IV Encuentro de responsables del Clero – Amadeo Cencini fdcc (2001)

BOLETIN OSAR
Año 7 – N° 16

 

IV Encuentro de responsables del Clero

Formación permanente
y madurez afectiva del presbítero
Amadeo Cencini fdcc.
Verona, Italia

Transcribimos completa la exposición dada en el IVº Encuentro Nacional de Responsables del Clero, realizado en Huerta Grande, Córdoba. Este texto fue desarrollado en cuatro jornadas de trabajo, con muchos comentarios realizados por el mismo Cencini y referencias a dos obras de él: «Por amor, con amor, en el amor» y «Los sentimientos del hijo». Las referencias a estas obras se ponen entre paréntesis para que aquel que lo desee pueda consultarlas.

INDICE

  1. La idea de celibato-virginidad hoy: cuatro posibles aproximaciones

    1. Aproximación teológico bíblica

    2. Aproximación canónico-disciplinar

    3. Aproximación psicopedagógica

    4. Aproximación educativa-formativa

  2. Los dinamismos pedagógicos desde la formación permanente para la madurez afectiva del célibe consagrado

    1. Educar

    2. Acompañar (la educación)

    3. Formar

    4. Acompañar (la formación)


Presentación

El tema de nuestro encuentro es muy vasto, elegiremos solamente algunos aspectos. Sustancialmente los siguientes:

La idea de celibato hoy, o bien la interpretación que se tiende a dar en la cultura eclesial y también civil de la opción celibataria.

Luego buscaremos considerar los dinamismos pedagógicos de la formación permanente (FP) para el celibato mismo.

Finalmente, quedará por ver cómo intervenir para acompañar el camino de madurez del sacerdote célibe hoy. Pero digo de inmediato que este tercer punto, quizá el más urgente y decisivo para ustedes, será aquello sobre lo cual se deberá trabajar más, y sobre lo cual no tengo la pretensión de indicar modelos ya probados de intervención. El deseo es que, precisamente a partir de las sugerencias y reflexiones de este día, podamos juntos identificar las propuestas de acción concretas.

    1. La idea de celibato-virginidad hoy: cuatro posibles aproximaciones

      El concepto de celibato es un concepto muy complejo que debe ser abordado desde diversos ángulos y disciplinas. De manera muy esquemática podemos indicar cuatro: teológico-bíblico, canónico-disciplinar, psicopedagógico, educativo-formativo. Los primeros proporcionan de algún modo los elementos arquitectónicos a nuestro discurso, respondiendo a la pregunta: ¿qué es el celibato? (es la dimensión más propiamente espiritual), los segundos en cambio ofrecen a nuestro discurso los elementos hermenéuticos (o antropológicos) que nos permiten entender cómo vivir la opción virginal.

      Hablaremos preferentemente de virginidad, término más lleno y completo, y no de celibato, que es un concepto sociológico y que indica, además, un estado de privación o carencia.

        1. Aproximación teológico bíblica

            1. EL AMOR VIRGINAL, ¿PRIVILEGIO DE POCOS O VOCACIÓN DE TODOS?

              Partamos de una aclaración indispensable y que no debemos dar por supuesta y que probablemente no es tan evidente; una aclaración que en el fondo parte de la teología del amor virginal. Se refiere en efecto a la naturaleza de la opción virginal y a su finalidad: ¿es para todos o solamente para algunos? ¿Vocación extraordinaria que solamente a algunos es dado entender o llamada universal que expresa un aspecto particular de la naturaleza humana, del corazón del hombre?

              Nosotros venimos de una concepción vocacional más bien precisa y rígida en su esquematización de fondo: por un lado los consagrados, presbíteros o religiosos/religiosas, por otra los laicos; los primeros llamados a ser vírgenes o célibes por el reino, los segundos felizmente (por decir) casados. La virginidad, en esta concepción, sería prerrogativa de pocos, simplemente una especie de «excepción sociológica», una elección muy extraña y diversa de aquella que hace la gran mayoría, además quizá una cosa antinatural, tan grande es la renuncia que pide, para algunos finalmente poco creíble y de hecho poco creída, misterio que solamente pocos pueden entender, un carisma o don de lo alto absolutamente exclusivo, casi un privilegio o (en el peor de los casos) una ley más o menos soportada.

              Es verdaderamente difícil hacer atractiva una realidad con estas características para quien la ve de afuera (miren la crisis vocacional), pero también es difícil vivir un don-privilegio-ley como este, porque se vuelve inevitablemente pesado y más complicado de vivir, aquello que se entiende sobre todo en función de sí mismo y de la propia perfección.

              Pero es posible otra perspectiva.

            1. EL CARÁCTER VIRGINAL Y ESPONSAL DEL SER HUMANO

              La virginidad, he aquí nuestra tesis; dice de algún modo la naturaleza del ser humano, su carácter virginal, porque él viene de Dios y está orientado hacia Él, es virgen, en su esencia, significa justamente esta referencia inmediata (= sin mediación), inevitable, inscrita profundamente en la naturaleza, de la creatura con el creador: la virginidad es la expresión del origen del hombre, creado por Dios, y entonces también de su destino final, que es Dios mismo. La primera y la última esponsalidad del hombre es con Dios. Todo hombre, entonces, es virgen y está llamado a serlo, según la especificidad de su vocación, y la virginidad, en todo caso, no puede ser reducida a una pura característica de un estado vocacional, porque dice en cambio un aspecto fundamental de la persona humana; tampoco se puede referir a una ley más o menos impuesta, porque en ese caso sería algo que se agrega del exterior, además de resultar psicológicamente mal vista, y muy poco practicable o complicada de anunciar. Como hemos experimentado y seguimos experimentando desgraciadamente.

              Decir en cambio que cada persona es virgen y está llamada a ser tal, significa decir que en el corazón del ser humano hay un espacio que solamente Dios puede llenar, o hay una soledad ineludible que ninguna creatura podrá violar y pretender llenarla; quiere decir reafirmar la dignidad y nobleza de cada hombre y de cada mujer porque su corazón ha sido hecho «por» Dios y «para» Dios, posee una grandeza que le viene directamente de aquél que lo ha creado. Parafraseando aquello que Bloy dice acerca del dolor, podríamos decir que el hombre tiene algunas zonas de su corazón que no existen todavía y que Dios y sólo Dios puede entrar para que existan….

              Virginidad es nostalgia de los orígenes, como herida que no se cicatriza, memoria de los inicios y profecía del futuro, reclamo que sale de la profundidad radical de la especie (casi arquetipo junghiano); es la identidad humana, actual e ideal, que entonces no puede no proyectar cada ser humano a la búsqueda de la realización plena de su afectividad en Dios. Y a no cargar la relación humana de un peso insoportable y de una responsabilidad excesiva, de expectativas irrealistas y pretensiones recíprocas de posesión uno de otro, con aquellos celos, dependencias, infantilismos, pertenencias cortas, fidelidades débiles y cuántas cosas más que resquebrajan la humana relación.

              Virginidad no significa inmediatamente y exclusivamente una elección explícita de vida, sino primero el descubrimiento de que Dios es origen y fin de todo amor; que siempre y todas las veces que un ser ama, allí está Dios presente, porque el amor es siempre amor de Dios (así como todo deseo es, en su raíz, deseo de Dios), porque es Dios quien ha inventado el amor, más aún, Dios es amor. Entonces todo afecto terreno que quiera permanecer para siempre y ser intenso, se interesa decididamente en dar lugar de algún modo a Dios y al amor divino, de dejar a Él en el centro.

              Lo que equivale a decir que el amor divino y humano no están en conflicto entre sí, de manera que uno excluya al otro: no hay entre ellos envidia o celos, por el contrario Dios salva el amor del hombre, hasta tal punto que el amor humano, también aquél más feliz, conyugal o paterno-materno o de amistad, es tanto más amor cuanto más «virginal», o sea, es tanto más afecto humano cuanto más aprende a respetar aquel espacio, aquella referencia directa al creador, no violenta aquella soledad donde cada ser humano está en una relación directa con el eterno infinitamente amante, no pretende saciar definitivamente la sed de amor humano, y si verdaderamente el hombre quiere amar mucho y para siempre a su semejante, debe acoger el amor de Dios en sí, para dejarse amar por él y amarlo. Y así redescubrir el sentido auténtico de la relación liberadora con el otro.

            1. LA VIRGINIDAD, OBJETIVO FORMATIVO UNIVERSAL

              Hay ya una indicación pedagógica notable que viene de esta aclaración. Es necesario recuperar la verdad del término «virginidad», es necesario despejarlo de todas aquellas interpretaciones erróneas que han dado una idea parcial y artificial, haciendo de él una cosa exclusiva para algunas categorías vocacionales en la Iglesia de Dios y extraña para todas las otras.

              He aquí el pecado: hemos secuestrado la idea de virginidad, haciéndola algo extraño e improbable; nos la hemos apropiado, haciéndola indescifrable; nos hemos jactado de ella, quizá, haciéndola antipática y arrogante; la hemos vivido para nuestra perfección privada, haciéndola poco creíble; la hemos muchas veces soportado con poca alegría y escaso amor, haciéndola poco apetecible, como si fuese una desventura; hemos creído que debíamos defenderla del mundo tentador, escondiéndola bajo tierra (cf. Mt 25,25) o en un pañuelo ( cf Lc 19,20), más que compartirla. En particular, la hemos espiritualizado, quitándole la concretez de un camino pedagógico para proponer también a los otros, a quienes pertenece por naturaleza, y autodispensándonos del esfuerzo de buscar camino hemos corrido el riesgo nosotros mismos de entender bien poco de ella, de su fascinación y de su misterio.

              Es necesario restituir al vocabulario de la lengua actual, al menos en el ámbito creyente, este término con su riqueza y profundidad de sentido. Es inquietante pensar que tenemos miedo de hablar de él, que nos sentimos incómodos al pronunciar este término, que hay una gran confusión en nosotros respecto de su significado, que no sabemos cómo presentarlo, que tememos causar gracia a los jóvenes, y con todo esto es mejor despreocuparse, como si fuese un valor perdido….

              Si la virginidad expresa las raíces del ser humano, si hay una virginidad en el horizonte de todos, entonces debemos reencontrar la parresia (franqueza, confianza) de decirla, debemos hacer el esfuerzo de buscar términos adaptados y símbolos más evocadores; si esta es la teología del amor virginal, debemos necesariamente buscar una pedagogía correspondiente, adecuada para trasmitirla y para educar para este tipo de interpretación, para crear esa sensibilidad. Si la teología no se vuelve pedagogía, no sirve para nada, recordábamos poco antes; si la teología del amor virginal no dicta las líneas de una pedagogía del amor virginal, es teología que se pierde a sí misma y a un cierto punto se vuelve insignificante.

          1. EL SECUESTRO DE LA VIRGINIDAD

            Por otra parte, es justamente una perspectiva teológica como la indicada que impone por su naturaleza, que obliga a cualquier adulto en la fe, en la Iglesia de Dios, a buscar modos y caminos concretos a través de los cuales esta verdad pueda ser dicha, descifrada, partida, masticada, metabolizada, gustada profundamente… De otro modo corremos el riesgo de continuar en el pecado del que hablábamos primero: aquél de la apropiación indebida, de la privatización de algo que hemos recibido para los otros, que pertenece a todos. Con las siguientes consecuencias:

            1. Sentir una cierta vanagloria subjetiva por la propia elección virginal, con aquella soberbia que los Padres condenan como lo que hace inauténtica la virginidad.

            2. O bien de sentirla como un peso, peso siempre más grande y quizá insoportable. Y es lógico: si no se respeta la naturaleza del don como don para los otros (y no sólo para sí), aquella determinada realidad no será más don ni siquiera para el titular mismo del don, y entonces se convertirá progresivamente en un peso, o podrá ser sentido como una maldición, un robo perpetrado a la propia persona.Y en efecto, es a este punto que el celibato se vuelve ley y no ya carisma (y frecuentemente comienzan también las contestaciones), o cosa injusta o casi imposible. Y es pues así también en un plano psicológico: el vivir para los otros, sin poner en primer plano los propios intereses, también aquellos espirituales, hace vivir bien, con serenidad, con libertad interior, es norma higiénica que da bienestar interior; mientras el vivir replegados sobre si mismos y sobre las propias economías, vuelve esclavos y presuntuosos y, a la larga, imposible el esfuerzo celibatario. Es una ley natural.

            3. Otra consecuencia siempre para el célibe. El extravío del nexo esencial entre carisma celibato y testimonio, o bien la consideración del testimonio como una cosa facultativa, débil, ligado simplemente a la buena voluntad del célibe, casi una benemérita concesión o un acto de caridad hacia quien, en todo caso, no podrá comprender plenamente la esencia del don. En consecuencia el testimonio del celibato, además de volverse facultativo, se vuelve poco apasionado, no más centrado sobre los valores de la belleza, de la relación con Dios como única y verdadera relación que satisface al hombre, sobre el sentido del misterio y la conciencia que ser célibe no es sólo algo funcional al ministerio o útil para ser libres, sin preocupaciones y con más tiempo libre, sino que es también bello, inmensamente bello.

            4. Entonces, otra consecuencia nefasta, el testimonio es global y aproximativo, poco claro y a menudo ambiguo, no suficientemente atento a la sensibilidad de la gente, no suficientemente responsable en relación con ciertas reacciones de defensa al respecto, no suficientemente consciente de que una verdad como aquella de la virginidad universal es una verdad débil en la cultura de hoy, y entonces hay necesidad de un testimonio radical y absolutamente transparente, nítido e inequívoco en los comportamientos, en los gestos, en las palabras, en las actitudes, en el estilo general, en los mensajes explícitos e implícitos, etc.

            5. Pero la consecuencia más grave se vuelve sobre el mismo célibe: cuando no se respeta el don en cuanto tal, entonces no sólo se sustrae una cosa que está destinada a los otros, sino que el célibe mismo se priva de él, es decir que no lo comprende en profundidad, no se le percibe ya la íntima belleza, no se le capta más la verdad interior, la libertad de corazón y la autenticidad relacional que dona a la persona. No trasmitiendo a los otros el sentido de la virginidad como vocación y don para todos, lo sustrae también para sí mismo. Los dones de Dios se entienden y se gustan solamente cuando se los dispensa a manos llenas.

            6. Una ulterior consecuencia negativa: de este modo se impide a los carismas dialogar juntos, buscarse y relacionarse de manera complementaria, enriqueciéndose mutuamente. Cuando el celibato es vivido para sí, no se abre al dialogo con el carisma hermano, a aquello de la conyugalidad, que es sin embargo fundamental para comprender correctamente el intercambio de amor entre Dios y el hombre y, en consecuencia, también para vivir el celibato mismo.

            7. Finalmente, la percepción del celibato como don hace madurar la convicción de que la gracia de Dios es la que da la fuerza de ser célibe, no los propios «músculos», y de hecho, precisamente esta convicción dispone a acoger la acción de la gracia y a no confiarse demasiado en sí mismo.

        1. Aproximación canónico-disciplinar

          Parecería una aproximación menos importante, pero es sin embargo significativo y relevante para precisar.

          Es bien conocida, en efecto, la acusación dirigida a la Iglesia de «imponer» a sus sacerdotes la ley del celibato, limitándoles la libertad y, quizá, limitando además (el número de) las posibles vocaciones al sacerdocio. Lo revela también el pedido de ustedes .

          En realidad las cosas no son así, pero como ha sido recalcado por el Sínodo sobre la Formación sacerdotal, la Iglesia simplemente ha establecido llamar al sacerdocio, o de elegir los llamados al sacerdocio entre aquellos que han recibido ya el carisma del celibato (cf Pastores dabo vobis 29).

          Claro que esto plantea problemas particularmente al camino formativo inicial: exige, por ejemplo, que exista una auténtica formación al celibato y a la opción celibataria, o que de algún modo el joven sea ayudado para verificar la presencia de este don, para liberarse de cuanto lo impide, a tomar conciencia de aquello que lo ve con temor o como algo negativo y de frente a la infelicidad del celibato mismo. En todo caso es necesario lograr que haya una elección explícita, en este sentido: el celibato debe ser elegido explícitamente y no sólo aceptado como condición para acceder al sacerdocio. La impresión, desgraciadamente, (y también esto está subrayado en la encuesta de ustedes) es que en los seminarios muchas veces el tema queda como escondido, implícito, simplemente sin tratar nunca, o aplazado hasta la preparación para el diaconado, o tratado solamente con los casos llamados dudosos o difíciles, y no con todos, como si se tuviera miedo de enfrentarlo o no se tuviesen los instrumentos para hacerlo, o se diera por descontado que el joven será capaz de vivirlo bien sólo porque hoy está «sereno» y no habla nunca del problema. Se olvida que esta elección es, por naturaleza, compleja y no fácil, y que el joven que no tiene problemas en el área afectivo-sexual es un problema.

          También da la impresión que muchas veces en nuestras estructuras formativas se confunde la conveniencia (o pertinencia) teológica a nivel ideal con la actitud psicológica del individuo o, todavía más radicalmente, con la presencia del don-carisma en el individuo mismo.

          El punto de llegada de esta atención formativa sería el descubrimiento del don, de parte del joven (y de los educadores responsables), y por tanto la toma de conciencia de algo bello, algo que viene de Dios y que sin duda supera la capacidad del sujeto, pero en todo caso dice el proyecto de Dios, y que por tanto el joven siente como su propia verdad, algo que Dios le dará la fuerza de vivir fielmente. Y se trata de un don porque con el carisma celibatario el individuo elige, por don justamente,

          amar a Dios sobre todas las demás creaturas
          (= con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas),
          para amar con el corazón y la libertad de Dios cada creatura,
          sin ligarse a ninguno, ni excluir alguna
          (= sin usar los criterios del amor humano, electivo-selectivo),
          más bien, amando en particular
          a quien está más tentado de no sentirse amado

          Podemos considerarla una especie de definición descriptiva, que nos hace captar los elementos esenciales de la elección celibataria, elementos que luego retomaremos. Más en particular: la sustancia (en negrita) , el objeto (en cursiva), la modalidad o estilo (subrayado), las renuncias que implica (doble subrayado).

        1. Aproximación psicopedagógica

          De esta aproximación y de la siguiente hablaremos más difusamente en el parágrafo sucesivo.

          Digamos solamente que, desde el punto de vista psicológico, la opción celibataria es una opción compleja, que parece no gratificar un instinto profundamente radicado en la naturaleza humana y que por tanto requiere una notable madurez interior, a nivel no sólo espiritual, sino también humano. En particular, tal opción exige, como condición sine qua non, una gran libertad interior como capacidad de gestionar con una cierta desenvoltura el propio mundo de instintos, y como disponibilidad autotrascendente de vida, a superar ciertos límites y a tender hacia el nivel máximo de realización de sí.

          Pero es justo aquí donde nace el problema: la cultura en la que vivimos hoy, cultura en sentido lato, como costumbres educativas o filosofía de vida, no parece predisponer positivamente en tal sentido. Aquí señalamos sólo algunos elementos culturales-sociales que por un lado no disponen en sentido positivo, de cara a la opción celibataria, no orientan al joven hacia tal opción, por el contrario, la desalientan creando las premisas para hacerla muy improbable, y por otro lado deforman de alguna manera la correcta interpretación del celibato mismo también en el que lo ha elegido como ideal de vida.

            1. LA CAIDA DEL DESEO Y DE LA CAPACIDAD DE DESEAR

              En la sociedad de hoy, a partir de los jóvenes, se desea poco, en términos sobre todo de cualidad, y todos deseamos las mismas cosas. Este fenómeno está ligado probablemente a una tendencia a la gratificación habitual comenzada en los primeros años de vida, y a no haber aprendido la capacidad de renunciar, a una especie de no respeto del «derecho al sufrimiento»…, que ha llevado lentamente a un hábito gratificatorio que a su vez ha creado la dependencia de la gratificación misma y encima la incapacidad de gozar del objeto gratificante (más uno hace aquello que le place y menos le place aquello que hace), con la necesidad de aumentar la dosis de gratificación misma, o bien del principio del placer se ha llevado al principio de la muerte, en términos freudianos (de libido a thanatos), a la muerte progresiva del instinto vital, de la capacidad de renuncia y de elección, del coraje de desear cosas bellas y grandes, de imponerse metas costosas, de resistir a las dificultades, de ser constante y fiel a los compromisos tomados, etc.

              Es claro que todo esto crea una situación interior que no habilita una elección como la del celibato, o la vuelve una elección muy precaria.

            1. LA CRISIS DE LA BELLEZA Y DEL SENTIDO ESTETICO

              Hoy la tendencia es hacer elecciones funcionales, útiles desde el punto de vista de los intereses inmediatos, económicos y a menudo muy materiales. Una elección como la celibataria supone en cambio la libertad interior de dejarse atraer por la belleza de la cosa en sí, del esplendor de la verdad, de la fascinación de aquello que es intrínsecamente verdadero-bello-bueno.

              La cultura de hoy es cultura de la extinción de la belleza, o de su decadencia en criterios banales e insignificantes. Si no se aprende a gustar la belleza es muy difícil una decisión auténtica de pertenecer a Dios en la virginidad. Así como, si un sacerdote no aprende a gustar la belleza de estar con Dios, de rezarle de escuchar su palabra, de celebrar el culto, de anunciar el reino… todas estas cosas se volverán un peso insoportable y la fidelidad precaria.

          1. LA DESCONFIANZA NARCISISTA DE BASE

            Por fin el error de nuestro tiempo: Narciso, el bello Narciso que desprecia el amor de Eco, enamorada de él, porque es incapacitada. Imagen de quien hoy es incapaz de reconocer el amor recibido e gozarlo porque… no suficientemente reconciliado con su vida pasada, con las personas (limitadas) que también lo han querido mucho (como han podido) y que entonces no poseen aquellas dos fundamentales certezas, indispensables para ser libres de realizar una elección como la celibataria: la certeza de ya haber sido amado y la certeza de saber amar. Sin estas certezas, que por otro lado un creyente debería aún más poseer en un modo definitivo e intenso, una vez más el celibato se vuelve un peso imposible, o se transforma en una búsqueda más o menos desesperada de signos de afecto que no apagan jamás una sed que corre el riesgo de durar toda la vida (Cf Por amor, con amor, en el amor, pp.137-168).

      1. Aproximación educativa-formativa

        Desde este punto de vista, la elección celibataria pone en términos muchos más serios la exigencia de un proceso pedagógico

        1. que recoja, ante todo, las tres clásicas instancias del mismo proceso pedagógico, como tres articulaciones distintas y complementarias, que corresponden al educar-formar-acompañar;

        2. que sea un proceso cuidadoso, muy atento a la personalidad del joven, a nivel no sólo de los comportamientos, sino también de los sentimientos y motivaciones, no sólo a nivel consciente, sino también inconsciente;

        3. además, que no sea limitado al período inicial, sino que se extienda a toda la vida

        4. y tienda a crear en el sujeto la así llamada docibilitas, la disponibilidad, es decir, a aprender de todas las circunstancias de la vida y en cada fase de la vida, de cada persona y de cada ambiente (cf. al respecto, Los sentimientos del hijo pp. 194-201).

        Un análisis del estilo formativo del pasado (quizá no es del todo pasado) nos hace reconocer algunas carencias. Indicaremos aquí brevemente algunas de ellas, sobre todo para recoger las raíces de ciertas actitudes inmaduras, desde el punto de vista afectivo, en los presbíteros de hoy (cf. Por amor…, 103-121. y esquema final [gráfico 3] 166):

        1. área afectiva prácticamente desatendida, cuanto más el área sexual, como si fuese algo menos importante y no bastante central en el desarrollo de todo ser humano;

        2. la atención sólo a los aspectos exteriores de comportamiento, a las declaraciones del sujeto, a los elementos conscientes (es la llamada «ilusión» behaviorista), dando por descontado aquí también, de manera ingenua, que el individuo es siempre libre de ver, de entender, de apreciar y gustar, de elegir el bien real, de discernir lo mejor para sí, de aprender de la experiencia, de sus errores («errando se aprende»)…;

        3. No adecuada formación de los formadores, a veces encargados de un oficio tan delicado sin ninguna preparación, o pensando que basta una genérica bondad de ánimo o una vaga sensibilidad espiritual;

        4. una concepción privatista de la opción celibataria en función sobre todo de la propia perfección, como hemos visto ya;

        5. una formación poco atenta a la relación y poco habilitante de la capacidad de relación con el otro, con lo otro-de-sí, por tanto también con la otra, también la espiritualidad es vista todavía hoy en clave muy individualista;

        6. Un fenómeno cada vez más notorio en estos últimos tiempos (aunque quizá no en todas partes de la misma manera) es aquél de la llamada feminización del varón, o bien del pasaje de una cultura de claro influjo paterno a una en la cual es más condicionante la figura materna, con la acentuación de una cierta sensibilidad femenina en el varón (personalidad más emotiva, actitudes más condescendientes, sensibilidad acentuada por el intercambio afectivo o necesidad de afecto y ternura…), junto a una cierta debilidad y a una más acentuada incerteza a nivel de la propia identidad.

        Juntando los problemas desde el punto de vista psicológico, vistos en el parágrafo precedente, con estas carencias en el plano formativo, resultará una formación débil para un celibato que no podrá más que ser débil (cf. gráfico 3 a p. 166).

        Naturalmente podemos ahora discutir y verificar estos elementos con nuestra experiencia personal y de Iglesia, de Iglesia Argentina. Probablemente hay ulteriores aspectos para agregar o especificar. Y en un encuentro como éste puede ser particularmente interesante compartir las propias impresiones al respecto.

        Es importante en cada caso, para el responsable de la formación permanente del clero, tener una idea lo más clara posible de la situación.

        Podemos también recoger en conjunto estas cuatro aproximaciones y tomar los elementos esenciales de cada una de ellas, y también las conexiones entre una aproximación y la otra.

 

  1. Los dinamismos pedagógicos desde la formación permanente para la madurez afectiva del célibe consagrado

    Vemos en esta segunda parte, los dinamismos pedagógicos que deberían activarse para garantizar la formación permanente (FP) del presbítero, en el área de la afectividad – sexualidad. Para cada uno de estos dinamismos trataremos luego de identificar el posible rol del responsable de la FP misma.

    Los dinamismos pedagógicos están representados por los tres verbos clásicos del educar – formar – acompañar. Los dos primeros, el educar y el formar, indican dos dinamismos pedagógicos sucesivos, el uno del otro (primero el educar después el formar); el acompañar, en cambio, indica el modo de estar cerca de parte del guía, ya sea en el educar como en el formar, o sea es algo contemporáneo a estos dinamismos. Por este motivo, veremos primero el educar y enseguida después el acompañamiento durante la fase de educación; después el formar con el acompañamiento correspondiente. Naturalmente, nos ubicaremos desde el punto de vista del responsable de la FP.

      1. Educar

        El significado fundamental del educar, es «hacer surgir» la verdad sin conformarse con la sinceridad; o buscar las auténticas raíces de los problemas, yendo mas allá de poner en evidencia los estados de ánimo o las exigencias personales, y esto es fundamental para el camino de madurez afectiva, especialmente en los momentos de dificultad o crisis, sobre todo para un tipo como el sacerdote, acostumbrado a encontrar diferentes escapatorias delante de la verdad o a defenderse en lo que respecta a sí mismo, y otras veces particularmente ingenuo cuando se trata de una respuesta afectiva y además hay una cierta implicancia personal (Cf Los sentimientos del Hijo (SH), 52-55).

        Habría que recordar particularmente los siguientes puntos.

          1. Centralidad de la afectividad -sexualidad (y sus síntomas)

            La sexualidad tiene dos características: la plasticidad y la potencialidad de ser influida por todo, por lo que problemas nacidos en otras áreas de la personalidad, antes o después, terminan por influir y condicionar la afectividad- sexualidad. Esto quiere decir que muchas veces (o casi siempre) las crisis sacerdotales no son afectivo – sexuales en su origen, sino que se tornaron tales con posterioridad. CF Por amor (PA), 83-85. Como consecuencia, no está dicho que la terapia sea el matrimonio o la satisfacción de los instintos (cf. PA 85). En otras palabras, la sexualidad tiene una naturaleza sintomática, es signo y síntoma de otra cosa, si la sexualidad se ve afectada la causa del problema debe buscarse por otro lado.

          1. El problema de la identidad

            Muchas veces es justamente éste el problema más radical y delicado para un sacerdote: el no tener una personalidad sustancial y establemente positiva, (que es la necesidad más importante para el ser humano, todavía más que la necesidad de afecto): cuando la identidad no es segura y suficientemente positiva, es fácil ir a buscar la seguridad y consideración positiva de sí mismo en la relación con otra persona, donde el afecto del otro/a se vuelve un asegurarse sobre el propio valor («si hay alguno/a que me quiere, entonces yo valgo, entonces no estoy para el descarte, entonces soy importante y apreciable…»): PA, 1003, nota 23.

            Este equivoco, no descubierto, puede crear una deformación del celibato y llevar a la persona a no vivirlo como un «cantus firmus» («firmus» porque la identidad está firme y segura) sino como «amor curvus» (replegado sobre sí mismo y las propias necesidades a las cuales satisfacer) , o del celibato germinativo – progresivo al celibato regresivo – vulnerable (cf. PA, 804-809)

            Por esto es importante ir a ver la historia personal y verificar detalladamente el sentido de identidad del individuo, verificar en particular la presencia y firmeza de las dos certezas que constituyen la premisa indispensable de la libertad afectiva, como ya hemos visto. (cf. PA, 142-148).

          1. La esclavitud de la dependencia afectiva

            De tal modo se instaura en la persona un círculo vicioso, porque la relación, cuando se vive con el objetivo, aunque inconsciente, de aumentar la autoestima, no será nunca completamente satisfactoria; por el contrario, hará a la persona cada vez más dependiente del otro/a, dejándole adentro una necesidad creciente de signos y demostraciones de afecto además de una profunda y frustrante insatisfacción: cf. PA, 582-588; 959-962.

            De esta manera, la seducción de la dependencia se vuelve al final amargura, desilusión, soledad y aislamiento.

            Por esto, repetimos, cuando un presbítero vive un cierto tipo de relaciones con estilo de dependencia, el problema no es solo, ni antes que nada, moral – disciplinario, sino psicológico; más aún, la persona debe ser ayudada a entender que en el origen de este comportamiento hay un reclamo profundo muy serio que las gratificaciones afectivas no lograrán nunca interceptar ni satisfacer.

          1. El problema de la homosexualidad

            También aquí hay una verdad por descubrir. No basta con advertir una tendencia homosexual ni una experiencia en tal sentido para determinar que se es homosexual: (cf. PA, 916-933 y anexo.)

          1. Los mecanismos de defensa

            Todos los usamos, para defender y salvar nuestra estima de nosotros mismos, pero no siempre nos damos cuenta que el uso de estos mecanismos nos aleja progresivamente de la verdad sobre nosotros mismos, nos esconde de nosotros mismos. Vemos algunos de los mas usados en el campo que nos interesa. PA, 941-951; 662-667.

      2. Acompañar (la educación)

        Acerca del significado del acompañamiento en general en el camino espiritual cf. SH, 58-61.

        A nosotros nos interesa ver, sobretodo, cuál es el rol del responsable de la FP del clero en relación con el educar. De alguna manera, su función es la de acompañar en este recorrido de educación a la verdad como un maestro de vida. Vuestra indagación lo dice de manera muy clara: «faltan modelos: maestros que ayuden a vivir».

        Sin la pretensión de abarcar todos los aspectos podemos dar las siguientes indicaciones.

          • Atención al grupo

            • El sacerdote está llamado, antes que nada, a un servicio que apunta hacia dos direcciones: hacia el grupo o hacia pequeños grupos, por lo tanto a todos y después a la persona que se encuentre en una dificultad particular. Hacia el grupo o hacia pequeños grupos (divididos preferentemente según la edad o la ubicación geográfica), debe garantizar, en lo que se pueda, lo que podríamos llamar «el servicio a la verdad», o mejor aún, una suerte de formación- información continua sobre el tema del celibato y su justa interpretación, para que la atención se mantenga despierta y vigile al corazón, para ofrecer a todos los presbíteros elementos que pueden resultar muy importantes para vivir bien la virginidad personal (por ej. el conocimiento de ciertas leyes sicologícas de la maduración afectiva o de las características de la sexualidad, ciertas aclaraciones sobre la homosexualidad, la naturaleza de la virginidad como vocación universal, el objetivo verdadero del testimonio virginal…).

          • Mensajes al individuo

            • A cada uno tendría que llegar este mensaje de manera clara: para vivir en paz debo vivir en la verdad, por lo que es importante e indispensable tener un guía, para no pretender hacer las cosas solo y engañarme, y así lograr cada vez más vivir la verdad sobre mí y sobre mi corazón; a la iglesia y a mi diócesis les interesa mi serenidad y no solamente la observancia disciplinar de mi celibato, y me ofrece la posibilidad de diálogo.

            • Otro elemento para subrayar y verificar permanentemente es la presencia de docibilitas afectiva, o mejor dicho de la disponibilidad de aprender continuamente acerca de lo que respecta a la maduración afectiva personal, o sea la conciencia de saberse siempre en estado de formación en este aspecto, más aún, que el «carisma del celibato», también cuando es autentico y probado, deja intactas las inclinaciones de la afectividad y las pulsiones del instinto» (Pastores dabo vobis, 43), de tal manera no hay que maravillarse por la persistencia de ciertos tipos de atracciones ni está permitido jamás el comportamiento de autosuficiencia y presunción al respecto como si uno estuviese ya seguro y pudiese permitirse todo.

            • En tal sentido, y en un tiempo como el nuestro en el que la estimulación sensorial parece ser cada vez más agresiva y las posibilidades de satisfacción son cada vez más accesibles, el responsable del clero tendría que recordar a sus hermanos que ninguno puede pensar que crece en la verdad sobre sí mismo y en la libertad afectiva sin una renuncia inteligente, a nivel de los sentidos internos y externos como recordaba aquel maestro de vida sacerdotal que era Mons. Ancel (cf. PA, 594-595, nota 128).

          • Actitudes del responsable del clero

            • No se trata de esperar la crisis sino de anticiparse si es posible. La FP y la maduración afectiva es siempre, por naturaleza propia, formación preventiva. El responsable debería estar muy atento a percibir ciertos signos, ciertas dificultades incipientes, sin esperar que suceda nada grave, sin esperar que sea el otro que confiese su situación.

            • Por lo que debe ser una persona que viva en contacto con sus curas, que encuentre diferentes modos para «seguirlos» y «monitorearlos», estableciendo en lo posible un contacto personal con cada uno, que esté presente en sus vidas con discreción y cuando se espere su presencia…¡Cuántas crisis sacerdotales se podrían prevenir gracias a la atención inteligente y atenta de un hermano mayor! ¡Cuántas grandes crisis afectivas son la consecuencia de la soledad del presbítero! (Éste es también otro punto tomado de vuestra consulta) .

          • Qué hacer en caso de crisis

            • En el caso de necesitar una consulta sicológica, hay que saber bien a quien se envía al hermano sacerdote, no todos los sicólogos pueden hacer un servicio a la verdad del sacerdote en crisis afectiva. Lo ideal sería que en cada diócesis hubiese un sacerdote sicólogo o al menos habilitado para este tipo de servicio. Y cada sacerdote tiene que saber que puede encontrar quien lo ayude en la misma iglesia sin necesidad de buscar fuera de ella. «Muchas veces hay servicios para los diferentes tipos de necesidad (desde drogadicción hasta enfermos de SIDA) mientras que escasean las ayudas sistemáticas para sacerdotes en crisis».

            • Quien se encuentra en dificultad tiene que percibir a su alrededor comprensión y ofrecimiento de ayuda, atención en no marginar a nadie ni mandar sutiles mensajes de condena. Es también tarea del responsable construir, por cuanto se pueda, un clima de comprensión y fraternidad alrededor de quien se encuentra en dificultad, que debe sentir a la iglesia como madre y no a los superiores como jueces y a los hermanos como personas desinteresadas.

            • De todos modos, el mismo responsable del clero debería ser el hermano mayor que ofrece una ayuda, y que hará comprender cuán necesario es aclarar la verdad, mirar profundamente en el corazón, y aprender a hacer bien aquello tan simple pero tan importante que es el examen de conciencia (no de inconsciencia…); debe estar en grado de entender y hacer entender, más allá de las pruebas y las presiones del instinto, qué es lo que está pidiendo y ofreciendo el Señor al sacerdote que está luchando consigo mismo, para que sea una lucha religiosa, con Dios y sus deseos, no simplemente una lucha sicológica, contra sí mismo y sus miedos personales (cf. PA, 970-977).

      3. Formar

        El significado central del dinamismo de formación consiste en proponer a Cristo como forma de vida del presbítero, forma que se vuelve norma de su ser y de su actuar, del amar y del ser amado, o sea punto de referencia de la vida entera, a todo nivel, y punto desde el cual parten todos los dinamismos vitales, objeto del amor y fuente inspiradora del amar, centro que atrae todo hacia si mismo y energía que se difunde hacia todo y recoge todo en sí.(Cf. SH, 55-58.)

        Quisiera intentar que este concepto sea absolutamente central en un proyecto de vida virginal, con una idea que es otro tanto fundamental en un discurso FP, y que respecta al tiempo, al uso del tiempo, y a la apropiación del tiempo. Podemos decir entonces que aprender a usar el tiempo en modo inteligente quiere decir, para el presbítero, aprender a amar a Cristo sobre todas las criaturas, al punto de decir que no al amor, aunque tanto deseado, de una mujer, para amar con el corazón de Cristo a cada criatura.

          1. Tiempo concentrado = energía afectiva concentrada (enamoramiento de Cristo)

            De por sí, el tiempo se concentra cuando está todo dirigido hacia una sola dirección o gastado enteramente en tensión hacia un centro hacia su centro. Para el creyente, el tiempo concentrado es el tiempo humano que celebra el Evento – divino de la muerte – resurrección de Cristo, hecho objetivo y ocurrido una vez para siempre, ya fuera del tiempo y sin embargo en el centro de la historia, aún más, «centro de todos los corazones». Es tiempo concentrado porque y cuando todo está condensado en aquel evento y en su «celebración», atraído y poseído en cada fracción por este mismo, casi recogido y completamente absorto en su contemplación.

            Pero es sobre todo tiempo concentrado porque y cuando quien celebra o hace memoria de ese evento está enteramente tomado, sin ninguna distracción o baja de atención o de tensión, por el evento mismo y por su misterio, por su fascinación de verdad y belleza, de su carácter de contemporaneidad, que lo vuelve extraordinariamente actual y presente en su vida. Por esto, la calidad de este tiempo es muy alta, en sí misma y en la economía de vida del presbítero: es tiempo esencial, ya que de alguna manera revela la esencia de la vida y de la vida creyente, de la existencia ministerial; es tiempo afectivo, porque indica la concentración de las energías personales en Cristo.

            Hay entonces un doble nivel de concentración. En un primer nivel, o sobre el plano objetivo de la fe cristiana, esta corresponde sobretodo al proyecto creacional – salvífico del Padre – Dios, de hacer de Cristo, hijo suyo, «el corazón del mundo», el centro no solo del cosmos, sino de la vida de todo ser viviente, porque en él nos ha elegido, bendecido, predestinado, redimido, recapitulando en el todas las cosas, reconciliando cada realidad con la sangre de su cruz (cf. Ef 1,3-10; Col 1,15-20).

            En un segundo nivel, mas subjetivo, el tiempo concentrado es el tiempo de quien ha encontrado el propio centro y el corazón propio en tal evento, y siempre está dispuesto a dejarse atraer por éste, a descubrir la identidad y la vocación personal , celebrando contemporáneamente el proyecto divino y su cumplimiento en la historia, o recibiendo el don del Padre y respetándolo en su centralidad. Es como una doble concentración, o un doble dinamismo de tensión hacia el centro: a nivel humano – psicológico y a nivel de fe y revelación, de parte de Dios y del hombre.

            Por este motivo es tiempo intensamente vivido, de una muy alta densidad de participación personal. El tiempo concentrado es tiempo fuerte y «compacto», porque en éste actúa la atracción centrípeta, casi fuerza gravitacional, de la que habla Jesús («Yo, cuando seré elevado de la tierra atraeré a todos hacia mí», (Jn. 12, 32), volviendo a aquel que celebra contemporáneo con aquello que celebra, casi haciéndolo entrar como si fuese parte de ello. El tiempo concentrado es la condición fundamental de la FP, solo si existe este tipo de tiempo durante la jornada se inicia el proceso formativo, porque constituye el principal punto de referencia, o el punto de largada y después de llegada, es lo que debe crecer y juntamente lo que sostiene el crecimiento. Sin tiempo concentrado el individuo no sabe quién es ni quién está llamado a ser y a amar, y su tiempo se torna banal y disperso, inconsistente e inconcluso, tiempo vacío y suspendido en el vacío.

            De este tiempo concentrado toma relevancia y sentido todo el tiempo del hombre, más aún este tiempo concentrado del evento y en la celebración – contemplación de sí mismo, en la medida en la que es efectiva y afectivamente concentrado en sí mismo – imprime un ritmo consecuente al resto de la existencia humana y, en particular a la vida afectiva del célibe, un gran amor puesto en el centro de la vida, se vuelve el motivo inspirador, central y dominante de todos los otros afectos, hace amar más y sobretodo en la misma línea, para que todo otro afecto no se distraiga de aquel amor central y originario, sino que esté en plena sintonía con él.

            Me parece un punto muy importante de nuestro discurso. No para decir que el cura debe rezar más, sino para especificar que en su vida está y debe estar este tiempo concentrado, como calidad y sobre todo calidad de tiempo de la que deriva una correspondiente calidad de oración y de la que deriva, sobretodo, una concentración correspondiente de energía afectiva. Tiempo concentrado en la celebración (en sentido amplio) de la pascua de Jesús y/o en la contemplación de su misterio. O tiempo de efectiva celebración de aquello de lo cual se hace memoria (el memorial eucarístico), pero a la vez, espacio de meditación e intimidad con el Señor de la vida y de la muerte para dialogar con Él, «mi» Señor, para tener su misma mentalidad y vibrar con sus mismos sentimientos, para cruzarse con aquella mirada amante que se fija en el amado, para trasmitirle todo mi afecto; tiempo de oración y adoración, tiempo recibido «inútil» y entregado al misterio, como el aceite derrochado y volcado sobre los pies de Jesús, o capturado por la misteriosa fascinación de aquél que, elevado de la tierra, no solo atrae todo hacia sí, sino que está en grado de reunir y recomponer todo fragmento de vida y de humanidad, dando vida a huesos resecos y dispersos (cf. Ez 37,1-15), como a menudo es la afectividad y sexualidad del presbítero; reconducir cada componente de la personalidad al centro, desde los impulsos carnales hasta las aspiraciones espirituales; tiempo prolongado de oración verdadera, de desierto y soledad, pero también solo un fragmento de tiempo orante a través de la jornada en el que el contacto con el divino es intenso e inmediato, como un pensamiento fugaz pero rico, casi un …concentrado, de intimidad y espesor comunicativo, o un espacio de «desierto en la ciudad»…

            El tiempo concentrado, entonces, es tiempo que torna presente en la pascua de Jesús, entonces es para vivir intensamente, «con todo el corazón». Porque es el corazón el «lugar del encuentro»…,el «lugar de la alianza», con la humanidad personal y las energías de las cuales ella dispone, en todos los niveles (del instinto, psicológico y racional – espiritual). El Tiempo concentrado es entonces tiempo que expresa cada vez más el amor del discípulo por el Maestro y lo intensifica, tiempo que habla de todo el deseo de intimidad con él, de una sintonía cada vez más profunda con sus deseos, en el estupor ininterrumpido de frente al Dios tiernamente amante…; es el tiempo del diálogo intenso con El, en el cual resuena la pregunta fundamental en la vida del presbítero: «¿… me amas tú más que estos?», y tiempo también de las respuestas: «Señor, tu sabes que te amo». Es también tiempo en el cual las palabras no bastan más para decir el afecto que crece, la amistad que se pone cada vez más en el centro de la vida, el amor sin límites ni restricciones, cada vez más parecido a un enamoramiento, y aquella insaciable exigencia de algo más, de algo más que sólo los enamorados advierten y que el discípulo del Señor debe probar si no quiere reducirse a ser funcionario o alguien que sólo hace cosas.

            Y si el amor intenso aumenta el grado de autoconciencia, entonces en el tiempo concentrado está también toda la conciencia del drama y de la irrepetibilidad del momento que se está viviendo y celebrando, más allá de una simple tarea ministerial y rol litúrgico, por cuanto compuesto y solemne, tanto más, más allá de toda forma alegre y veloz, o cansada y repetitiva gestión del evento. Tiempo entonces también de descanso de todas las otras actividades, porque Aquél que está en el centro de la vida merece ser intensamente buscado y celebrado, dejando todo el resto para estar con El; tiempo concentrado es tiempo «vacans» para Dios, gastado sólo por Él, porque su gracia «vale más que la vida» (Sal. 62,4), y un día en sus atrios «vale más que mil en otros lados» (Sal. 83,11).

            El objetivo final de la madurez espiritual, como sabemos, es la capacidad de vivir la intimidad con Dios en la vivacidad de la acción o de reencontrar a Dios en el hermano, uniendo contemplación y acción, amor por Dios y amor por el prójimo, pero justamente por esto, para alcanzar de manera estable este objetivo, es indispensable el tiempo concentrado y la energía concentrada; el camino que conduce a la unidad de vida pasa necesariamente a través de la decisión de reservar tiempo a la única cosa necesaria, sustrayéndolo de cualquier otra actividad, para concentrarlo en la contemplación – celebración exclusiva del misterio.

            Si, por lo tanto, el tiempo concentrado es celebración del evento central en la vida de la persona, entonces tal tiempo, debe naturalmente ocupar cada vez más una posición central en la vida del creyente y en la economía de su jornada, porque éste es el tiempo «que da el tiempo» a toda la vida, es el «cantus firmus» que signa la tonalidad general, y el ritmo del cual parten y al cual tornan todos los otros ritmos de la existencia, también y sobre todo el afectivo.

            Pero si tiempo concentrado quiere decir todo esto, también debemos decir, con consciente realismo, que no está para nada descontado que en la vida del cura, «profesional de lo Divino», esté realmente este tiempo (o esta concepción del tiempo); ni que sus operaciones varias que tienen a Dios como referente o interlocutor (desde la oración personal hasta la litúrgica) sean interpretadas con dicha tensión y atención.

            Podrían transcurrir jornadas enteras, en su existencia, sin que haya un minuto o una fracción de tiempo concentrado, no obstante la observancia y puntualidad con que lleva a cabo sus deberes de piedad (las así llamadas «prácticas de piedad»), hasta el punto de merecer la amarga desaprobación de Jesús: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí» (Is. 29,13). Más bien diría: existen las oraciones, pero no está La oración, porque es un orar superficial y apático.

            Y no es solamente un caso aislado. La editorial de una revista para sacerdotes, recientemente se preguntaba con tono alarmado: «¿Por qué los hombres de Dios pasan tan poco tiempo con Él? ¿Por qué gente que dice tantas oraciones, pocas veces es gente de oración?» . Y concluía: «Dios quiera que, antes o después, lleguemos a aquella sabiduría que nos hará ver como único radical tiempo «útil» de nuestra vida a aquel dedicado a aprender a amar. O sea a aprender a «orar»» . A orar, podríamos especificar nosotros, en el espíritu y en el estilo del tiempo concentrado, donde la oración habla del amor y hace aprender el amor, el único tiempo radical útil de nuestra vida.

            ¡Una existencia que se encuentra privada de tiempo concentrado es una vida sin sentido en una persona sin centro y sin amor. En una historia en la cual no comienza ningún dinamismo de FP!

            Sobre el sentido psicológico – espiritual del enamoramiento de Cristo cf PA, 679-688

          1. Tiempo distendido = energía afectiva difundida (amor por las criaturas)

            El tiempo distendido, en un cuadro de realización armónica del yo, es tiempo que parte desde el centro, asume la memoria y revive el sentido, extendiéndolo al resto de la jornada e irradiándolo en cada instante de ésta. En el plano del dinamismo afectivo, es energía concentrada que partiendo desde el centro – Cristo se difunde sobre las criaturas, con el mismo estilo, libertad y potencia de amor (idealmente) del Cristo amante sobre la Cruz.

            Es tiempo «distendido» porque se extiende a lo largo de las distintas ocupaciones cotidianas, narrando en ellas el evento central, aquel evento que ha dado y da la identidad al yo mismo y a la salvación de la historia entera. Por lo que se dice también tiempo narrativo. El tiempo distendido tiene sentido, por lo tanto, en la medida en que nace del tiempo concentrado en el evento, que de él emana y en él confluye, es o se transforma en una expresión o una expansión, manifiesta la íntima potencialidad, cuenta los prodigios y canta la riqueza, vuelve accesible la verdad objetiva y gozable la belleza trascendente en pequeña y limitada medida de una existencia terrena subjetiva. Como los círculos dibujados en un espejo de agua por la piedra arrojada, tiempo extendido – narrativo, son los círculos concéntricos que nacen, extendiéndose cada vez más, desde el mismo punto central y abrazando la vida entera y todas sus dimensiones.

            Resulta espontáneo aplicar la lógica del tiempo extendido a la energía afectiva que se difunde sobre las criaturas a partir del centro: también ella se transforma en una narración del amor del Eterno, dice con un gesto humano de benevolencia la grandeza de la benevolencia divina, emana de ella y a ella confluye… y justamente éste es el secreto y el elemento decisivo, y quizás no siempre tan claro en su significado concreto y en sus comportamientos.

            Es la cuestión del estilo y de los estilos relacionales: SH, 252-260; PA, 779-804, especialmente 797-804.

            Volvamos a la lógica del tiempo distendido, que es también tiempo distensivo, porque el individuo, viviendo los tiempos, los compromisos y los encuentros cotidianos coherentemente con aquel centro que los genera y regenera continuamente, se distiende él mismo, en el sentido más pleno del término, porque encuentra paz y armonía, unidad de vida y de intento. Diría aún más: se extiende el tiempo, pero también y sobre todo el individuo descubre aquí su distensión y la narración del evento, como una teología narrativa, se vuelve modo auténtico y pleno de vivir la fidelidad a aquel misterio que está en el centro de la vida.

            Creo, de hecho, que esta es la verdadera distensión del presbítero, luchando con los quehaceres cotidianos, pero firmemente anclado en su centro. Su alegría y su conciencia, agradecida y humilde, de haber vivido y de vivir con coherencia el don y el amor recibido, de haberlo difundido y de seguir sembrándolo alrededor de él, de haberlo transmitido a los otros…; y quizás todavía más con la sorpresa de haberlo encontrado al final en los eventos humanos vividos o cercanos de cada día, en rostros, palabras, personas, dramas, esperas…, expresiones inconscientes de aquel único dramático evento que dio y sigue dando un sentido a la historia de todos y que justamente a él le toca anunciar e indicar presente en el tiempo. Aquel evento, contemplado – celebrado en el misterio y ahora reencontrado – narrado en lo cotidiano es lo que lo plasma y lo forma lentamente: lo forma mientras él lo celebra en el tiempo concentrado y mientras lo anuncia en el tiempo distendido. ¡Es la gracia de la FP!

            De manera más radical, es ésta la lógica que está debajo de todo proceso de FP para la madurez afectiva en el celibato consagrado, que justamente en este punto comienza a dejar entrever su estructura de fondo, cual dinamismo de concentración – condensación del tiempo y de las energías afectivas en el Evento (de la pascua de Jesús) y de distensión- difusión del evento (de la pascua de Jesús) y de las energías afectivas en el tiempo. O movimiento en intensidad (=concentración) y distensión (=narración).

            La persona se mueve y vive muchas relaciones, pero permaneciendo siempre fija en su centro: todo en ella permanece íntimamente conectado con el centro, «porque nada se sustrae a su calor» «(Sal 19,7). Es el sentido de la recomendación Paulina: «todo lo que hagan con palabras y obras, todo se cumpla en nombre del Señor Jesús…» (Col 3,17). Por esto el tiempo distendido no es menos noble ni menos importante que el tiempo concentrado: tienen necesidad el uno del otro; el amor humano no es menos que el amor divino, más aún, el segundo mandamiento es similar al primero…

            En cambio, si se ignora este vínculo entre centro y periferia, entre tiempo concentrado y tiempo distendido; el tiempo concentrado se vuelve vacío e infecundo, como si fuera menos creíble aun siendo correcto externamente, y el tiempo distendido se vuelve caótico y anónimo, mientras se abre el camino a todas aquellas formas de desorientación y esquizofrenia entre relación con Dios y con los hermanos, con las consecuencias de un celibato cada vez más privado de pasión, cada vez más pesado e incapaz de confesar el amor del Eterno.

          1. Tiempo cumplido = un único amor (la virginidad como sexualidad pascual)

            El tiempo se cumple (se realiza) cuando logra armonizar tiempo concentrado y tiempo distendido, en la vida de un creyente cada vez mas volcado hacia el reino y cada vez mas conforme a los sentimientos del Hijo, a sus gustos y deseos. En el plano afectivo el tiempo cumplido hace referencia a la capacidad de síntesis entre dos amores, y de una síntesis que nace cada vez más en torno a la cruz, el corazón del universo, el punto central que «recapitula» todas las cosas.

            Se trata, en líneas generales, de pasar de la sucesión articulada entre los dos tiempos y los dos amores hasta ahora considerados, a su progresiva compenetración, sin que ninguno de los dos pierda su especificidad, y para que juntos se enriquezcan mutuamente transformando cada instante de formación general y de crecimiento en el amor virginal. Dicha simultaneidad no es solo temporal (o sincrónica), sino que es lo que consiente al discípulo -por una parte- dedicarse plenamente a su Dios mientras se dedica totalmente a los hermanos, y -por otra parte- impide a su relación con el misterio trascendente estar aislado del resto de la vida y limitado a los tiempos oficiales de su oración. A nivel afectivo, esta compenetración indica la progresiva identificación con los sentimientos del Hijo: la concentración del tiempo y del «tiempo afectivo» en Dios y en la pascua de Jesús, de hecho, determina cada vez más no solo la irradiación del misterio a los fragmentos de tiempo cotidiano y de relación humana, sino la extensión de éste a la totalidad de la persona humana, o mejor dicho, hace que la persona entre progresivamente en el misterio del Hijo, volviéndose conforme a su imagen, en el corazón y en la mente, en los afectos y en las atracciones, a nivel consciente y también inconsciente.

            Desde un punto de vista metodológico, alcanza el objetivo de profunda unificación interior, aquel discípulo que sabe unir la contemplación a la acción, aún más, de la máxima contemplación al máximo de la acción, dado que la síntesis en la vida espiritual se construye solo sobre valores máximos, solo cuando uno vive al máximo grado la vida personal de intimidad con Dios y la dedicación personal a los otros (mientras que no existe ninguna síntesis o unidad de vida, no solo si ambas partes están separadas entre sí, o uno está ausente, sino también cuando el nivel de la vida espiritual o el de la donación concreta hacia los demás es mediocre). Ver en tal dirección las expresiones de Padre Milani y de Lewis p.c. 634 de PA.

            De tal modo, el tiempo se transforma en una ocasión favorable para la salvación, Kairós, tiempo de FP a la madurez afectiva. La relación armónico consecuencial entre tiempo concentrado y tiempo distendido narrativo no solo los vuelve siempre más contemporáneos, sino que es lo que da un sentido de cumplimiento o plenitud al tiempo, de cualquier manera lo vuelve definitivo y dotado de validez formativa, decidido y decisivo, porque cargado de salvación, pero también supeditado a una elección, rico del don que llega desde lo alto y dramáticamente expuesto a la decisión humana de aceptarlo o no.

            Es al final de cuentas el sentido del anuncio evangélico que abre el ministerio público de Jesús : «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; conviértanse y crean en el Evangelio» (Mc, 1,15). ¡Es el ritmo de la FP!

            Por esto cada fragmento de este tiempo contiene una validez formativa, en el sentido etimológico y más pleno del término, porque es tiempo que tiene ya una forma propia (= la forma de la Salvación que se manifiesta a través del amor y de la relación), y es también tiempo que puede dar una forma correspondiente a la vida del creyente y del salvado (la forma de una relación modelada sustancialmente sobre la base de aquella que Jesús ha establecido con nosotros). Y si ya tiene su forma, es porque el Padre Dios se empeña en ese tiempo volviéndolo salvifico y entrando en una relación amorosa con el hombre, como un tiempo hizo con el Hijo durante los días de su vida terrena cuando este reconoció «llegó la hora» (Jn., 17,1), su hora establecida por el Padre. Por esta razón el tiempo humano, en cada fragmento suyo y en cada relación marca del mismo modo el cumplimiento de una hora fijada por el Padre, casi una prolongación de la hora del Hijo, decisiva y dramática pero siempre nueva e irrepetible por lo que ofrece y pide al discípulo de Jesús.

            Es un verdadero tiempo de formación y más precisamente lugar y oferta de formación a la madurez afectiva. Como un cumplimiento progresivo, que es en definitiva continuación en el creyente del misterio del Hijo y de su identidad, como dice San Pablo: «Completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo» (Col 1,24). La gracia de la FP afectiva es justamente esta: ¡poder abarcar dentro de los límites de la existencia personal cotidiana, de la propia carne, de la afectividad personal…, el misterio del amor crucificado y resucitado al punto de haberse plasmado hasta los sentimientos! Es la gran gracia que habla una vez más de la acción de Dios que precede y sostiene el actuar humano y llega allí donde nosotros no podríamos llegar jamás, a cambiar el corazón, a vivir los sentidos, los impulsos, la carne (como dice San Pablo)… como lugar donde está cada vez más misteriosamente presente el Espíritu para volvernos conformes al Hijo, o como lugar donde realizar esta misteriosa semejanza.

            No sólo, cada fragmento de tiempo, sagrado o profano, tiene su validez educativa, sino también cada fragmento de relación interpersonal y de personalidad, instintivo – impulsiva o espiritual se vuelve espacio y objeto de formación, y de formación permanentemente afectiva (=tiempo extendido en toda la vida), justo porque debe llegar a las profundidades del yo (=tiempo concentrado en la asimilación de los sentimientos del Hijo que se extienden a los sentimientos de la creatura, de algún modo deteniéndose en ellos). Si el objetivo de la formación, implica esta concentración de energías alrededor del centro que es el corazón de Cristo, es indispensable que el proyecto se extienda y programe sobre toda la existencia, para que la vida entera se haga cargo. Solo entonces la formación se cumplirá: cuando idealmente todas estas energías humanas vitales (deseos y pasiones, instintos e impulsos terrenos, afectividad y sexualidad) estén llenos de Cristo, estén evangelizados, pasen a través de la conversión requerida por Jesús, porque el tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca.

        1. La integración en torno a la cruz

          Este designio se cumple, prácticamente, a través de un ejercicio que el presbítero tendría que aprender a hacer cada día y cada vez más: la integración de su afectividad, sexualidad en torno a la cruz. Ya hablamos de la cruz como símbolo cósmico, en el designio del Padre, de unidad y de convergencia (cf Col 1,20; Ef 1,10) de todas las cosas, de cada fragmento de humanidad, también de nuestra sexualidad, muchas veces considerada como algo que no tiene nada que ver con el misterio de la Pasión de Jesús, y por lo tanto nunca confrontada con ésta. Aún así existe un misterioso nexo entre la Pascua y el misterio de la sexualidad. En realidad la cruz es la realización al máximo grado de la energía sexual y de sus características esenciales (la relación con el otro y con la fecundidad), porque la cruz lleva al máximo grado una como la otra: nada como la cruz expresa la capacidad de relación con el otro, con el que es diferente de mí, nada como la cruz es signo de vida y de vida en plenitud. Bien, integrar la afectividad – sexualidad personal en torno a la cruz significa:

          • dejar que el misterio – magisterio de la cruz de Jesús ponga en tela de juicio estas energías vivas y que muchas veces prorrumpen en el célibe poco dispuesto a aceptar una regla, un límite. Corresponde a la cruz y solo a la cruz cumplir este juicio;

          • aceptar que cada día la Pascua de Jesús oriente y vuelva a orientar continuamente la sexualidad humana, la necesidad natural de recibir y dar amor, de vivir las relaciones de manera a veces posesiva, de tener una creatura toda para sí mismos… la cruz da un orden y consiente así una plena expresión de la sexualidad personal, a través de un proceso de formación continua; justo porque la cruz es la realización al máximo grado de la relación y de la fecundidad, da a la sexualidad humana una orientación en dichas direcciones, salvándola del peligro de encerrarse en sí misma volviéndose estéril;

          • entender el nexo misterioso de la cruz y la afectividad – sexualidad: quien ama tiene forzosamente que morir, hay un drama inevitable en la vida de quien toma en serio la relación con el otro, con el diferente de sí, y quiere a toda costa su bien; así como también hay un drama inevitable en quien elige renunciar al ejercicio de un instinto profundamente radicado en la naturaleza humana o al amor tan deseado de una mujer…

          • es esta pobreza o esta muerte que vuelve fecundo el amor, haciéndolo entrar en la dimensión pascual de la resurrección, y haciendo entender que el amor tiene una intrínseca estructura pascual y tiende siempre a tener las llagas;

          • así como toda debilidad, también la sensación de la impotencia personal, cuando es celebrada frente a la cruz, se torna un lugar misterioso de manifestación de la potencia de la gracia (cf 2 Cor 12,7-10). De esta manera también el camino de madurez afectiva tiene una estructura pascual, y la virginidad lleva en sí misma los estigmas, es una herida, una herida imborrable que testimonia que Dios ha pasado, o el día bendito en el cual Dios te ha pedido el «sacrificio del hijo» (cf PA, 640-657. 729-732). La virginidad es una sexualidad que pasa a través de la cruz y la resurrección, no es la negación ni el rechazo de la sexualidad, al contrario, es sexualidad pascual.

          En conclusión, entonces, hay una continua formación de la afectividad presbiterial solo allí donde el misterio celebrado en el tiempo concentrado alcanza las fibras más intimas y más humanas de la personalidad, en una tensión inevitablemente constante e interminable, capilar, o solo en una vida que narra o sea cumple, completa, idealmente en cada momento y en cada encuentro, en cada relación y en todas sus expresiones, el misterio que es la Pascua de Jesús, cumplimiento máximo y definitivo del tiempo y del amor, de un tiempo que no puede ser más que «Pascual», en una hora que no puede ser otra cosa más que la continuación de la hora dramática y decisiva del Hijo.

          Para ejemplificar:

          Existe una FP de la afectividad presbiterial

          Solo en una jornada donde la fracción eucarística del pan

          Es celebrada – vivida-como centro de la vida y de los afectos
          (=tiempo y energía concentrada),
          rendición de gracias y memoria de la cruz
          para «narrar» a lo largo del día y en cada relación
          (=tiempo distendido -narrativo)
          el amor que vuelve eucarístico cada fragmento de vida y de personalidad
          (= y energía difundida),
          y hace de cada encuentro y de cada momento de la jornada
          tiempo en el cual «ha llegado la hora» fijada por el Padre,
          en un organismo creyente que se vuelve cada vez más
          hasta en su afectividad-sexualidad, hasta sus instintos y pulsiones,
          «pan partido y sangre derramada»
          (=tiempo cumplido y único amor)

          Es justamente este vínculo entre carne y espíritu, quisiera afirmar, el que resalta de manera inédita el rol y la importancia de la FP. El proceso, de hecho, de penetración- invasión del espíritu y de sus impulsos hasta los sentimientos y en los deseos conscientes e inconscientes, hasta los instintos más carnales (como en la afectividad y sexualidad) es necesariamente una operación que se cumple en tiempos largos y abraza toda la vida. El tiempo se ha cumplido, pero, en la medida en que tal parábola formativa se distiende no solo en la historia de la persona, sino en cuanto alcanza, tiende hacia, sus profundidades intrapsíquicas, haciendo coincidir movimiento en extensión e intensidad. De tal manera la F.P. es tiempo cumplido si consiente al creyente cumplir -completar «en su carne» lo que falta los sufrimientos de Cristo.

          Por otro lado es justamente la FP que hace cumplir el tiempo, que lo vuelve pleno y le da profundo sentido. Hasta el momento conclusivo de la vida cuando la muerte marcará el cumplimiento definitivo del tiempo, según la medida asignada a cada uno por Aquel que está fuera del tiempo y se volverá igual en la muerte a la muerte del Hijo para participar después a su resurrección.

          El cuadro que sigue intenta resumir estas reflexiones acerca del tiempo.

          CUADRO 2: LA FP COMO FRUTO DE LA RELACION ENTRE TIEMPO CONCENTRADO, TIEMPO DISTENDIDO Y TIEMPO CUMPLIDO A NIVEL DE CONTENIDOS

          Sentido fundamental Parámetro Bíblico Dinamismo psíquico Calidad del tiempo Efectos sobre la formación
          Tiempo concentrado Condensación del tiempo en el evento «El designio del Padre: hacer de Cristo el corazón del mundo» Enamoramientode Cristo Tiempo esencial (o vacío) Descubrimiento y redescubrimiento del propio centro
          Tiempo extendido Irradiación del evento en el tiempo «Todo aquello que hagan que se cumpla en el nombre del Señor» Riqueza de relaciones Tiempo narrativo (o caótico) Unidad de vida (distensión personal)
          Tiempo cumplido(realizado) Cumplimiento del Evento en el creyente «Completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo» Identificación con los sentimientos del Hijo Tiempo pleno yformativo(o estéril) Formación afectiva permanente
    1. Acompañar (la formación)

        • También hablamos de un doble tipo de intervención, sobre el grupo o sobre pequeños grupos, y sobre el individuo. El primero es a nivel de indicaciones de leyes generales, objetivas, que nadie puede ignorar y con las cuales cada uno está invitado a confrontarse. Es muy importante que el presbítero sepa que hay un ordo sexualitatis, un ordo amoris y un ordo virginitatis, y no puede por lo tanto moverse como quiere (por ejemplo respecto al estilo relacional). La segunda intervención tendría que ayudar al individuo a llevar adelante esta comparación de manera cada vez más pertinente a la propia persona, preciso y radical, evitando mecanismos defensivos que son cada vez más peligrosos cuando el sujeto presume que puede hacer las cosas sólo.

        • Me parece muy importante en la cultura actual del apuro y del trabajo desmedido transmitir una idea justa del tiempo y de cómo uno se puede apropiar inteligemente de él. Y hacer ver como la concepción del tiempo que hemos propuesto (tiempo concentrado, tiempo extendido, tiempo cumplido) pueda y deba estar ligada a una idea correspondiente a la oración y al culto, podemos hablar de la calidad de la oración, que consiente de vivir de manera adecuada y sana la relación con Dios y la relación con la gente, la vida de oración y apostolado, pero sobre todo consiente vivir con equilibrio la vida afectiva personal, dando como punto de referencia un amor grande del cual nacen y en el cual se inspiran todos los otros amores, o mejor aún, toda la vida de relaciones del cura célibe por el Reino. En lugar de hacer tantas prédicas sobre la necesidad de orar y de rezar más, sería necesario reflexionar sobre la calidad de la oración, dando una orientación precisa que lleve a estructurar mejor el tiempo y la afectividad personal.

        • Insistir mucho acerca del nexo entre sexualidad – virginidad y misterio de la cruz de Jesús. Dar pocos estímulos formativos, pero que sean centrales y esenciales y hablen del sentido central de la vida y del misterio sacerdotal, y combinen desarrollo humano – psicológico y espiritual. Dicha correlación, entre otras cosas, hace comprender correctamente que la virginidad no significa abolición o renuncia de la sexualidad, no es no sexualidad, sino que contrariamente significa una sexualidad que pasa a través «de las grandes tribulaciones revistiéndose de las vestiduras del Cordero», purificándose y expresándose al máximo grado.

        • Siguiendo en dicha dirección el responsable del clero tendría que vigilar atentamente para que se conserve una cierta «armonía de ritmos» en la vida del cura, o mejor dicho que haya respeto de los distintos ritmos y correspondencia entre ellos, para que cada ritmo contribuya a la FP afectiva del presbítero célibe. A partir del ritmo de la vida que nos forma ahí donde estamos, en un ministerio y a través de tal ministerio, en los hechos que suceden, en contacto con personas que nosotros no elegimos y que son instrumento misterioso de formación; el ritmo de la vida de cada día con sus rituales y sus momentos irrenunciables (la oración, la meditación, la eucaristía, la misión, el servicio, la relación con los otros…); el ritmo semanal (con el equilibrio entre trabajo y distensión, y la distensión como momento formativo); el ritmo mensual (con el retiro, como momento de recogimiento de la vida frente a Dios y a la cruz del Hijo); finalmente el ritmo anual, tiempo precioso concedido al creyente y al presbítero para dejarse sobre todo formar por los misterios de la vida de Cristo «extendidos y narrados» durante el año litúrgico, verdadero maestro de formación. La formación afectiva es permanente cuando se desarrolla en la realidad de la vida de cada día o de las relaciones cotidianas, según el equilibrio de los distintos ritmos que hemos considerado.

        • Otro punto que tendría que ser siempre recordado a los curas demasiado comprometidos en el plano de las relaciones y a veces un poco «libres» en la gestión de las relaciones mismas, es que existe una relación virginal, con características precisas y que a ninguno es lícito contaminar con modalidades de relación ligadas a otras vocaciones, pertenecientes a otros estados de vida, el virgen tiene que amar como virgen, no como novio, o como pseudo cónyuge, actuando de manera indecorosa y dando un antitestimonio que lo vuelve cada vez más insignificante. Debe ser celoso de este estilo.

        • Es importante entonces una especie de catequesis de la libertad, que aclare qué es la libertad y la libertad afectiva (cf SH, 260-267), alrededor de estos puntos:

          • ser libres quiere decir poderse realizar según la verdad personal;

          • libertad afectiva quiere decir amar aquello que se está llamado a ser, sentir la fascinación y la atracción hacia algo verdadero – bello – bueno;

          • libertad afectiva significa precisamente amar la vocación personal y según la vocación personal, con el estilo propio, si no se vive en una situación de contradicción interna comparada con la propia verdad;

          • aún más, la libertad afectiva plena se desarrolla sobre el terreno de la dependencia por amor, ser libres en la medida en que se elige depender en todo aquello que se hace, se dice, por lo cual se obra… de aquello que se ama y que se está llamados a amar;

          • las raíces de esta libertad afectiva son dos certezas: haber sido amados y estar en grado de amar.

        • El responsable deberá en ciertos casos asumir un comportamiento firme y decidido, especialmente cuando el presbítero se encuentra en una situación de dificultad en la que no logra moverse con libertad, o de la cual es difícil despegarse. La comprensión y el afecto no deben nunca ser cambiados por una suerte de tácitos consensos y comportamientos equívocos. Será necesario entonces discernir bien la situación y tener el coraje de intervenir aun si requiere dejar, cortar, renunciar a algo gratificante, imponer una cierta disciplina afectiva (cf PA, 594-602).

      • Hacer entender entonces, que esta manera de vivir la virginidad sacerdotal es el mejor modo de hacer animación vocacional. Se dijo que el celibato sacerdotal constituye un motivo de la crisis vocacional, porque torna no apetecible una elección que de otra manera podría atraer a cualquier joven, por esto por lo general en la animación vocacional, el celibato sacerdotal no está considerado un valor vocacional (o sea un valor atrayente vocacionalmente). ¿Y si en cambio fuera al contrario?, ¿que justamente el silencio ensordecedor sobre el celibato (o la incapacidad de decir el sentido y la belleza de la vocación virginal) torne menos atrayente la vocación sacerdotal?