BOLETIN OSAR
Año 5 – N° 11
ANEXO I
Entender bien la unidad propia del Espíritu
en la acción evangelizadora
V Encuentro de Teología Pastoral
Pbro. Dr. Víctor Manuel Fernández
Ofrecemos a continuación el texto completo de la ponencia del Pbro. Dr. Víctor Manuel Fernández en el Cuarto Encuentro de Teología Pastoral, realizado en 1998, bajo el tema: «El Espíritu Santo, protagonista de la Nueva Evangelización». En el Boletín OSAR N° 9 (Noviembre 1998) publicamos el esquema de esta exposición, que ahora ofrecemos en su versión completa.
La idea de esta charla es buscar algunos elementos teológicos, lo más sólidos posibles, y que al mismo tiempo nos lleven a plantear este tema en nuestra propia experiencia y en nuestro propio trabajo pastoral.
Veamos una cita de TMA, donde tenemos la invitación a la unidad, a enriquecer la unidad. El Papa lo expresa así en relación con el Espíritu Santo:
El mismo Espíritu personalmente, con su fuerza y con la íntima conexión de los miembros, da unidad al cuerpo y así produce y estimula el amor entre los creyentes… La reflexión de los fieles en el segundo año de preparación debe centrarse con particular solicitud sobre el valor de la unidad dentro de la Iglesia, a la que tienden los distintos dones y carismas suscitados en ella por el Espíritu… La unidad del cuerpo de Cristo se funda en la acción del Espíritu…
Entonces la pregunta sería ¿a qué se debe que el Papa une íntimamente la persona del Espíritu con este camino hacia la unidad?
En la Escritura está bastante claro, hay textos donde se menciona explícitamente la unidad en relación con el Espíritu Santo, se dice el «Espíritu de la unidad», el «Espíritu de la comunión», por ejemplo en Flp 2, 1; 2 Cor 13, 13. Y esta unidad, se describe en la Biblia de modos muy variados: es una unidad que no sólo se realiza a nivel íntimo o a nivel de deseo interior o de una complacencia por los demás. Sino que se expresa, por ejemplo en una comunión de bienes, en una comunión del culto (Hech. 2, 46-47; 4, 32) y también en una comunión institucional (Gál 2, 2.9.10; cfr. Ef. 2, 18-22) cuando, por ejemplo, Pablo va a Jerusalén a exponer su Evangelio para saber si no corría en vano y después de haber expuesto su evangelio le dan la mano en señal de comunión.
En los Hechos tenemos un acontecimiento fundamental que es Pentecostés, donde al mismo tiempo que se profundiza la unidad, también se universaliza la comunidad cristiana. O sea, se produce una unidad que no deja encerrados a los apóstoles en su grupo particular, sino que los abre a todo el mundo, universaliza la Alianza; de manera que aquí ya se nos plantea un estilo de unidad que es la unidad en la universalidad, un estilo particular. En 1 Cor 12-14 aparece el tema de los carismas y en esa estructura de 3 capítulos tenemos en el centro el famoso himno del amor, al amor fraterno, porque cuando se lo describe dice: «es compasivo, es servicial, no tiene envidia»; claramente se refiere al amor fraterno. Y entonces toda esa efusión de carismas que derrama el Espíritu para enriquecer el cuerpo, tiene como finalidad última, como perfeccionamiento último el amor fraterno.
En el texto de 1 Cor 3, 3-4 Pablo se dirige a los corintios que corren el riesgo de la división; es ahí cuando dicen algunos «Yo soy de Pablo, Yo soy de Apolo, Yo soy de Cefas». Entonces dice: «yo, hermanos no pude hablarles como espirituales porque todavía son carnales, pues mientras haya entre ustedes envidia y discordia, ¿no es verdad que son carnales y viven a modo humano?».
Y aquí es muy interesante ver qué es lo que caracteriza al «hombre carnal» y qué es lo que caracteriza al «hombre espiritual», o sea al hombre del Espíritu. Y queda claro que aquí el hombre espiritual no es el hombre que se separa de la materia o que se escapa del mundo o de las cosas; y que carnal es el hombre que, no dejándose impulsar por el Espíritu, vive en contraposición con el otro, vive en la división. Entonces en este texto de Pablo queda claro que el hombre espiritual es el hombre que según el dinamismo del Espíritu vive en comunión. Dice también allí «que uno plantó, el otro regó, pero es Dios el que hace crecer». Entonces se pone este símbolo: en el caso del crecimiento de la planta tienen que intervenir varios, uno que siembra otro que riega, el otro que trabaje la tierra y en ese caso el crecimiento de la planta depende de la aceptación de los dones de cada uno, de la aceptación del trabajo de cada uno. En ese sentido, queda en claro que Dios hace crecer solo cuando se trabaja en unidad, este crecimiento es auténtico sólo en este caso.
Aquí podríamos poner en relación este texto con el de Juan 17 donde dice Cristo: «que sean uno, para que el mundo crea» o con aquel otro texto de Lucas «un reino dividido no puede subsistir». Y entonces en todo ese contexto bíblico queda claro que la unidad es necesaria para que se de un auténtico proceso de crecimiento en la Iglesia.
Evidentemente esto no queda claro en los ojos pragmáticos. A los ojos pragmáticos le resulta más eficiente trabajar solo. A los ojos pragmáticos parece como más útil o más rápido planificar solo, ejecutar solo y lograr determinadas cosas. Puede parecer más productivo, más útil, sin la exigencia de perder tiempo y energías en ponerse de acuerdo con otro; supone reunión, tiempo, supone cansancios y a veces da la impresión de que los resultados son más equívocos que cuando uno trabaja solo y en libertad. Y entonces, aceptar que en la unidad se produce el crecimiento más auténtico, «sean uno para que el mundo crea», supone necesariamente la visión de fe, no una visión pragmática.
Ahora, los signos de que es más eficaz trabajar en la unidad me parece que son la mayor riqueza que se consigue en la unidad y la mayor estabilidad que obtienen los frutos. Creo que esas dos cosas son las que muestran que esta visión de fe en la cual la unidad, a la larga es más eficaz, también nos da signos de que es realmente así.
En la carta a los Efesios ustedes vieron que se habla de «nosotros-ustedes», queda claro que hay dos grupos en la primitiva comunidad y que se crea la dificultad de integrar gente distinta, los paganos convertidos son gente distinta y diferente. El gran planteo de la carta a los Efesios es integrar a los diferentes en la unidad eclesial, lo cual suponía en aquella época un tremendo desafío. Entonces se exhorta a buscar la plenitud de la unidad pero la plenitud de la unidad se consigue solo integrando a la unidad los diferentes.
Y por ultimo en el Apocalipsis se invita a escuchar lo que el Espíritu dice a las Iglesias. En los primeros capítulos, al comienzo aparece una visión de Cristo y después aparecen siete cartas. Y a cada una de las siete comunidades se le menciona algunos aspectos de la figura de Cristo, de manera que la figura del Cristo total sólo se puede armar uniendo las siete cartas y allí queda claro que ninguna comunidad puede tener la pretensión de percibir o de experimentar la totalidad de lo que Cristo es, sino que la totalidad de lo que Cristo es, sólo se puede percibir en la comunión entre todas las Iglesias. Se necesitan unas a otras para poder alcanzar estas figuras, iconos, del Cristo total, para poder enriquecer su propia experiencia del Señor. Podemos decir así que el Espíritu habla a cada de las iglesias de un modo particular, pero sólo por la comunión entre ellas puede conducirlas «en la verdad completa» (Jn. 16, 13).
Ahora ¿cómo se piensa teológicamente esta relación del Espíritu con la unidad? Se parte de la relación particular que hay entre el Espíritu y el amor. «El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rom 5,5). Hay toda una riquísima teología sobre la caridad en la cual se ve esta intima relación que hay entre el Espíritu y la caridad. ¿Por qué? Porque el Espíritu Santo es el modelo supremo del amor, de la caridad, y es el modelo supremo porque el Espíritu Santo es amor pero amor que une personas diferentes. O sea, podemos pensar en Dios como una única esencia donde las tres Personas aman con la misma perfección, pero cuando entre el Padre y el Hijo se produce una inclinación de amor de uno hacia el otro, aquí estamos hablando del amor procedente que procede de las dos Personas y que es el Espíritu Santo. De manera que si la caridad tiene como modelo supremo ese amor, decimos que la caridad es un amor que une Personas distintas y que no es sólo complacerse en otro sino que es estar inclinado hacia el otro. En eso Santo Tomás es sumamente coherente porque cuando describe lo que es la caridad insiste en este impulso hacia el otro. Cuando alguien se siente uno con el otro y se mueve hacia él, fíjense como se refleja así en el amor entre nosotros ese mismo impulso del Espíritu que mueve una persona hacia la otra. Es en este sentido el nexo entre el Padre y el Hijo que los une en cuanto distintas Personas y así también el nexo entre nosotros en cuanto diferentes.
De manera que esto nos exige replantear nuestra idea de unidad. El modelo supremo de unidad no sería la esencia divina que es una y que puede motivarnos a una suerte de unidad monolítica. Sino que el modelo supremo de unidad es esta Persona que une Personas diferentes. Es este amor que une personas distintas. Y por lo tanto es una unidad dinámica y es una unidad que supone la distinción, la riqueza, la variedad. Entonces cuando pensamos la Iglesia no pensamos en una unidad monolítica, ni tampoco pensamos en una suma de individuos que se asocian, o hacen un pacto de no agresión, o en una convivencia pacifica, en un acuerdo mínimo para no escandalizar; sino que estamos hablando de una unidad que es fruto de la acción intima del Espíritu Santo.
En este sentido es interesante volver al Apocalipsis porque allí se habla de la «estrella de la comunidad», dice que cada comunidad tiene una «estrella» y en otro texto se identifica con el «ángel», cada comunidad eclesial tiene un ángel. ¿Qué significa esto de la «estrella» o el «ángel» de la Iglesia? En la Escritura la estrella es como si fuera un hueco que hay en la bóveda celeste que permite el contacto con la trascendencia, que refleja la trascendencia y nos pone en contacto con ella y que se hace presente en medio nuestro. Entonces la estrella de la comunidad es esa dimensión sobrenatural, es la presencia del Espíritu y que une con lazos sobrenaturales de amor a las personas. Y entonces este grupo no es de un club o una asociación, sino que lleva en él esa dimensión sobrenatural: la presencia del Espíritu que une por el amor, es la estrella de la comunidad.
Ahora vamos a concretizar y poco a poco ir viendo cómo se realiza esta unidad en la actividad evangelizadora. En primer lugar tendríamos que decir que este tipo de unidad que siembra el Espíritu, unidad de personas distintas, diferentes, se realiza de un modo muy particular y eminente en el diálogo abierto.
Vamos a leer dos textos:
La universalidad de la Iglesia implica por una parte la más sólida unidad, y por otra parte una pluralidad y una multiformidad, una diversificación que no resulta un obstáculo para la unidad, sino que le confiere el carácter de «comunión». Y las polémicas y controversias intolerables han transformado en afirmaciones incompatibles lo que de hecho era el resultado de dos intentos de escrutar la misma realidad, aunque desde dos perspectivas diversas. Es la expresión ecuménica de la ley evangélica del compartir, es preciso que los dones de cada uno se desarrollen para utilidad y beneficios de todos.
Me parece que este último texto nos aporta muchísimo para entender mejor nuestra unidad y para entenderlo también de un modo realista. Se toma como modelo el diálogo ecuménico de los últimos años, donde había dos perspectivas distintas. El diálogo entre los católicos y luteranos implica dos perspectivas distintas, dos acercamientos distintos a las mismas realidades que no eran incompatibles. El diálogo ecuménico ha sido como un modelo, repito, de cómo poner en comunión esas dos perspectivas distintas, esas dos vías de acceso. El Papa dice que los dones de cada uno se desarrollan para utilidad y beneficio de todos. Entonces, en este sentido ha habido un proceso histórico en el cual el mismo luteranismo se fue enriqueciendo y eso terminó siendo una riqueza para nosotros en el diálogo. Ahora, si esto es así en la relación con los luteranos, con cuanta mayor razón tendrá que suceder esto entre católicos de distintos movimientos, de distintas líneas, de distintas opciones; si es posible con los luteranos cómo no va a ser posible entre nosotros. Pero supone aceptar que el desarrollo que logre el otro de su propia perspectiva, a la larga va a significar un enriquecimiento para mí. Y con esta convicción es posible entonces dialogar y aceptar que el otro pueda enriquecerme.
Y otro texto dice:
Discusiones ecuménicas recientes llaman la atención sobre elementos comunes dentro de estructuras diferentes de pensamiento… Es necesario para ambas partes tomar seriamente en consideración los intereses del otro.
Aquí se propone también un camino particular que es ubicarse en la perspectiva de los intereses del otro. A veces en la afirmación del otro no hay una ideología sino determinados intereses, y colocándose desde la perspectiva de esos intereses se puede alcanzar más fácilmente la comunión que desde la confrontación. Ubicarse en una estructura diferente de pensamiento.
En este sentido también el diálogo con un ateo puede ser enriquecedor, en cuanto que el ateo vive una experiencia determinada de la vida que seguramente le permitió alcanzar algunas verdades. Y a mi me pareció muy modélico en este sentido el diálogo de Umberto Ecco y el Cardenal Martini6, allí se ve claramente cómo se da una motivación mutua, un enriquecimiento mutuo.
Este acudir al modelo del diálogo con los luteranos implica tomar ese modelo para exigir un determinado camino de unidad también entre nosotros. Y en este sentido tenemos que decir que tiene un primado el amor a la propia Iglesia y el valor que tiene el cultivo de la unidad interna, por encima del diálogo con otras confesiones o con los ateos. A veces uno nota que los acentos que hay en distintos movimientos o en distintas líneas pastorales, se hacen tan fuertes que parece más fácil el acercamiento entre un grupo católico y un grupo no católico del mismo estilo, que entre un grupo católico y otro grupo católico. Por ejemplo, entre carismáticos y pentecostales, hay muchas posibilidades de acercamiento porque hay un estilo, una experiencia en común; pero que puede correr el riesgo de acercarse más al pentecostal que a otro católico. O por ejemplo, entre legalistas católicos o judios-ortodoxos parece mentira que a veces haya un acercamiento muy fuerte que no se da con otros católicos. O entre un liberacionista católico o un metodista que tiene el mismo acento. Es muy común ver estos fuertes acercamientos que coincide también con un aislamiento de la propia Iglesia, con una separación del resto y no es raro escuchar por ahí algún cura que dice «yo me llevo mejor con los ateos que con los demás curas». Para mí hay en esto dos posibles defectos: una teología y una espiritualidad poco sólidas y una fuerte inmadurez afectiva. Lo primero porque hay que ser coherente con la propia fe y no olvidar que las realidades sobrenaturales son reales: la unidad del bautismo y del mismo orden sagrado son reales, y establecen una fraternidad sacramental que lleva en sí una particular y permanente exigencia de apertura, de fraternidad y de amor, que no se puede ignorar si uno tiene realmente fe. Entonces hay que plantearse si uno cree o no, y si cree eso plantea una exigencia de unidad interna que es ineludible.
Lo segundo porque la diversidad que hay en el seno de la Iglesia Católica implica un desafío que ofrece una permanente posibilidad de enriquecimiento pero también exige una mínima capacidad para enfrentar los desafíos de la vida comunitaria, como sucede en la vida familiar.
Nosotros le exigimos a las personas casadas, a los padres, que enfrenten los desafíos que les impone vivir con alguien distinto y nosotros no lo asumimos en la Iglesia. Es difícil cuando hay una gran fragilidad emotiva que lleva a escapar para vivir más tranquilo. Y en ese sentido hablar de llevarse mejor con los ateos y no con los curas está implicando una dificultad incluso psicológica, a veces.
Y por otra parte es cierto que es importante hacer unidad con otros cristianos, con otras religiones, hacer unidad con un científico o con un intelectual ateo; pero como evangelizadores tenemos en primer lugar que hacer unidad con el pueblo cristiano. O sea, diríamos que hay que evitar que la búsqueda de unidad, por ejemplo, con un filosofo, lleve a asumir su lenguaje y unas opciones completamente ajenas al pueblo de Dios. El diálogo con un filosofo no debe hacer que tu mensaje resulte incomprensible para el pueblo en general, para el pueblo cristiano. Es un diálogo que como evangelizador termina limitándote y empobreciéndote.
En esta capacidad de diálogo me parece que hay una convicción básica que si falta es imposible dialogar y es creer que el otro es apto para encontrar la verdad. Parece que es obvio decir que los demás son aptos para encontrar la verdad. Pero de ahí a llegar a una intima convicción de que el otro es apto para encontrar la verdad hay que hacer un camino, que es un camino de apertura, y que cuando uno esta aferrado a dos o tres ideas básicas, es difícil que pueda hacerlo. Y alguien podría creer, «bueno, esto de estar aferrados a ideas es propio de los intelectuales». Y no, es propio de cualquiera. Porque basta que uno tenga dos ideas colgadas en la cabeza y se aferre a ellas y así no pueda dialogar con nadie. Entonces madurar en esta convicción de que el otro alcanza la verdad desde otra experiencia de la vida, desde otra situación que no es la mía, es lo que me permite dialogar. Hay un texto de San Buenaventura que dice: «El que escucha esta doctrina no pertenece a un género determinado, sino a cualquiera; y como es necesario que todos conozcan algo de esta doctrina, ella tiene una multiforme inteligencia, para captar todo intelecto, condescendiendo a toda inteligencia.»7 O sea: la verdad se adapta a distintas maneras de captarla, como dice también el magisterio. Ustedes saben que cuando se planteaban los problemas de la teología de la liberación y salen los dos documentos Libertatis Conscientia y Libertatis Nuntius se plantea allí aquella perspectiva de la teología de la liberación que afirmaba que desde la experiencia latinoamericana en particular se elaboraba también una determinada teología. Y el magisterio en esos documentos reconoce que a partir de determinada experiencia de la vida se puede acceder a ciertos aspectos de la verdad. Entonces cuando uno está convencido de eso dice: «bueno, el otro tiene una experiencia especial de la vida que yo no he tenido. Por lo tanto, con toda seguridad, capta mejor que yo algunos aspectos de la verdad a los cuales yo estoy cerrado o a los cuales yo no llego a valorar todavía». Creo que esa sería la convicción básica de la que se alimenta este camino al diálogo.
Y en este sentido a mi me resultó siempre muy cautivante ver como los grandes teólogos ponen en la cima de la perfección cristiana el don de la sabiduría y afirman que el don de la sabiduría al mismo tiempo que nos abre una riqueza inmensa de Dios, también nos abre al prójimo y también motiva actos concretos de amor al prójimo. O sea, en el culmen en la vida cristiana por el don de la sabiduría, se produce una intima unión entre la contemplación interna y la relación con el otro, con el que está afuera de uno. Y en este sentido dice Buenaventura «que la mayor perfección de la contemplación se logra no cuando yo descubro a Dios dentro de mí, sino cuando yo puedo descubrirlo plenamente fuera de mí» Entonces yo no accedo a la verdad replegándome en mí mismo, profundizando íntimamente mis propias convicciones, sino también en el encuentro con el otro, con el distinto, con el que es externo a mí. Entonces me enseña el científico, me enseña el intelectual ateo, el pueblo pobre me enseña desde su propia experiencia, desde su áspera lucha y desde su contemplación en la rutina cotidiana. En el encuentro con el otro accedo a la verdad, encuentro con el otro que se da particularmente en el diálogo. Sin esta convicción de que en el otro hay una acceso a la verdad entonces no hay posibilidad de una unidad auténtica. Habrá respeto, convivencia pacifica, habrá un pacto de no agresión, pero no una auténtica unidad del Espíritu que es un dinamismo enriquecedor.
Pero este enriquecimiento, que podríamos llamar sapiencial o cognoscitivo, está también en el reconocimiento de las maneras como actúa el espíritu en los otros, o sea, de los carismas, el reconocimiento de los carismas. Y como el Espíritu derrama variedad el amor a la unidad que derrama el mismo Espíritu no significará evidentemente ser iguales en todo.
El Papa en el mensaje del Congreso de los Movimientos Eclesiales en Roma en mayo de este año se dirigió con las siguientes palabras:
«Vuestra misma existencia (Movimientos eclesiales) es un himno a la unidad y pluriformidad querida por el Espíritu Santo y rinde testimonio de ella. De hecho en el misterio de comunión del cuerpo de Cristo, la unidad no ha sido jamás convertida en homogeneidad o negación de la diversidad… Los carismas reconocidos por la Iglesia representan caminos para profundizar en el conocimiento de Cristo y para donarse más generosamente a El enraizándose cada vez más en la comunión de todo el Pueblo cristiano»…
Vemos como el Papa aquí hace un elogio de esta riqueza y de esta diversidad del Espíritu que al mismo tiempo nos enraíza más en la comunión, que es rica y variada.
Siendo realista, cada vez que aparece un carisma en alguien o en una comunidad, normalmente eso plantea dificultades, plantea un conflicto. Hace que los demás se defiendan de ese carisma que surge, de ese don particular, y entonces se corre el riesgo de relacionarse como competidores. Eso es muy común verlo en las parroquias o en los movimientos y verlo también entre nosotros. El riesgo es mirarse como competidores. Esta reacción frente a los carismas que aparecen, normalmente, no es por una maldad de la persona sino por un instinto de defensa. Porque cuando aparece un nuevo carisma en otro, se lo suele percibir como un peligro para uno; en otros casos la persona siente un sentimiento de culpa, porque el otro se destaca, produce frutos y uno se siente como en inferioridad frente a un don que cautiva, que deslumbra, se produce una tristeza que proviene de este instinto de defensa, más que de una maldad o un rencor hacia el otro. En ese caso lo fundamental es reconocer esa tendencia interior, reconocer ese movimiento pasional que surge, que a veces se da de una manera muy sutil, y reconociéndolo, poder dar el paso de descubrir ese nuevo carisma como una posibilidad de riqueza para la mi y no tanto como un riesgo para mi.
Tenemos un texto de San Agustín:
Muchos dones se dan para ser manifestados, pero quizás tú no tienes ninguno de los mencionados por San Pablo. Si amas, aquello que posees no es poco. Si amas la unidad, todo lo que alguno posea es también tuyo. Libérate de la envidia, y será tuyo lo que es mío; y si yo me libero de la envidia, es mío lo que tú posees. Sólo el ojo en el cuerpo tiene la facultad de ver, ¿pero el ojo ve sólo para él? No. Ve para la mano, ve para el pie, para todos los miembros. De hecho, si el pie está por caer en algún obstáculo, el ojo no deja de prevenirlo. ¿Y la mano actúa sólo para ella? No, obra también para el ojo. De hecho, si está por llegar el golpe de una piedra en el ojo, la mano no dice: «no me muevo porque la piedra no viene hacia mí»… Tenemos el Espíritu Santo si amamos a la Iglesia, y la amamos si nos mantenemos insertos en su unidad y amor… Si tienes la caridad, lo tendrás todo, y todo lo que puedas poseer no te servirá de nada sin ella. Y para probar que la caridad se refiere al Espíritu Santo, escucha al Apóstol que dice: «El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado».
San Agustín invita aquí a la invocación del Espíritu Santo para que por el amor uno pueda sentir como propio lo que es del otro. Por el amor a la Iglesia uno empieza a gozarse de la riqueza de la diversidad, y cuando surge un nuevo carisma uno lo puede sentir como propio. Entonces diríamos que es el amor el que permite que en esta diversidad se viva el gozo de sentir como propio lo que es ajeno. Según San Buenaventura esto sería la mejor preparación para el cielo, porque la persona que no goza del bien ajeno, en el cielo se sentiría sumamente molesta porque ve una multitud que esta gozando; en cambio el que ama duplica su gozo porque se goza con su propio bien, pero se goza también por el bien del otro. Y en este sentido la capacidad de disfrutar con el don ajeno nos va disponiendo para el gozo celestial.
Ahora nosotros no sólo buscamos la unidad dentro de nosotros los evangelizadores, sino que también buscamos sembrar unidad en el pueblo cristiano. A esto se referían los Obispos diciendo:
La Iglesia, «comunión de vida, de caridad y de verdad», debe contribuir cada vez más a dar al Pueblo de la nación una comunión en los ideales, una concepción del destino común y una cohesión de los esfuerzos para alcanzarlo. Este destino común, entre otras fuentes, brota también de la semilla de la Palabra evangélica sembrada desde el origen mismo de la nacionalidad. Para expresar y realizar en la debida forma aquella comunión, la Iglesia encarnada en el Pueblo debe asumir y fomentar todas las capacidades, riquezas y costumbres de ese Pueblo, en lo que tienen de bueno.
Aquí se ve que el evangelizador no siembra la unidad entendiendo que el pueblo es receptor de los dones que uno comunica, sino en la actitud de diálogo, de valoración de lo que hay de nuevo, de lo que Dios ya ha sembrado en el otro y a partir de eso fomentar la unidad de todo el pueblo cristiano de la nación.
Ahora, sobre lo que veníamos diciendo, uno puede decir que los carismas son siempre un riesgo para la unidad, los carismas aparecen y mutilan la unidad y la ponen en peligro y entonces es el amor el que logra esa unidad a pesar de esa diversidad que es inevitable. Podemos decir que no nos queda otra más que aceptar la diversidad e intentar por el amor -a pesar de esa diversidad- lograr la unidad, pero no es ese tampoco el camino de unidad del Espíritu Santo. Sino que se plantearía de otra manera: hay una unidad fruto de la gracia, y esa unidad es enriquecida con dones que se sobreañaden, porque los carismas, que se llaman «gracia gratis data», son dones del Espíritu Santo independientemente de la santidad de la persona. También el pecador puede tener carismas, y por eso cuando uno cae en pecado mortal no pierde determinados carismas que tenía. Predicaba bien y sigue predicando bien. El carisma no se pierde cuando se pierde el estado de gracia.
De manera que, cuando aparece un carisma, es un desafío a la unidad y que puede ponerla en peligro, pero al mismo tiempo es la posibilidad de enriquecer la unidad. Asumiendo el riesgo que nos plantea el carisma, enfrentándolo y haciendo un camino a partir de esa diversidad que aparece, se vuelve a acceder a una unidad pero una unidad más rica, que se ve beneficiada por el carisma, porque no es la unidad monolítica que decíamos antes, o no es la unidad de personas que son pobres en su personalidad, o sea, nunca discuten porque les da todo lo mismo o no tienen convicciones firmes o no son capaces de apasionarse por un ideal y no van a confrontarse con nadie. No se trata de esa unidad, sino de una unidad que a partir de los desafíos que plantean los diversos carismas permite acceder a una unidad enriquecida que se llama «comunión».
Hay un texto del Concilio que dice así: «la actividad misionera perfecciona la unidad católica dilatándola» (AG 6). O sea, que en la actividad misionera al integrarse personas nuevas y diferentes, esa unidad se dilata. Es aquella idea del bien que es difusivo de sí mismo. El bien busca difundirse, necesita comunicarse y entonces la unidad cristiana es un núcleo de bien que necesita difundirse y al agregarse nuevas personas esa unidad de dilata, es fiel a sí misma o sea, realiza su propia realidad dilatándose, y en este sentido los carismas también abren nuevas posibilidades que permiten dilatar, enriquecer la unidad; por lo tanto, la unidad no se puede plantear nunca como un grupo que se autocontempla y que aislándose del mundo diferente logra una cohesión interna para defenderse de los agresores externos. Nunca debe entenderse así nuestra unidad sino abierta a la diversidad del mundo con ese deseo de dilatarse que es propio de todo lo que es bueno. Vamos a leer otro texto: En la Iglesia, además de la unidad de los cristianos, el Espíritu Santo realiza la apertura universal hacia toda la familia humana, y es fuente de la comunión universal… Discernir y hacer surgir en toda su riqueza verdades y valores presentes en el tejido de las culturas es una tarea fundamental de la acción misionera, alimentada en la Iglesia por el Espíritu de verdad, que como Amor lleva al conocimiento más perfecto en la caridad. Aquí está claro el modelo de unidad abierto.
Ahora, así como el carisma es esta posibilidad de llegar a la unidad más rica, es cierto que en el carisma hay un riesgo para la unidad, riesgo que se concretiza cuando el carisma produce una conciencia elitista.
O sea, cuando el carisma produce una especie de convicción interior, la pretensión de ser «los verdaderos cristianos», aquí sí el carisma empieza a significar un riesgo para la unidad eclesial. Esto se dio por ejemplo, en la época de los Corintios cuando Pablo escribe la primera carta a los Corintios, que se repite después cuando surge el montanismo:
La pretensión de ser los «verdaderos» cristianos y carismáticos llevó a una confrontación con el ministerio eclesiástico. A los obispos de entonces que tuvieron que ver con Montano no les fue posible corregir las exageraciones vigentes en este movimiento ni integrarlo a la Iglesia. Montano fue apartado de la misma y con ello comenzó el largo proceso, perceptible hasta hoy día, de represión de los carismas.
Es lo que San Pablo se planteaba frente a los Corintios (1Cor 12-14). San Pablo nos señala que los carismas conducen a la caridad y por eso dice «les voy a mostrar un camino super excelente» y habla del amor que es paciente, comprensivo, servicial, se alegra en la verdad.
En el capítulo 14 vuelve a hablar de los carismas pero pasados ya por el núcleo del amor. Y muestra como los carismas vividos en el amor suponen determinadas cosas ¿Y cuáles son? Buscando que el carisma sea vivido para la comunidad, presenta dos casos concretos de carismas y muestra como esos carismas pueden edificar por el amor. ¿Cuál era el contexto histórico en cual San Pablo se ve obligado a hacer todo este planteo? Los corintios eran el caso típico de una mentalidad griega o de una espiritualidad de tipo griega, de un ideal griego. Y el griego estaba marcado por una mentalidad individualista porque buscaba del placer a costa de todo y también la perfección individual, por ejemplo, metiéndose en una escuela filosófica o en alguna experiencia de tipo mística. Pero en definitiva se buscaba a sí mismo. Eran profundamente individualistas. O se volcaban al placer de un modo compulsivo o a cultivar el propio cuerpo por la gimnasia o al cultivo del alma en las experiencias esotéricas.
Y esta mentalidad griega es la que aterraba a los apóstoles de Jerusalén que eran marcadamente semitas. Santiago, Pedro y Juan, con una mentalidad fuertemente social y comunitaria. Entonces veían cuando Pablo predicaba sobre la libertad en el mundo griego y decían, ¿éste les va a hablar de libertad a los griegos? Entonces ahí es donde se produce el encuentro de Pablo, Santiago, Pedro y Juan (Gal. 2) y cuando termina dice San Pablo «me pidieron que no me olvidara de los pobres». ¿Por qué Pablo resume la mentalidad de los apóstoles de Jerusalén diciendo esto? Porque en ese mundo individualista griego, donde se buscaba el progreso y el bien personal por encima de todo, que los griegos se ocuparan de los pobres iba a ser el signo más claro de que el cristianismo no había sido absorbido por esa mentalidad individualista. Era un signo evidente, concreto de que primaba el cristianismo y no la mentalidad individualista griega. En ese contexto es donde Pablo plantea el problema de los carismas. Que los carismas no sean un modo más de sentirse los únicos, los diferentes, los super, los verdaderos, sino que el carisma siempre se inserte en la unidad eclesial.
Santo Tomás, también se plantea este tema haciendo incluso un comentario a primera corintios 12 al 14 y desarrollando esta idea del carisma como gratia gratis data. Osea que la existencia de un carisma no indica la mayor santidad de una persona, es simplemente don del Espíritu que se da para la edificación del otro. El grado de perfección solo lo establece la caridad. El que ama más es más perfecto, si tiene un carisma no se sabe qué grado de perfección puede tener, porque un carisma no indica la santidad de la persona. Y en este sentido dice Santo Tomás, cuando se le da un carisma a un pecador está actuando Dios con su poder sobre el pecador pero no esta derramando el Espíritu en el pecador. Aquí es interesante precisar entonces que cuando en algunos retiros se habla de que llego el Espíritu puede ser que en este retiro se produzca la aparición de un carisma determinado. Puede ser que se produzca una experiencia emotiva muy particular. Pero estas realidades son solo manifestaciones de determinadas acciones del Espíritu que no indican que se acceda a una mayor perfección. Se accede a una mayor perfección sólo cuando hay una mayor intensidad de la caridad dice Santo Tomás, no por la manifestación del Espíritu en algunas dimensiones. Y del mismo modo puede suceder que personas que están en gracia de Dios, por una acción del Espíritu la caridad se manifieste más o menos es un aspecto de la existencia. Por ejemplo, puede ser que se destraben algunas dificultades emotivas y la persona pueda tener una experiencia emotiva del amor de Dios, pero eso no implica necesariamente que ame más sino que el amor se puede manifestar mejor en la emotividad; lo mismo que una persona que tiene un don particular del Espíritu en la lucidez mental y puede explicar muy bien verdades de la fe más que una viejita. El que se manifieste mejor la acción del Espíritu Santo a ese nivel no implica que su grado de caridad sea mayor, solo que se manifiesta en una dimensión de la existencia.
Es la diferencia entre el corazón y las manifestaciones. En el corazón está la perfección de la persona y las manifestaciones de la perfección pueden ser unas u otras.
Si uno tiene esta convicción entonces al recibir un carisma o un don particular no cree que los demás son de segunda o que son de un grado inferior. Lo mismo si yo hago opción evangelizadora en una determinada línea, si yo por una gracia particular puedo percibir mejor el valor de una opción y me juego por esa opción y la vivo plenamente, el que yo la capte más que otros tiene que entenderse de este modo de los carismas como un don particular de Dios pero que no implica que quien no capte tan claramente esa opción sea de segunda, o sea inferior. El puede captar mejor otros aspectos de la vida cristiana mejor que yo, pero fundamentalmente yo no puedo medir el grado de su vida en gracia, de su vida de caridad. Por lo tanto yo no puedo sentir que los otros son de segunda.
En este sentido veo que es muy común sobre todo en las personalidades fuertes o personalidades que están dotadas de carismas muy notorios descalificar al otro clasificándolo de ignorante por ejemplo: «pobre no alcanza a ver», es ignorante. Porque no capta determinado aspecto de la pastoral o no ve con claridad el valor de determinada opción, entonces se lo tacha de ignorante o de ineficaz o de ciego; es muy común cuando alguien hace una opción con mucha pasión que use este tipo de calificativos. A veces las cenas o reuniones de curas en las cuales hay una especie de morboso placer criticando irónicamente los puntos débiles de la opción diferente, del que ha hecho una opción pastoral que difiere de la propia. Pero creo que no se trata de poner como ideal al que no critica porque es incapaz de apasionarse, no se trata tampoco de poner como ideal el extremo opuesto; sino que el ideal sería mantener una fuerte pasión sabiendo valorar la importancia que tiene en la Iglesia el acento o la opción que hace el otro.
Entonces la unidad de la acción evangelizadora supone esta convicción básica que permite entregarse de corazón a una orientación carismática sin la necesidad imperiosa de imponer esa orientación y sin la convicción de que los otros van a ser mediocres mientras no asuman mis mismas opciones.
Un último aspecto de este tema, es el tema del conflicto. Hasta ahora no habría dificultad de decir «yo acepto la opción de la riqueza del otro, yo me dedico a esta porque creo que es mi don particular». Pero ¿qué sucede en alguna situación concreta, o cuando hay que decidir algo, encontrándose en un hecho concreto estas dos opciones, estas dos líneas? Evidentemente hay que discutir, entonces surge el conflicto y ahí la opción puede ser aceptar lo que sea para no romper la unidad sintiéndose infiel a los propios dones o incluso sintiéndose infiel al pueblo de Dios al cual uno tiene que enriquecer con el don recibido. ¿Qué sucede cuando se plantea el conflicto? Mientras el otro está en lo suyo y yo en lo mío podemos coexistir e incluso valorarlo gozando del don del otro, pero ¿qué pasa cuando nos confrontamos en una decisión concreta que hay que tomar, cuando se produce el conflicto?
Decía Ch. Duquoc que cuando hay conflicto la institución o los que representan particularmente la autoridad atribuyen rápidamente el conflicto a la mala intención o a la ignorancia del otro. El que viene con una novedad provoca conflicto, porque el que representa la autoridad, el que representa más directamente la institución, necesita tener en sus manos la iniciativa y cree que solo así puede sobrevivir la Iglesia y puede sobrevivir la unidad, y que esta novedad que aparece pone en peligro el equilibrio sabiamente logrado a veces después de décadas. Entonces se atribuye rápidamente a lo nuevo cierta malicia, cierta ignorancia y así se explica el conflicto.
Mi convicción es que tanto la espontaneidad del que confía en un don que ha recibido del Espíritu Santo, como los limites razonables que puede imponer el que es autoridad o el que busca razonar mejor las cosas a la luz de la teología, ambas cosas son necesarias e importantes en la Iglesia y que los dos tienen que ser fieles a sí mismos con ese don particular. Hay un ejemplo que me parece muy práctico de Santo Tomás: «Hay un criminal, y el juez siendo fiel a su función y pensando en el bien común lo condena al criminal, pero la madre de ese criminal siguiendo su instinto materno busca salvarlo». Entonces dice Santo Tomás: «¿cuál de las dos voluntades es recta, la del juez o la de la madre?» Y dice que las dos voluntades son rectas y los dos son fieles a Dios, porque los dos quieren lo que Dios quiere que quieran y sin embargo frente a esa situación concreta no se pueden poner de acuerdo.
Quiere decir que si no pueden ponerse de acuerdo no es porque uno de los dos esta equivocado. Porque los dos están queriendo lo que tienen que querer, están siendo fieles a Dios, aunque en el hecho concreto estén contrapuestos. Dice Santo Tomás con respecto a las conclusiones propias de la razón práctica, ni la verdad o rectitud es la misma para todos, ni tampoco es conocida igualmente por todos… Y esto se hace tanto más defectuoso cuanto más se desciende a particulares.
Decimos entonces que el Espíritu puede suscitar orientaciones, opciones y estilos que en las particularísimas circunstancias de un caso concreto hacen inevitable el litigio y la confrontación. Y sin embargo, las dos partes deben intentar ser fieles a su propio carisma, sin pretender una unidad monolítica que exija mimetizarse con el otro.
Debemos tener en cuenta, según Santo Tomás, que la verdad no siempre es la misma para todos frente a un mismo hecho y mientras vamos a cosas particulares más defectuoso se hace el asunto.
Precisamente en las opciones particulares es donde más nos confrontamos muchas veces y donde a veces hay que asumir la necesidad de ser fiel a uno mismo y aceptar la confrontación que es inevitable. En este sentido me parece que hay que primero tomar con seriedad que el otro piense distinto, y saber que yo tengo que ser fiel a lo que es mi historia, y a mis opciones y a Dios, y que no me tengo que callar. No tengo que buscar una unidad a costa de todo, sino que tengo que presentar con claridad y defender aquello de lo cual estoy convencido porque lo vivo como fidelidad a Dios y fidelidad al pueblo cristiano. Aún cuando en ese mismo caso concreto el otro defienda otra opción diferente. Pero si asumo esto voy a tener una convicción interna de que el otro tiene que ser fiel a sí mismo y si yo logro vivir eso íntimamente, esa es la clave para un auténtico camino de unidad. La convicción de que tengo que ser fiel a mi mismo y la convicción que también él debe ser fiel a sí mismo y defender esa opción. Cuando se alcanza esta convicción es donde realmente se puede hacer un camino de unidad, unidad en la diversidad,
Así podemos retomar el texto que leímos al comienzo de que «el desarrollo de los dones de cada uno termina enriqueciendo al otro». La fidelidad del otro a sí mismo, vivida como fidelidad a Dios y al pueblo va a terminar de alguna manera enriqueciéndome también a mí. O sea, que la unidad que el Espíritu busca suscitar en la Iglesia no implica que nunca haya conflictos, no implica de ninguna manera que nunca haya conflictos. Veamos lo que expresaba el padre Congar:
Sabemos que sería engañoso oponer carisma a institución y reconstruir la historia siguiendo metódicamente tal esquema. Pero se trata de dos realidades cada una de las cuales, considerada en su lógica, es fuente de un régimen diferente al de la otra. Por este motivo han sido tan frecuentes las tensiones entre ambas. Esto es algo normal y beneficioso. Frecuentemente, los brotes de la gracia desbordaron las formas fosilizadas de la institución. La vida de la Iglesia tiene necesidad de ambas formas.
En el Mensaje a los Movimientos del Papa:
En la Iglesia no hay contraste o contraposición entre la dimensión institucional y la dimensión carismática, de la cual los Movimientos son una expresión significativa. Ambas son co-esenciales a la constitución divina de la Iglesia fundada por Jesús porque concurren juntas a hacer presente el misterio de Cristo y su obra salvífica en el mundo. Juntas, ambas tratan de renovar, según sus propios modos, la autoconciencia de la Iglesia…
En otro texto de Puebla, que es muy bonito y muy equilibrado:
Los carismas nunca han estado ausentes en la Iglesia. Pablo VI ha expresado su complacencia por la renovación espiritual… Así lo han hecho también varias Conferencias episcopales. Pero esta renovación exige buen sentido, orientación y discernimiento por parte de los pastores, a fin de evitar desviaciones peligrosas… Los pastores están dentro de la Familia de Dios a su servicio. Son hermanos, llamados a servir la vida que el Espíritu libremente suscita en los demás hermanos. Vida que es deber de los pastores respetar, acoger, orientar y promover, aunque haya nacido independientemente de sus propias iniciativas. De ahí el cuidado necesario para «no extinguir el Espíritu Santo ni menospreciar la profecía» (1 Tes. 5, 19)… La tarea de la unidad no significa ejercicio de un poder arbitrario. Autoridad es servicio a la vida…
Para ir concluyendo vamos a leer el texto de la Apostolicam Actuositatem 3:
Es la recepción de estos carismas, incluso de los más sencillos, la que confiere a cada creyente el derecho y el deber de ejercitarlos para bien de la humanidad y edificación de la Iglesia en el seno de la propia Iglesia y en medio del mundo, con la libertad del Espíritu, que sopla donde quiere.
Fíjense, el texto dice que lo que te da el derecho de ejercitar un carisma es el hecho de haberlo recibido del Espíritu Santo. Cuando en Gal 2 san Pablo dice «fui a Jerusalén para ver si no estaba corriendo en vano», Pablo tiene la convicción que su misión le viene de Dios, pero que necesita de la Iglesia para discernir si es auténtica. Ahora cuando uno discierne que es auténtico descubre que lo recibe de Dios y que tiene que ser fiel a Dios en el ejercicio de ese carisma. Tiene el derecho y el deber de ejercitarlo porque proviene del Espíritu Santo, porque es El de donde procede. En ese sentido tiene que luchar y defenderlo al propio carisma, aunque con la convicción de que el otro también debe hacerlo cuando nos enfrentamos en una situación concreta.
Tiene su sentido, creo que no tendríamos que sufrir tanto cuando vemos que otro piensa distinto. Si tuviéramos esa convicción profunda, no sufriríamos tanto porque el otro piense distinto que yo, y aceptaríamos que el también debe ser fiel a sí mismo, lo viviríamos con mucha más serenidad y con muchas menos angustia. Y de cualquier manera, cada uno tiene que hacer el difícil y, a veces heroico ejercicio, de tratar de descubrir la luz de Dios en el carisma ajeno. De descubrir lo que Dios le quiere decirle a uno a través del carisma del otro.
Y esta dificultad no solo se da entre la autoridad y los carismas que surgen, sino también entre los distintos carismas entre sí. Un caso a veces paradigmático, es la contraposición que suele surgir entre los carismas para una acción social y los carismas para un enriquecimiento espiritual de la comunidad. Porque a veces, puede darse una contraposición muy fuerte y muy áspera; y donde el hombre del Espíritu sabe valorar el carisma ajeno y el enriquecimiento que la Iglesia necesita a través de ese otro carisma.
Yo les leo lo que seria una actitud puramente dialéctica:
En el marco global de la formación capitalista dependiente, en los sectores populares tradicionalmente explotados, con escasa o nula conciencia histórica o política, con débil o ninguna participación activa en la transformación del sistema dominante, la práctica religiosa constituye un factor alienante. Y en la medida en que contribuye a mantener una conciencia mítica, ahistórica, apolítica, sacraliza el orden establecido y lo legitima. Aquí entra la sospecha respecto a la forma concreta de concebir teórica y prácticamente el cristianismo en el caso del pentecostalismo … El resurgimiento religioso no sería más que la última mistificación del sistema dominante… Es importante descubrir el sujeto histórico que practica este tipo de religiosidad. En América Latina no son ciertamente los sectores más lúcidos…
Fíjense que es un sacerdote el que dice esto y atribuye a la religiosidad del pueblo y a todo tipo de resurgimiento espiritual una mistificación del sistema dominante. Entonces todo tipo de carismas de orden espiritual es visto siempre con sospecha en esta perspectiva. Así no hay posibilidad alguna de diálogo entre un carisma social y un carisma de tipo más espiritual.
Distinta es la actitud, por ejemplo, de Gustavo Gutiérrez. Ustedes ven en sus escritos una profunda valoración de la oración y también una teología preciosa de la gratuidad. Dice que «el que no se deja amar por Dios y tomar por la gracia en su opción por el pobre se busca a sí mismo. Y se convierte él en el centro de los pobres, pretendiendo imponerles una determinada orientación».
Esta actitud del que es fiel a un carisma pero valorando el carisma ajeno, se podría llamar «diversidad reconciliada». Una aceptación de la diversidad pero buscando reconciliarse con el diferente, o sea, un camino desde la universidad hacia una unidad más bella.
Aquí yo me imagino algunas situaciones muy concretas. Me imaginaba el caso de una persona que hace una opción social, pero que de golpe en su existencia concreta entra en crisis, o percibe que en el trabajo social empezó a buscarse a sí mismo, entra en crisis también con el pueblo, porque la gente no siempre va a darle la razón en todo, o no lo sigue en todas sus opciones, sus afirmaciones. Entonces siente que se le cae de alguna manera su opción. Si esa persona tiene amistad con otro que tiene un carisma más de tipo espiritual puede encontrar en el diálogo íntimo y sincero una fuerza que le permite retomar su propia opción. Una fuerza que no le hace apartarse de su opción social sino que le permite retomarla pero con una nueva fuerza y una mayor fidelidad a sí mismo. Al mismo tiempo la persona que tiene una opción más espiritual o más intelectual, en su actividad puede descubrir que en la existencia concreta se aísla en un mundo que no le deja tomar contacto con el sufrimiento ajeno o que va desarrollando su propia vida con una cierta independencia del sufrimiento de la gente, de las realidades concretas y en ese caso el encuentro y el diálogo sincero con el otro le permite completar su visión y también ser fiel a sí mismo.
El encuentro con el diferente realmente le permite a uno enriquecerse a sí mismo y ser fiel a su propia opción, no renegar de su opción o debilitarla, sino ser más fiel a esa misma opción. Ahora, para eso es necesario que haya espacios de encuentro. Si no hay espacios de encuentro, aunque sean espacios simplemente humanos de convivencia, de comer juntos, de compartir alguna tarea, o algún espacio que les exija dialogar o charlar, esta posibilidad de enriquecimiento mutuo nunca va a ser posible, siempre va a estar la puerta cerrada.
Debate posterior
Pregunta.- A mi me surge una inquietud. Cuando se han suscitado los carismas que dieron origen a las congregaciones u órdenes, o movimientos que ahora constatamos que son eclesiales, hubo un primer momento en que chocaron. Porque sabemos que el mayor problema que han tenido los fundadores de congregaciones o de movimientos no ha sido tanto la gente de afuera sino la gente de la misma jerarquía eclesiástica. Estos no tenían, por lo menos en algunos un deseo de cercenar al Espíritu, pero no veían claro. Me pregunto, ¿por qué el Espíritu suscita un carisma y de alguna manera deja en tinieblas a quien tiene que discernirlo? ¿Por qué ésta metodología del Espíritu? ¿Por qué este modo que produce tanto rechazo?
Respuesta.- Yo veo el caso del franciscanismo, por ejemplo, que fue el más fuerte en su momento. El franciscanismo planteaba ciertas dificultades a algunos sectores de la jerarquía, pero también planteaba dificultades a otras congregaciones. Por ejemplo, había una cierta dificultad con los monjes, en algunas comunidades monásticas frente al franciscanismo. Porque el ideal del franciscanismo no era un ideal monástico, era un ideal de identificación con los menores que estaban relegados de la sociedad de ese momento. Pero, al mismo tiempo, había un asumir las inquietudes propias de la época, porque en esa época nacían ciudades y era un ideal de libertad ante el feudalismo y al mismo tiempo un ideal de fraternidad, el que surge en las ciudades, pero en esas ciudades nacientes, hay sectores en la periferia que no pueden participar del comercio, de este nuevo estilo de vida. Entonces, el ideal de Franciscano es asumir este sueño de libertad y fraternidad de la época identificándose al mismo tiempo con los menores relegados de esa sociedad, por eso se llamaban menores. En cambio los monjes vivían en otro estilo que era un estilo más de separación del mundo, entonces los monjes veían este nuevo ideal franciscano como una especie de cachetada a su propia opción. Por un lado había sectores de la jerarquía que rechazaban el ideal de pobreza extrema y por otro lado, había otras opciones carismáticas que veían el franciscanismo como un peligro.
Es lo que mencionaba hace un rato, a veces, cuando aparece un rechazo por los carismas nuevos es como que uno se esta defendiendo a sí mismo, se tiene ciertos temores. Yo creo que en ese caso los monjes tenían que seguir siendo fieles a sí mismos, aunque se sintieran confrontados por el franciscanismo, tenían que ser fieles a su propio ideal de la entrega a Dios en la oración, en el trabajo, en una vida oculta, y no tenían por que renunciar a ese don por más atractivo que apareciera el franciscanismo.
Pero, por otro lado, según la tradición franciscana, el Papa termina aprobando el ideal franciscano en base a una experiencia carismática. Es el sueño del Papa Inocencio cuando ve que viene un hombre pobre y sostiene con sus hombros a la Iglesia. A partir de esta suerte de experiencia que no se sabe si es un sueño o una experiencia de otro tipo, entiende que la Iglesia necesitaba de este nuevo carisma. Se puede percibir allí una suerte de intervención del Espíritu Santo que ayudó, finalmente, a aceptar este nuevo estilo de vida.
Pregunta.- Como hablabas hace un rato es necesario tener algún criterio de verificación de ese carisma. En el caso de la controversia entre judíos y griegos el criterio era que el evangelio tocara tan a fondo que pudiera llegar a los pobres. También frente a los nuevos carismas siempre está la posibilidad de que estos no lo sean. Por eso también está la búsqueda legitima o a veces exclusiva de criterios de verificación. Me parece que cuando uno tiene que discernir frente a un carisma se siente tan pobre y tan pequeño para discernir la obra del Espíritu que se buscan demasiadas seguridades para poder discernir bien.
Respuesta.- Sí, lo que es cierto es que apenas surge una nueva experiencia, un nuevo don del Espíritu Santo es difícil a veces discernir enseguida, con toda claridad. A veces se necesita tiempo y la dificultad de aceptar este tiempo, que permite clarificar las cosas, lleva a veces a una refutación inmediata de los carismas. Pero si uno se fija el tiempo que le llevo a la Iglesia condenar la esclavitud, cuando ahora uno diría que es algo evidente, porque se trata de la «dignidad del hombre», «la dignidad fundamental de todo hombre» y tendría que haber quedado claro desde el comienzo y sin embargo los siglos que llevo explicitar la condena a la esclavitud, por poner un ejemplo. O el tiempo que llevo también a la Iglesia primitiva adquirir una cierta organización, una cierta superación de los conflictos que surgían, entonces a veces hay que aceptar humildemente que discernir un carisma puede llevar bastante tiempo.
Pregunta.- En el caso de Francisco dice Lafont que la humildad del santo encontró la inteligencia del Papa y no siempre el que tiene el carisma tiene la capacidad de discernirlo sino que la autoridad puede tener un criterio más amplio para discernir y así para cortar una y encausar otra.
Ahora que escucho la charla yo creo que tanto las exposiciones, los trabajos en grupos como el panel, nos ayudan a ir buscando ese nivel de reflexión que queremos y que no es fácil. Que el nivel de reflexión teológica sobre la vida de la Iglesia y la acción pastoral concreta nos sirva para la formación, sacerdotes, frailes, y consagrados. Creo que nuestro signo del Espírtu hoy en la diversidad de carismas y el reconocimiento de la diversidad está en la búsqueda de cierta forma de planificación o coordinación de pastoral orgánica o de conjunto, e incluso muchas diócesis en Argentina cuentan con este camino, a veces como cauces concretos de los desafíos para una nueva evangelización. De modo tal que el Espíritu nos llama a valorar mucho la diversidad y a buscar caminos de unidad.
Yo me preguntaba mientras hablabas cuáles son todas las diversidades que tenemos que tener en cuenta a la hora de formar. Sean formadores que comparten la vida, sean los profesores que tienen una tarea un poco más restringida.
Hay diversidad de ejemplos: vocaciones y fundaciones (la unidad de vocaciones y la diversidad de fundaciones); hay diversidad de carismas personales e institucionales, si son institucionales sea la vida consagrada sea un movimiento o asociaciones laicales; hay diversidad de acciones y de tareas en la pluralidad de tareas en las Iglesias particulares. Algunos de nosotros conocemos apenas muy poco de ese conjunto en el cual Dios se manifiesta a su pueblo; hay una diversidad de objetivos y prioridades. A veces hay prioridades de tipo local -de las parroquias y de colegios- prioridades de tipo diocesano, de tipo nacional, de tipo universal; hay diversidades socio culturales que pertenecen a la constitución humana de las iglesias particulares, y que a veces no son solo diversidades sino desigualdades. Y hay, me parece una de las cosas más difíciles, que hay diversidad de lo que nos llamamos líneas entre las pastorales. ¿Qué quiere decir eso? A veces quiere decir criterios entre una u otra pastoral, a veces quiere decir opciones en una perspectiva u otra o a veces quiere decir actitudes de cura cerrado que no bautiza al chico de un matrimonio no constituido. De modo tal que es una diversidad enorme de cosas en las que el Espíritu tiene que ayudarnos a entender y a buscar unidad en el cuerpo.
Yo creo que hay varias cosas que desde el punto de vista formativo son muy importantes. Primero, la primacía del amor, «si no tengo amor nada soy aunque hablara todas las lenguas… » y la segunda es lo que Ricoeur llamaba la ideología del conflicto a cualquier precio o la ideología de la cantidad a cualquier precio.
Y una tercera cosa que parece que cuesta más en generaciones jóvenes es reconocer que la libertad que promueve el Espíritu puede tener varias formas. Una es la libertad de iniciativa, que hace surgir lo espontáneo y la otra es la libertad como consentimiento. La iniciativa surge en otro y yo estoy llamado a asumir, a consentir, a proponer, aunque no venga de mi.
Respuesta.- Está lo que dice Puebla, la cita que ya hemos leído: «los pastores deben servir la vida, respetarla, promoverla, aunque haya nacido independientemente de sus propias iniciativas», esta es la dificultad de no aceptar lo que no viene de la iniciativa propia….
Ahora con respecto a lo que decías de la diversidad, parece que en la parroquia es donde suele darse la mayor diversidad de edades, de inquietudes, de preocupaciones, de grupos y donde el pastor se tiene que destacar particularmente por fomentar por un lado los carismas, y al mismo tiempo buscar la unidad. Es difícil de unir la doble función de fomentar carismas y ministerios y buscar que armonicen en la unidad de la Iglesia.
A veces sucede que en algunos movimientos, por aceptar determinado estilo espiritual, se de por sí sola cierta unidad o cierta armonía; en la parroquia más fácilmente se da esta diversidad y por eso hace falta un discernimiento muy peculiar del pastor.
Pregunta.- Me parece que algunas veces el tema del desafío que requiere la unidad de la acción evangelizadora asusta. Sobre todo cuando se ven todas estas dificultades que estamos ahora reflexionando desde el aspecto de la formación, sea laicos, vida consagrada, sacerdotes, la formación de los agentes. Y por lo general, la formación incluye un ámbito de algún tipo de comunidad, entonces creo que un desafío es que esa misma instancia, esa comunidad formativa sea el seminario o un instituto de formación teológica o pastoral de laicos en la diócesis, vaya creciendo en la unidad con estas características que estamos hablando. Que sea el taller concreto, experiencial, donde sea posible que podamos experimentar las dificultades de la comunión y las posibilidades que da el Espíritu de la comunión. Si miramos demasiado lejos como que asusta un poco, y asusta sobre todo porque a veces no tenemos la experiencia de que es posible en el ámbito en el cual vivimos. Me parece que para quienes estamos formando el gran desafío es generar esos espacios.
Después en otra instancia como es la parroquia es muy difícil toda la realidad, sobre todo en los Consejos Parroquiales Pastorales. Donde parece que una de las prioridades esenciales de nuestra fe de trabajarlo así, pasión por hacer que esa instancia, ese consejo sea el taller donde se genera en la parroquia, esa comunión. Me parece que hay instancias más pequeñas, más a la medida humana, más posibles y que son dinamizadoras de esa comunidad, es importante tenerlo en cuenta a la hora de formar.
Respuesta.- Lo que yo constataba cuando fui a dar una charla a un Seminario es que aparentemente se percibía todo con una claridad muy grande. Pero cuando hacían las preguntas se notaban las peleas que había entre ellos y buscaban que yo continuara una línea u otra del espíritu interno.
Entonces lo que creo que pasa a veces, es que el formador quiere mantener las aguas tranquilas, para que no haya lío en el seminario, pero por obrar así las cosas no salen y cuando salen vienen mal. De este modo, por no afrontar a tiempo el tema y buscar hacer un camino de diálogo y comunicación finalmente se convierten en temas que no se tocan jamás.
Creo que junto con lo que dice Carlos, de formar para hacer ver, o buscar las formas de comunión en los ámbitos eclesiales y pastorales a los que no pertenecen y actúan, creo que es muy importante fortalecer la conciencia de las iglesias particulares.
En el Concilio Vaticano II, está muy ligada la renovación en el espíritu y la conciencia de la Iglesia universal y a la vez particular y ambas cosas son un aporte. Los ortodoxos y la Reforma también toman el tema. Yo creo que ahí está el problema, porque es imposible que una parroquia, siendo la Iglesia entre las familias o los barrios, pueda albergar la diversidad pastoral de la Iglesia. Yo creo que las Iglesias particulares diocesanas y las formas interdiocesanas son el ámbito más propicio, entre lo local y lo universal. También permite que se pueda inculturar opciones universales. Ese es el problema con los movimientos internacionales que tienen su espíritu y su método y van atravesando las particularidades a su modo, como quieren, difundiendo lo que se difunde universalmente en una particularidad. Me parece que deben aprender de la acción del Espíritu en las Iglesias particulares, y son estas las que traen la precisa unidad pastoral de la unidad diocesana.
Pregunta.- Yo creo que hay un algo no resuelto todavía en el tema de los carismas e instituciones. Es un conflicto muy común entre los «carismáticos» cuando tienen «don de lenguas «, por ejemplo.
Me acuerdo que en la parroquia había un gran conflicto, por que este era un gran don, y cuando decía lo de Pablo… que es el ser pequeño, es el don más grande de todos lo dones, se me armaba un lío bárbaro y me decían » Ud. padre, no es carismático» y ahí se terminaba la discusión.
Creo que hay que ver el tema de los carismas, en el sentido de estudiarlos, para que se puedan poner al servicio y que al fin y al cabo sobre todo, prima la caridad. Por que por miedo a los movimientos y a sus carismas, la Iglesia se mantiene en la suya y los movimientos también.
Lo que pasó en el encuentro de Roma, donde estuvieron todos, pero faltó la Acción Católica por ejemplo, y fue uno de los movimientos de laicos más importante, de la profesión laical de este siglo.
Entonces yo me pregunto ¿estaban todos los movimientos o estuvieron algunos, que algunos visitaron? La cosa sube y baja en la historia de cada movimiento. Esos movimientos, esos carismas que son validos, ¿nosotros los podemos injertar o ellos esperar que ellos mismos se injerten?
Respuesta.- Yo hasta aquí he hablado de los carismas en general, no de los carismas de la renovación carismática, pero de todos modos, lo que es cierto, es que en los carismas que se destacan en la renovación carismática, se plantea siempre una dificultad particular, que es la misma que encontraba Pablo en la comunidad de Corinto y la misma que se presentó ante los montanistas, que también resaltaban el mismo tipo de carismas.
Y por qué planteo una dificultad particular. Porque en este tipo de carismas, del don de lenguas o profecías, es donde se plantea una necesidad particular de dejar obrar al Espíritu Santo, y situarse en una actitud profética receptiva. Entonces puede ser que la persona a través de estos carismas, crea que es el órgano del Espíritu Santo, que está lleno de él, que es el Espíritu Santo el que está hablando y no él, y de esa manera se corre el riesgo de imponer una idea sacralizándola, por que es del Espíritu Santo.
Yo creo que ese el riesgo de ese tipo de carismas, que acentúan con gran fuerza, la contraposición » carisma – autoridad «.
Pregunta.- También la veracidad en ministerio sacerdotal, entre cumplir todas las funciones que el ministerio tiene, y dedicarse a un carisma particular, si tengo dedicación bien a uno o a otro.
Respuesta.- Habría que aclarar también, que a veces, hay una tendencia excesiva a mirar todo desde la perspectiva de los carismas. Entonces alguien puede decir, » yo no tengo carisma para lo social » y otro puede decir » yo no tengo carisma para lo espiritual «, cuando son dimensiones ineludibles de la vida cristiana. Nadie puede decir, que no tiene carisma para lo social o para lo espiritual, porque tanto la oración como la atención a los pobres, como la preocupación por la sociedad, no pueden no estar en la vida de un cristiano, eso no es un carisma.
Una mayor dedicación o una mayor pasión a una cosa, sí por ahí se lo puede entender como un carisma; pero no se puede plantear como no tener carisma la indiferencia frente a un aspecto de la vida cristiana.
Pero sin desestabilizarse con aquel que piensa distinto, a disentir con lo que piensa el otro, sino vivirlo con madurez y serenidad.
Y ya que hablamos de los carismáticos, también existe otro riesgo en los carismas de conocimiento, cuando hay que decidir algo, y se hace oración y uno dice » el Señor dice tal cosa, entonces hay que hacer eso», pero ¡ no !hay que discutir también, discutir, discernir y ponerse de acuerdo y no acudir rápidamente a una iluminación de lo alto.
Pregunta.- Yo quería preguntar, ahora que termina la exposición, sobre el tema del conflicto, el sufrimiento del conflicto. Recordaba de la charla del Padre Rivas, cuando hablaba de la comunidad real e ideal. Habla de la comunidad viva (vivans), y pensaba en estos últimos años de renovación espiritual y el resurgimiento de la mística en las comunidades religiosas. Sería importante hablar de una espiritualidad que vive en el conflicto, o sea el aprender a discutir y a discernir en la vida comunitaria, como un elemento que digamos, mantiene viva a la comunidad y no el de poder aceptar el carisma de uno o de otro en silencio. Quizás el buscar una respuesta a este tema de la formación, ya que es importante aprender a discutir y discernir pero aceptando al otro. Sobre todo hoy que hablamos de las características de nuestra sociedad, de lo fragmentado y anti-espiritual, buscar comprender al otro desde la caridad es lo más importante. Que importante es esto de aprender a discutir y que en nuestras comunidades se vea la presencia del Espíritu. Ya que el Espíritu plenifica, pero eso no significa que no aprendamos a disentir con lo que piensa el otro.
Respuesta.- Así es.