BOLETIN OSAR
Año 2 – N° 4
Formación Pastoral Específica
Segundo Encuentro de Profesores de Teología Pastoral
Pbro. Carlos Avellaneda
Esta mañana hemos profundizado en la formación teológico-pastoral. Ahora, en esta última parte de nuestro encuentro, vamos a abordar el tema de la formación pastoral -tanto en la vida consagrada como en la vida sacerdotal- en lo que se refiere a las actitudes y a lascapacidades pastorales propias del evangelizador.
En primer lugar me voy a referir de manera más directa a la formación para la vida consagrada. De todos modos, los que trabajan en formación presbiteral podrán encontrar muchos elementos que también son aplicables en ese campo. En la medida de lo posible procuraré explicitar los ejemplos que sirvan para los dos ámbitos formativos. Después de esta charla trabajaremos en grupos a fin de concretar los principales objetivos de actitudes y de habilidades pastorales.
1. FORMACIÓN EN EL SENTIDO DE LA MISIÓN DENTRO DE LA VIDA CONSAGRADA
Dice el Papa en su Exhortación Apostólica Postsinodal Vita Consecrata (VC) que en la llamada a los consagrados «está incluida la tarea de dedicarse totalmente a la misión; más aún, la misma vida consagrada, bajo la acción del Espíritu Santo…, se hace misión…».
El Señor llama, consagra y envía. Estos tres tiempos de un único dinamismo expresan hasta qué punto el envío misionero se encuentra en la intención originaria de toda vocación y, en particular, de la consagrada.
La renovación de la vida consagrada y de los métodos y criterios formativos, obrada a la luz del Concilio Vaticano II, ha puesto en evidencia que la «dimensión apostólica» da una configuración precisa a la forma de vida y de acción de un instituto a partir de la formación de sus miembros. Por eso, la formación auténtica en el sentido de la misión ha de incluir muchos e importantes aspectos del proyecto formativo y unificarlos convirtiéndolos en su culminación. Desde esta perspectiva podemos afirmar que el «sentido apostólico», además de ser parte de la vida consagrada y un objetivo formativo, es también contenido e instrumento de toda la formación.
Veamos en primer lugar la ubicación de la formación pastoral dentro del Proyecto de Vida personal y comunitario.
1.1. Proyecto de vida personal e institucional
Cuando en la vida consagrada aludimos a un carisma estamos hablando de una manifestación del Espíritu que da origen a un proyecto de vida pensado por Dios para un grupo de personas en un momento de la historia humana y eclesial. Ese proyecto de vida, como realidad rica y compleja, incluye diversos componentes: sentido de identidad; experiencia mística que da origen y vida a todo el proyecto; camino ascético o moral, objetivos apostólicos y un sentido de pertenencia a una comunidad para realizar el ideal de vida.
Estos elementos se dan íntima e indisolublemente unidos. La misión apostólica de un determinado instituto está continuamente unida con la experiencia mística y el camino ascético del carisma. La misión se vive con una determinada animación espiritual y una propuesta de valores morales que la encarne vitalmente. El proyecto de vida se expresa en un objetivo apostólico y el objetivo apostólico cumple el proyecto carismático. Esto puede verse por ejemplo, en el caso de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, donde un elemento de experiencia mística y, de algún modo, del camino ascético, es instrumento y contenido apostólico y determina el estilo de cumplimiento de una misión.
Por otra parte, en la vida consagrada el proyecto de vida institucional siempre estará en relación con el proyecto de vida personal de los individuos que forman la comunidad. Estos proyectos individuales expresan la manera personal de vivir el carisma y han de armonizarse con el proyecto comunitario. Esta integración no es fácil y, de hecho, muchas veces no se da sin dolor. Si hay posibilidad de integración armónica, hay que decir que también hay posibilidad de conflicto entre ambos. Esta ambivalencia hace necesaria -dice A. Cencini- la intervención formativa. El proyecto de vida institucional en la vida consagrada tiene que dar a sus miembros la posibilidad de expresarse en un proyecto de vida personal y este proyecto personal debe ser fiel reflejo del comunitario.
Esta integración entre lo personal y lo institucional también se verifica en la vida del presbítero diocesano. El sacerdote es miembro de un presbiterio presidido por un Obispo en el aquí y ahora de una Iglesia particular. A la vez es una persona única e irrepetible, con talentos, inclinaciones, carismas, posibilidades y limitaciones que les son propias, que hacen que él viva el ministerio «a su modo», es decir, siendo él mismo, y expresándose en el cumplimiento de una misión. Podríamos decir que hay tantos proyectos de vida personales como sacerdotes hay en una diócesis. Sin embargo el cuerpo presbiteral no puede como una suma de esos proyectos. Más bien, cada proyecto personal, para ser eclesial, debe ser vivido en comunión de vida y misión con el presbiterio, insertándose en una diócesis y abrazando sus planes pastorales. Así como la persona no se realiza sino en la sociedad, y en ella y en relación a ella vive una misión que lo plenifica, así también el cristiano se realiza personalmente cumpliendo su misión en la comunidad eclesial, y en el caso del presbítero, en comunión con el cuerpo presbiteral.
1.2. El sentido de pro-yectarse
La acción de proyectarse denota psicológicamente un lanzarse más adelante y más allá de uno mismo; implica una superación de sí, una capacidad de tender hacia algo que está más allá del yo y que sin embargo lo realiza plenamente. Se relaciona con un ideal que amar o una misión que cumplir. Por eso se dice que la misión y el sentirse llamado a cumplir una misión poseen una particular fuerza proyectiva. Motiva al sujeto a salir de sí mismo. En la misión el individuo expresa su futuro y vive su vocación.
La misión pone en marcha el proyecto de vida y anima constantemente la vocación. Recuerden la búsqueda de Teresa de Lisieux acerca del modo como concretar su vocación en la Iglesia. Dice la santa: «Teniendo un deseo inmenso del martirio, acudí a las cartas de san Pablo, para encontrar una respuesta… En la caridad encontré el quicio de mi vocación… Entonces, llena de alegría desbordante, exclamé «Oh Jesús, amor mío, por fin he encontrado mi vocación: mi vocación es el amor. Sí, he hallado mi propio lugar en la Iglesia, y este lugar es el que tú me has señalado, Dios mío. En el corazón de la Iglesia… yo seré el amor».
Teresita describe su vocación en términos de misión (amor/amar) que le permite realizar su identidad personal (yo seré), en el seno de una identidad institucional y comunitaria (en el corazón de la Iglesia). La realización de la vocación al amor a través de la misión también se reflejan muy bien en el conocido texto del Acto de Ofrenda al Amor Misericordioso de la santa, donde encontramos estas palabras: «(Oh Dios mío! Trinidad Bienaventurada, deseo amarte y hacerte amar, trabajar por salvar a las almas…». Como esta misión (amar a Dios y hacerlo amar) realiza y lleva a culminación la vocación, está por eso destinada a permanecer para siempre. Así es que Teresa imagina su cielo no como descanso sino como tarea apostólica. Dice al final de sus días: «Siento que mi misión va a comenzar: mi misión de hacer amar a Dios como yo le amo, de dar a las almas mi caminito. Yo pasaré mi cielo sobre la tierra hasta el fin del mundo. Sí, quiero pasar mi cielo haciendo bien sobre la tierra… No, yo no podré tener descanso hasta el fin del mundo y en tanto hubiere almas que salvar».
Esta experiencia de la vocación (proyecto) personal cumplida en la vocación (proyecto) eclesial a través de una misión, le permite a H. U. von Balthasar afirmar que «la misión de Teresa es Teresa». Es decir, que en la medida en que la joven carmelita, ha cumplido consciente y acabadamente su misión, ha alcanzado la plenitud de su vocación y realización personal: la santidad. Por eso decimos que la vocación se vive y se acrecienta cumpliendo una misión.
Veamos ahora algunas concreciones en el campo de la formación hoy. Me permito describir someramente algunas de las maneras como los jóvenes viven actualmente sus proyectos misioneros personales en relación al comunitario. Luego avanzaremos sobre cómo plantear la formación en y desde la clave de la formación para la misión.
1.3. Diversas maneras de proyección misionera en los jóvenes
Hoy es común afirmar que los jóvenes no tienen ideales ni proyectos de largo plazo o que si los tienen son muy individuales. La situación no es simple y homogénea. Todos sabemos que muchos de nuestros jóvenes sí tienen proyectos generosos y logran vivirlos en nuestros institutos. Pero también es cierto que, muchas veces, esos proyectos deben ser purificados por ser un tanto inconsistentes. Veamos algunos casos.
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Falta de proyectos
En la formación religiosa y sacerdotal hay jóvenes que en realidad no tienen proyectos o que no se pro-yectan. Quieren formar parte de una institución pero no tienen un proyecto de vida o lo tienen muy mezquino. Su identidad se limita casi al «yo actual». El «ideal del yo» prácticamente no tiene fuerza que traccione al yo actual hacia una meta. La vida y vocación de estos jóvenes queda reducida a algo repetitivo y monótono: no asumen riesgos ni caminos de verdadero crecimiento; no tienen vivacidad ni creatividad, son pobres de entusiasmo y pasión, no asumen exigencias sino que se acomodan a la seguridad y protección que da la pertenencia a un grupo.
Muchas veces se da que son los institutos o los seminarios donde el sentido de misión es débil o confuso y sus miembros no saben para qué están ni viven un proyecto definido y coherente (típicos casos de crisis de identidad carismática en la vida consagrada). En estos casos la falta de proyecto comunitario termina por desanimar a los jóvenes candidatos o bien por arrastrarlos a instalarse en una mediocridad vocacional. Como cualquier persona, un instituto puede atravesar una crisis; el problema es cuánto dura esa crisis. Y según me parece, en gran medida, las crisis vocacionales y carismáticas de una congregación están ligadas a una crisis en el sentido de la misión que hay que cumplir: no sabemos qué tenemos que hacer, ni para qué estamos.
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Proyectos personalísticos-subjetivos
Hay jóvenes que poseen proyectos pero los viven de modo muy subjetivo y personal. En realidad no se proyectan más allá de sí mismo. Aman más «su» opción por un ideal que los contenidos y valores del ideal. Aman un ideal pero porque es suyo y no porque expresa una inspiración del Espíritu. Es común ver jóvenes que aman más el propio plan de «intervenir», «insertarse» y «conducir» en el mundo de los pobres que a los pobres mismos. En los seminarios no es extraño encontrar a quienes dicen ser muy fieles a la Iglesia y su Magisterio, pero en realidad lo son cuando el Papa coincide con lo que ellos piensan y les suele costar seguir las orientaciones pastorales concretas de su Obispo o de su propia Conferencia Episcopal.
En general, a estos jóvenes les cuesta formar parte de un proyecto no definido por ellos mismos. Les cuesta abandonar sus planes. Muchas veces prima una actitud narcisista y de orgullo por lo que ellos hacen y proyectan y un desinterés o crítica por los proyectos de los demás. Se suele dar conflicto entre autonomía y pertenencia (a una comunidad) y autonomía y dependencia (de una autoridad).
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Proyectos copiados y no personalizados
Son los de aquellos jóvenes incapaces para vivir desde ellos lo carismático institucional. Sólo se limitan a copiar o tomar proyectos de otros y los repiten sin asumirlos. Les falta un sentido de identidad personal. Cumplen un rol, en general sin ardor, sin amor o compromiso personal, sin creatividad ni originalidad. No expresan nada personal. Son los que «cumplen» con las normas institucionales pero no se dejan modificar personalmente por el carisma. El sentido de pertenencia es fundamentalmente exterior.
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Proyectos parciales
Son los que privilegian un aspecto del carisma o misión sobre los demás. Se viven polaridades típicas: oración-apostolado, espiritualidad-actividad, no integrando sino optando de modo excluyente por uno de los dos polos.
Los que se identifican con la actividad (activistas) vivirán para ella; les costará compartir, descansar, estar en la comunidad, orar. Los espiritualistas, en cambio, serán piadosos y ordenados pero cumplirán con el apostolado sólo en la medida de lo necesario o de lo obligado por el superior; a veces se descubre en ellos una tendencia a la comodidad. En ambos casos hay una falta de integración del carisma y del proyecto de vida carismático.
El panorama presentado es breve e incompleto, y ustedes podrían añadir muchas más situaciones, pero creo que los ejemplos propuestos nos ayudan a reconocer que en la formación es necesario considerar la proyección misionera como un elemento dinamizador de actitudes para toda la vida consagrada y/o sacerdotal. Desde la formación en el sentido de misión se pueden ordenar, integrar y purificar las motivaciones y los comportamientos vocacionales.
1.4. El sentido de la misión en el itinerario vocacional y formativo
Por todo lo que venimos diciendo podemos afirmar que la misión es un instrumento de discernimiento vocacional de primera importancia y muy eficaz para la formación.
El objetivo de la formación pastoral ha de ser ayudar al joven a proyectar su vida en la dirección de un carisma a través de una experiencia apostólica ligada a ese carisma. Se trata de formar en el sentido y el espíritu de la misión específica del instituto, y también, de formar para dejarse formar «por» la experiencia apostólica. Es verdad que la experiencia pastoral no es automáticamente formativa. La sola experiencia no forma. Los errores, la impericia, la ignorancia, no suelen ayudar a crecer y a formarse. Por eso, «el formador no puede contentarse con habilitar al joven a un cierto tipo de apostolado o con verificar sus aptitudes, desde un punto de vista operativo y quizá espiritual, sino que debe ayudarlo a vivir la experiencia apostólica como momento explícitamente formativo, como verdadero y propio lugar de formación personal, inicial y permanente».
En el apostolado o misión deben estar sintetizados los componentes fundamentales de un carisma. Así el consagrado podrá acrecentar su consagración expresándola en el testimonio y la misión. Para ello es necesario explicitar la finalidad apostólica, que deberá ser clara y motivadora, en la línea del carisma consagrado o de la vocación presbiteral. Si la actividad está bien programada, el cumplimiento de ese apostolado ayudará a la formación y al crecimiento del consagrado. En este contexto afirma Cencini que «el joven debe comprender y aceptar que es formado y se forma para ofrecer un cierto tipo de servicio, y el formador debe hacer evidente y convincente su conexión. La relación con la misión debe ser, pues, explícita y límpida, fuente de energía y motivaciones siempre nuevas desde los primeros momentos de la formación».
Esta íntima unidad entre formación y misión se ha de explicitar: los contenidos de la misión, las virtudes necesarias para cumplirla, las actitudes humanas y pastorales para tomar contacto con sus destinatarios, son materia de formación. Por ejemplo: si la evangelización es una expresión del diálogo salvífico que Dios entabla con los hombres -como decía Pablo VI- , será necesario entonces formar en la aptitud para el diálogo, pero no sólo como una estrategia apostólica, sino como una actitud y un contenido evangélico que se vive.
Pero además el joven consagrado debe ejercitarse en el arte de buscar y encontrar a Dios y su voluntad, en el contacto con la gente, con los sufrientes, en la fatiga del anuncio. Una nota característica de la Nueva Evangelización es el discernimiento de los signos de los tiempos a la luz de la Palabra de Dios para descubrir el sentido teológico de los nuevos retos. El evangelizador ha de crecer en la capacidad de descubrir la presencia salvadora de Dios y de su Reino en medio de la historia de los hombres.
En la vida religiosa, sobre todo, es donde se pone en evidencia que la misión debe tener un carácter comunitario y esto debe ser formado por la propia comunidad. La comunidad es misionera, por eso cuando un joven cumple una determinado apostolado, no se trata de «su» misión, sino la del Instituto, que es discernida y orada en comunidad, y es la comunidad quien se la confía. La cumple solo o con otro, pero es la misión de la comunidad y ha de ser evaluada en su seno.
En la medida que la misión se cumple en un contexto de discernimiento personal y comunitario es posible vivirla como experiencia formativa. El activismo es un hacer cosas que desgastan a la persona, la fragmentan y debilitan. El sentido de misión en cambio permite vivir la actividad desde la contemplación y la reflexión que ayudan a crecer, a corregirse, a confirmar criterios y opciones, a convertirse. Desde la formación inicial es necesario formar para «formarse en la misión»: a esto lo llamamos formación permanente, que no es sólo capacitarse para tareas cada vez más difíciles, sino sobre todo formarse «en», «desde» y «por» la misma misión que se cumple en estado de discernimiento y reflexión.
1.5. Contenidos de la formación para la misión
1.5.1. La fe
El Papa Juan Pablo dice que «la misión es un problema de fe, es el índice exacto de nuestra fe en Cristo y en su amor por nosotros». Por eso, el contenido de la formación misionera es ante todo la fe y la educación al acto de fe. Esta educación debe ocupar un puesto central en el itinerario formativo, porque la fe constituye el centro y la justificación de cualquier consagración y de cualquier anuncio.
Ayer estuvimos reflexionando sobre la Iglesia evangelizadora y evangelizada. El dinamismo de la fe incluye a la Iglesia no sólo como agente evangelizador sino como destinatario de la misma evangelización. Sólo en la medida en que recibimos incesantemente el anuncio de la fe y adherimos a él por la gracia, nuestra convicción creyente se convierte en vida, en testimonio y en anuncio. La formación misionera y evangelizadora ha de hacer posible vivir el dinamismo de la fe, un dinamismo que va del «recibir» el anuncio hasta el «comunicarlo» y se renueva incesantemente. A continuación presentamos un esquema que, como todos, es necesariamente limitado, pero que sirve para comprender la circularidad de este dinamismo que fortalece la fe al anunciarla.
«La fe se fortalece dándola» sólo cuando se vivifica o retro-alimenta incesantemente en un proceso unificado que incluye los momentos enunciados en el cuadro: recibir la fe, celebrarla y orarla, vivirla, comprenderla y compartirla para anunciarla. Me parece importante que la formación haga explícita esta circulación del proceso vital de creer.
1.5.2. El carisma vivido íntegramente
«La vida consagrada, bajo la acción del Espíritu Santo, que es la fuente de toda vocación y de todo carisma se hace misión», dice el Papa. Se trata de «hacer presente a Cristo en el mundo mediante el testimonio personal», según la experiencia de un determinado carisma. Por eso, en la misión de un consagrado el carisma vivido se convierte en contenido de su anuncio. Se anuncia lo que se vive.
El carisma de un Instituto constituye un todo indivisible en sus partes y como tal debe ser presentado al joven para ayudarlo a que, como persona, se encuentre a sí mismo, el «yo» que está llamado a ser y trate de realizarse dentro de ese espacio y según esos contenidos.
El carisma es verdadera expresión del Espíritu en la medida en que contiene una originalidad y novedad que han de buscarse no sólo en el conjunto de sus componentes sino sobre todo en la relación armónica de las partes, en el modo en que cada componente se relaciona con los demás. El espíritu apostólico ha de ser expresión de una experiencia mística y de un camino ascético. La finalidad apostólica de un Instituto pide no sólo vivir una espiritualidad, sino también que ella se manifieste en un testimonio concreto y original, en una misión propia y determinada. Si se vive una cierta experiencia de Dios es porque se la debe anunciar; si se insiste en un determinado estilo ascético es porque éste dinamiza y fortalece el cumplimiento de un cierto tipo de servicio; si se ama a los hermanos de comunidad es porque esa vida comunitaria está llamada a ser el primer testimonio del evangelio que ha de darse al mundo.
La integralidad vivida del carisma asegura la unidad de vida y pide la coherencia en la formación. No se trata de cumplir actividades apostólicas aisladas sin unidad carismática y sin motivo inspirador. Por un lado es importante que la actividad apostólica de un formando guarde proporción con otras actividades formativas y todos sabemos qué difícil es lograr ese equilibrio. Pero además de esta integración de actividades debe ponerse en evidencia e insistirse en la armonía teologal que surge del Espíritu y del carisma. Esa armonía está asegurada sólo si se vive el carisma completo y no un aspecto más acomodado a las propias inclinaciones personales.
Es necesario que el «sentido de misión» motive, alimente, provoque y mantenga al joven en la oración, el estudio y la vida en comunidad. De este modo, la experiencia de Dios vivida integralmente y motivada por la sed misionera, se convierte en anuncio.
1.6. Programación de las actividades apostólicas
Según lo que venimos desarrollando será necesario que las actividades apostólicas reúnan ciertas condiciones:
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parte integrante del camino formativo: la misión ha de formar el carisma y expresarlo.
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preparada: elegir la experiencia apostólica en función de las necesidades y capacidades del joven.
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acompañada por el formador: para que sea formativa es necesario esta confrontación.
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evaluada: no sólo en cuanto a los frutos pastorales sino en cuanto a los resultados formativos en el joven.
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compartida: discernida y evaluada en comunidad.
2. FORMACIÓN PASTORAL EN LA FORMACIÓN PRESBITERAL SEGÚN «PASTORES DABO VOBIS»
2.1. Finalidad pastoral de la formación
Pasemos ahora a la formación sacerdotal. Creo que no está mal comenzar recordando lo que quienes trabajamos en la formación sacerdotal escuchamos ya muchas veces: «Toda la formación de los candidatos al sacerdocio está orientada a prepararlos de una manera específica para comunicar la caridad de Cristo Buen Pastor. Por tanto, esta formación, en sus diversos aspectos, debe tener un carácter esencialmente pastoral» y la finalidad pastoral debe unificar toda la formación. Esta afirmación coincide con el planteo que veníamos haciendo de la formación en el sentido de la misión en la vida consagrada. En este caso, es el horizonte de la pastoralidad vivida en comunión con Cristo, buen Pastor, lo que ha de motivar y animar al joven a integrar toda su preparación en función de este ideal.
Toda la Exhortación Pastores Dabo Vobis (PDV) plantea diversos aspectos de la formación desde su formalidad pastoral, pero el Papa desarrolla el tema de la formación específicamente pastoral de los candidatos en los números 57, 58 y 59.
Dando por conocidos los contenidos y las características de la espiritualidad pastoral del sacerdote, hay que decir que la formación específicamente pastoral ha de incluir y sintetizar una serie de elementos que apunten a formar al candidato en la «pastoralidad» como un modo de ser y actuar que abarca: a) actitudes y comportamientos; b) conocimientos teóricos; c) habilidades prácticas. Esta mañana hemos profundizado en el estudio de la teología pastoral y en los diversos contenidos teóricos. Por eso veremos ahora muy brevemente el papel que PDV da a las experiencias pastorales dentro del itinerario formativo y después en los grupos trabajaremos objetivos de actitudes y de capacidades más concretamente.
2.2. Las actividades apostólicas de lo seminaristas
Respecto de las experiencias apostólicas el documento dice que deben ser planteadas de manera progresiva, en armonía con el resto de las tareas formativas, que deben significar un verdadero aprendizaje pastoral y que para ello incluirán una verificación metódica (n. 57).
Desde nuestra experiencia podríamos añadir la importancia de que los jóvenes pasen por distintas tareas apostólicas y por distintos lugares y ambientes pastorales, para no especializarse en una sola actividad y para disponerse a la adaptación a distintos medios culturales y sociales. Estas tareas han de ser elegidas teniendo en cuenta las necesidades y posibilidades de cada joven.
Es importante que el apostolado del seminarista no sea una improvisación bien intencionada o una colaboración más o menos generosa con el párroco de alguna comunidad. Es necesario, en cambio, que el seminario defina un plan de actividades pastorales, seleccionando las experiencias apostólicas que más interesan por su valor formativo. Una vez definido ese plan se estipularán los lugares (parroquias, hospitales, movimientos o instituciones, etc.) donde el candidato pueda aprender más y donde mejor acompañado esté. Al comenzar cada año se le asignará al seminarista el lugar y la actividad formativa acorde con su proceso personal de crecimiento.
2.3. Animación interior de las actividades pastorales
Volviendo a la Exhortación, el Papa insiste en que, tanto el estudio como las actividades pastorales, han de estar animadas por una «fuente interior» que es la «comunión cada vez más profunda con la caridad pastoral de Jesucristo», ya que se trata no sólo de una capacitación científica y práctica, sino sobre todo, de ayudar a los jóvenes a crecer en «un modo de estar en comunión con los mismos sentimientos y actitudes de Cristo, buen Pastor» (n. 57). Esta afirmación implica que la pedagogía pastoral ha de ser integradora. Se trata de formar a toda la persona: su sensibilidad (formar sentimientos del pastor), su voluntad (formar para asumir responsabilidades de manera madura y consciente), su inteligencia iluminada por la fe (formar el hábito interior del discernimiento y la capacidad de priorizar los problemas conforme a motivaciones de fe y a las exigencias teológicas de la pastoral) (cf. n. 58).
2.4. Acompañamiento formativo
La Exhortación describe la iniciación pastoral de los candidatos como una progresiva inserción en la «tradición pastoral viva de su Iglesia particular». Por lo tanto los presbíteros a los cuales son enviados los jóvenes cumplen un rol y asumen una responsabilidad educativa pastoral de verdadera importancia (cf. ibid). El Papa indica en términos generales y concisos algo muy importante: estos sacerdotes que se desempeñan en el ministerio pastoral deben tener contacto y coordinación con el programa del seminario, es decir, con los formadores que han de explicitar cuáles son las propuestas pedagógicas para cada muchacho y sobre todo, deberán charlar con alguna regularidad sobre su desempeño a fin de hacer una evaluación.
Al final de esta exposición figuran dos fichas que utilizamos en nuestro Seminario desde hace algunos años: una sirve para presentar al candidato al párroco al comienzo del año y otra para que éste pueda evaluar su desempeño hacia el final del año. Esta evaluación la hace en primer lugar con el candidato, luego, junto con él, completa la ficha y nos la remita a los formadores. Después la usamos para charlar con el seminarista y ajustar lo que sea necesario.
2.5. La actitud de servicio como clave pastoral
La Exhortación señala además un elemento de importancia decisiva a nivel de las actitudes: las prácticas pastorales han de educar al futuro sacerdote a «vivir como «servicio» la propia misión de «autoridad» en la comunidad» (n. 58). Creo que este elemento es una clave de discernimiento muy importante. Más allá de todas las capacidades que el seminarista pueda desplegar y aprender en su apostolado será importante verificar que crezca en él la «actitud servicial» en el ejercicio de la autoridad y la conducción.
Esta disposición de servicio ha de verificarse en el interés con el cual el joven se prepara intelectualmente, en la preocupación por acrecentar sus capacidades pastorales prácticas y, de manera muy especial, en las actitudes que asume en la convivencia comunitaria y el modo de vinculación que establece con la gente en la pastoral. Siempre será más fácil dominar a las personas que amarlas. Será necesario purificar posibles búsquedas de autoafirmación y de poder en el apostolado como sustitutivo fácil de la difícil misión de amar. En este sentido conviene recordar que la actitud de servicio y amor, como superadora de la actitud de poder y dominio, supone la madurez humano-afectiva del candidato, cuyos signo concreto será la capacidad de entablar relaciones sanas, íntimas y abiertas, dando y recibiendo amor. Y también suponen una vida espiritual donde el joven haya experimentado el amor gratuito de Jesús que se encuentra en el origen de su vocación, amor de elección que pide correspondencia de entrega gratuita y servicial.
2.6. Integración
La evaluación pastoral del candidato ha de realizarse teniendo como punto de referencia la «integración» de estos tres aspectos:
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el ser (actitudes pastorales);
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el saber (contenidos teóricos pastorales);
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el saber hacer (capacidades pastorales prácticas)…;
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…, todo vivido desde el deseo de servir.
Finalmente en el n. 59 el Papa desarrolla una serie de orientaciones pedagógicas a la luz de la teología de la Iglesia misterio, comunión y misión. Las esquematizo brevemente:
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Iglesia «misterio»:
Ya que el crecimiento de la Iglesia es obra gratuita del Espíritu, se ha de educar para que el futuro sacerdote sea consciente de que está al servicio de esa eficacia y para eso debe aprender a ejercer su servicio pastoral como el del «siervo inútil» del evangelio.
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Iglesia «comunión»:
Educar para que los futuros sacerdotes realicen una pastoral comunitaria en comunión cordial con los diversos agentes eclesiales: obispo, sacerdotes, religiosos, y laicos. Educar en el amor a la Iglesia particular y universal. El ministerio y la pastoral poseen una esencial forma comunitaria dice PDV.
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Iglesia «misión»:
Educar en el amor a la misión, en la apertura para anunciar el evangelio utilizando todas las posibilidades y medios que hoy se ofrecen, y en la disponibilidad para ser enviado a ejercer el ministerio pastoral fuera del país.
Ahora, en los grupos, intentaremos proponer objetivos de actitudes y de capacidades pastorales, en lo posible con algunas actividades prácticas que los lleven a cumplimiento.