BOLETIN OSAR
Año 2 – N° 4

 

Formación de los agentes pastorales
Segundo Encuentro de Profesores de Teología Pastoral

Pbro. Marcelo González

 

La formación como integración

Me gustaría señalar algunos aspectos acerca de la formación de los evangelizadores como miembros del Pueblo de Dios en una clave de diálogo y anuncio. Una primera afirmación es que es necesario apuntar a formar mujeres y hombres «integrados»: cristianos maduros que sean evangelizadores.

En mi opinión, hay una relación intrínseca, no siempre percibida y mucho menos siempre armonizada, en este triple proceso de crecimiento: en un hombre y una mujer deben darse que sean integrados de personalidad, cristianos maduros y evangelizadores.

Se puede dar el caso, y de hecho se da, que hay enormes hipertrofias en alguno de estos campos. Podemos ver mujeres y hombres profundamente maduros e integrados en personalidad, con poquísima incidencia evangelizadora -por lo menos en línea directa-. Y podemos tener algunas dimensiones de la vida cristiana muy maduras y con baches de personalidad muy importantes. También hay evangelizadores con responsabilidades muy grandes, pero como hombres y mujeres, no están integrados y como cristianos no son maduros.

Hablemos entonces acerca de la formación en un sentido integrador. Una de las metáforas griegas de la pedagogía era la del esclavo que acompañaba al chico. Me parece que Jesús, en la visión de Pablo, transforma esta imagen en otra mucho más potente. La formación ya no se parece a un esclavo que lleva al chico a la escuela, sino que se asemeja a un «parto». Así parece entenderlo Pablo cuando les dice a los gálatas: » ¡hijos míos!, por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en ustedes» (4, 19).

Me parece que la formación, en sentido cristológico, se expresa en esta parábola, en esta imagen fuertísima del parto. Para Pablo, la formación cristiana es dar a luz a Jesucristo dentro de otro. Por tanto, no se trata de un esclavo que acompaña a la escuela, sino que se trata de una madre que engendra un hijo. La misión es clara.

En mi opinión, se podría hablar del proceso de la formación cristiana utilizando varios términos que se complementan e integran recíprocamente.

  1. La formación es in-formación, no en un sentido sociológico, sino en el sentido de recibir la «forma» ¿Qué es formarse para un evangelizador cristiano? Es informarse de Cristo Jesús.

  2. La formación es también la con-formación, no en sentido de ser conformista, sino de adquirir la forma de Cristo junto con otros.

  3. La formación es un proceso de trans-formación. La trasformación produce transformadores. No solamente uno es transformado, sino que se es capacitado para transformar: hacer que otras personas tomen la forma de Jesús, que ya está formándose dentro nuestro.

  4. Finalmente la formación cristiana implica una trans-figuración. Quizás de esta etapa final de la formación cristiana es mejor que hablen otros que la experimenten. Pero me animo a decir que se trata de pasar de este mundo al Padre, con todo lo que ha sido nuestro, con todo lo que es nuestro.

Todas estas expresiones describen un mismo proceso que es el del parto, por el cual se da a luz a Cristo en nosotros, y el de nuestra asimilación integral a Él.

Formar evangelizadores

Profundicemos ahora en el hecho de formar evangelizadores. Cuando uno habla de evangelizadores, en el fondo, ¿de qué está hablando? De los que hoy Carlos Galli, nos decía: evangelizar es llevar a otros una «Buena Nueva». La Pastoral es la acción de llevarles a los hombres una Buena Nueva. ¿Cuál es la Buena Nueva?: «Es verdad, resucitó y se apareció a Simón». Por eso, en mi opinión, una categoría clave para entender la formación de evangelizadores, es la categoría de encuentro.

¿Qué es evangelizar, sino encontrarse? Uno podría perfectamente hacer toda una reflexión sobre la evangelización como este proceso de experimentar la Buena Nueva, que es: «Me encontré con el Resucitado», o, mejor, se corregiría Pablo: «El Resucitado me encontró a mí».

¿Qué es en el fondo evangelización y qué son los evangelizadores? La respuesta tiene que ver con todo lo que puede suceder después del encuentro con el Resucitado. La impresionante transformación de un encuentro con el Crucificado que resucitó.

No sé si logro explicar lo que quiero, pero creo que de este proceso (in-formación, con-formación, trans-formación, trans-figuración), debemos sacar las consecuencias sobre lo que significa formar un evangelizador, haciendo que se manifieste todo lo que produce el encuentro con la Buena Noticia; que es un encuentro de la persona con el Crucificado que resucitó.

La in-formación: recibir primero el anuncio del Evangelio

Formar un evangelizador tiene todo un primer campo de acción referido a las actitudes y capacidades que giran en tomo a la preposición «in«, de in-formarse. Esto creo que hoy es especialmente importante; como dice Evangelii Nuntiandi: «la primera acción evangelizadora de la Iglesia es evangelizarse a sí misma».

Por lo tanto en la preposición «in«, se encuentra el principio de la formación de evangelizadores, que en mi opinión es importantísimo y decisivo, y que se refiere al hecho de recibir.

Después de un tiempo de conocer el kerigma, de conocer la práctica de la vida del evangelio, del tiempo de los entusiasmos, puede suceder que el evangelizador no reciba más el evangelio. Que lo anuncie todo el tiempo, pero que no lo reciba. Al menos en mi ministerio, muchas veces me encontré haciendo eso; hasta que, a veces, uno se asusta del propio anuncio del evangelio, y piensa: «no sé lo que estoy diciendo…, si yo hace bastante tiempo que no vivo lo que anuncio.»

Por eso debemos cuestionamos acerca de cómo vivir esta primera actitud «in«, que es recibir el evangelio, ser evangelizado. )Hay oportunidades reales en la vida de los evangelizadores, en los ambientes pastorales, para cultivar el anuncio del evangelio, recibiendo primero ese anuncio? )Buscamos espacios donde se produzca una confrontación desnuda y hasta cruda con el evangelio? Creo que no siempre.

Habiendo recibido, los evangelizadores han de vivir la actitud del don. Desde una clave trinitaria podemos decir que, quien no sabe recibir, no sabe amar. La recepción es un momento fundamental de la capacidad de amar. Voy a decir solamente algunas cosas sobre esto que es una actitud a formar.

Se trata no solamente de recibir el evangelio, sino de recibir-se. En el fondo el evangelio nos está anunciando y está restaurando en nosotros esta idea de que nosotros somos un don. Recibir-se es una de las actitudes más fundamentales y radicales del evangelizador, porque es recibir-se uno como don.

Esto lo conecto con algunas cosas que me parecen decisivas en la nueva evangelización y se podrían poner bajo el título de identidad. Según me parece -no sé si ustedes lo comparten-, el tema de la identidad vuelve a ponerse en el primer plano de la formación de evangelizadores. ¿Por qué? Porque uno puede capacitar agentes para cumplir toda una serie de actividades, pero hay un montón de aspectos de la persona que también es necesario formar.

Por ejemplo: ¿qué pasa con las imágenes? ¿Qué pasa con las certezas? ¿Qué pasa con los impulsos? ¿Qué pasa con las experiencias? No es raro ver que en la vida de muchos evangelizadores -también de sacerdotes-, de repente, sin un motivo demasiado concreto, se produce un quiebre de la identidad, y hasta un proceso de doble vida, que explota entre las manos de todos y a la vista de todos.

Tengo para mí, que una de las cosas que se esconden detrás de esto, es que en el proceso evangelizador, no siempre se tuvo suficientemente en cuenta la formación de la identidad. La formación que produce una unificación vital que no está hecha solamente de contenidos o de ideas, sino de en un montón de otras cosas vinculadas a lo profundo del corazón y a la experiencia. Y si el Evangelio no llega ahí, no hay evangelización. Cuando esos lugares profundos de la persona no están evangelizados, quedan como material radioactivo, que en el momento menos pensado, explotan. Por eso creo que es necesario que el evangelio penetre en todos los recovecos del mundo interior de la persona. Se trata de no «esconder bajo la alfombra» todo ese mundo interior de impulsos, pasiones, sentimientos, sino ponerlos a la luz del evangelio. Si uno no deja entrar el evangelio ahí, no se recibe, no es don y después pueden explotar bombas o crisis de todo tipo.

La con-formación

Este con-formarse implica, al menos, dos dimensiones. La primera es la de la libertad. Una vez que yo soy in-formado, para que el «in» se convierta en verdaderamente mío, yo lo tengo que hacer «con», es decir, a través del ejercicio de mi libertad.

Por eso la segunda dimensión de la formación de los evangelizadores, es este paso del indicativo al imperativo (tal como lo presenta san Pablo), de lo recibido a lo asumido y vivido como propio. El ejercicio de la libertad que dice: «yo quiero lo que me regalaste», «me meto en el drama de lo que me propusiste». Este paso del «in» al «con» implica el ejercicio de la libertad, más o menos lúcido, según los casos.

Pero el con-formarse, implica una segunda dimensión, que creo es clave, que son los vínculos. La formación es siempre formación con otros. No hay in-formación cristiana si no hay con-formación. La formación del evangelizador es siempre con otros. En este sentido surgen dos temas importantes: vínculos y estructuras.

Muchos autores de la teología en sus diversas ramas, sostienen esta idea: con el tipo de civilización hiperconectada, el ícono del evangelio que va a ser más penetrante, es el de los cristianos verdaderamente vinculados entre sí y con todos. Hoy pareciera que ya no se trata de evangelizar a las personas solas, sino también de evangelizar a los vínculos. Personas evangelizadas y vínculos no evangelizados pueden romper toda posibilidad de evangelización. Ustedes pueden tener piedades personales muy fuertes y personajes intratables. Pueden tener líderes extremadamente talentosos, pero incapaces de generar comunión.

Por eso, evangelizar los vínculos, es en opinión de muchos, una de las novedades de la nueva evangelización. No basta anunciar el evangelio en la dimensión de la identidad; se hace necesario vivir y anunciar cómo se ha de vincular uno con los demás «en Cristo Jesús». ¿Qué significa vivir los vínculos «en Cristo»? Significa vivir con los otros, el «mandamiento más importante» o «nuevo mandamiento». Los vínculos pasan a ser como el gran icono que hace visible y atractivo al evangelio: «miren como se aman».

El otro tema es el de las estructuras. Nuestras estructuras )son evangelizadoras? )o son realidades al borde de lo agobiante y que te secan interiormente, y secan a los demás, y por eso todo el mundo está harto de ellas, en especial, los presbíteros?. El evangelio tiene que penetrar hasta el corazón de las estructuras, y hacer de ellas ámbitos e instrumentos de evangelización.

La trans-formación

Y para terminar, sólo menciono alguna cosa de ser trans-formadores.

Hay una idea impresionante en Pablo y Juan, y en los Hechos de los apóstoles. Jesús no solamente transforma, sino que concede ser transformadores como Él. Lo que hizo Jesús, Él nos lo concedió hacer a nosotros: a Juan y Pedro, a la Iglesia, etc.

La transformación es fruto del compartir el evangelio. ¿Qué pasa cuando comparto el evangelio? Este compartir el evangelio lleva a vivir, entre otras, estas tres experiencias: sufrimiento, rechazo, y aceptación.

Respecto del sufrimiento diría que, al principio del ejercicio del servicio pastoral si vos recibís a personas que vienen con fuertes sufrimientos, pareciera que después que pasaron esas personas, uno comparte de algún modo el sufrimiento con Jesús y desaparece. Pero, en realidad, no es así. Te aparece tres meses después todavía ahí, dentro tuyo. Cuando al compartir el evangelio, compartimos con los hermanos el dolor, ese dolor, aún cuando ellos sientan un cierto alivio, eso nos entra y nos transforma, dejando algo en nosotros.

Una palabra respecto del rechazo y el fracaso. No sé lo que les pasa a los de la generación anterior a la muestra, pero yo me experimento sumamente débil frente al fracaso. Con baja capacidad de frustración. Las experiencias pastorales y las experiencias de formación, en mi opinión, deberían ayudar más a capitalizar los fracasos y no deberían ser tan proteccionistas.