje vívido y cercano a la comprensión de sus fieles. Su preocupación estuvo en iluminar la vida de sus fieles a partir de la exposición del mensaje de la Palabra no sólo de forma general y abstracta sino aplicando a la circunstancias concretas de la vida la verdad perenne del Evangelio. Uno de sus amigos y admiradores (Ramón J. Cárcano, incluso no siendo católico practicante) escribió acerca de su modo de predicar:
«En su estilo agreste, lleno de asperezas como de los encantos de la naturaleza virgen, con diáfana claridad y sencillez, explica las prácticas de la iglesia y los misterios de la religión, enseña, aconseja, apostrofa y ruega -desde el púlpito o desde el altar, interroga, conversa, entabla largos diálogos con sus oyentes, que piensan que ningún hombre habla mejor que el Cura, quizá porque han tenido muchos Curas cuyo lenguaje no entendían.»
El uso de un lenguaje llano, sin vulgaridades ni groserías que menoscabaran su misión sacerdotal, respondía a una fundamental finalidad pastoral y educativa que no era sino hacer comprensible a su gente el mensaje del Evangelio:
“Consta que se adaptó en todo, incluso en el lenguaje, para que todos lo entendieran. Decía que prefería ser entendido, antes que pasar por erudito y que no comprendieran”.
“Vivió su sacerdocio siempre alegre y gozoso. Reunía a los hombres, aún a los más ignorantes, los cuales comentaban después algunos llorando, que recién habían comprendido cómo debían vivir para agradar a Dios y salvar el alma. Nunca oyó que se quejara de la ignorancia de los fieles, al contrario, oyó que siempre los trataba con mucho cariño, los llamaba, los atraía y quedaban encantados”.

Tanto laicos como sacerdotes y religiosos apreciaron ese carisma que Dios le había dado de anunciar la Palabra con toda llaneza y hondura. Ahora bien, este empeño suyo por anunciar fielmente la Palabra de Dios de forma comprensible para la gente sencilla e ignorante, no era fruto de una postura demagógica o artificial, sino que brotaba de su corazón sacerdotal que buscaba un lenguaje al servicio de la fe de los más pobres:
«[…] voi a dar dos misiones con la que principio mañana en el Ingenio San[ta] Ana, y que he predicado dos sermones en Santo Domingo, y dos en dos conventos de Monjas, a solicitud de ellas mismas: y 2°: que voi pasando por un predicador de fama, a consecuencias que los peri[o]dicos de Tucumán, así me presentaron, cuando llegue a esa ciudad; pero lo que quiero contarle es el testo conque rompi en la primera mision: este fue una vaca negra, que estaban viendo todos los oyentes. Dije, que asi como esa vaca estaba con la señal y marca del Ingenio, llamado la Trinidad , asi estabamos señalados, y marcados por Dios todos los cristianos; pero que Dios no marcaba en la pierna, ni en la paleta, ni en las costillas, sino en el alma, y que Dios no señalaba en las orejas, sino en la frente, porque la señal de Dios era la santa cruz, y que la marca de él era la fe, y que esta la ponia en el alma, y que se la ponia volcada a todos los que no guardaban los mandamientos. Pero, mi querido, hizo tal eco mi elocuencia, que se han costiado hasta de 25 leguas a oirme, y se han confesado en esa misión como no lo han hecho en otras, que han dado Jesuitas copetudos, y elocuentes. He adquirido una fama, que ya me ven para el año que viene. No se oye otra cosa, que la sabiduria del Cura Brochero, espresada, o sintetizada, en la marca y señal de la vaca negra del Ingenio de la Trinidad […]»

Su espíritu misionero

Siguiendo el ejemplo del Señor Jesús, el Buen Pastor que conoce a sus ovejas, incansablemente recorrió su Parroquia y así pudo descubrir las verdaderas necesidades -tanto espirituales como materiales- de su Curato:
«[…] aunque no soy nadie, ni sepa nada, ni sea capaz de expresarme en forma elegante, conozco palmo a palmo y mejor que cualquier literato todas las sierras de Córdoba y he pasado en ellas los mejores años de mi vida, levantando templos y escuelas y luchando con las dificultades […] y creo que mi palabra debe ser creída, pues que ella será siempre la verdad”.

Sus preferidos: los enfermos y necesitados

El corazón sacerdotal de Brochero, se volcará siempre en el servicio hacia los más necesitados. Todo aquel que reclamaba su presencia sacerdotal (particularmente los enfermos y moribundos cuya atención normalmente requería el recorrido de decenas de kilómetros a caballo) hallaba en él al ministro de Dios siempre dispuesto a servirles hasta el fin:
«En cuanto a la atención de los enfermos era sumamente solícito y nada le detenía en ir a socorrerlos, como la inclemencia del tiempo, lluvias, nevadas, grandes crecidas de los ríos y arroyos de la zona. A este particular puedo referir el caso de que en cierta oportunidad para ir a atender un enfermo se dio que el río que debía cruzar estaba muy crecido y la gente le decía que no lo cruzara porque corría gran riesgo su propia vida. El SD les respondía que no podía dejar de hacerlo porque debía ir a salvar esa alma; con gran heroísmo cruzó nomás el río y atendió al enfermo que reclamaba su presencia y asistencia espiritual.»
“Era solícito en grado sumo en atender a los enfermos. En cierta oportunidad, el testigo lo vio subir a un caballo para hacer un viaje de ocho leguas para la atención de un enfermo”.
“Con los enfermos era muy solícito en sus atenciones, espiritualmente. Muchas veces expuso su vida para atenderlos, también varias veces atravesó el río crecido para atender a cuantos los necesitaban. No había inclemencia de mal tiempo, frío, calor, malos caminos, que fuera obstáculo para cumplir con su ministerio sacerdotal”.

Precisamente, la visita y atención pastoral a los enfermos le fue descubriendo otras muchas pobrezas materiales y morales, instándolo a hacer algo por los más necesitados que siempre ocuparon un lugar preferencial en su corazón sacerdotal:
“No esperaba que le vinieran a pedir, él iba en busca de la necesidad y de los necesitados, y les procuraba todo lo que estuviera en sus manos… él sabía dónde había necesidad y dónde debía golpear las puertas para remediar la necesidad”.
“Era abnegado y generoso y tenía predilección por los pobres, enfermos y niños. En cierta ocasión llegó un pobre a pedir en su casa y no teniendo qué darle, empezó a buscar en todas partes y al hojear un libro encontró 5 $ y los depositó en la mano del pobre que solicitaba ayuda”.
“Era capaz de no comer si veía a un pobre con hambre. Todo lo sacrificaba por el bien de los otros”.
“En la propia casa de los padres de la testigo solían atenderle la ropa del SD, muchas veces la señora madre de la testigo le solía preguntar: ‘Señor Brochero ¿y aquella camisa nueva que usted poseía? ‘Ya se la di a otro que estaba más necesitado que yo’. Su vestimenta era siempre muy humilde y pobre. Dinero nunca poseía y todo lo que llegaba a su poder lo daba a la gente pobre de la zona o lo empleaba en sus obras”.
Durante sus años de permanencia en Córdoba -cuando fue nombrado Canónigo de la Catedral (Agosto 1898-Agosto 1902)- realizó en esta ciudad un intenso apostolado con los presos. Es interesante señalar que es a los encarcelados -a quienes aplica la expresión «mis queridos hijos espirituales»- daba con periodicidad tandas de Ejercicios Espirituales.

Sacerdote paciente y tolerante

A pesar de la fuerza arrolladora de su capacidad y fuerza evangelizadora, en Brochero notamos cómo él aprende a moderar sus deseos y proyectos aceptando los ritmos personales y comunitarios de su gente, los anima, los estimula, pero no los violenta, aprende con ellos, de sus tiempos y posibilidades y los contagia con su paciencia y perseverancia. Su tenacidad apostólica carecía de rasgos de dureza ya que la caridad del Buen Pastor informaba su accionar sacerdotal dándole firmeza pero no rigidez: los mismos feligreses atestiguan -por ejemplo- que él no se enojaba si alguno no quería hacer Ejercicios Espirituales, aunque no por ello dejaba de insistir hasta lograrlo.
El Cura Brochero aparece ante nuestros ojos como un hombre que aprendió a esperar, se preparó para esperar, asumió la necesidad de vivir su ministerio en la paciencia orante y activa.
“Era un hombre tolerante, trataba de conquistar por su acción, no por la presión”.
O como se lo recomendaba él mismo a sus tenientes curas:
“Cuanto sean más pecadores o más rudos o más incivilizados mis feligreses, los han de tratar con más dulzura y amabilidad en el confesonario, en el púlpito y aún en el trato familiar. Y si encuentran algo digno de reto, que lo avisen al Cura para que él reprenda a fin de que los feligreses no se recientan con los ayudantes sino con el Cura, porque ya sabe él cómo los ha de retar”.

Sacerdote alegre

Otro rasgo de su estilo misional era la alegría y paz que transmitía a los demás. Si bien tenía una fuerte personalidad, en el Venerable José Gabriel Brochero sobresalía la mansedumbre de su carácter. Encaró su ministerio con alegría, afabilidad humana y simpatía, sin violencias ni durezas. Tenía una gran capacidad para crear en torno a sí un clima de fraternidad logrando que tanto los momentos religiosos (fiestas patronales, los casamientos, bautismos y velorios) como así también los momentos informales (visita a familias, paseos con la gente, trabajos en caminos, etc.) se convirtieran en ocasiones favorables para anunciar el Evangelio de Jesucristo. En su acción pastoral infundía de manera equilibrada la exigencia radical necesaria para el seguimiento de Jesús junto con la suavidad del pastor que invita, persuade, exhorta, anima.
“Él era suave, generoso, amable, cortés en su conducta; por eso lo querían todos. Era un hombre que se sacrificaba por el prójimo. Llegaba, sencillamente, y se conquistaba el corazón de quienes le veían. La gente lo oía, lo quería, se le acercaba para aproximarse a él, que era Jesús”.

Sacerdote profundamente humano

Brochero amó a su gente con todo su corazón y con la rica afectividad que supo llenar del amor a Cristo Jesús. Fue un criollo de pura cepa, sobrio, esforzado, viril y tenaz, supo simultáneamente vivir los valores humanos de la cordialidad, el sentido del humor, la amistad: cuidó a sus amigos, se jugó por ellos, les abrió su corazón. Ilustremos estas afirmaciones con algunos ejemplos. El relato de la conversión de Santos Guayama, nos descubre al Pastor que sabe amar con corazón sacerdotal al pecador y que busca su bien. Cuando se refiere a Guayama le denomina «mi buen amigo»; sale a su encuentro porque tiene conciencia de que es Dios quien lo busca por su intermedio y éste fue el comienzo de una sincera amistad. Frente a Guayama, lo que pretendió el Cura Brochero, fue ayudarlo para que empiece una vida nueva; le enviará una medalla y la imagen de un Cristo para que lleve al cuello; también le regalará un retrato suyo a este hombre perseguido que -de ahora en más- mirará como a un amigo querido; llegará a decirle:
«Don Santos, son tantos los deseos que tengo de verlo y estrecharlo entre mis brazos que los días me parecen años. ¡Ojalá Dios me hiciera el favor de proporcionarme los medios de verlo, en la expedición que haré a los Llanos de la Rioja!»
Ahora bien, con sentido realista y práctico, el Cura pensó en todos los detalles del caso: asumió el compromiso de cancelar todas las deudas económicas de Guayama, lograr un indulto del Gobierno Nacional y conseguirle un empleo; todo esto a cambio de que Guayama y 300 de sus secuaces participaran en los Ejercicios. Esto pone de manifiesto cómo el estilo evangelizador de Brochero piensa siempre en el bien integral de la persona. No obstante todas sus preocupaciones y diligencias, Santos Guayama será encarcelado y más tarde fusilado sin juicio alguno, lo que provocará en el Cura un «profundo dolor en su alma».

Los Ejercicios Espirituales ignacianos, instrumento privilegiado de su misión evangelizadora

Brochero había experimentado desde su juventud la gracia que Dios derramaba a través de los Ejercicios Espirituales. Por ello, comenzó a llevar a sus feligreses a la Casa de Ejercicios en la Ciudad de Córdoba y más tarde concibió la idea de hacer en Villa del Tránsito una Casa de Ejercicios. No escatimaba esfuerzo alguno y allanaba toda dificultad a fin de que sus feligreses no se vieran privados de tan magnífica oportunidad para abrirse a la Vida de Dios. Señalemos que el Padre Brochero, además de atender sus obligaciones de párroco, hacía las meditaciones y lecturas de los ejercitantes, estaba en todos los detalles organizativos de la Casa y, por supuesto, se dedicaba con ahínco a confesar a los ejercitantes.
Estuvo siempre fuertemente compenetrado con la espiritualidad de San Ignacio de Loyola y su ideal de poner todo bajo la Bandera de Cristo, luchando virilmente por la expansión de su Reino. Brochero había experimentado desde su juventud la gracia que Dios derramaba a través de los Ejercicios Espirituales:
«En 1886 había terminado sus estudios teológicos, y estaba resuelto a recibir inmediatamente las órdenes mayores. Muchas veces le he oído referir, que la contante preocupación de su juventud, fue el sacerdocio, que se le presentaba como un esfuerzo de hombres superiores. No sabía qué estado adoptar -si el seglar o el eclesiástico, cuyas puertas se le abrían. Su espíritu fluctuaba y su corazón sufría con esta indecisión. Asistió un día a un sermón en que se señalaron las exigencias y sacrificios de una y otra bandera, según su propia expresión, y apenas concluyó de escucharlo, la duda ya no atormentaba su alma, y ser sacerdote era para él una resolución inquebrantable. Lo que siempre le hacía repetir, que si alguna vez llegaba a ser cura, procuraría construir una gran casa consagrada a ese objeto.»
Para él Ejercicios ignacianos eran «baños del alma» y «escuela de todas las virtudes y muerte de vicios» reconociendo que:
[…] Dios en los santos ejercicios me ha enseñado a mí y Uds. que el hombre debe primero perder su honor, sus bienes o riquezas y su vida misma, antes que perder a Dios o sea su salvación»

Por ello, comenzó a llevar a sus feligreses a la Casa de Ejercicios en la Ciudad de Córdoba y más tarde concibió la idea de hacer en Villa del Tránsito una Casa de Ejercicios. En el año 1881, el Padre Bustamante sj redacta un informe al Padre Visitador de la Compañía de Jesús, allí describe con admiración la obra que el Cura Brochero (siendo cura del clero diocesano) está realizando en base a los Ejercicios de San Ignacio. Bustamante refiere el número de tandas que los jesuitas dieron durante los años de su superiorato: en el año 1878, tres tandas con un total de 3.169 ejercitantes; en 1879 hubieron ocho tandas con más de 2.000 ejercitantes en total y en 1880 (hasta el mes de junio) se realizaron dos tandas de 400 mujeres cada una bajo la dirección de los Padres Franciscanos de Río Cuarto. Narra con asombro cómo llega gente desde la Rioja y San Luis que han viajado durante tres, cuatro y cinco días. En el año 1879 una nevada de agosto había impedido la llegada de ejercitantes, sin embargo el día que se iniciaron los Ejercicios se reunieron más de 500 mujeres. Tal como lo notaba el Padre Bustamante y otros, Brochero no escatimaba esfuerzo alguno y allanaba toda dificultad a fin de que sus feligreses no se vieran privados de tan magnífica oportunidad para abrirse a la Vida de Dios. Señalemos que, además de atender sus obligaciones de párroco, hacía las meditaciones y lecturas de los ejercitantes, estaba en todos los detalles organizativos de la Casa y, por supuesto, se dedicaba con ahínco a confesar a los ejercitantes.
Uno de los frutos que produjeron los Ejercicios en la vida de su Parroquia fue la asiduidad con la que sus feligreses concurrían a la recepción de los Sacramentos:
“El que anden [los feligreses] cuatro, seis y más leguas para confesarse todos los meses o antes, se ha hecho tan común, que se mira ya como el modo ordinario de vivir entre aquellos cristianos».

Sin embargo el fruto más notable e impactante -signo por otra parte del auténtico encuentro con el Señor- fue la profunda reforma de vida de sus fieles. De tal forma la práctica de los Ejercicios fue un verdadero fermento renovador de la vida cristiana de la zona:
«Además era harto sabido que la gente que concurría a los santos ejercicios salían totalmente transformados y reformados en sus costumbres y manera de vivir […] la gente solía comentar que la Casa de Ejercicios era un verdadero semillero de conversiones, plenamente comprobado por todos. Jamás se oyó que todas estas conversiones las realizara el SD buscando gloria humana o otro fines de halagar su vanidad, sólo le interesaba la mayor gloria de Dios, como solía repetir con frecuencia.»

Sacerdote consciente de los desafíos de su tiempo

Ante la nueva Argentina que -con luces y sombras emergía en la llamada “generación del 80”- él no se detuvo en los rasgos negativos del liberalismo, del anticlericalismo sino que vio también -mezclado como todo lo que sucede en la vida- los rasgos del legítimo progreso de la modernidad, la importancia de la comunicación, de los nuevos medios y posibilidades que surgían en nuestro país. Brochero, en cambio, asumió el desafío paciente del diálogo con gobernantes, políticos, profesionales, hombres de la cultura de su época, creyentes y no creyentes, siendo para todos un pastor. Consciente también de las sombras del liberalismo, asumió prudentemente todo lo positivo que esa misma generación liberal podía aportar al progreso de su gente (telégrafos, educación para la mujer, construcciones modernas, nuevas industrias como el turismo) buscando sabiamente de impregnarlo todo con la sal y la luz del Evangelio. Brochero decidió no enredarse en discusiones estériles contra el laicismo de su época, y logró contrarrestar lo negativo del liberalismo a través de su accionar coherente y evangélico:
“El SD manifestó repetidas veces que él no quería tener disputas, ni polémicas públicas… Mientras nosotros nos debatimos aquí en Córdoba en polémicas estériles, allá tras la Sierra, el señor Brochero está reformando las costumbres, librando otras batallas mucho más importantes que la que hacemos nosotros, como ser haciendo escuelas, levantando capillas, reformando a todos en su casa de Ejercicios y enseñando la doctrina a todos los niños’“.
“Prefería ganar a los enemigos con la bondad y la amistad y no tanto con las críticas y luchas”.

Tenía clara conciencia de que en Dios es la fuente auténtica de la dignidad humana y por tanto predicar a Cristo es llevar a todo hombre a una vida más digna y humana. Esta convicción lo llevaba a que en su acción pastoral siempre estuvieran unidos vida en Dios y vida humana más plena. En su mente y corazón de pastor, evangelización y promoción humana formaban un binomio inseparable. A diferencia de muchos sacerdotes de su época, entendió su misión de manera amplia, integral, sin limitarse a lo sacramental, llegando a alcanzar horizontes que aún hoy sorprenden por su audacia, intensidad y amplitud.

Sacerdote lleno de misericordia

José Gabriel Brochero entendió que la humanidad necesita más compasión que condena, como dice el Evangelio de Juan: “Dios no envió a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo por medio de Él” (Jn. 3, 17). Sabemos que hoy el ejercicio de la misericordia no es ni menos importante ni menos necesario que en tiempos de Brochero. La Iglesia misma aparece como una comunidad de heridos. Pero Ella ha recibido la gracia y el encargo de prolongar en la historia la misión de Jesús, el Buen Samaritano. Todos nosotros participamos al mismo tiempo de las heridas de los hombres y de la misión sanante de Jesús. Y el Espíritu hoy nos invita -como lo hizo en el corazón cristiano y sacerdotal de Brochero- a ser más compasivos que críticos, más misericordiosos que censores; más humildes y veraces para confesar nuestros pecados y para acoger con corazón misericordioso a los pecadores.
“Vivía en el Curato de Soto un señor de mala vida, hombre reacio y de averías. Un día llegó por allí el SD de visita a la casa del Cura de Soto, cosa que hacía de vez en cuando y siempre trataba de conversar con la gente y de hacerse amigos. Así fue que llegó a la casa de un señor que el testigo no recuerda su nombre, y se fue haciendo amigo. El mismo Cura de Soto le decía que no fuese porque no sabía qué clase de hombre era este señor de referencia, y también los mismos vecinos le informaron de la misma manera. Pero el SD hizo caso omiso de los decires de la gente y de la misma opinión del Cura párroco del lugar, y en poco tiempo nomás conquistó al hombre de vida irregular, se hizo amigo y lo trajo a los Ejercicios. Al poco tiempo también trajo a la mujer que vivía con él, la hizo que practicara los Santos Ejercicios, después los casó y fueron en adelante ejemplares cristianos. A los que le reprocharon su conducta de llegarse a esa clase de gente, el SD contestaba: ‘La culpa la tiene Nuestro Señor, que Él obró de la misma manera y paraba en la casa de los pecadores para atraerlos a su Reino’ “.

Pero además, Brochero no descuidó el ejercicio de la caridad no sólo para con sus fieles, sino también para con sus hermanos sacerdotes. En la carta en la que solicita uno o dos sacerdotes como ayudantes para su Curato, veamos cuáles son los compromisos que asume frente a su Obispo. Este texto es interesante para conocer los rasgos brocherianos de lo que hoy denominamos «la fraternidad sacerdotal»:
«[…] El Cura procurará que sus cosas sean también de los ayudantes, esto es, verá de no reservarles nada de lo de él […] Los ayudantes le avisarán al Cura Brochero lo que les parezca mal en el trato con ellos o con los feligreses o con las personas particulares, para enmendarse de dicho mal o darles la razón de su proceder [..:] [los ayudantes] han de hacer cada mes un día de retiro junto con el Cura y se han de confesar cada 8 días a no ser que la distancia u otra circunstancia impida esa frecuencia, pero se hará a la mayor brevedad, de suerte que no pase de quince a veinte días. El Cura les dará ejemplo en esa línea confesándose ya con el uno ya con el otro […] Cuanto sean más pecadores o más rudos o más incivilizados mis feligreses, los han de tratar con más dulzura y amabilidad en el confesonario, en el púlpito y aún en el trato familiar. Y si encuentran algo digno de reto, que lo avisen al Cura para que él reprenda a fin de que los feligreses no se recientan con los ayudantes sino con el Cura, porque ya sabe él cómo los ha de retar […] que harán los entierros y funciones […] por algo menos que el arancel, porque así se gana más plata y [se gana] más fama de desinteresado […] que ayudarán al Cura a confesar sanos a derecha e izquierda; y pueden predicar cada vez que quieran y puedan, porque oyentes tendrán siempre.»

Sacerdote configurado con Jesús, el Bueno Pastor

Lo narrado hasta el momento nos muestra claramente cómo el Padre Brochero fue imagen viva del Buen Pastor que da la vida por su rebaño, que sale a buscar a la oveja perdida y goza por cada hermano que se convierte a Cristo. Hizo del ejercicio del ministerio sacerdotal su camino espiritual en donde la caridad del Buen Pastor era el norte que guiaba sus decisiones cotidianas. Vivió lo que nos enseña el Concilio Vaticano II en Presbyterorum Ordinis, 14: “Los presbíteros conseguirán la unidad de su vida uniéndose a Cristo en el conocimiento de la voluntad del Padre y en la entrega de sí mismos por el rebaño que les ha sido confiado. De este modo, desempeñando el oficio del Buen Pastor encontrarán el vínculo de la perfección sacerdotal en el ejercicio de la caridad pastoral que lleve a la unidad su vida y su trabajo”.

Centró toda su vida y su ministerio en el anuncio de la persona de Jesús y en la vivencia cotidiana de la caridad como recapituladora de la vida en Dios; aprendió a integrar las pruebas y contratiempos dentro de su vocación ministerial; permaneció fiel y unido a Dios a través de una vida orante que lo sostenía en la lucha espiritual de cada día como así también lo enraizaba en la escucha y docilidad al Espíritu Santo en medio de la actividad apostólica. Su vida, por la gracia del Espíritu, fue progresivamente convirtiéndose en una huella de Jesús en medio del mundo y como Él “pasó haciendo el bien y sanando a los que estaban oprimidos por el mal” (Hech. 10, 38). Fue dejando entre la gente esa “fragancia de Cristo” (2 Cor. 2, 15) que señalaba a todos que Él sigue vivo y operante en la historia a través de la Iglesia.
El Episcopado Argentino, en enero de 1964, expresó a través del Cardenal Antonio Caggiano su adhesión a la figura ejemplar de Brochero:

“Como todos los grandes hombres, Brochero fue un ‘precursor’. Se adelantó a las ideas de su tiempo y a los métodos pastorales y misioneros de entonces, buscando nuevas maneras de transmitir íntegramente el mensaje cristiano. En este sentido, lo podemos considerar justamente como un precursor del moderno concepto de parroquia como ‘célula primera del Cuerpo Místico de Cristo’ y ‘primera comunidad de vida cristiana’. De un humilde pueblo de escasa vida espiritual, hizo una auténtica parroquia cuya irradiación espiritual todavía hoy continúa en toda la provincia de Córdoba. Se ocupó tanto del ‘cuerpo de su parroquia’ (cuidados a los necesitados, obras de caridad y misericordia, mejoras materiales en iglesias, caminos, proyecto de ferrocarril, etc) como del ‘alma’ de la misma (enseñando, predicando, orando, convirtiendo con la palabra y el ejemplo). Amó a su parroquia hasta el fin y dio su vida por ella. Dios quiso que se inmolara en el más doloroso sacrificio, contrayendo la más penosa de las enfermedades: la lepra, en el decurso de las tareas apostólicas. Pero ni esta enfermedad ni la pérdida de la vista que la siguiera, fueron obstáculo para que el Cura Brochero fuera ‘cura hasta el final’, edificando su parroquia hasta el último día de su vida, con su oración, su Misa, su ejemplo, su caridad”.

Sacerdote fiel más que “exitoso”

José Gabriel del Rosario Brochero nos muestra lo que significa en la vida de un sacerdote la espiritualidad de la fidelidad. Fue un hombre que gustó de algunos o muchos éxitos apostólicos: caminos, escuelas, Casa de Ejercicios, conversiones extraordinarias, etc., pero que también conoció el fracaso apostólico: no logró que se instalara el ferrocarril, el abandono de algunos amigos, las incomprensiones de algunos hermanos sacerdotes y de algunos obispos, la prueba de la soledad en medio de su enfermedad, etc. Pero más allá de esto, su corazón buscó siempre y en todo la voluntad de Dios. Sembró mucho. A veces recogió mucho y otras veces nada o casi nada, haciendo también de esos tiempos de carestía “tiempos de fidelidad” en donde el amor es capaz de resistir el desgaste del tiempo, de las personas, de los planes humanos porque solo la fidelidad de Dios nos establece como creyentes en la paz.

Sacerdote hasta el fin

Como en todo hombre de Dios, hallamos la presencia del dolor purificador en su vida sacerdotal. Brochero conoció el dolor de las «noches» en su intensa vida apostólica: críticas e incomprensiones de algunos sacerdotes, religiosas y fieles; indolencia de algunos gobernantes ante sus pedidos de colaboración (particularmente su sueño irrealizado del ferrocarril) y finalmente, su lepra que lo redujo a la inactividad y a la soledad. El misterio del dolor en la vida de Brochero va gestando cada vez más un corazón humilde que busca sólo la conformidad con la Voluntad de Dios.
El desarrollo del ministerio sacerdotal de José Gabriel Brochero, nos muestra a un hombre inmensamente activo quien, al final de su vida, se vio reducido a la pasividad. Sin embargo, en la pasividad de la purificación es capaz de descubrir desde la fe la mano de Dios que hace misteriosamente fecunda su vida.
El, en otro tiempo, fuerte y brioso, ahora se halla viejo y enfermo, reducido a la debilidad total, a la inactividad. Escuchemos un fragmento de una de sus cartas más hermosas: es la que dirige a su compañero de ordenación sacerdotal Juan Martín Yáñiz (en esos momentos, Obispo de Santiago del Estero): aquí no sólo describe lo que está viviendo, sino que comparte con su amigo cómo experimenta esta etapa de su vida, que presiente será la última:
«Mi querido: Recordarás que yo sabía decir de mí mismo que iba a ser como el caballo chesche que se murió galopando; pero jamás tuve presente que Dios Nuestro Señor es quien vivifica y mortifica y quien da las energías físicas y morales y quien las quita. Pues bien, yo estoy ciego casi al remate y apenas distingo la luz del día y no puedo verme ni mis manos; a más, estoy casi sin tacto desde los codos hasta la punta de los dedos, y de las rodillas hasta los pies; y así otra persona me tiene que vestir o prenderme la ropa. La Misa la digo de memoria y es aquella de la Virgen cuyo Evangelio es: ‘extollens quidam mulier de turba…’; para partir la hostia consagrada y para poner en medio del corporal la hijuela cuadrada, llamo al ayudante para que me indique que la forma la he tomado bien para que se parta por donde la ha señalado […] me cuesta mucho incarme y muchísimo más el levantarme, a pesar de tomarme de la mesa del altar. Ya ves el estado a que ha quedado reducido el chesche, el enérgico y el brioso. Pero es un grandísimo favor el que me ha hecho Dios Nuestro Señor en desocuparme por completo de la vida activa y dejarme con la vida pasiva; quiero decir, que Dios me da la ocupación de buscar mi fin y de orar por los hombres pasados, por los presentes y por los que han de venir hasta el fin del mundo. No ha hecho así contigo Dios Nuestro Señor, que te ha cargado con el enorme peso de la mitra hasta que te saque de este mundo, porque te ha considerado más hombre que yo, por no decirte en tu cara, que has sido y sos más virtuoso que yo. Me ha movido escribirte tal cual ésta, porque tres veces he soñado que he estado en funciones religiosas junto contigo, y también porque el 4 del entrante, entramos 47 años a que nos eligió Dios para príncipes de su Corte, de lo cual le doy siempre gracias a Dios y no dejo ni dejaré aquellas cortitas oraciones que he hecho a Dios a fin de que nos veamos juntos en el grupo de los Apóstoles en la Metrópoli celestial.»

Hacia el final de sus días, ciego, leproso y solo, es cuando Brochero habla con más explicitud en sus cartas, de la oración. Ahora -físicamente ciego- ve con más claridad que está celebrando vitalmente su «última Misa», que es la identificación con Cristo en la Pasión. Sus palabras evocan la oración sacerdotal de Jesús, que intercede ante el Padre por todos los hombres del mundo. Allí en su pequeño cuarto, este anciano sacerdote siente que su corazón sacerdotal es capaz de abrazar con Cristo a todos los hombres de la historia.
Este breve recorrido por la vida del santo Cura Brochero, nos abre un horizonte nuevo y real de este hombre casi legendario que -como Jesús- «pasó haciendo el bien», que supo entregar todas sus energías físicas, morales y espirituales sirviendo al Pueblo de Dios en Traslasierra, en donde su amor y sacrificio le hicieron entrever proféticamente que se quedaría siempre en el corazón de sus serranos:
«Por tantas cosas de las manifestaciones de que me han hecho objeto, he podido pispar que viviré siempre siempre en el corazón de la zona occidental, puesto que la vida de los muertos está en el recuerdo de los vivos.»

La figura del Cura Brochero, nos ayuda enormemente porque en él vemos reflejado lo que todo seminarista y sacerdote anhela ser según las mociones interiores del Espíritu Santo. Pero además, Brochero es una proclamación viviente de lo que el Pueblo de Dios espera que seamos sus sacerdotes. Y nos alerta también acerca de todo aquello que puede hacernos perder el rumbo hacia la santidad. Por todo esto, me parece sencillamente luminosa la observación que, con toda sencillez y contundencia, expresa una testigo en el proceso de canonización:
“Brochero debiera servir de ejemplo a todos los párrocos del mundo”.