BOLETIN OSAR
Año 4 – N° 9
Nueva Evangelización, Nuevo Adviento, Nuevo Pentecostés
Desafíos para la misión y la formación pastoral
Cuarto Encuentro de Teología Pastoral
Panel: Pbro. Carlos Degiusti, Presidente de la OSAR; RP. Luis Casalá s. m., Vocal de la Junta de CONFAR; Hna. Ana María Donato c. c., Equipo de Formación de CONFAR; Sra. Beatriz Vedoya de Berasategui, Co-directora del DEPLAI; Srta. María Fernanda Rodríguez Games, Coordinadora Nacional de Pastoral de juventud.
3 a. Ponencia del Pbro. Carlos Degiusti, Presidente de la OSAR
I. Nueva Evangelización, Nuevo Adviento, Nuevo Pentecostés
El largo adviento de la Historia fue precedido, acompañado y fecundado por la efusión profética -y por lo tanto pentecostal- del Espíritu que impulsó a los profetas a preparar los tiempos mesiánicos.
Y el inmediato adviento de la Virgen nazarena también fue inaugurado por una efusión del Espíritu que la cubrió con su sombra.
Del mismo modo, este nuevo adviento de cara al tercer milenio está fecundado por ese claro acontecimiento pentecostal que es el Concilio Vaticano II, como dice Juan Pablo II en TMA 18.
La afirmación de EN 75 que se nos hizo tan familiar en estos años del post-concilio «el Espíritu Santo es el agente principal de la evangelización» se hace cada vez más evidente cuando comprobamos su acción a la vez suave y arrolladora en los dos extremos del acto evangelizador: dispone a recibir el Evangelio (Nadie puede decir Jesús es el Señor si no está impulsado por el Espíritu Santo»- 1 Cor. 12, 3b) y forma un corazón pastoral en las personas y comunidades agentes de evangelización (l Cor. 12, 8-11; 2 Tim. 1, 6-7). Y ya estaba trabajando desde antes, desde siempre, como «semilla del Verbo» en cada ser humano y en cada pueblo, en su cultura, su sabiduría y su espiritualidad, en una misteriosa acción santificadora y vivificadora, llevando adelante el plan de Dios.
Así, lo descubrimos actuando dentro de la Iglesia (santificación, carismas, ministerios, testimonio, espiritualidad…) y actuando también fuera de la Iglesia en el mundo (signos de los tiempos, desafíos…).
Los creyentes lo experimentamos en el cumplimiento de las palabras de Jesús (Jn. 14, 26): «…les enseñará todo y les recordará lo que yo les he dicho». Es el Espíritu que enseña en situaciones nuevas.
II. Algunas manifestaciones de la acción salvífica del Espíritu en este tiempo de Nueva Evangelización
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Nueva comprensión de la Iglesia:
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Pueblo de Dios.
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Iglesia orgánica y ministerial.
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Iglesia servidora de la humanidad en diálogo con el hombre.
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Que se expresa en su actuar, en la evangelización, su razón de ser, su dicha y su gozo.
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Palabras y gestos papales: su enseñanza, viajes apostólicos, encuentros ecuménicos, pedidos de perdón, defensa de la dignidad del hombre en foros internacionales… Sínodos… colegialidad y universalidad.
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En las Iglesias particulares (en Argentina, en nuestras diócesis): apertura misionera, Iglesia reconciliadora, creciente desvinculación del poder. Se fortalecen los presbiterios diocesanos, los consejos pastorales; se hace más nítida la participación de los laicos en la misión eclesial y en el mundo; se buscan líneas pastorales comunes; se hace realidad el signo evangélico del anuncio de la Buena Noticia a los pobres; crecen la necesidad y los espacios de formación permanente; la Palabra de Dios es cada vez más protagonista de la evangelización, la catequesis y la oración…
Pero no podemos dejar de reconocer que en estas mismas realidades que nos alegran, también descubrimos el camino que nos falta recorrer para que la renovación que el Espíritu nos regaló en el Vaticano II se afiance y consolide. Debemos asumir ciertas lentitudes y resistencias para vivir a pleno el espíritu conciliar. A modo de ejemplo, algunos ámbitos en los que estamos en deuda:
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inculturación.
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pastoral orgánica.
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lenguaje comprensible.
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vocación y misión del laico en la Iglesia y en el mundo.
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autonomía de lo temporal. Diálogo con el mundo.
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ecumenismo.
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Iglesia pobre…
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III. Desafíos para la misión
Vivimos una época de fuerte transición. Con la experiencia de provisionalidad. En pocos años cambió todo. Y sigue cambiando. Experiencia de la inmensa complejidad de las cosas que a muchos lleva a sentirse avasallados o a huir de ellas.
A diferencia de las décadas del ’60 y ’70, la perspectiva de un futuro utópico se nubló. Vivimos más bien un escepticismo. El futuro no es seguro. ¿Vale la pena luchar?
Se imponen con fuerza nuevos paradigmas: prioridad de lo particular, lo personal, lo sensible, lo relativo. No tiene buena prensa lo ontológico, pero ha crecido la conciencia ética de los hombres y los pueblos.
Esto pone en crisis los modos y modelos pastorales tradicionales, pero a la vez abre perspectivas nuevas. Son desafíos en los que el Espíritu Santo nos va mostrando caminos nuevos:
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La necesidad de un cristianismo fuertemente experencial, centrado en la persona de Jesucristo y en su misterio pascual.
Esta experiencia de fe, que ha de ser fundante y no meramente emotiva puede librarnos de ideologizaciones de la fe, o de acostumbramiento a la religión.
Desde esta perspectiva, el evangelizador ha de ser ante todo «testigo», como en la Iglesia apostólica. -
Y para evitar el riesgo de una atomización de experiencias, el desafío es unificarlas en un itinerario, que va desde la experiencia tan humana de la desazón por los acontecimientos, pasando por el encuentro eclesial con Cristo vivo, hasta la misión. Itinerario magistral que Jesús inaugura con los discípulos de Emaús.
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Si la oración es fundamentalmente escuchar a Dios, para reconocerlo presente y actuante; la evangelización ¿no deberá tener también un momento fuerte de escuchar al hombre, para conocer su necesidad de Dios y reconocer a Dios en la historia?
Así, la Consulta al Pueblo de Dios, que nos dio como fruto las «Líneas Pastorales para una Nueva Evangelización», es un lindo ejemplo de esto. -
El diálogo evangelizador no excluye a nadie. La Iglesia se siente impulsada a dialogar con los hombres de otras Iglesias cristianas, con las Religiones, con los nuevos movimientos religiosos, con el mundo, con la ciencia, con el arte. «Llegar a todos» es el lema que marcó a fuego y para siempre la conciencia de mi diócesis natal por parte de su primer obispo, desde los días del Vaticano II hasta hoy.
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La conciencia ética del hombre de hoy nos desafía a encarnar el Evangelio del Reino en la promoción del hombre y la dignidad humana, la atención preferencial a toda forma de pobreza, la valoración y el respeto por las diversas culturas, la defensa de la paz y de la vida en todas sus formas, la defensa de la ecología… «Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo».
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Esta misma conciencia ética pide participación y protagonismo de todos. Por derecho pleno y por deber de pertenencia, no por concesión graciosa. Con todo lo que avanzamos, todavía es una deuda pendiente la participación de los laicos en la Iglesia, no de algunos «promovidos» o «comprometidos», sino de todos en razón de su vocación y capacidad bautismal.
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Esta participación creciente de los laicos ha llevado en las últimas décadas a la irrupción de tantos Movimientos y Asociaciones, con sus propios dones y carismas.
Han traído consigo, como todo lo del Espíritu, riqueza, vitalidad, renovación. Pero todavía no sabemos convivir armoniosamente entre todos. Ya son clásicas las dificultades entre Movimientos e Iglesias particulares. Intuimos que nos necesitamos mutuamente en este tiempo providencial del Espíritu. Debemos ver con más claridad cuál es su lugar en una Iglesia a la vez ministerial y carismática, universal y particular; cómo se articulan en una pastoral orgánica. -
Y quedan tantos otros desafíos para la misión, no menos importantes que los enunciados: el secularismo, las culturas y la inculturación del Evangelio, la justicia, el nuevo orden económico internacional y la exclusión, la bioética, las comunicaciones, la familia… hasta casi el infinito. «He aquí que hago nuevas todas las cosas» (Ap. 21, 5).
Me parece importante a la hora de pensar la misión de cara al tercer milenio asumir claramente la idea de que «nada es profano» pero «todo es secular». Entendiendo por esto que desde que el Hijo de Dios se hizo hombre, se unió de alguna manera a todo lo humano que además por ser creación de Dios, es, por el Espíritu, «semilla del Verbo». Por eso podemos decir que «nada es profano», que todo está impregnado de algún vestigio de Dios (al afirmar esto no negamos la realidad del pecado).
Y por otra parte, todo en este mundo es creado: hasta el alma inmortal del hombre, hasta la naturaleza humana de Jesús. Por ser creado, todo existe en el tiempo, en el mundo. De esta manera todo es secular, pero no por eso menos digno. Y con GS reconocemos su justa autonomía.
Creo que este principio es muy importante para la misión: respetando profundamente a todos, proponer a todos la Buena Noticia del Reino, porque en todos el Espíritu trabaja y dispone para recibir el Evangelio.
IV. Desafíos para la formación pastoral
A- ¿La formación prepara para que los futuros sacerdotes estén acordes con los desafíos de la realidad y de la misión?
Es una pregunta difícil de responder. Sería ingenuo decir que sí sin más.
Sería temerario decir simplemente que no.
Elementos que ayudan:
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conciencia creciente de que toda la formación es pastoral.
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conciencia creciente de que el seminario ofrece sólo la formación inicial. Importancia y necesidad de la formación permanente.
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conciencia creciente de que la pastoral y todo el ministerio evangelizador arraigan en la comunión cada vez más profunda con la caridad pastoral de Jesús (PDV 57).
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conciencia creciente de que la pastoral no puede reducirse a un simple aprendizaje destinado a familiarizarse con una técnica pastoral.
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conciencia creciente de la importancia del discernimiento evangélico sobre la situación sociocultural y eclesial, en cuyo ámbito se desarrolla la acción pastoral (PDV 57).
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la cercanía evangélica a los pobres, débiles y sufrientes sin condicionamientos ideológicos.
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la autoconciencia eclesial en clave de misterio, comunión y misión, que lleva a enraizar la evangelización en la Trinidad, la Encarnación, la Pascua y Pentecostés; a concebir la evangelización como expresión común y cordial de una Iglesia que es comunión; y a abrirse, en espíritu misionero, a las nuevas realidades a evangelizar.
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la progresiva incorporación de los seminaristas en la vida y el servicio ministerial en comunión con el obispo y el presbiterio.
Elementos que dificultan:
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polarizar la formación en uno de sus aspectos: el intelectual, o el espiritual, o el pastoral, en detrimento de la formación integral.
Hoy se ve un riesgo: la adolescencia prolongada, las influencias culturales y las debilidades en lo afectivo y en la voluntad hacen centrar la atención formativa demasiado tiempo en la dimensión humana, en «poner a punto» la persona, centrándose demasiado en sí mismo y a veces perdiendo de vista lo formalmente constitutivo de esta vocación: el envío evangelizador. -
El afán por el «mucho hacer», conocer todos los ámbitos y experiencias pastorales, fragmentando la formación y con el riesgo de caer en activismo, en la falta de reflexión, o de bases teológicas, en el protagonismo personal… y no formar el corazón y la mente del pastor.
Esto formaría un «profesional de la evangelización», pero no un testigo, animado por el Espíritu.
Aquí falta unidad de vida. La formación inicial debe crecer en esto, pero también es tarea del presbiterio, de la formación permanente, del acompañamiento y la maduración como persona y como presbítero. -
Debilidad frente a los fracasos pastorales. Poco sentido de la cruz.
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Cierto aburguesamiento. Poca pasión por el ministerio pastoral, sin ardor misionero.
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Sustentar la identidad presbiteral y la misión evangelizadora en ideas aceptadas racionalmente, o emotivamente, sin un encuentro transformante y en la fe con el Señor.
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Cierta preferencia de muchos seminaristas por el trabajo pastoral en barrios y por una pastoral «de mantenimiento» sin animarse a otros ámbitos más difíciles y desafiantes.
B- ¿Qué pide la Iglesia para la formación pastoral en los Seminarios?
Toda la formación de los candidatos al sacerdocio está orientada a prepararlos de una manera específica para comunicar la caridad de Cristo, Buen Pastor. Por tanto, esta formación, en sus diversos aspectos, debe tener un carácter esencialmente pastoral… La finalidad pastoral asegura a la formación humana, espiritual e intelectual algunos contenidos y características concretas, a la vez que unifica y determina toda la formación de los futuros sacerdotes (PDV 57).
«Por eso, es necesaria una formación específicamente pastoral que incluya tanto la reflexión teológica acerca de la visión de la Iglesia como las necesarias ejercitaciones y prácticas que han de acompañarlas.
«La formación pastoral se ha de comunicar de tal modo que, tanto el estudio como la actividad pastoral, se alimenten y apoyen en una fuente interior que es la comunión cada vez más profunda con la caridad pastoral de Jesucristo. De esta manera, los seminaristas crecerán sobre todo en «un modo de estar en comunión con los mismos sentimientos y actitudes de Cristo Buen Pastor» (PDV 57).
Hasta aquí «Plan para los Seminarios de la República Argentina» Nº 164 y 165.
El criterio último de la acción pastoral y por lo tanto de la formación es «volver siempre los ojos al único paradigma absoluto: el ministerio pastoral de Jesús, en su relación con el Padre, el Espíritu, con los hombres, la Iglesia, los pobres, los pecadores…»
Todo método y planificación encuentran aquí su justificación.
Creo que es el momento para al menos mencionar dos caminos que se van abriendo en el horizonte de la Formación Pastoral:
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la experiencia del «año pastoral». Se trata de un tiempo, generalmente de un año, en que se interrumpe la permanencia en el seminario y la formación continúa en otro ámbito, con una fuerte impronta pastoral. Se da al término del ciclo filosófico, o al terminar el ciclo teológico, antes de la ordenación diaconal. Su finalidad algunas veces consiste en llenar una serie de vacíos que experimenta el seminarista, pero la motivación más propia es la de tener una visión realista del ministerio pastoral junto a una inserción progresiva y lo más natural posible en la vida total de la Iglesia particular.
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la «formación integral permanente». Sucede a la formación inicial del seminario. Insistimos en que la formación permanente no es «pastoral» en sentido restrictivo, ya que no es actualización pastoral o teológica, o en nuevas técnicas. Es «seguir formando el pastor». Es fidelidad a la vocación y a la misión. Es, como dice San Pablo a Timoteo: «reavivar el don recibido por la imposición de manos» (2 Tim. 1, 6).
C- ¿Qué implica para la formación pastoral que el Espíritu Santo sea el agente principal de la nueva evangelización?
Implica una conjunción entre la formación intelectual y espiritual, especialmente sobre los siguientes puntos:
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la Trinidad. La mediación del Espíritu Santo en la Trinidad y en la Salvación.
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el rol del Espíritu Santo en la Iglesia y en la vida sacerdotal.
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cómo el Espíritu Santo condujo a la Iglesia en toda su historia.
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que la Iglesia no comienza ni termina con nosotros: humildad y disponibilidad de instrumentos, en actitud de confianza y abandono.
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discernimiento evangélico personal y comunitario, tanto para interpretar la realidad cuanto para ver si los criterios que usa para interpretar y trabajar en la Iglesia son del mundo o del Espíritu.
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conciencia de que el testimonio no es individual, sino comunitario, eclesial.
Si el Espíritu Santo que anima la evangelización es el Espíritu de Verdad, hemos de escrutar la realidad iluminados por su luz. A veces da la impresión de que no conocemos suficientemente el hombre y el mundo a evangelizar. Nos manejamos con frases hechas, o damos por supuesto que las cosas son como las pensamos o creemos nosotros. Ej.: es un lugar común decir que el 90% de la población argentina es católica. Pues bien. El estudio realizado en 1997 por el Equipo Técnico del Proyecto Compartir en las cuatro diócesis piloto dio como resultado que sólo un 64% de los niños nacidos son bautizados, y apenas el 47% llega a la primera comunión. ¿No éramos el 90%? Hemos de dejarnos conducir por el Espíritu hacia un realismo pastoral. Conocer la situación concreta de nuestra gente. Le podríamos llamar a esto una buena antropología pastoral.
Es necesario que el futuro sacerdote vaya creciendo, como experiencia personal y estilo pastoral, en el vivir y acompañar a sus hermanos a vivir la Pascua de Jesús, que guiado por el Espíritu en su donación de amor, hace pasar al hombre y su cultura de situaciones de muerte a situaciones de vida.
Además, debe cultivar la familiaridad con los santos y con la renovación evangelizadora que provocaron en su tiempo.
De todo esto ha de salir una empedernida forma de ver el mundo de otra manera. «¡Vio Dios que era bueno!». ¡Jamás verlo como malo, irremediablemente perdido! ¡Hay tanto soplo del Espíritu, hay tanta búsqueda de Dios! No se puede ser cristiano ¡y menos ejercer el ministerio pastoral! sin una tozuda simpatía por el mundo.
3 b. Ponencia del R.P. Luis Casalá s.m., vocal de la Junta de CONFAR
1. Abordaré el tema de los «desafíos para la misión y la formación pastoral frente a la nueva evangelización (NE)», desde la perspectiva de la vida consagrada, dado que me han convocado como un referente de la misma. Me permito explicitar tres premisas que sin duda compartimos pero que tal vez valga la pena recordar como fundamento de lo que sigue:
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sin duda que al hablar de «formación de consagrados/as» todos estamos pensando en «jóvenes concretos» viviendo una determinada situación. Por eso tenemos que tener en cuenta la realidad que hoy viven los jóvenes y señalar alguna de las principales características que hoy presenta la «juventud». Al fin y al cabo los jóvenes serán los agentes de esa nueva evangelización, son los destinatarios de la formación (y también deben ser los agentes), y son los mejores exponentes y portadores de la «nueva cultura». Pero también pensamos en una «vida consagrada concreta» que hoy pasa por un momento histórico muy particular.
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sin duda que al hablar de «misión» pensamos en «historia». No podemos pensar la misión fuera de la historia y de una «historia concreta», con determinadas características, dinamismos, tendencias… Por eso conviene también señalar algunos de esos «hechos» históricos que por su particular significatividad se constituyen en desafíos, o en «signos de los tiempos».
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sin duda que cuando hablamos de «formación pastoral» no estamos pensando en una asignatura al lado de las otras y al final de un largo proceso teórico en lo cual lo pastoral termina siendo un «apéndice» más o menos feliz y «práctico». Conviene recordar que desde la génesis del proceso formativo, que es un camino de «iniciación», se está formando un misionero, una persona que se prepara para la pascua, para dar la vida con y como Jesús. El «maestro» es el Espíritu Santo que va «conformando» con Jesús. No tiene otro objetivo el proceso formativo.
2. Desafíos para la misión y la formación pastoral.
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Un nuevo escenario socio-económico: el «deterioro social»: empobrecimiento, la brecha entre ricos y pobres, la exclusión, la ruptura social (el crecimiento de la economía y la desocupación; la violencia, la inseguridad, familias quebradas, familias «nuevas»). Cambios en el modo de producción: cambios tecnológicos…
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Un nuevo escenario político: la globalización y la fragmentación; el nuevo rol del estado y el surgimiento de la sociedad civil.
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Cambios a nivel antropológico: la subjetividad y la acentuación de lo no-racional (los sentimientos, lo simbólico, el arte; la relación hombre-mujer; los nuevos descubrimientos: el cuerpo, lo sexual, el inconsciente…; la juventud como «valor»/»ideal de vida»…).
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Un nuevo escenario religioso: el retorno de lo sagrado, pluralismo, subjetivismo.
3. Desafíos desde la perspectiva de la VC.
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Una VC en tiempos de cambio, re-fundación… Una VC que se pregunta por su identidad: frente al surgimiento del laicado y de las nuevas comunidades…
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Una VC «envejecida», con gran peso institucional, quiebre generacional…
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Una VC que se sitúa y que se siente llamada a nuevas fronteras/areópagos…
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Una vida consagrada en la cual la vida fraterna, una de sus notas esenciales, se hace particularmente dificultosa por las edades diversas, activismo…
4. La formación en este contexto y frente a estos desafíos.
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Los formadores: demasiado jóvenes, demasiado viejos, cansados, con poco éxito (desmoralizados…), sin preparación adecuada (psicológica, espiritual,…) o que ya han probado todas las recetas… la importancia del «liderazgo», de la animación, se necesita cierto «carisma» de iniciador.
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Los jóvenes que llegan: su experiencia familiar y «cristiana», su edad…, el peso de la cultura postmoderna, de la cual son hijos, los tiempos prolongados de maduración, discernimiento y de terapia, la integración de las experiencias sexuales que muchos han vivido, la inestabilidad…
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Los espacios de formación y contención: la comunidad formadora, las experiencias pastorales… mecanismos de «revisión de vida», oración compartida, evaluación…
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La importancia de la formación teológica, profesional: la capacitación para el diálogo con la cultura y las ciencias, la integración de fe y cultura. Formación «encarnada y pastoral», a partir de la vida.
5. El perfil del religioso/a que queremos formar. Desde luego que será muy importante saber qué religioso/a queremos formar. ¿Cómo será, o cómo debería ser el religioso del futuro? Vale la pena señalar un breve perfil:
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Experto en las cosas de Dios, con «experiencia propia» de Dios… para poder ser profeta, detectando las manifestaciones del espíritu en la historia…
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Sólido, firme, autónomo, asentado en convicciones hondas y personales, maduro afectiva y sexualmente…
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Fraterno, cercano, persona de comunión, solidario, capaz de trabajar en equipo/en red, de dialogar, pluralista, abierto, … y también con capacidad de liderazgo (# autoritario)…
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Misionero, «hombre de frontera», capaz de proponer la fe y no sólo de consolidarla y educarla…, consciente de que evangelizar exige inculturar.
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Misericordioso: para re-construir lo fragmentado; cercano a los que sufren…
6. Los principales medios de formación.
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Lo «intercongregacional». La inserción en la iglesia local.
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El acompañamiento espiritual… los «maestros».
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La vida cotidiana… equilibrio… preparar para la «rutina»…
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La comunidad…
7. Las actitudes que no deberían faltar en el que inicia un proceso formativo.
8. Contenidos:
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La palabra de Dios: lectio divina, «proyecto palabra-vida»…
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El carisma/la espiritualidad propia: «proyecto de relación con Dios y con el ambiente circundante, caracterizado por peculiares dinamismos espirituales y por opciones operativas que resaltan y representan uno u otro aspecto del único Misterio de Cristo…«. «La vida espiritual debe ocupar el primer lugar en el programa de las familias de vida consagrada, de tal modo que cada instituto y cada comunidad aparezcan como escuelas de auténtica espiritualidad evangélica…» VC 93.
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Recuperación de la formación Humanista. Indispensable para el diálogo fe-cultura. Análisis crítico de la realidad social: ciencias sociales/los MCS…
3 c. Ponencia de la Hna. Ana María Donato c.c., Equipo de formación de CONFAR
De los objetivos propuestos para este Cuarto Encuentro de Teología Pastoral, me centraré en el segundo:
Comprender los nuevos desafíos y buscar caminos para la formación y la acción pastoral en comunión
Como la misma palabra «pastoral» oscila entre un significado eclesial amplio y otro ministerial estricto, me situaré desde el significado eclesial amplio entendiendo a la formación pastoral como una dimensión de la formación de todo cristiano que (Ch. L. 59-60), desde el bautismo es convocado a la santidad y a la misión (R. M. 90) y por eso, a colaborar como «agente pastoral» en la misión de la Iglesia.
En este contexto situamos la acción pastoral de los religiosos como una dimensión esencial de la vida religiosa en cuanto tiene relación con el anuncio explícito del mensaje evangélico. Así, consideramos que en la formación para la vida religiosa tiene especial preponderancia la formación «en, para y desde» la acción pastoral.
Queremos decir que en la mira de la formación tenemos la persona del joven, de la joven religioso/religiosa, varón/mujer apostólico/a, quienes por medio de los consejos evangélicos y fundamentados en la Persona de Jesús, se dedican totalmente a Dios como a su Amor supremo, viviendo en Iglesia, en comunidad de hermanos y hermanas, la misión de hacer realidad hoy el Reino definitivo por medio del anuncio explícito del mensaje cristiano.
La acción pastoral es una de las dimensiones fundamentales de la formación para la vida religiosa, junto con otras, como la espiritualidad, los votos, la comunidad, etc. Desde aquí y por el camino de búsqueda, reflexión y concreciones de estos últimos años, llegamos a algunas convicciones y algunos desafíos.
Convicciones:
1. La formación para la vida religiosa, en su dimensión pastoral, encuentra su cimiento y motor en la Persona de Jesús Pastor, que dio su vida por las ovejas, por «reunir al Pueblo de Dios disperso», dio su vida por buscar a la última y traerla al rebaño. Pastor cuyo único horizonte era el Reino prometido por el Padre para todos sus hijos. Toda la acción de Jesús confluía en este fin: atraer a todos a Dios. Desde este Jesús Pastor, todos estamos llamados a vivir la dimensión pastoral de nuestra vida cristiana. Los religiosos hacemos profesión para que con toda nuestra vida posibilitemos una pastoral de re-unión de los hijos de Dios, de comunión, de pertenencia al mismo rebaño de los hijos y por eso hermanos.
2. La formación en la dimensión pastoral se apoya en una persona, varón, mujer que se vive a sí mismo como perteneciente al rebaño de los hijos de Dios, necesitado de su Padre Dios, de hermanos en el camino, de ayuda para crecer y desarrollarse. Necesitado del Hijo del Padre: Jesús Pastor, que lo conduce a la plenitud de la vida y que con su propia Vida lo impulsa a entregar lo recibido, a ser solidario, como camino de mayor plenitud personal y realización del único rebaño.
3. La formación pastoral de los religiosos tiene su sentido más claro en, desde y para la comunidad. Comunidad de hermanos y hermanas, comunidad eclesial, comunidad social como plataforma de vida propia de los religiosos/as, desde donde somos impulsados a desarrollar nuestra vida entera; comunidad taller donde crecemos, somos felices, tenemos la posibilidad de equivocarnos, ser perdonados, celebrar y especialmente, confrontarnos y ser confrontados con y por otros, que nos ayudan a ser más hijos y más hermanos. Comunidad que creamos y re-creamos, en un caminar histórico, lento pero posible, para ir construyendo -como colaboradores del Padre- una Iglesia renovada, una sociedad nueva, más fraterna y justa.
4. La formación pastoral de los religiosos debería responder al carisma propio de cada familia religiosa, dado por el Espíritu Santo al inspirar a los fundadores plasmar en un grupo de hermanos/as distintos rasgos de la Persona de Jesús para hacer visible en el mundo.
5. En la formación pastoral necesitamos definirnos por un método, tanto de formación especifica, en las primeras etapas en la vida religiosa como de aplicación después, a lo largo de la vida. La experiencia nos ha ido definiendo por el de «la pedagogía de la acción pastoral». Esta parte de las mismas acciones pastorales cotidianas o más significativas que ya estamos realizando y enseña a ubicarlas en el contexto socioeconómico y cultural, mediante el análisis de la realidad y proporciona caminos para hacer más efectiva la incidencia en el ambiente, afinando enfoques teóricos y llevando a crear planes de formación y cultivo de actitudes y a la elaboración de proyectos de cambio, a distintos niveles, social, comunitario, etc.
En otras palabras, la pedagogía de la acción es un método para llevar a transformar la realidad y a las mismas personas a partir de la acción situada en la comunidad, sirviendo la acción como coagulante de la fraternidad, de la amistad, de la formación, de la vivencia de la fe, de la planeación, de la revisión de vida, de la oración y de los valores gratuitos. El derrotero es puramente formativo, tiene un eje y punto de partida: la acción pastoral actual de la persona y de la comunidad. El enfoque es la libertad: desde esa acción pastoral se busca apoyar los procesos de maduración, plenitud y libertad de las personas y grupos, pero respetando esos procesos.
Este método, en Argentina tiene una impronta peculiar y es su aporte a la formación para la vida religiosa de América Latina. Ha incorporado como ejes fundamentales: el análisis de la cultura; lo simbólico como mediación y expresión de la experiencia de Dios y la «Lectura Orante de la Palabra». (esta última, también un método de formación para la oración, aquí se combinan ambos para la acción pastoral).
Esto supone una seria capacitación para la planificación pastoral, pues es fácil comprender que una formación pastoral así entendida exige lectura, estudio, reflexión, oración y confrontación sistemáticas.
En este contexto, qué es planificar? Conviene aclararlo, pues la generalización de diversas metodologías de planificación han degenerado en una producción masiva a nivel de papeles y planes que raramente se ponen en práctica de una manera continua y consecuente. Además criticamos el excesivo poder atribuido a los tecno-burócratas, quienes producen resultados insignificantes en relación al tiempo y al esfuerzo técnico-administrativo.
Para la «pedagogía de la acción» la planificación no es una actividad meramente técnica, exenta de valores. Como cualquier otra actividad social tiene connotaciones político-normativas muy claras. La selección del problema pastoral, la idealización del modelo deseado, la definición de metas y objetivos, la selección de algunas entre las varias alternativas, la selección de recursos, implican siempre juicios de valor y se someten a ciertos intereses, los del Evangelio de Jesús. La planificación pastoral, en el marco de la pedagogía de la acción es un método de discernimiento pastoral.
Así, podemos decir que planificar es:
UNA ACCIÓN que favorece anticipar de manera orgánica lo que la persona y la comunidad pretenden.
AUMENTAR EL GRADO DE CONCIENCIA de la relación de una persona y/o comunidad con los acontecimientos de su medio ambiente.
PASAR DE LO ESPONTÁNEO A LO PREVISIBLE dándole a los acontecimientos el destino deseado, forjando el futuro que se desea al protagonizar el cambio de rumbo de los hechos.
Planificar es creer en metas queridas y anticipadas y ayudar a que los hombres y mujeres manejen sus propios asuntos. Es hacer acontecer. Es hacer que las personas y comunidades sean dueñas de sus propios procesos. Es una anticipación de futuro. La noción de futuro implica también un modelo idealizado. Este modelo tiene en sí mismo juicios de valor. Los modelos son proyecciones de lo que imaginamos ser mejor para las intencionalidades de la persona y comunidad planificadora. El futuro causa el presente en la medida en que las expectativas de futuro inducen a acciones en el presente. Así se asegura la efectividad de la naturaleza de la comunidad, al establecer el tipo de impacto que quiere tener sobre la realidad a través del MODELO IDEALIZADO hacia el cual se dirige, cuando opta por una de las alternativas posibles que se orientan hacia ese modelo.
Todo esto implica una percepción del impacto de nuestras acciones pastorales sobre la realidad personal, comunitaria y social y sus condicionamientos, una determinación de los Marcos Teóricos Implícitos y Explícitos que orientan nuestras acciones y una definición de Opciones y Objetivos comunes.
La vitalidad de un plan es lo que media entre el modelo deseado y lo posible. Ciertamente intervienen las posibilidades reales de la persona y de la comunidad, que van a realizar el Plan y los recursos materiales, técnicos… pero interviene en mucho mayor grado la aceptación de este Plan por la comunidad y la legitimación del mismo como una alternativa para el cambio. El suceso de un Plan, aunque muy bien elaborado, dependerá mucho de la correlación de las fuerzas sociales y de las presiones directas o indirectas de los grupos involucrados.
El proceso de la planificación de la acción pastoral:
Toda persona y/o comunidad tiene una intención previa, tiene unas propuestas, plantea unas acciones, precisa algunas necesidades a las que PRETENDE responder. Esa intencionalidad es anterior a la Planificación.
PRETENDE
Visión que el grupo tiene de la realidad |
Intencionalidad y Opciones previas Utopías |
En este momento se observan y organizan los datos (hechos, experiencias) de la acción pastoral en el contexto de la realidad global. Pretende analizar la acción desde el pastoralista, desde los destinatarios, desde el contexto y los presupuestos teóricos para determinar la Situación Problemática de la acción.
La integración consciente del contexto cultural y la realidad histórica es la vía acertada para orientar debidamente la acción en la línea de un Proyecto Histórico. De ahí la importancia de pasar a la consideración temporal del pasado con su influencia en el presente a fin de impulsar una conciencia crítica de la realidad histórica. Quien no conoce su historia está obligado a repetirla. Cuando una comunidad asume su historia reafirma su identidad.
Como dejó constatado Medellín, hoy Iberoamérica se encuentra «en el umbral de una nueva época histórica» (Int. 4) y según Puebla, «en un trascendental momento de transformación cultural». (441).
Objetivos (dentro de la Planificación)
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Ubicar la acción Pastoral en el proceso histórico como agentes que somos de la Historia y aclarar los problemas que tenemos en dicha acción.
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Descubrir las incoherencias que tenemos en la acción pastoral.
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Enriquecer la respuesta de acción desde una conciencia crítica de la realidad histórica.
Aspectos del proceso histórico:
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La concatenación de los acontecimientos
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Y simultáneamente, el proceso de la libertad humana.
Entre este momento y el planificar propiamente, hay otro que sirve de puente y que es el del análisis teórico. Este momento analítico significa el contenido teórico de Principios, Criterios y Opciones que deben enriquecer la Etapa de Percepción de la realidad para llegar a una respuesta sistemática de acción. Este contenido es asumido tanto de las ciencias teológicas pastorales, como de las Ciencias Humanas y Sociales. Todas ellas son mediaciones para asumir a nivel «sistemático» la respuesta de acción pastoral.
Los dos momentos de la Teoría son el Marco Doctrinal y el Marco Teórico. El primero es el conjunto de Principios que conforman la Doctrina de un grupo humano en su acción. Esta doctrina, consciente o inconscientemente fundamenta su acción y está consignada en diversos Documentos que conforman la constitución y tradición del grupo. El segundo se refiere más directamente a la acción. Son los criterios que orientan la acción y provienen del Marco Doctrinal. Son las opciones que determinan la acción y que provienen de los carismas especiales de la comunidad.
El tercer momento ya es propiamente de planeación. Partimos de una hipótesis sistemática que es una propuesta de acción a los puntos críticos de nuestra acción pastoral convertidos en desafíos. Considerando esa propuesta es necesario definir ahora las Líneas de Acción con sus enfoques y finalidades. Así conseguiremos elaborar un Plan Global.
Después de este recorrido, estamos en condiciones de plantear dos grandes DESAFÍOS que se nos presentan:
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La magnitud y pluralidad de urgencias pastorales provocadas por graves situaciones de riesgo en la sociedad neoliberal y en tiempos de gran escasez de agentes, hace que dediquemos poco tiempo y fuerzas a la formación de dichos agentes, a la formación de los religiosos/as en esta dimensión. Somos conscientes de que en la mayoría de los casos, los formandos asumen tempranamente responsabilidades pastorales y se enfrentan a problemas para los que no están capacitados aún.
Comúnmente la pregunta no es ¿qué hacer? sino ¿cómo hacer? Cómo hacer para que la respuesta sea más eficaz, transformadora de la realidad y que acontezca el Reino. La pregunta es por el método para llevar adelante las respuestas. En nuestras pastorales hacemos muchas actividades, variadas y creativas, invertimos muchas energías, medios y tiempo y los logros no están de acuerdo con todo lo invertido. Esto produce mucho desánimo, frustración y a la larga desgaste en la fe de los agentes pastorales. -
El otro desafío lo planteamos en la línea de lo comunitario. En un momento de cambio de época, en que el sistema neoliberal nos plantea una propuesta de globalización, de uniformidad, una propuesta de mediocridad (todo es light y cómodo) y sobre todo, una propuesta de individualismo, de «sálvese quien pueda» pareciera que la fuerza de la vida comunitaria se va perdiendo, el modelo comunitario necesita ser re-creado para expresarlo como valor evangélico «no negociable». Si es así, el partir de la acción pastoral personal y comunitaria, en este momento, puede ponerse en cuestión, pues partimos de un punto necesitado de re-expresarse.
Bibliografía utilizada:
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«Elementos esenciales de la Doctrina de la Iglesia sobre la V. R.». SC para los Religiosos e Institutos Seculares.
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«La vida fraterna en comunidad». Idem
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Revista CIV (Cursos de Iglesia y Vocación) de la Casa de la Juventud de Bogotá, Colombia.
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«Pedagogía de la acción» de A. Londoño. Bogotá, Colombia
3 d. Ponencia de la Sra. Beatriz Vedoya de Berasategui, Co-directora del DEPLAI
LA FORMACIÓN DE LOS FIELES LAICOS
Agradezco la invitación que se me ha hecho para integrar este panel. Lo veo como un paso esperanzador en el camino de la Iglesia. Abrir ámbitos que parecían tan cerrados seguramente traerá una nueva forma de relación que los fieles laicos estamos deseando. Les agradezco la escucha a mi sencillo testimonio. Trataré de expresar mi experiencia personal en cuanto a la formación y luego en mi tarea en el Departamento de Laicos de la Conferencia Episcopal Argentina (Deplai), donde recogemos el sentir y el pensar, no por supuesto de todo el laicado, pero sí de muchos con quienes, observando la realidad, conversamos sobre el tema.
Con respecto a mi persona puedo decir que la formación, en el sentido amplio de la palabra, me ayuda a mantener una fe activa y madura; me sostiene en mi vocación matrimonial y familiar; me compromete seriamente en la difusión del Reino y va develando, poco a poco, el profundo significado de la vida en el Amor. Es decir, realiza la unidad entre mi ser de la Iglesia y mi ser del mundo. Todo esto, aunque siempre débil, sé que es fuerte, porque aprendí «en quién he puesto mi confianza.»
Tuve, también en el plano personal, la dicha y el gozo de dirigir en mi diócesis la primera experiencia de una Escuela de Formación para laicos. Los cursos eran de todo tipo, bíblicos, eclesiológicos, psicológicos, de literatura o cine con orientación humanística cristiana, de oración, de doctrina social, etc. Esta idea surgió en mí como una respuesta a la Christifideles Laici, «la formación es un deber y un derecho de todos», (pto. 63). Además, sentía que la incredulidad y el secularismo de nuestra época se debían en gran parte a una inmensa laguna que los hombres y mujeres teníamos en lo que significa vivir una experiencia religiosa, la ignorancia en materia doctrinal y los prejuicios tan arraigados por una débil formación. Este proyecto sólo duró diez fructuosos años. No me arrepiento de haberlo intentado porque conozco los frutos que estos cursos dejaron no sólo por lo que se enseñó y aprendió, sino fundamentalmente por la experiencia de Iglesia cordial y sencilla que se realizaba en esa comunidad donde todos enseñábamos y todos aprendíamos.
Mientras tanto había comenzado mi tarea en el Departamento de Laicos. Tengo que reconocer que al principio me costó bastante adecuarme a esta nueva labor. Poco a poco el Señor fue haciendo lo suyo y hoy puedo decir con alegría que los laicos conformamos junto a nuestros pastores equipos muy unidos y que se van concretando proyectos que hacen a la realidad laical y a la vida de la Iglesia.
Hace algunos años preguntamos a todos los obispos en qué querían que pusiéramos nuestros esfuerzos, y dimos una serie de temas para elegir. El que obtuvo mayores votos fue el de la formación. Evidentemente los obispos dieron muestras de saber la lección, ya que la misma es una gran preocupación en el Magisterio de nuestra Iglesia y en los documentos Latinoamericanos (Medellín, Puebla, Santo Domingo). Podríamos preguntarnos por qué se dejó en algún momento esta necesidad de formarse. Me animaría a decir que algo tuvo que ver la época de la guerrilla donde militaban laicos cristianos con una buena formación y también quizás por un cierto temor de que los avances en la teología hiciera tambalear la fe de los creyentes.
Desde el Deplai entendimos desde el comienzo que cuanto más se crecía en formación, más profunda era la vida de la fe y mayor el compromiso evangelizador. La idea no pasaba por hacer planes de estudio, sino más bien por alentar, impulsar, despertar el deseo en los fieles laicos, y que nos ofreciéramos como un lugar de servicio.
El primer paso que dimos fue convocar a un encuentro de formadores a nivel nacional, ya sea de diócesis o de Movimientos o Asociaciones, para apoyarlos, saber en qué estaban, conocer sus dificultades, sus requerimientos y sus anhelos.
El segundo paso fue la redacción de material sencillo pero profundo con los temas propuestos por el Santo Padre para cada año hasta la celebración del Gran Jubileo de la Encarnación de Jesús. Este material fue solicitado a distintos laicos, ya sea licenciados en teología o filosofía como a personas comunes que sabíamos podían reflexionar sobre tal o cual tema. Se editaron en forma de cuadernillos, por lo accesible de su precio ($2), y se difundieron a través de distintos medios en el orden nacional. Somos conscientes de que en lo que a difusión se refiere, siempre nos quedamos cortos. Pero nos alegramos un montón cuando recibimos cartas de agradecimiento de personas que lo leen y lo divulgan en una cárcel, o en una de esas capillitas donde cualquier hoja escrita es siempre bienvenida.
Tratamos también de difundir masivamente textos que consideramos deben conocer todos los laicos. Por ejemplo los escritos de Mons. Giaquinta sobre la Reforma Económica de la Iglesia y la comunión de bienes, y los mensajes del Papa Juan Pablo II, y del Card. Ratzinger, en el reciente encuentro con Movimientos, Asociaciones y nuevas comunidades. El objetivo es que no todo pase tan velozmente; que se pueda masticar y rumiar la riqueza contenida en cada palabra escrita o pronunciada, para luego elaborar acciones concretas. Estos textos contienen una catequesis y una teología nada desperdiciables.
Nuestra responsabilidad en la tarea de la formación podríamos decir que se abre hacia dos cauces: a) hacia los laicos, para lograr que asuman esta urgencia de su formación y b) hacia los pastores y presbíteros, para que continuando su propia formación, impulsen y realicen la preparación de laicos que sobresalgan en los diversos campos del quehacer laical.
Dejamos en claro que al hablar de formación lo hacemos en el sentido más amplio de la palabra, es decir, conocer, orar, participar, y que incluimos a disciplinas humanas que no podemos soslayar como la psicología, pedagogía, antropología, como a toda otra forma de expresión cultural.
En cuanto a los ámbitos de la formación sabemos pueden ser diversos: cursos, talleres, charlas, lecturas, homilías, retiros, preparación para algún ministerio, escuelas, Institutos, universidades, etc.
Un espacio que aún no es utilizado para la formación es el de los medios de comunicación, especialmente la radio y la televisión, es decir el lenguaje oral y el de la imagen. No sabemos muy bien por qué, o por lo menos no lo tenemos muy claro. Justo, los medios más utilizados por los pobres, a quienes no debemos olvidar. Gracias a Dios, esto no nos está pasando con el lenguaje escrito, hay montones de publicaciones, ni tampoco con Internet donde el Deplai tiene su página web para acceder, entre otras cosas, a textos de formación. Si bien su uso actual se circunscribe a una determinada franja de la población, los alcances en el futuro parecen ser importantes.
Observamos también la dificultad de los adultos en trasladarse a lugares muy alejados de su hogar o de su lugar de trabajo para realizar algún estudio más sistemático, como también la escasa disponibilidad horaria.
Surge muchas veces también la gran incógnita de si bajamos el nivel de lo que se enseña o si es mejor elevar el nivel de sólo algunos pocos. Creo que la respuesta está en ambas propuestas. Tengo fresca en mi memoria la Carta del Papa a las Familias, y me pregunto ¿cuántas familias cristianas se enteraron de la riqueza de su contenido?. En este caso era bueno hacer como un sencillo resumen que llegara a sus verdaderos destinatarios.
Quiero recalcar sobretodo la necesidad de incentivar a los laicos a crecer en una formación permanente y a interesarse por todo lo que hace a la vida de la Iglesia. Para ello será necesario que se valorice que la teología es eclesial y por tanto obligación de todos sus miembros. Recoger las experiencias y vivencias de los laicos para elaborar una teología sobre temas que les tocan específicamente, como puede ser el caso de la vocación matrimonial, ayudará a realizar este cometido.
El despertar religioso creo que va a depender, no sólo de la acción del Espíritu, sino en cómo presentamos el mensaje de Jesús a la cultura de hoy. Reconocer que las cosas cambian y generalmente para mejor es mirar con optimismo y esperanza el futuro de la humanidad. Recuerdo cuando por medio de una lectura, me enteré que en los primeros tiempos de la Iglesia las mujeres tenían prohibido dar catequesis. ¿Se imaginan lo que hubiera pasado con la Buena Noticia si esta norma hubiera permanecido, ya que son mayoritariamente mujeres las que realizan esta tarea pastoral?. Esta inculturación tenemos que hacerla entre todos en la Iglesia.
Tomemos otro ejemplo. La familia actual es distinta de la de hace tan sólo algunos años. Si bien sigue funcionando la autoridad de los padres, ésta se ejerce en forma distinta, pues es un servicio al crecimiento de los hijos. Padres e hijos, participan de las decisiones, de los proyectos, y cada uno entrega lo que es y lo que sabe ejerciendo sus libertades. En la gran familia que es nuestra Iglesia, los laicos anhelamos este tipo de relaciones.
Las cosas positivas que encontramos en nuestra sociedad tenemos que pensarlas también para los ámbitos de formación. La cordialidad, el afecto, el respeto por el otro, el compartir decisiones, el lenguaje comprensible, la flexibilización en los planes de estudio, la camaradería, son algunos de los tantos valores que tenemos que tener en cuenta.
Conscientes entonces de que una formación permanente nos hace crecer en humanidad, nos sostiene en la fe, nos alienta a la santidad y nos impulsa a acciones concretas de evangelización, sugiero algunas propuestas.
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Creación de Escuelas de Formación para laicos o de los llamados Centros de Renovación espiritual, en lo posible dirigidos por laicos, donde se prepare a los distintos agentes de pastoral, con la participación de laicos y sacerdotes comprometidos juntos en la tarea. Teniendo en cuenta la utilización de las ciencias humanas que tanto contribuyen a la formación de la identidad y de los afectos. Logrando así laicos preparados que sobresalgan en el campo de la educación, de la política, de la cultura, del trabajo, para dar respuestas eficaces a los desafíos actuales. (Santo Domingo pto. 99). Que ellos o ellas puedan, a su vez, aportar sus ciencias específicas al quehacer de la Iglesia.
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Dar mayor difusión, ya sea en parroquias, colegios, asociaciones cristianas, movimientos, etc. a las carreras de estudios teológicos más profundos.
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Considerar positivo una mayor presencia laical en seminarios y casas de estudio, aportando su especificidad secular y el saber que éstos tienen en distintas disciplinas, como también lo que pueden ofrecer los distintos movimientos o asociaciones de acuerdo a sus carismas respectivos.
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Tener en cuenta la contribución que pueden hacer los laicos a la reflexión teológica y al Magisterio jerárquico.
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Enriquecer el pensamiento teológico con la mirada femenina para acrecentar, por la diversidad, el proyecto humano.
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Propiciar una mayor difusión de los cursos a distancia.
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Fomentar, dentro de lo posible, una mejor remuneración a los formadores o profesores, especialmente laicos, para incentivarlos a proseguir con sus tareas.
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Continuar la reflexión teológica sobre los ministerios laicales y su concreta aplicación considerándolos como gracias o inspiraciones del Espíritu. Las necesidades de las comunidades varían en cada época y los servicios que necesitan también. Podrían ser una forma de vivificar la fe de los bautizados alejados.
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Realizar un trabajo más en conjunto todas las pastorales, para orientar, por medio de una formación adecuada, aquellos lugares donde se gestan los nuevos valores culturales.
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Seguir elaborando todo material que ayude a la preparación de las homilías de los sacerdotes, como las orientaciones que se ofrecen desde la CEA para que respondan a las inquietudes de sus destinatarios, los laicos que asisten a la Misa dominical. Para muchos, el único momento de formación. Textos que vemos muy positivos para los laicos también ya que nos ayudan a continuar la meditación dominical en nuestros hogares. (Pensemos que la mayoría de los bautizados ni siquiera tienen este espacio).
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Dedicar esfuerzos a la formación de formadores, por medio de planes de estudio flexibles y cercanos a los lugares donde desarrollan sus tareas o tienen su residencia.
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Elaborar material profundo y actual sobre los Sacramentos del Bautismo y Matrimonio.
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Promover la formación ecuménica.
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Dejamos abierta una propuesta que piden muchos laicos de la confección de un plan base de formación laical teniendo en cuenta el contexto histórico, psicológico, y socio-cultural de la Argentina.
Por último, quiero recordar las palabras de la Christifideles Laici: «la formación de los fieles laicos se ha de colocar entre las prioridades de la diócesis y se ha de incluir en los programas de acción pastoral, de modo que todos los esfuerzos de la comunidad, (sacerdotes, laicos y religiosos) concurran a este fin» (pto. 57).
En este año, dedicado especialmente a la Persona del Espíritu Santo, dejémonos cubrir con su sombra como a María, para que la luz de Jesús ilumine a una humanidad desorientada y angustiada, pero sedienta y hambrienta de Verdad y Amor.
3 e. Ponencia de la Srta. María Fernanda Rodríguez Games,
Coordinadora Nacional de Pastoral de Juventud
EL ESPÍRITU SANTO Y LOS JÓVENES
A través de estas líneas quisiera compartir mi testimonio sobre la presencia del Espíritu de Dios entre los jóvenes. Más que conceptos seguramente se unirán a las certezas profundas de fe, la vivencia eclesial de estos años y mi realidad de joven junto a otros jóvenes.
El Espíritu impulsa la comunión:
En medio de la dispersión y la multiplicidad de ofertas que los jóvenes tenemos cada día, en medio de las ganas de hacer cosas y a veces desencontrarnos en la maratón diaria, surge con fuerza la palabra encuentro. El II Encuentro Nacional de responsables del 96, con 3000 dirigentes dialogando sobre su misión y discerniendo a la luz del Evangelio nuevo ardor, nuevos métodos, nuevas expresiones. Las jornadas de jóvenes con el Papa, a la que concurren, como en la celebrada en París, 1.200 argentinos. Este año en Chile, el Encuentro Continental de Jóvenes.
La Iglesia joven propone Encuentros. Algunos tal vez siguen midiendo esta invitación a la comunión por los documentos que puedan emitirse, por las líneas de acción que se acuerden o por los resultados a corto plazo. Sin embargo la historia nos va revelando la acción del Espíritu, que como en Pentecostés hace que aquellos que perseveran junto a María en oración puedan ponerse de pie y abrir las puertas, y anunciar a todos lo que han visto y oído (Cf. Hc. 1, 14. 2, 1.14).
Cuando la Iglesia se reúne se transforma en imagen clara de su Cabeza, logra recuperar la vocación de entrega, se descubre misionera en esencia. Es en el Encuentro con los otros cuando podemos asomarnos al misterio de Dios en la historia, porque logramos salir de nuestra frontera personal para asumir la frontera del Reino. Nos cambia el horizonte, se nos agigantan los sueños y la confianza que muchas veces depositamos en nuestras propias fuerzas se convierte en esperanza cristiana. Esa esperanza que tanto nos predicara nuestro querido Cardenal Pironio, y que consiste en mirar a la luz del Espíritu toda la realidad, aún la de la propia pobreza.
Por eso una y otra vez los jóvenes queremos invitar al encuentro, provocar encuentros… ser testigos del Dios que reúne a los hijos dispersos.
El Espíritu dador de Vida:
Algunos miran en torno a la juventud permanentes amenazas de muerte. Ciertamente los jóvenes somos el blanco fácil del consumismo, de las adicciones, de la falta de oportunidades en el trabajo o en el estudio. Pero detrás de estas cruces que duelen y mucho, y que más de una vez son motivo de juicio más que de misericordia, duerme en germen el anuncio del tercer día. Y este germen tiene la fuerza de la promesa de Dios. Él nos prometió una Vida nueva, plena, abundante y lo más importante: para siempre.
En mitad del caos, en medio de la nada, el Génesis muestra al Espíritu empollando las aguas, fecundando el cosmos, entibiando con sus alas la vida que crecía tímida y novedosamente ante los ojos del Padre y la Palabra creadora (Cf. Gén. 1, 2). Hoy ese mismo Espíritu que cubrió con su sombra a María llenando su pequeñez de la inmensidad de Dios (Cf. Lc. 1, 35), viene a los jóvenes para gestar Vida.
Lo vimos en los ojos brillosos de quienes repetían «Junto con Jesús construyamos la cultura de la Vida» en el Encuentro del ’96, en una marcha que recorrió las calles de Mar del Plata y que significó una forma más de reconciliar a los jóvenes con su propia capacidad de ser profetas.
Por eso una y otra vez los jóvenes queremos a través de la solidaridad, la creatividad frente a las dificultades y la justicia… ser testigos del Dios de la Vida.
El Espíritu nos recordará todas las cosas:
Mucho se dice sobre la necesidad de formación de los agentes de pastoral. Y en esto la formación de los jóvenes abre un espacio de reflexión profunda. Hace tiempo que en la pastoral de juventud se van consiguiendo consensos sobre: la necesidad de una formación integral que apunte a todo el hombre, itinerarios formativos, proyectos que partan y asuman la realidad local, una formación enraizada en una fuerte espiritualidad… Sin embargo los rápidos cambios culturales, la realidad social, las nuevas manifestaciones religiosas, interpelan las propuestas formativas, imprimiéndoles una nueva dinámica. El discernir el diálogo profundo entre realidad y Evangelio, nos coloca en la posición orante de pedirle al Espíritu Santo, que sea Él quien nos guíe, quien nos enseñe. Por eso junto a la necesidad de nuevos maestros en métodos y recursos, surge la necesidad de nuevos maestros de oración. Los jóvenes necesitamos encender en nuestras comunidades un fuego nuevo y no tener miedo de acercarnos a Él. Y en esto los laicos adultos son clave para acompañar, transmitir experiencias y apuntalar la vivencia comunitaria y eclesial de los jóvenes.
Beber de la fuente siempre nueva de la fe, entrar descalzos en el misterio de Dios para que sea Él quien vuelva nítida la posibilidad plena de formación humana: ser su imagen y semejanza.
Por eso una y otra vez los jóvenes queremos una formación que se integre a una experiencia auténtica de espiritualidad, que nos haga contemplativos del Dios que «sana, afianza y promueve la dignidad del hombre». (LPNE 16).
Peregrinos guiados por el Espíritu
La tarea pastoral parece volverse demasiado compleja frente a los nuevos paradigmas culturales. A veces estamos tentados a repararnos del vértigo en lo estático, y lo estático muchas veces provoca la cristalización de nuestra acción pastoral, que tarde o temprano deja de dar respuestas a la vida.
¿Cómo hacer que nuestras estructuras u organizaciones pastorales estén abiertas al Espíritu Santo y no en función de sí mismas?. Tal vez tengamos que retomar el envío de Jesús, que nos coloca en la ruta del peregrino. Es decir no tener miedo de hacer precario el andamiaje pastoral, para que no se vuelva precario el Mensaje.
Los impactos culturales y sociales de este fin de siglo se resistirán no desde la rigidez, sino desde la flexibilidad. Pero una flexibilidad madura que sabrá ceder en lo secundario de la pastoral y poner en alto lo verdaderamente fundamental: El Anuncio del Reino de Dios.
Hoy más que nunca el Espíritu nos guía por caminos nuevos. Hay que ir ligeros de cargas y esto nos exige mucha pobreza. Bajo el Espíritu nuestra pastoral se descentra de su propia vida, para mirar la Vida de los hombres y mujeres amados por el Padre. Ser peregrinos nos coloca con mayor claridad frente a nuestra misión. Se ve mejor el horizonte.
Por eso una y otra vez los jóvenes queremos soñar una pastoral capaz de renovarse, de hacerse pobre y sencilla para dialogar con todos, para atreverse a transitar caminos nuevos, para llegar por fin a los que todavía son nuestros olvidados y los grandes recordados por el Espíritu de Dios.
Bibliografía:
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Manifiesto de los jóvenes por la Vida, CNPJ, 1996.
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Documento final del II Encuentro Nacional de Responsables de P. J., CNPJ, 1996.
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Civilización del Amor, Tarea y Esperanza. SEJ, Celam. Líneas Pastorales Para la Nueva Evangelización, CEA, 1990.