Juan Pablo II
22 de enero de 1999
El presbítero, signo de unidad
39. «Como miembro de una Iglesia particular, todo sacerdote debe ser signo de comunión con el Obispo en cuanto que es su inmediato colaborador, unido a sus hermanos en el presbiterio. Ejerce su ministerio con caridad pastoral, principalmente en la comunidad que le ha sido confiada, y la conduce al encuentro con Jesucristo Buen Pastor. Su vocación exige que sea signo de unidad. Por ello debe evitar cualquier participación en política partidista que dividiría a la comunidad»1. Es deseo de los Padres sinodales que se «desarrolle una acción pastoral a favor del clero diocesano que haga más sólida su espiritualidad, su misión y su identidad, la cual tiene su centro en el seguimiento de Cristo que, sumo y eterno Sacerdote, buscó siempre cumplir la voluntad del Padre. Él es el ejemplo de la entrega generosa, de la vida austera y del servicio hasta la muerte. El sacerdote sea consciente de que, por la recepción del sacramento del Orden, es portador de gracia que distribuye a sus hermanos en los sacramentos. Él mismo se santifica en el ejercicio del ministerio»2.
El campo en que se desarrolla la actividad de los sacerdotes es inmenso. Conviene, por ello, «que coloquen como centro de su actividad lo que es esencial en su ministerio: dejarse configurar a Cristo Cabeza y Pastor, fuente de la caridad pastoral, ofreciéndose a sí mismos cada día con Cristo en la Eucaristía, para ayudar a los fieles a que tengan un encuentro personal y comunitario con Jesucristo vivo»3. Como testigos y discípulos de Cristo misericordioso, los sacerdotes están llamados a ser instrumentos de perdón y de reconciliación, comprometiéndose generosamente al servicio de los fieles según el espíritu del Evangelio.
Los presbíteros, en cuanto pastores del pueblo de Dios en América, deben además estar atentos a los desafíos del mundo actual y ser sensibles a las angustias y esperanzas de sus gentes, compartiendo sus vicisitudes y, sobre todo, asumiendo una actitud de solidaridad con los pobres. Procurarán discernir los carismas y las cualidades de los fieles que puedan contribuir a la animación de la comunidad, escuchándolos y dialogando con ellos, para impulsar así su participación y corresponsabilidad. Ello favorecerá una mejor distribución de las tareas que les permita «consagrarse a lo que está más estrechamente conexo con el encuentro y el anuncio de Jesucristo, de modo que signifiquen mejor, en el seno de la comunidad, la presencia de Jesús que congrega a su pueblo»4.
El trabajo de discernimiento de los carismas particulares debe llevar también a valorizar aquellos sacerdotes que se consideren adecuados para realizar ministerios particulares. A todos los sacerdotes, además, se les pide que presten su ayuda fraterna en el presbiterio y que recurran al mismo con confianza en caso de necesidad.
Ante la espléndida realidad de tantos sacerdotes en América que, con la gracia de Dios, se esfuerzan por hacer frente a un quehacer tan grande, hago mío el deseo de los Padres sinodales de reconocer y alabar «la inagotable entrega de los sacerdotes, como pastores, evangelizadores y animadores de la comunión eclesial, expresando gratitud y dando ánimos a los sacerdotes de toda América que dan su vida al servicio del Evangelio»5.
Fomentar la pastoral vocacional
40. El papel indispensable del sacerdote en la comunidad ha de hacer conscientes a todos los hijos de la Iglesia en América de la importancia de la pastoral vocacional. El Continente americano cuenta con una juventud numerosa, rica en valores humanos y religiosos. Por ello, se han de cultivar los ambientes en que nacen las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada e invitar a las familias cristianas para que ayuden a sus hijos cuando se sientan llamados a seguir este camino6. En efecto, las vocaciones «son un don de Dios» y «surgen en las comunidades de fe, ante todo, en la familia, en la parroquia, en las escuelas católicas y en otras organizaciones de la Iglesia. Los Obispos y presbíteros tienen la especial responsabilidad de estimular tales vocaciones mediante la invitación personal, y principalmente por el testimonio de una vida de fidelidad, alegría, entusiasmo y santidad. La responsabilidad para reunir vocaciones al sacerdocio pertenece a todo el pueblo de Dios y encuentra su mayor cumplimiento en la oración continua y humilde por las vocaciones»7.
Los seminarios, como lugares de acogida y formación de los llamados al sacerdocio, han de preparar a los futuros ministros de la Iglesia para que «vivan en una sólida espiritualidad de comunión con Cristo Pastor y de docilidad a la acción del Espíritu, que los hará especialmente capaces de discernir las expectativas del pueblo de Dios y los diversos carismas, y de trabajar en común»8. Por ello, en los seminarios «se ha de insistir especialmente en la formación específicamente espiritual, de modo que por la conversión continua, la actitud de oración, la recepción de los sacramentos de la Eucaristía y la penitencia, los candidatos se formen al encuentro con el Señor y se preocupen de fortificarse para la generosa entrega pastoral»9. Los formadores han de preocuparse de acompañar y guiar a los seminaristas hacia una madurez afectiva que los haga aptos para abrazar el celibato sacerdotal y capaces de vivir en comunión con sus hermanos en la vocación sacerdotal. Han de promover también en ellos la capacidad de observación crítica de la realidad circundante que les permita discernir sus valores y contravalores, pues esto es un requisito indispensable para entablar un diálogo constructivo con el mundo de hoy.
Una atención particular se debe dar a las vocaciones nacidas entre los indígenas; conviene proporcionar una formación inculturada en sus ambientes. Estos candidatos al sacerdocio, mientras reciben la adecuada formación teológica y espiritual para su futuro ministerio, no deben perder las raíces de su propia cultura10.
Los Padres sinodales han querido agradecer y bendecir a todos los que consagran su vida a la formación de los futuros presbíteros en los seminarios. Así mismo, han invitado a los Obispos a destinar para dicha tarea a sus sacerdotes más aptos, después de haberlos preparado mediante una formación específica que los capacite para una misión tan delicada11.
Juan Pablo II
Notas:
1.- Propositio 49.
2.- Ibíd.
3.- Ibíd.; cf. CONC. ECUM. VAT. II, Decreto Presbyterorum Ordinis, sobre el ministerio y vida de los presbíteros, 14.
4.- Propositio 49.
5.- Ibíd.
6.- Cf. Propositio 51.
7.- Propositio 48.
8.- Propositio 51.
9.- Propositio 52.
10.- Cf. ibíd.
11.- Cf. ibíd.