Conferencia ofrecida para la 10ª Asamblea Plenaria de la Federación Bíblica Católica (FBC) reunida bajo el lema: “Proclamar la Palabra, fuente de vida para un mundo frágil (Rm 8,22-23)” en Mar del Plata, República Argentina, del 15 al 21 de abril de 2023. Texto original en inglés, disponible on line: https://c-b-f.org/PA2023/19.2.Dr.Nina_Heereman.pdf
Dra. Nina Sophie Heereman es laica consagrada alemana, licenciada en Sagrada Escritura por el Pontificio Instituto Bíblico de Roma y Doctora en Sagrada Escritura por la École biblique et archéologique de Jerusalén.
Eminencias, excelencias, estimados colegas, me siento muy honrada y agradecida por la invitación a hablar en esta reunión. Siento mucho no poder participar en persona. El horario del Seminario no me permitió ausentarme en este momento del semestre. Sin embargo, es un honor y un placer, no obstante, poder dirigirme a ustedes a través de Zoom.
Se me ha pedido que hable sobre «la Sagrada Escritura y la formación de aquellos que se preparan para el sacerdocio y estudiantes en academias de teología e instituciones religiosas: prioridades y contenidos esenciales.» Este es un tema que es, de hecho, muy cercano a mi corazón, por lo que el Padre Jan Stefano no tuvo que ser demasiado convincente para hacerme aceptar la invitación.
INTRODUCCIÓN
Permítaseme comenzar con un testimonio personal. Soy alemana y me crie en una familia católica practicante. Nunca nos perdimos una misa dominical, participamos en cualquier actividad que la Iglesia tuviera que ofrecer, servimos al Señor en los enfermos y en los que sufren, oramos antes de las comidas y la hora de dormir, nos confesamos antes de las grandes fiestas, y estábamos ciertamente más catequizados que el alemán promedio porque mi madre había estudiado teología. Esto no es para alardear de mi educación católica. Más bien, es para ilustrar cómo uno puede crecer en un ambiente católico y sin embargo nunca haber estado expuesto a la predicación de la Palabra de Dios. A pesar de mi socialización católica, tenía una imagen muy distorsionada de Dios, prácticamente ninguna comprensión del Kerygma, de la paternidad de Dios, de la muerte redentora de Cristo, ni del papel del Espíritu Santo en la vida de un cristiano. Hasta que, un día, a la edad de 26 años, participé en una misión de una parroquia carismática predicada por los Padres Vicentinos de la India, Kerala, el famoso centro de retiro Chalacudy (que algunos de ustedes podrían conocer). Por primera vez en mi vida escuché la fe proclamada en un lenguaje bíblico. La predicación de estos misioneros fue tan poderosa que muchos de nosotros experimentamos lo que los Hechos de los Apóstoles dice acerca de la predicación de Pedro en la casa de Cornelio: «Mientras Pedro aún hablaba, el Espíritu Santo descendió sobre todos los que oyeron la palabra» (Hechos 10,44). Todos estábamos asombrados de su enseñanza, porque ellos enseñaban «como quien tiene autoridad, no como [uno de nuestros] escribas.» (Mateo 7,29). Para mí esta experiencia fue tan abrumadora que empecé a preguntarme ¿qué había ido mal en la formación sacerdotal? ¿Por qué tuve que esperar 26 años para que estos misioneros indios se presentaran en mi ciudad altamente educada de Munich -un lugar donde muchos teólogos alemanes distinguidos habían enseñado en el pasado- para que yo escuchara la Palabra de Dios como si fuera la primera vez? Se desencadenó un cambio de carrera en mí. Dejé atrás el escritorio de abogado y seguí el llamado a dedicar mi vida al servicio de la Palabra de Dios. Esto me llevó finalmente a obtener un doctorado en Sagrada Escritura en el École Biblique y ahora me encuentro enseñando a futuros sacerdotes en el Seminario de la Arquidiócesis de San Francisco.
Entonces, ¿por qué es que, como católicos, rara vez oímos una buena predicación bíblica? ¿Cómo es posible que incluso 60 años después del Concilio la Biblia todavía parezca ser un libro con siete sellos para tantos sacerdotes? ¿Y qué podemos hacer para lograr un cambio?
Voy a estructurar mi trabajo de la siguiente manera: Primero, voy a ofrecer algunas observaciones simples acerca de cómo la Escritura todavía se enseña en la mayoría de las instituciones académicas y teológicas. En segundo lugar, redactaré un perfil del estudiante al que estamos llamados a formar que debe informar la forma en que enseñamos, y en tercer lugar, abordaré mi tarea de delinear algunas prioridades y contenidos esenciales para enseñar las Escrituras en una institución de formación académica.
1. ¿QUÉ HA SALIDO MAL?
Me parece que además del desafortunado divorcio entre la Biblia y los Sacramentos a raíz de la Reforma Protestante, en el transcurso de los últimos 200 años, en países con un nivel de educación particularmente alto, el programa de formación de la Iglesia, o los responsables de la formación sacerdotal se han olvidado poco a poco de distinguir entre el estudio de la Biblia en una institución académica secular de investigación y una casa eclesial de formación que tiene un objetivo totalmente distintivo en su instrucción. En casi cualquier institución académica religiosa o de teología conocida por mí, la teología bíblica y la exégesis se enseñan casi exclusivamente de acuerdo con las normas de la academia secular. Mientras que yo defendería que los encargados de la enseñanza en las facultades de teología necesitan ser entrenados en las ciencias académicas de la filología, la exégesis histórico crítica, y el análisis literario, también está claro que no se sirve bien a la Iglesia si esos enfoques se transfieren inalterados a las aulas de los futuros teólogos. Sin duda, los futuros sacerdotes y teólogos necesitan tener una sólida comprensión de la contingencia histórica y del desarrollo del texto sagrado. Como el Papa Benedicto reiteró en su exhortación post-sinodal Verbum Domini:
«Para la visión católica de la Sagrada Escritura, la atención a [la exégesis histórico-crítica y a otros … métodos de análisis textual] es imprescindible y va unida al realismo de la encarnación: «Esta necesidad es la consecuencia del principio cristiano formulado en el Evangelio de san Juan: “Verbum caro factum est” (Jn 1,14). El hecho histórico es una dimensión constitutiva de la fe cristiana. La historia de la salvación no es una mitología, sino una verdadera historia y, por tanto, hay que estudiarla con los métodos de la investigación histórica seria». Así pues, el estudio de la Biblia exige el conocimiento y el uso apropiado de estos métodos de investigación. » (VD 32).
Sin embargo, dicho esto, es necesario un mayor realismo. Como todos sabemos por nuestra propia formación como exegetas, se necesita un mínimo de tres a cuatro años de formación a tiempo completo en el Biblicum para adquirir una familiaridad básica con los métodos de exégesis histórica. Es utópico entrenar a los futuros teólogos en estos mismos métodos en un plan de estudios que permita quizás seis clases de Escrituras de tres créditos cada una. El estudiante promedio de teología tendrá suerte si sabe bien el latín y tiene algunos conocimientos básicos de griego y hebreo. Rara vez el estudiante estará tan bien entrenado en las lenguas antiguas que sea capaz de hacer crítica de texto, crítica de forma, crítica de redacción, o un análisis narrativo del texto hebreo o griego. Tampoco debería ser necesario. Y, sin embargo, no puedo contar el número de veces que he oído a sacerdotes lamentar que todo lo que han aprendido sobre el Pentateuco es la hipótesis documental, y el problema sinóptico sobre los Evangelios. Puede que cueste creerlo, pero incluso hoy en día hay Seminarios que todavía enseñan a sus estudiantes nada más que crítica de redacción en la clase sobre los Sinópticos. Permítanme reiterar, para que no se malinterprete, creo firmemente que los futuros teólogos necesitan saber que estos problemas existen, pero no se puede esperar que los resuelvan, ni deben constituir la mayor parte de la iniciación del teólogo a la Palabra de Dios, la cual -después de todo – como la Iglesia lo sostiene es el alma de la teología (DV 24). Más bien, los encargados de enseñar las Sagradas Escrituras en una institución teológica académica deben tomar en serio el consejo de Verbum Domini a los exegetas católicos, a saber, «nunca olvidar que lo que están interpretando es la palabra de Dios. Su … tarea no termina cuando simplemente determinan fuentes, definen formas o explican procedimientos literarios. Llegan a la verdadera meta de su obra solo cuando han explicado el significado del texto bíblico como la palabra de Dios para hoy» (VD 33). Si esto es cierto para los exegetas profesionales de la Iglesia, cuánto más para aquellos que enseñan a los futuros teólogos.
Antes de desarrollar lo que puede significar enseñar hoy en día el texto bíblico como la palabra de Dios, permítanme terminar esta sección con una metáfora querida por uno de nuestros profesores del Biblicum. Cuando describía la diferencia entre el enfoque del exegeta y del teólogo a la Biblia, lo comparaba con dos acercamientos diferentes a un automóvil. Por un lado, el mecánico que tiene que entender cada detalle del motor, cómo armarlo y cómo repararlo cuando sea necesario. El conductor, sin embargo, no necesita más que un conocimiento teórico de cómo funciona el motor. Para que sea un excelente conductor necesita un conjunto de habilidades completamente diferente, que el mecánico no tiene necesariamente. Considero que los futuros sacerdotes deben ser algo así como conductores de autobús súper bien entrenados, que saben las cosas básicas sobre cómo está construido el motor y dónde verificar el aceite, pero el foco principal de su formación debe estar en la conducción, de lo contrario podrían ser capaces de dar cuenta exacta de cómo fue diseñado el motor, pero no ser capaces de conducir el autobús de tal manera que evite accidentes, manejar en carreteras heladas o en la oscuridad, y llevar a los pasajeros a su destino. Desafortunadamente, mi impresión es que hemos pasado décadas entrenando sacerdotes para convertirse en ingenieros, pero no los hemos capacitado para conducir, con el resultado de que la mayoría de sus parroquias fueron llevadas a un viaje al desierto de la crítica histórica sin encontrar nunca su salida, porque el conductor nunca había aprendido a leer un mapa (obviamente esto era antes de que el GPS fuera accesible). El desafío para el profesor de Sagradas Escrituras en una institución académica de teología es que él mismo ha sido formado para ser un mecánico, pero ahora se encarga no solo de enseñar a los futuros conductores los fundamentos de cómo se arma la máquina, sino también cómo conducir realmente bien, para que los encomendados a estos futuros conductores lleguen a su destino, que no es otra cosa que la comunión con el Dios Trino.
Tenemos que ser muy conscientes de los diferentes enfoques de la formación de mecánicos y conductores.
La principal diferencia entre la enseñanza de las Escrituras en una universidad secular o programa bíblico y una facultad de teología puede ser definida por dos objetivos o propósitos muy diferentes:[1] En el ámbito académico, el objetivo es formar a estudiantes que sean capaces de profundizar la comprensión del significado histórico de la letra, que es esencialmente un arte no confesional. En una facultad de teología, por otra parte, la exégesis se sitúa deliberadamente «dentro de la tradición viva de la Iglesia, cuya primera preocupación es la fidelidad a la revelación atestiguada por la Biblia» (IBC III.b). El objetivo es enseñar la Palabra de Dios de tal manera que los estudiantes puedan entrar en comunión con Aquel que se dirige al hombre en esta palabra y además interpretarla de tal manera que otros sean atraídos a esa misma comunión (1 Juan 1, 1-4).
2. ¿A QUIÉN ESTAMOS SIENDO LLAMADOS A FORMAR?
Necesitamos tener el fin en mente. Como Iglesia tenemos que preguntarnos, ¿qué queremos que logren nuestros profesores de los Seminarios? ¿Cuál es su tarea? ¿Y cuál es la tarea de alguien que forma a los futuros teólogos? Idealmente debería ser lo mismo, pero no todo programa de formación sacerdotal permite la misma rigurosa formación que puede requerir una institución teológica académica a sus estudiantes. Dado que la mejora del conocimiento bíblico de los sacerdotes parece ser de importancia primordial en lo que respecta a la tarea prioritaria de la Iglesia de la Nueva Evangelización, permítanme centrar mis observaciones únicamente en el desafío de formar a los futuros sacerdotes.
Al abordar la tarea de enseñar, es importante que el profesor tenga una visión clara de la futura misión de sus estudiantes. No solo estamos formando teólogos, sino que también estamos formando hombres que serán ordenados para ejercer la tria munera. Esto significa que no solo estamos preparando hombres para el arte de predicar, por importante que sea. Más bien, un profundo conocimiento de la Palabra de Dios es indispensable para el ejercicio de los tres oficios, a saber, el oficio real, sacerdotal y profético de Cristo de gobernar, santificar y enseñar.
Que el conocimiento íntimo de la Palabra de Dios es necesario para el oficio de gobierno está bien expresado en las instrucciones para el rey del Deuteronomio, donde dice:
Cuando él [el rey] haya tomado el trono de su reino, tendrá una copia de esta ley escrita para él en presencia de los sacerdotes levíticos. Permanecerá con él y la leerá todos los días de su vida, para que aprenda a temer al Señor su Dios, observando diligentemente todas las palabras de esta ley y estos estatutos, no se exaltará por encima de otros miembros de la comunidad ni se apartará de este mandamiento, ni a la derecha ni a la izquierda, para que él y sus descendientes puedan reinar por mucho tiempo en medio del reino en Israel. (Dt 17, 18-20).
Como toda la Historia Deuteronimista nos enseña, la desaparición de ambos reinos y el Exilio resultante se debió a que sus Pastores no conocían y por lo tanto no seguían la ley de Dios. Valdría la pena escribir una historia de la Iglesia según el mismo esquema.
¿Y el oficio de santificación? Los seminaristas tienden a pensar que el oficio del sacerdocio se puede limitar a ofrecer los sacramentos en estricta adhesión a las rúbricas, “hacer lo rojo y leer lo negro”. Sin embargo, incluso en el Antiguo Testamento esto no es así, a pesar de su fuerte énfasis en el culto sacrificial. El sacerdote debía velar por la Ley e instruir al pueblo de Dios en la misma. Así, leemos en el libro de Deuteronomio, que además de ofrecer incienso y grandes holocaustos, los levitas debían enseñar a Jacob el mishpatim del Señor, sus normas, y a Israel su Torá (cf. Deuteronomio 33:11). Del mismo modo, el sacerdocio de la Nueva Alianza también comprende un acto de sacrificio que se realiza principalmente en la predicación, como lo reveló el mismo Jesucristo que dijo a los apóstoles: «ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié.» (Juan 15, 3). El anuncio de la Palabra de Dios es en sí mismo un ministerio sacerdotal que santifica al pueblo de Dios. Pablo se refiere a este punto en Romanos 15,16 cuando define el propósito de su «sagrado oficio de anunciar la Buena Noticia de Dios, a fin de que los paganos lleguen a ser una ofrenda agradable a Dios, santificada por el Espíritu Santo.» Es digno de mención, en este sentido, que los Padres leyeron unánimemente «la ofrenda de los gentiles» como un genitivo objetivo, entendiendo la predicación y evangelización de Pablo como un servicio sacerdotal. San Juan Crisóstomo explica: «Era su forma de sacrificio. Nadie reprocharía a un sacerdote por desear ofrecer el sacrificio más perfecto posible. Pablo dice esto tanto para elevar sus pensamientos y mostrarles que ellos mismos son un sacrificio, como para explicar su propio papel en este asunto, porque fue designado para este cargo. Mi espada de sacrificio dice, es el evangelio, la palabra de mi predicación.»[2] El evangelio objetivo, puedo añadir, y no sus reflexiones personales, sus reflexiones filosóficas, o sus observaciones sociopolíticas.[3]
Finalmente, el conocimiento de la Palabra de Dios es, por supuesto, el más obviamente necesario para el oficio profético de la enseñanza, el munus docendi. El profeta es aquel que ha interiorizado tanto la Palabra de Dios revelada que en circunstancias siempre cambiantes puede predicarla e interpretarla perfectamente según la intención del legislador divino. Esto se manifiesta poderosamente en Moisés, que en el libro del Éxodo transmite la ley tal como se recibe directamente de la boca de Dios, pero en el libro del Deuteronomio la reprende con sus propias palabras y se adapta a la nueva situación histórica. El Papa Benedicto nos recordó la gran importancia de este cargo en una audiencia del miércoles sobre el sacerdocio:
“Hoy, en plena emergencia educativa, el munus docendi de la Iglesia, ejercido concretamente a través del ministerio de cada sacerdote, resulta particularmente importante. Vivimos en una gran confusión sobre las opciones fundamentales de nuestra vida y los interrogantes sobre qué es el mundo, de dónde viene, a dónde vamos, qué tenemos que hacer para realizar el bien, cómo debemos vivir, cuáles son los valores realmente pertinentes.
…
En esta situación se realiza la palabra del Señor, que tuvo compasión de la multitud porque eran como ovejas sin pastor (cf. Mc 6, 34). El Señor hizo esta constatación cuando vio los miles de personas que le seguían en el desierto porque, entre las diversas corrientes de aquel tiempo, ya no sabían cuál era el verdadero sentido de la Escritura, qué decía Dios. El Señor, movido por la compasión, interpretó la Palabra de Dios —él mismo es la Palabra de Dios—, y así dio una orientación. Esta es la función in persona Christi del sacerdote: hacer presente, en la confusión y en la desorientación de nuestro tiempo, la luz de la Palabra de Dios, la luz que es Cristo mismo en este mundo nuestro. Por tanto, el sacerdote no enseña ideas propias, …el sacerdote enseña en nombre de Cristo presente, propone la verdad que es Cristo mismo, su palabra, su modo de vivir y de ir adelante. Para el sacerdote vale lo que Cristo dijo de sí mismo: «Mi doctrina no es mía» (Jn 7, 16); es decir, Cristo no se propone a sí mismo, sino que, como Hijo, es la voz, la Palabra del Padre. También el sacerdote siempre debe hablar y actuar así: «Mi doctrina no es mía, no propago mis ideas o lo que me gusta, sino que soy la boca y el corazón de Cristo, y hago presente esta doctrina única y común, que ha creado a la Iglesia universal y que crea vida eterna».[4]
Por tanto, a los hombres que han de estar dotados de este triple oficio, a lo largo de toda su formación, se les debe facilitar la oportunidad de alcanzar una familiaridad tan íntima con la palabra de Dios que al salir del Seminario se sientan preparados para seguir el mandato del Señor: » hagan que todos los pueblos sean mis discípulos… enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado.» (Mateo 28:20).[5]
Obviamente, este tipo de enseñanza requiere del sacerdote una profunda familiaridad no solo con la Biblia como tal, sino con la Biblia transmitida en el contexto de la fe y el magisterio de la Iglesia. El desafío para los responsables de la formación teológica, sin embargo, es presentar la fe y la enseñanza de la Iglesia de tal manera que su arraigo en la Palabra de Dios escrita sea siempre evidente. Demasiado a menudo en la formación teológica, las diferentes disciplinas se presentan como completamente ajenas entre sí, no siendo evidente cómo la sagrada Escritura es verdaderamente el alma de la teología.
La culpa de esto no puede atribuirse directamente a la Teología sistemática, a los liturgistas o a los teólogos pastorales. Más bien, tenemos que admitir que si nosotros como profesores de Sagrada Escritura nos pasamos la mayor parte de nuestro tiempo en el aula iniciando a nuestros estudiantes a problemas histórico críticos, sin pasar al segundo nivel, interpretando la Sagrada Escritura a la luz del mismo Espíritu por el que fue escrita», entonces no es de extrañar que otras disciplinas teológicas no recurran a la Escritura como su alma, ni los futuros sacerdotes podrán enseñar lo que Cristo ha mandado a los apóstoles en un lenguaje bíblico, porque no lo sabrán ni lo habrán entendido. Debemos tomar en serio las palabras de amonestación del Papa Benedicto: «cuando la exegesis no es teología, la Escritura no puede ser el alma de la teología y, viceversa, cuando la teología no es esencialmente interpretación de la Escritura en la Iglesia, esta teología ya no tiene fundamento.» (VD 35).
3. PRIORIDADES Y CONTENIDO ESENCIAL
Entonces, ¿cuáles son algunas prioridades en la enseñanza a los futuros sacerdotes y teólogos?
Primero, necesitamos ser conscientes de que ya no podemos presumir la alfabetización bíblica más básica con nuestros estudiantes entrantes. Si bien pueden estar familiarizados con uno u otro evangelio, la mayoría de ellos no son capaces distinguir una carta paulina de una epístola católica, y mucho menos nombrar los cinco libros de la Torá, o los profetas anteriores. Nunca olvidaré a un estudiante del Biblicum que se había inscrito en un curso que estaba enseñando sobre el Cantar de los Cantares. Este era un sacerdote que había completado sus estudios teológicos y ahora estaba estudiando para su licencia en la Sagrada Escritura. Mi primera tarea fue un ejercicio de estructuración del libro. Cuando entregó su tarea, el estudiante confesó que nunca había leído el Cantar de los Cantares y se sorprendió de que tal literatura erótica se encontrara en la Biblia. Cuando compartí esto con uno de mis hermanos, que también es sacerdote, admitió que tampoco había leído la Biblia entera. Cualquier curso sobre las Escrituras tiene que asegurarse de que los estudiantes realmente lean todo el corpus del material de estudio. Con este fin, administro exámenes regulares en mis clases.
En segundo lugar, mientras la academia forma a los estudiantes para convertirse en un experto en el sentido literal y su significado histórico, que es absolutamente legítimo y necesario, la instrucción de los teólogos no debe limitarse de ninguna manera a descubrir el sentido literal. Por lo tanto, si bien es importante que los estudiantes entiendan el papel y las intenciones de los autores humanos, y la génesis históricamente condicionada de los textos para evitar cualquier tipo de fundamentalismo,[6] es igualmente importante «subrayar el papel del autor divino, es decir, la inspiración y la verdad de la Sagrada Escritura.»[7] Para el futuro sacerdote es clave aprender a descubrir el significado espiritual, a leer el AT a la luz del NT y según la analogía fidei. (DV 12).[8]
Además, de la creencia de la Iglesia en la inspiración de las Escrituras se sigue que «si Dios ha inspirado los textos bíblicos, entonces dentro de la diversidad habrá un hilo central de significado unificado.»[9] Es la tarea desafiante del profesor de Sagradas Escrituras extraer esta unidad general «manifiesta a través de la gran narrativa de la historia de la salvación que la Escritura relata.»[10] A esto corresponde la tarea de descubrir lo que los Padres llamaban concordia testamentorum, la unidad cristológico-pneumatológica del Antiguo y del Nuevo Testamento.[11] Como observa Peter Williamson perceptivamente:
“Muchos católicos practican inconscientemente un marcionismo práctico marcado por poco respeto o familiaridad con el Antiguo Testamento. Pero la enseñanza tanto del Nuevo Testamento (2 Tim 3:16 et passim) como de la Iglesia es clara (DV, 14-16): los libros del Antiguo Testamento son inspirados y de valor duradero. Son importantes tanto por lo que nos dicen de la enseñanza y actividad de Dios en la historia de Israel como por la luz que derraman sobre el misterio de Cristo. Nuestros estudiantes deben aprender de nosotros los principales tipos y temas que vinculan los testamentos. No podemos estudiar los libros del Antiguo Testamento solo en su contexto histórico y literario individual, como es común en la academia, sino que debemos interpretarlos en su contexto canónico, a la luz de Cristo y a la luz de la tradición y la fe cristiana de hoy. Asimismo, debemos explicar los textos del Nuevo Testamento a la luz de los textos del Antiguo Testamento, de las enseñanzas e instituciones que presuponen.”[12]
En un nivel práctico esto significa que en cada clase de Antiguo Testamento el tiempo debe ser dedicado a mostrar a los estudiantes cómo lo que se promete o prefigura en estos textos se cumple en el Nuevo Testamento, y cómo estas prefiguraciones son el alfabeto o gramática empleada por los autores del Nuevo Testamento para describir la plenitud de la revelación en Cristo y su misterio pascual. [13]
Se debe prestar especial atención a los textos que han desempeñado un papel clave en el desarrollo del dogma de la Iglesia y de su vida litúrgica y espiritual. Pienso, por ejemplo, en el papel de los textos de la Sabiduría en las grandes controversias teológicas, o los Salmos y el Cantar de los Cantares en la liturgia y en la tradición mística, Romanos 5 y el Pecado original, los textos paulinos sobre la justificación en la época de la Reforma y la nueva perspectiva, el Génesis y la enseñanza de Jesús sobre el matrimonio para la teología del cuerpo, por nombrar solo algunos ejemplos importantes.
En la misma línea, y para promover el desarrollo de una teología moral basada en las Escrituras, necesitamos ser conscientes de un cierto neo-Pelagianismo. Muchos católicos, incluyendo teólogos, «no comprenden lo que la Escritura dice sobre los efectos de la fe, el bautismo y el don del Espíritu en la vida moral.» Por lo tanto, es importante enseñar lo que Pablo y Juan tienen que decir al respecto (e.j. Gal 5:16-23; Rom 8:1-14; Ef 4:17-24; Col 3:9-10; Juan 15:1-17; 1 Juan 3:9). Como bien observa Williamson: «Incluso muchos seminaristas se acercan a la moral y la virtud principalmente como una cuestión de esfuerzo humano, en lugar de apropiarse y aprender a cooperar con la gracia de la vida nueva en Cristo y el Espíritu que las epístolas explican.»[14]
Por último, retomo otra de las útiles sugerencias de Williamson. «Al enseñar las Escrituras», dice, «debemos conocer los temas pastorales más comunes que nuestros estudiantes puedan encontrar … y debemos relacionar nuestra enseñanza con estos temas. Al enseñar a través de las diversas partes de la literatura bíblica, podemos destacar textos en cada cuerpo de literatura que tienen una utilidad particular para la evangelización, la predicación, la catequesis o el acompañamiento.»[15]
Además, y esto es más desalentador, debemos formar equipando a nuestros estudiantes para que se adentren «en temas donde la cultura popular o académica desafían la fe. Necesitamos hacer esto con humildad y sabiduría, pero lo que no debemos hacer es ignorar los problemas que la gente está encontrando en el banco.» Entre estos temas Williams menciona «pasajes oscuros en la Escritura» que a menudo alimentan el debate del Nuevo Ateísmo, preguntas que rodean la historicidad de las narrativas del Antiguo Testamento y los Evangelios, el canon de la Escritura misma, el área de la sexualidad, «lo que la Escritura tiene que decir sobre el matrimonio, la sexualidad, la santidad, y sus implicaciones para el noviazgo,»[16] y finalmente el tema a menudo evitado de las realidades últimas y la salvación eterna. Por supuesto, todos estos temas, deben y serán cubiertos en otras áreas de formación. Me parece clave, sin embargo, que mostremos las raíces bíblicas de la creencia de la Iglesia, para que estos futuros sacerdotes puedan predicar sobre ellos no de acuerdo con la sabiduría humana, sino con la Palabra de Dios, que es la única capaz de resucitar a los muertos e infundir la fe necesaria para la salvación.
Habría muchas más sugerencias concretas que me gustaría ofrecer, si no fuera por el tiempo limitado de que disponemos. Para aquellos interesados en profundizar, recomiendo de todo corazón un libro editado por Kevin Zilverberg y Scott Carl (eds), The Revelation of Your Words. The New Evangelization and the Role of the Seminary Professor of Sacred Scripture, Saint Paul, Minnesota: Saint Paul Seminary Press, 2021, y particularmente su artículo de apertura, de Peter Williamson, “Implications of the New Evangelization for Priestly Ministry.”
Un último comentario parece ser pertinente. Una objeción válida que podrían plantear es que para enseñar de la manera que propongo, el responsable de enseñar Sagrada Escritura en la formación de los futuros teólogos debería ser un teólogo. Estoy de acuerdo. Solía ser el caso de aquellos que solicitaban ingresar al Biblicum, estaban obligados a obtener primero una licencia en teología. Si bien esto es exigente y consume mucho tiempo, creo que fue un requisito sabio. Desafortunadamente, los exegetas capaces de leer y enseñar las Escrituras de acuerdo con los cuatro elementos indicados por Dei Verbum 12 son raros. Pero si queremos alcanzar la meta y ver el renacimiento de una exégesis que es «digna del [el sagrado] libro», podríamos considerar reintroducir el requisito o modificar el plan de estudios prescrito para obtener una licencia en Sagrada Escritura.
[1] Para profundizar en la diferencia entre los estudios bíblicos en ámbito académico y en la Iglesia, ver: Williamson, Biblical Scolarship with a Pastoral Purpose, pp. 9-10.
[2] Ver también, Jeremías 18:18; Ezequiel 7:26; Os 4:4-6; Mal 2:5-9; Ecl 45:26-27 (hebreo). André Feuillet: «Mientras que los profetas buscaban hacer entender el punto de vista de Dios frente a situaciones históricas cambiantes, el papel del sacerdote era preservar y enseñar lo que estaba establecido en la tradición.»The Priesthood of Christ and His Ministers. Garden City, NY: Doubleday, 1975. P. xx.
[3] Homilías sobre la carta a los Romanos 29.15, Gerald Bray and Thomas C. Oden, eds. Romans, Ancient Christian Commentary on Scripture 6 (Downers Grove: InterVarsity Press, 2005), 348.
[4] BENEDICTO XVI, “Munus Docendi”, Audiencia General, miércoles, 14 April 2010. https://www.vatican.va/content/benedict-xvi/es/audiences/2010/documents/hf_ben-xvi_aud_20100414.html
[5]Como escribe el Papa Benedicto en Verbum Domini 80, «Solo si él ‘permanece’ en la palabra, el sacerdote se convertirá en un perfecto discípulo del Señor. Solo entonces conocerá la verdad y será verdaderamente libre.»
[6] Desafortunadamente, en reacción a un abuso excesivo del método crítico histórico, se puede observar un creciente Neo-Fundamentalismo incluso entre los eruditos de la Escritura católica. Como nos advierte el Papa Benedicto, este tipo de fundamentalismo no logra «tomar en cuenta el carácter histórico de la revelación bíblica», y por lo tanto «se vuelve incapaz de aceptar la verdad plena de la encarnación misma. … No reconoce que la palabra de Dios ha sido formulada en lenguaje y expresión condicionada por varios períodos. El cristianismo, por otra parte, percibe en las palabras el Verbo mismo, el Logos que muestra su misterio a través de esta complejidad y la realidad de la historia humana.» Como católicos, «buscamos la verdad salvadora para la vida de cada cristiano y para la Iglesia. … mientras no ignoramos la mediación humana del texto inspirado y su género literario». VD 44.
[7] Peter Williamson, “Implications of the New Evangelisation for Priestly Ministry,” in: Kevin Zilverberg and Scott Carl (eds), The Revelation of Your Words. The New Evangelization and the Role of the Seminary Professor of Sacred Scripture, Saint Paul, Minnesota: Saint Paul Seminary Press, 2021, pp. 22-23.
[8] Por esta razón, tenemos que dar igual prioridad a los cuatro pasos propuestos por la Dei Verbum y no dedicar una cantidad desproporcionada de tiempo a problematizar fuentes, definir formas, capas de redacción, cuestiones de autoría o diferentes procedimientos literarios. Sí, los estudiantes deben ser iniciados a todo esto, pero los cursos de las Escrituras no deben reducirse a ello, como ha sido el caso por mucho tiempo. La práctica real de estos métodos debe dejarse a las instituciones de formación superior a nivel de licencia y doctorado. Más bien, como la Iglesia nos ha pedido repetidamente que hagamos, necesitamos enseñar a los estudiantes cómo llegar a la verdadera meta de la interpretación bíblica, a saber, «explicar el significado del texto bíblico como la palabra de Dios para hoy» (IBC, 1993, III.C.1).
[9] Ver: Francesca Murphy, The Comedy of Revelation: Paradise Lost and Regained in Biblical Narrative, Edinburgh: T & T Clark, 2000.
[10] San Agustín establece una meta elevada, y sin embargo, no podemos conformarnos con nada menos. «La narración es completa» dice, «cuando cada persona es catequizada en primera lugar sobre lo que está escrito en el texto ‘En el principio Dios creó el cielo y la tierra,’ hasta los tiempos presentes de la Iglesia.» Véase Matthew Levenson y xxx, Holy Land, Holy People, xxx; también, Williamson, Implications, p. 23
[11] Ver VD § 41: “Desde los tiempos apostólicos y en su tradición viva, la Iglesia ha subrayado la unidad del plan de Dios en los dos Testamentos mediante el uso de la tipología; este procedimiento no es arbitrario en modo alguno, pero es intrínseco a los acontecimientos relacionados en el texto sagrado y por lo tanto implica toda la Escritura. La tipología ‘discierne en las obras de Dios de la Antigua Alianza las prefiguraciones de lo que él logró en la plenitud del tiempo en la persona de su Hijo encarnado’ (CCC 128). Los cristianos, entonces, leen el Antiguo Testamento a la luz de Cristo crucificado y resucitado. … Por tanto, «el Nuevo Testamento debe leerse a la luz del Antiguo. La catequesis cristiana primitiva utilizó constantemente el Antiguo Testamento (cf. 1 Co 5, 6-8; 1 Co 10, 1-11) (CC 129). … ‘El Nuevo Testamento está escondido en el Antiguo y el Antiguo se manifiesta en el Nuevo, como observó perceptiblemente san Agustín. Por tanto, es importante que, tanto en el ámbito pastoral como en el académico, se establezca claramente la estrecha relación entre los dos Testamentos, de acuerdo con la máxima de san Gregorio Magno que «lo que el Antiguo Testamento prometió, el Nuevo Testamento hizo visible; El Antiguo Testamento es una profecía del Nuevo Testamento. Y el mejor comentario sobre el Antiguo Testamento es el Nuevo Testamento.’”
[12] Ibid.
[13] Leemos el Antiguo Testamento y descubrimos cómo nos prepara para comprender la misión del Hijo. Es importante conocer bien el Antiguo Testamento, sin el cual es imposible entender el significado completo del Nuevo Testamento. En este sentido, puede ser útil utilizar el reciente libro de Jean-Noël Aletti’s, Without Typology No Gospel. A Suffering Messiah: A Challenge for Matthew, Mark and Luke, Rome: GBP, 2022. Además, «La claridad acerca de la gran narración de la Escritura debe conducir a una habilidad para articular el kerigma-el mensaje cristiano básico que era la predicación de los apóstoles en Hechos, está incrustado en las epístolas, y que se resume en el credo.» Williamson, Implications, p. 23
[14] Williamson, Implications, p. 24.
[15] Ibid. p. 24.
[16] Williamson, Implications, pp. 26-27