La formación espiritual de los futuros sacerdotes según «Pastores dabo vobis» – P. José María Recondo (1995)

BOLETIN OSAR
Año 1 – N° 2
P. José María Recondo
Seminario San José (Morón)

1. FORMACIÓN ESPIRITUAL PARA LA SITUACIÓN ACTUAL

Para una adecuada lectura del texto de «Pastores dabo vobis» (PDV) sobre la formación espiritual de los futuros sacerdotes (nn. 45-50), es preciso tener constantemente como referencia el marco cultural y eclesial que Juan Pablo II analiza al comienzo de la Exhortación (cap. 1), complementándolo con los indicadores que la Argentina de hoy nos presenta en este sentido. El documento post-sinodal, recordémoslo, se refiere a «La formación de los sacerdotes en la situación actual». Y no estaríamos formando de manera idónea a nuestros sacerdotes, por lo demás, si no los preparáramos para saber vivir bien el ministerio en la situación actual.

Si bien es cierto que «hay una fisonomía esencial del sacerdote que no cambia» (n.5) y que está por encima de toda modificación histórico-cultural, hemos de tener en cuenta que «la vida y el ministerio del sacerdote deben también adaptarse a cada época y a cada ambiente de vida» (ibid). Y la espiritualidad, en particular, es «la forma concreta que toma la identidad cristiana encarnada en las circunstancias de la vida de un cristiano o un grupo de cristianos. De aquí que para la determinación de una espiritualidad sea indispensable describir los elementos propios de la coyuntura histórico-social que constituyen los factores condicionantes de la forma peculiar que recibe el cristianismo al contacto con ellos». La atención al contexto cultural y eclesial es, pues, un quehacer al que debemos estar abiertos y dispuestos, los formadores, por doble partida: como agentes de la formación inicial, y como sujetos de formación permanente.

2. FORMACIÓN ESPIRITUAL DESDE LA IDENTIDAD Y ESPIRITUALIDAD PRESBITERALES

Otro marco ineludible desde donde abordar la formación espiritual de los futuros sacerdotes lo encontramos en los capítulos II y III de la Exhortación. Allí el Papa nos habla de la naturaleza, misión y vida espiritual del sacerdote.

2.1. Espiritualidad desde la identidad: En su discurso final al Sínodo de 1990, Juan Pablo II nos recordaba que identidad sacerdotal se funda en «la ligazón ontológica específica que une al sacerdote con Cristo, Sumo Sacerdote y buen Pastor. Esta identidad está en la raíz de la naturaleza de la formación que debe darse en vista del sacerdocio y, por tanto, a lo largo de toda la vida sacerdotal» (n. 11). Si abordamos la formación espiritual de los seminaristas sin una referencia permanente al misterio del sacerdocio en su identidad teológica corremos el riesgo de no plasmar en los formandos una verdadera personalidad sacerdotal y pastoral, convirtiéndose la espiritualidad en un conjunto de prácticas que, por otra parte, tendrán vida precaria en el ejercicio concreto del ministerio. Es, pues, desde el misterio del que somos portadores (en unión con Cristo Cabeza y buen Pastor para el servicio de la Iglesia y del mundo), como habrá de formularse lo que estamos llamados a vivir.

2.2. La vida espiritual: Cuando el Papa nos habla, en el cap. III, de la vida espiritual del sacerdote, afirma que toda existencia cristiana es «vida espiritual», es decir, una «vida animada y dirigida por el Espíritu hacia la santidad o perfección de la caridad» (n.19). Es importante destacar que no refiere aquí «espiritual» al espíritu humano -como tantas veces se lo ha entendido- sino al Espíritu de Dios. Entendiendo así la «vida espiritual», PDV va más allá de ciertas pretendidas aporías del pasado (cuerpo-espíritu, tiempo-eternidad, acción-contemplación, etc.), apartándose, a su vez, del abordaje subjetivista de lo espiritual que conduce al ensimismamiento o a la búsqueda de la experiencia espiritual como fin en sí misma -reiterada tentación a lo largo de la historia, que vemos reeditada en la cultura postmoderna con el auge de las técnicas orientales o de libros de autoayuda occidentales dirigidos a sentirse o estar uno bien. El camino espiritual cristiano no conduce al ensimismamiento sino -como podemos ver en Cristo, animado por el Espíritu- a una disponible escucha de la voluntad del Padre y a la entrega de la vida por los hermanos. La vida espiritual, si es cristiana, ha de llevarnos a abrir ventanas -desde Cristo, hacia Dios y hacia el prójimo- antes que a llenamos de espejos.

2.3. La vida espiritual del sacerdote: De una única y fundamental santidad cristiana nacen los diversos modos de vivir la vida según el Espíritu. Y la espiritualidad presbiteral no es sino una forma específica de vivir la vida según el Espíritu. Podríamos decir que, «cuando se trata de presbíteros, la caridad toma el rostro de Cristo Pastor».

2.3.1. La configuración con Cristo y la caridad pastoral: Gracias a la «consagración obrada por el Espíritu Santo en la efusión sacramental del Orden, la vida espiritual del sacerdote queda caracterizada, plasmada y definida por aquellas actitudes y comportamientos que son propios de Jesucristo, Cabeza y Pastor de la Iglesia y que se compendian en su caridad pastoral» (n. 21).

Aparece aquí, en la determinación del lugar que la caridad pastoral tiene en la vida del presbítero, una de las aportaciones más valiosas de la Exhortación. Porque el Papa avanza en la explicitación de un concepto que el Vaticano II había ya presentado pero no desarrollado (cf. LG 41 y PO 14). Juan Pablo II profundiza, en cambio, en su significado, describiendo asimismo sus principales rasgos:

  • La caridad pastoral es «el principio interior, la virtud que anima y guía a la vida espiritual del presbítero» (n. 23), siendo su contenido esencial «la donación de sí, la total donación de sí a la Iglesia, compartiendo el don de Cristo y a su imagen. [… ] No es sólo aquello que hacemos, sino la donación de nosotros mismos lo que muestra el amor de Cristo por su grey. La caridad pastoral determina nuestro modo de pensar y de actuar, nuestro modo de comportarnos con la gente» (ibid).

  • Y la donación de nosotros mismos tiene como destinataria la Iglesia. Con la caridad pastoral, el sacerdote se hace capaz de amar a la Iglesia con toda la entrega de un esposo hacia su esposa (cf. ibid).

  • Pero el don de sí a la Iglesia «se refiere a ella como cuerpo y esposa de Jesucristo. Por esto la caridad del sacerdote se refiere primariamente a Jesucristo: solamente si ama y sirve a Cristo Cabeza y Esposo, la caridad se hace fuente, criterio, medida, impuso del amor y del servicio del sacerdote a la Iglesia, cuerpo y esposa de Cristo» (ibid).

  • Es preciso recordar, además, que la caridad pastoral «le pide y exige (al sacerdote) de manera particular y específica una relación personal, con el Presbiterio, unido en y con el Obispo» (ibid).

  • Por otra parte, es en la Eucaristía «donde se representa, es decir, se hace de nuevo presente el sacrificio de la cruz, el don total de Cristo a su Iglesia. […] Precisamente por esto la caridad pastora del sacerdote no sólo fluye de la Eucaristía, sino que encuentra su más alta realización en su celebración, así como también recibe de ella la gracia y la responsabilidad de impregnar de manera «sacrificial» toda su existencia» (ibid).

  • Por último, frente a un contexto sociocultural y eclesial marcado por la complejidad, la fragmentación y la dispersión, el Papa afirma que «esta misma caridad pastoral constituye el principio interior dinámico capaz de unificar las múltiples y diversas actividades del sacerdote. […] Solamente la concentración de cada instante y de cada gesto en torno a la opción fundamental y determinante de «dar la vida por la grey» puede garantizar esta unidad indispensable para la armonía y el equilibrio espiritual del sacerdote» (ibid). Con todo, no será sino progresivamente que el sacerdote irá alcanzando la unidad interior que la caridad pastoral garantiza (cf n. 72), constituyéndose, ésta, a su vez, en «alma y forma de [su] formación permanente» (n. 70).

Hemos de valorar que, después de haber vivido los sacerdotes, durante tanto tiempo, dependiendo de espiritualidades «prestadas» o de ensayos sin suficiente articulación y unidad, podamos vislumbrar, a partir de PDV y del desarrollo de la teología de la caridad pastoral, una espiritualidad rica en matices y adecuada «desde adentro» a una identidad y un perfil propios. Por eso entendemos que Juan Pablo II pida que toda la formación de los candidatos al sacerdocio esté «orientada a prepararlos de una manera específica para comunicar la caridad de Cristo, buen Pastor» (n.57).

2.3.2. La vida espiritual en el ejercicio del ministerio: En Cristo, porque «la consagración es para la misión» (n.24), una y otra se encuentran bajo el signo del Espíritu y bajo su influjo santificador. Así también en sus discípulos. Y los presbíteros reciben el Espíritu «como don y llamada a la santificación en el cumplimiento de la misión y a través de ella» (ibid.). Existe por ello una relación íntima entre la vida espiritual del presbítero y el ejercicio de su ministerio. Porque éste expresa y revive su caridad pastoral» (ibid.).

Así, siendo ministro de la Palabra, el sacerdote debe ser el primero en tener una gran familiaridad personal con ella, «de modo que sus palabras, sus opciones y sus actitudes sean cada vez más una transparencia, un anuncio y un testimonio del Evangelio» (n.26). Pero es sobre todo en la celebración de los Sacramentos y en la celebración de la Liturgia de las Horas «donde el sacerdote está llamado a vivir y testimoniar la unidad profunda entre el ejercicio de su ministerio y su vida espiritual», siendo la Eucaristía «el lugar verdaderamente central, tanto de su ministerio como de su vida espiritual» (ibid.). Por último, animando y guiando la comunidad eclesial, el sacerdote ejerce un ministerio que pide una intensa vida espiritual, rica en cualidades y virtudes evangélicas (cf. ibid.).

Vemos, pues, cómo, según PDV, la vida espiritual del sacerdote no encuentra su fuente al margen de su fatiga pastoral sino que, por el contrario, se va vertebrando y madura en contacto y a través del ejercicio mismo de su ministerio.

2.3.3. Existencia sacerdotal y radicalismo evangélico: Si para todos los cristianos el radicalismo evangélico es una exigencia irrenunciable que brota de la llamada de Cristo a seguirlo, el sacerdote ha de vivir esa expresión privilegiada del radicalismo que son los consejos de obediencia, castidad y pobreza, según el estilo y el significado original que nacen de su identidad propia y que la caridad pastoral expresa (cf. n.27).

La obediencia presenta, en la vida espiritual del sacerdote, según PDV, ciertas características particulares: es «apostólica» -por ser relativa al Sumo Pontífice, al Colegio Episcopal, y particularmente al Obispo diocesano-, «comunitaria» -por ser relativa a la comunión con el presbiterio-, y posee «carácter de pastoralidad» -por ser relativa a la disponibilidad frente a las necesidades de la grey-. Quisiera decir que echo de menos aquí algún tipo de referencia al diálogo. En este sentido, el Vaticano II (cf. PO 15) era más explícito. Y el ejercicio de la obediencia que no está acompañado por el diálogo, fácilmente deriva hacia el servilismo cosa que el Papa expresamente señala como riesgo-, o hacia la doblez. Se trata de entender el diálogo no como algo opuesto a la obediencia sino al servicio de la misma: al servicio de que tanto quien ejerce la autoridad como quien es destinatario de ella puedan ayudarse mutuamente a encontrar los caminos de Dios y obedecer su voluntad. La autosuficiencia, tanto de un lado como del otro, puede hacer estéril el servicio que el diálogo está llamado a ofrecer a la obediencia, llevándonos a pensar que ésta es incompatible con aquél, o viceversa. Al respecto, es importante lo que el Cardenal Pío Laghi, expresaba a los obispos encargados de Seminarios y Vocaciones del CELAM, en Bogotá, a fines de 1992, al señalar que «la propuesta del diálogo formadores-súbditos por la cercanía mutua y el acompañamiento fraternal y amistoso pone la base segura para una espiritualidad de una obediencia que sea activa y entregada, y para un arte del mando que sea respetuoso de los valores profundos de la persona y contemporáneamente de las inderogables exigencias de la disciplina. Por eso, la pedagogía de la obediencia de hoy varía considerablemente de la del pasado que era simple y marcada imposición autoritaria, y se fundamenta en el diálogo respetuoso y motivador, pero presupone la sincera voluntad en el súbdito de hacer la voluntad de Dios tal cual se manifiesta en el mandato de la legítima autoridad, sin desconfianzas y sin el horizontalismo que sugiere la mera racionalidad».

Reafirma más adelante el Papa «la decisión multisecular que la Iglesia de Occidente tomó y sigue manteniendo -a pesar de todas las dificultades y objeciones surgidas a través de los siglos-, de conferir el orden presbiteral sólo a hombres que den pruebas de ser llamados por Dios al don de la castidad en el celibato absoluto y perpetuo» (n.29). Por eso ha de dedicarse «una atención particular a preparar al futuro sacerdote para conocer, estimar, amar y vivir el celibato en su verdadera naturaleza» (n. 50). Y no ha de ser considerado simplemente como «una norma jurídica, ni como una condición totalmente extrínseca para ser admitidos a la ordenación, sino como un valor profundamente ligado con la sagrada Ordenación, que configura a Jesucristo buen Pastor y Esposo de la Iglesia» (ibid). Afirma igualmente que «este carisma del Espíritu lleva consigo también la gracia para que el que lo recibe permanezca fiel durante toda su vida» (ibid.), recordándonos que «será la oración, unida a los sacramentos de la Iglesia y al esfuerzo ascético, los que infundan esperanza en las dificultades, perdón en las faltas, confianza y ánimo en el volver a comenzar» (n.29).

A la luz de lo que PDV pretende, habrá que preguntarse si en los Seminarios acompañamos adecuadamente 1a formación en el celibato. Pues para ser bien vivido, éste supone toda una elaboración a lo largo del proceso formativo, es decir, un «aprender a vivir como célibe» -lo cual no ha de ser confundido sin más con el hecho de ser casto, pues si bien el celibato supone castidad, no necesariamente la castidad asegura el saber vivir como célibe por el Reino-. El Seminario puede terminar dejando claro lo que uno no debe hacer -aspecto de la continencia-, pero no tanto cómo tiene uno que ir madurando el celibato par vivirlo bien -esto es, con alegría, sin acidez, de modo viril pero sin misoginias ni machismo, permitiéndonos delicadezas pero sin afectación ni amaneramientos, sin soltería ni búsqueda de compensaciones económicas, sin ensimismamientos ni egocentrismos, sabiendo amar y dejarse amar, etc.-. Y esto supone todo un proceso de elaboración afectiva e integración espiritual que es preciso saber acompañar. Porque un muchacho puede ya ser casto al ingresar al Seminario, pero tiene que hacerse célibe, siendo la maduración en el celibato una dimensión integrante de su maduración vocacional. Y aquello en vistas de lo cual esta maduración ha de realizarse, no es otra cosa que la caridad pastoral.

Al atribuirle a la pobreza del sacerdote connotaciones «pastorales» bien precisas, señala PDV que «sólo la pobreza asegura al sacerdote su disponibilidad a ser enviado allí donde su trabajo sea más útil y urgente, aunque comporte sacrificio personal», y lo prepara «para estar al lado de los más débiles, para hacerse solidario con sus esfuerzos por una sociedad más justa, para ser más sensible y más capaz de comprensión y de discernimiento de los fenómenos relativos a los aspectos económicos y sociales de la vida, para promover la opción preferencial por los pobres, ésta, sin excluir a nadie del anuncio y del don de la salvación, sabe inclinarse ante los pequeños, ante los pecadores, ante los marginados de cualquier clase, según el modelo ofrecido por Jesús…» (n.30). Se nota aquí, en relación con lo que el Vaticano II expresaba respecto de la pobreza en la vida de los sacerdotes, la incorporación de una dimensión nueva, que se agrega a la exigencia evangélica de pobreza personal, y que es relativa ya a su misma caridad pastoral, la opción preferencial por los pobres: ya no se habla sólo de la relación que el sacerdote ha de tener con los bienes materiales en el ejercicio de su ministerio, sino del lugar que los pobres han de ocupar en su corazón de pastor. Se reclama, por otra parte, transparencia en la administración de los bienes, una distribución más justa de los mismos en el presbiterio -así como un cierto uso en común-, y se recuerda el significado profético que posee la pobreza sacerdotal para nuestro tiempo (cf. ibid.).

2.3.4. Iglesia particular y espiritualidad sacerdotal: Por último, subraya el Papa que, «como toda vida espiritual auténticamente cristiana, también la del sacerdote posee una esencial e irrenunciable dimensión eclesial», por lo que «es necesario que el sacerdote tenga la conciencia de que su «estar en una Iglesia particular» constituye, por su propia naturaleza, un elemento calificativo para vivir una espiritualidad cristiana. Por ello, el presbítero encuentra, precisamente en su pertenencia y dedicación a la Iglesia particular, una fuente de significados, de criterios de discernimiento y de acción, que configuran tanto su misión pastoral, como su vida espiritual» (n. 31; cf n. 74).

3. FORMACIÓN ESPIRITUAL DE LOS CANDIDATOS AL SACERDOCIO

3.1. Perspectiva integradora: La formación espiritual de los futuros sacerdotes está presentada por PDV en estrecha relación con las otras dimensiones del proceso formativo, puesto que «empeña a la persona en su totalidad» (n. 45).

Así como, citando a los Padres sinodales, la Exhortación advierte que «sin una adecuada formación humana toda la formación sacerdotal estaría privada de su fundamento necesario» (n. 43), señala también que «la misma formación humana, si viene desarrollada en el contexto de una antropología que abarca toda la verdad sobre el hombre, se abre y se completa en la formación espiritual» (n. 45). Por su parte, «para que pueda ser pastoralmente eficaz, la formación intelectual debe integrarse en un camino espiritual marcado por la experiencia personal de Dios» (n. 51). Y mientras que «sin la formación espiritual, la formación pastoral estaría privada de fundamento» (n. 45), «la finalidad pastoral asegura a la formación humana, espiritual e intelectual algunos contenidos y características concretas, a la vez que unifica y determina toda la formación de los futuros sacerdotes» (n. 57).

Será importante no perder de vista esta perspectiva integradora del proceso formativo, pues favorecerá la búsqueda de la unidad de vida en el futuro ejercicio del ministerio.

3.2. «Buscar a Cristo»: Después de afirmar que «se trata de una formación espiritual común a todos los fieles, pero que requiere ser estructurado según los significados y características que derivan de la identidad del presbítero y de su ministerio» (n. 45), el Papa hará «una meditación detenida y amorosa» de Optatam Totius, n. 8, para presentarnos «el camino espiritual del candidato al sacerdocio».

Ante todo, éste requiere «vivir íntimamente unidos a Jesucristo». Y esto supone la búsqueda de Jesús («Enséñeseles a buscar a Cristo»): «En cierto modo, la vida espiritual del que se prepara al sacerdocio está dominada por esta búsqueda: por ella y por el encuentro con el Maestro, para seguirlo, para estar en comunión con Él» (n. 46). En la vida sacerdotal deberá continuar esta búsqueda y esteencontrar al Maestro, para poder mostrarlo a los demás y, mejor aún, para suscitar en los demás el deseo de buscarlo. Y esto sólo es posible «si se propone a los demás una experiencia de vida, una experiencia que vale la pena compartir» (ibid).

3.3. «¿Dónde encontrarlo?»: Se pregunta Juan Pablo II, «pero ¿qué significa, en la vida espiritual, buscar a Cristo? y ¿dónde encontrarlo?» Y extrae la respuesta del decreto conciliar Optatam Totius,que parece indicar un triple camino: la meditación de la Palabra de Dios, la participación en los sagrados misterios de la Iglesia, y el servicio de la caridad a los «más pequeños» -caminos que, de hecho, corresponden al triple ministerio que el formando está llamado a vivir en su vida sacerdotal…-.

Será a la luz y con la fuerza de la Palabra de Dios como pueda «descubrirse, comprenderse, amarse y seguirse la propia vocación, y también cumplirse la propia misión» (n. 47). Es más, «la forma primera y fundamental de respuesta a la Palabra -nos dice el Papa- es la oración» y «un aspecto, ciertamente no secundario, de la misión del sacerdote es el de ser maestro de oración. Pero el sacerdote podrá formar a los demás en la escuela de Jesús orante, si él mismo se ha formado y continúa formándose en la misma escuela. Esto es lo que piden los hombres al sacerdote. El sacerdote es el hombre de Dios, el que pertenece a Dios y hace pensar en Dios. […] Los cristianos esperan encontrar en el sacerdote no sólo un hombre que los acoge, que los escucha con gusto y les muestra una sincera amistad, sino también y sobre todo un hombre que les ayude a mirar a Dios, a subir hacia Él. Es preciso, pues, que el sacerdote esté formado en una profunda intimidad con Dios» (ibid).

En segundo lugar, la Exhortación indica la importancia de la educación litúrgica, entendida como «inserción vital en el misterio pascual de Jesucristo muerto y resucitado, presente y operante en los sacramentos de la Iglesia» (n. 48). Y al referirse a la Eucaristía, a la vez cumbre y fuente de los Sacramentos y de la Liturgia de las Horas, el Papa señala «con gran sencillez y buscando la máxima concreción», que «es necesario que los seminaristas participen diariamente en la celebración eucarística, de forma que luego tomen como regla de su vida sacerdotal la celebración diaria» (ibid). A su vez, destaca la belleza y la alegría del Sacramento de la Penitencia, en medio de una cultura «en la que, con nuevas y sutiles formas de autojustificación, se corre el riesgo de perder el sentido del pecado y, en consecuencia, la alegría consoladora del perdón y del encuentro con Dios rico en misericordia (ibid). Por último, nos habla del significado de la ascesis, de la disciplina interior, del espíritu de sacrificio y de renuncia, y de la aceptación de la fatiga y de la cruz, que «con frecuencia se presentan particularmente difíciles para muchos candidatos al sacerdocio dentro de la actual cultura imbuida de secularismo, codicia y hedonismo» (ibid).

El tercer camino marcado por el Papa -no ya sólo como lugar de maduración pastoral sino de experiencia espiritual- consiste en «buscar a Cristo en los hermanos»: si bien la vida espiritual es vida de intimidad con Dios, del encuentro con Él nace precisamente la exigencia indeclinable del encuentro con el prójimo, de la entrega a los demás. Así, la formación de la propia entrega generosa y gratuita «representa una condición irrenunciable para quien está llamado a hacerse epifanía y transparencia del buen Pastor que da la vida» (n. 49). En este sentido, «la preparación al sacerdocio tiene que incluir una seria formación de la caridad, en particular del amor preferencial por los pobres, en los cuales, mediante la fe, descubre la presencia de Jesús (cf. Mt 25, 40), y al amor misericordioso por los pecadores» (ibid.).

Aclara, por último, el Papa, que será en la perspectiva de la caridad donde encuentre su lugar, en la formación espiritual del sacerdote, la educación de la obediencia, del celibato y de la pobreza (cf. ibid.), deteniéndose especialmente en lo que se refiere a la formación en el celibato, para proponer «autorizadamente» algunos criterios que deben seguirse en esta materia (cf. n. 50).

3.4. Asociaciones, movimientos y formación espiritual en los Seminarios: Un párrafo aparte merece el papel que juegan, durante el proceso formativo en el Seminario, las asociaciones y los movimientos de los que a veces provienen las vocaciones. Et Papa afirma que resulta beneficiosa la participación del seminarista en espiritualidades particulares o instituciones eclesiales para su crecimiento y la fraternidad sacerdotal, «pero esta participación no debe obstaculizar sino ayudar el ejercicio del ministerio y la vida espiritual que son propios del sacerdote diocesano, el cual sigue siendo siempre pastor de todo el conjunto» (n. 68). Pide por ello a los jóvenes provenientes de asociaciones y movimientos eclesiales «que se atengan con coherencia y cordialidad a las indicaciones formativo del Obispo y de los educadores del Seminario, confiándose con actitud sincera a su dirección y valoraciones. Dicha actitud prepara y, de algún modo anticipa la genuina opción presbiteral de servicio a todo el Pueblo de Dios, en la comunión fraterna del presbiterio y en la obediencia al Obispo» (ibid.). Por su parte, el cardenal Pío Laghi decía a los rectores de los seminarios mayores españoles -al presentar PDV- que los rasgos de los candidatos al sacerdocio que provienen de movimientos y asociaciones «deberán integrarse armónicamente en el camino de formación al sacerdocio y en la espiritualidad ministerial, evitando el peligro de la yuxtaposición o de la alternativa. Esto significa que los jóvenes que provienen de estas nuevas realidades agregativas deben acoger plenamente el proyecto educativo del Seminario y, en perspectiva, hacerse plenamente disponibles al servicio de la diócesis y a la coparticipación en el presbiterio. Me doy cuenta de que estas indicaciones -dijo- exigen una auténtica conversión en la postura de muchos seminaristas y también de algún que otro rector. Me doy cuenta también de que, en la situación concreta, es difícil armonizar juntamente historias y exigencias diversas. Pero la tarea del educador es un arte y un desafío. El arte y el desafío de estos tiempos son los de formar hombres de comunión, capaces de respeto, de espíritu de diálogo y de cooperación y, más aún, capaces de construir unidad».

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Después de haber reflexionado, siguiendo la formidable Exhortación post-sinodal de Juan Pablo II, sobre la formación espiritual de los futuros sacerdotes, de la que el Espíritu del Señor es el gran protagonista» (n. 33), hemos de tener siempre presente que «así como para todo fiel la formación espiritual debe ser central y unificadora en su ser y en su vida de cristiano [… ], de la misma manera, para todo presbítero la formación espiritual constituye el centro vital que unifica y vivifica su ser sacerdote y su ejercer el sacerdocio» (n. 45).