BOLETIN OSAR
Año 5 – N° 10

 

El equipo formativo,
formador desde la paternidad y para la paternidad
Encuentro Anual de Formadores

La paternidad del ministro ordenado

 

Si recuerdan ayer dábamos dos vueltas de aproximación: una primera, la más externa, era ese recuerdo de la cantidad de líneas fácticas y de pensamientos que han ido poniendo en interrogante la paternidad. La filosofía, las llamadas revoluciones burguesas, toda esa evolución desde el siglo XIV hasta el XX que va poniendo en interrogante la paternidad. El objetivo de esta primera exposición era muy simple, es decir nosotros tenemos cosas muy claras, las vivimos pacíficamente, pero hay toda una cuña cultural que va creciendo por los medios de comunicación, que eso lo tiene muy en interrogante o muy negado, y por lo tanto, nuestras convicciones tienen que profundizarse, tienen que filtrarse, y tienen que discernirse. Ese era el objetivo, es decir, no seamos simplistas, no seamos ingenuos; la paternidad es una cuestión difícil, dura, y que además todo lo que ha pasado en contra de la paternidad no sólo viene del mal espíritu. Posiblemente en un discernimiento serio, veríamos que ahí hay líneas que también vienen del buen Espíritu, y que por lo tanto, tendrían que ser integradas en una renovación y en un renacimiento de la adoración a nuestro Padre Dios y del ejercicio de la paternidad representada. No simplemente se trata de retomar y de decir ustedes se han equivocado, el mundo está demonizado, hay que exorcizar, nosotros somos de palo. No. Estos 4 siglos tienen un sentido, es por algo, ahí también hay Evangelio, ahí también hay Espíritu y habría que discernir, separar, para que en la Nueva Evangelización el punto de partida paterno de la misericordia de Dios y de paternidad representada fuera lo más limpio y lo más hondo, y lo más acertado posible.

La segunda línea que veíamos, ya un poquito más próxima, era situar el ministerio en su horizonte teológico: sería el sacerdocio de Jesucristo, pero un sacerdocio atado y basado en la filiación. Y por lo tanto un sacerdocio en que el amor del Padre es el que está pidiendo, produciendo e invitando a ese sacerdocio. ¿Con qué objeto?, es decir, ¿adónde íbamos a parar en esta línea? No era simplemente por teorizar sobre el sacerdocio, sino por decir, es que ese encargo al Hijo de autoinmolarse, de poner a disposición del Padre su misma filiación, ese acto es en el fondo una «re-presentación» de la paternidad, que no es sólo propia del Hijo, sino que es propia del Hijo que además tiene un encargo… encargo que se le da porque es el Hijo. En esta segunda línea decíamos, si hay un sacerdocio vinculado al sacerdocio de Jesucristo ahí tiene que haber una cierta presencia sacramental de la paternidad. El problema es, ¿y qué tipo de presencia? Vamos a dar tres vueltas: en la primera el tema de la fraternidad cristiana, dos o tres rasgos, la pregunta es ¿la fraternidad cristiana admite paternidad o no la admite, la recibe o no la recibe?, ¿Qué rasgos fundamentales tiene la fraternidad cristiana con relación y sólo con relación a este tema?.

Segunda aproximación al centro: a la hora de plantear el ministerio ordenado o el orden ministerial, o como lo quieran llamar, episcopado, presbiterado, u orden sacerdotal, es muy diferente que se plantee como representación de Cristo, como representación de la Iglesia, como ambas juntas, con qué prioridad, porque, si el ministerio ordenado lo hacemos una simple diaconía o servicio eclesial de paternidad no se puede admitir, pero si lo hacemos una representación de Cristo corremos el riesgo de sacarlo de la comunidad y de hacerlo un extraterrestre por encima de la comunidad. Entonces este asunto de «in persona de quién, in nomine de quién?» ¿de Cristo? ¿de la comunidad? ¿qué relación hay entre las dos representaciones?, ¿cuál es prioritaria? ¿cómo se vinculan? Y es una cuestión que aparentemente no atañe a nuestro tema, pero la que voy a exponer de fondo, a mi juicio, me puedo confundir en esto, es la que más vale. En los debates teológicos actuales esta cuestión es importante, y cuando uno lee un artículo de lo mejor se le pasa por alto lo que en un lenguaje vulgar habría que decir: no señores, aquí lo que nos estamos jugando es algo muy importante: es cómo se sitúa el ministerio en la comunidad, el coram, el efra, fraternalmente frente al tipo de paternidad que se ejercite es muy distinto, en una perspectiva o en otra perspectiva, si soy un ministro funcionario de la comunidad, aunque sea un ministro de entrega total, yo no tengo derecho a reivindicar ningún tipo de paternidad, la paternidad la ejercita solidariamente la comunidad y yo de alguna forma represento eso. O tengo un nivel más de representación, y ahí entra todo lo de «otro Cristo» aunque eso hay que pisarlo con mucha delicadeza.

Para terminar en una tercera: rasgos concretos de la paternidad ministerial, es decir, ¿en qué se distingue la paternidad ministerial de otra paternidad?, con lo cual ya algo habríamos concretado. Como ven vamos estrechando el cerco.

III – Algunas características de la fraternidad-filiación

Ahora primero voy a hacer una pequeña exposición sobre la fraternidad. Cuando un cristiano se enfrenta con esta temática, hay un primer punto que es claro, es decir, ante todo y sobre todo nuestra condición es de hijos, y ese es el punto de partida y el punto de llegada. Si de alguna forma somos padres es por misión dada y representada, pero no por condición. Esto es ya una primera afirmación que va a guiar el día de hoy. Si en algún aspecto somos padres es por misión, por delegación, por representación, pero nuestra condición bautismal es condición de hijos, nuestra cuasi naturaleza dada por gracia es de hijos y por lo tanto todo lo que haya que añadir, matizar, etc. tiene que hilvanarse sobre la filiación, y no sólo no negarla sino hacerla más filiación. Este es el juego. Toda carga que nos venga, o todo don que nos venga, y no nos haga más hijos no viene del Padre de nuestro Señor Jesucristo. Por tanto, nuestra condición básica permanente de origen y final es la de hijos por gracia, hijos por adopción, y esto tenemos que asimilarlo a todos los niveles. A nivel teológico pero también a nivel humano, porque la dinámica de la Encarnación, la teología, es la hondura final de esta humanidad creada en el amor de Dios. Somos hijos porque hemos recibido la vida de otras vidas, que así mismo las recibieron, pensamos inmediatamente en nuestros padres pero no sólo en nuestros padres. De algún modo somos hijos de todos aquellos que han puesto en nosotros un plus de entidad, de ser, de consistencia. Si nosotros hacemos una pequeña memoria, un pequeño repaso de nuestra vida, la lista sería interminable; cuántas personas nos han dado ser a costa suya, de cuántas personas hemos tomado: los hermanos, los restantes miembros de la familia, los maestros, los educadores, amigos, enemigos. Cada servicio que hemos recibido nos ha hecho crecer, cada presencia que se nos ha ofrecido como amistosa nos ha alentado, no ha dado vida; somos una deuda con pies. ¿Qué ocurriría si de nuestra historia elimináramos todo lo que hemos recibido de otros?, ¿Qué quedaría de nosotros?, somos hijos hasta las raíces más profundas. Morimos invocando al padre o a la madre.

Para comprendernos a nosotros mismos y yo quiero comprenderme a mí, tenemos que entender otras historias, conocer a otras personas. La clave de mi vida está siempre en otros. En realidad los verdaderos signos de los tiempos son las personas que se cruzan en mi camino, porque cada persona es un icono de la voluntad del Padre que yo debo aprender a leer. ¿Eso por qué? porque somos hijos. Poseemos rasgos físicos de quienes nos transmitieron el esquema genético, pero tenemos también rasgos psíquicos de quienes convivieron con nosotros. Vivimos a la sombra de muchos, se nos pegan muchos caracteres ajenos, somos hijos pero además lo somos cada vez más. Esto se nos olvida normalmente porque solemos confundir, al menos inconscientemente, filiación e infancia; y son dos conceptos absolutamente diferentes. La infancia es una etapa de la vida, la filiación es una condición ontológica del hombre. Es decir, no se es menos hijo porque se esté más lejos de la infancia, se es más hijo, conforme más se ha vivido, puesto que más se ha recibido. La infancia debe pasar… debe pasar pero no como algo que se tira y se deja, eso queda adentro. Es una edad que también limita con Dios, no es una edad que limita con la adolescencia, también en la infancia está presente Dios. Es una edad que limita con la eternidad como todas las edades del hombre, pero la infancia debe pasar y debe abrirse el hombre a la adolescencia, mediante una muerte y una cierta resurrección, y luego debe morir y nacer a la juventud, y luego debe… pero la filiación no pasa. El distinguir esto y el transmitirlo, creo que tendría unas consecuencias de todo tipo, bastantes positivas. Precisamente porque somos hijos y lo somos constitutivamente y a muchos niveles, somos hermanos. Y ¿qué quiere decir que somos hermanos? Pues una cosa que aparentemente es muy sencilla, pero que yo no sé si es tan sencilla: Que no somos hijos únicos. No somos unigénitos, porque Dios nuestro Padre, para nosotros es padre pero también es creador. Y no sólo es Padre mío sino que es Padre de mis hermanos, es Padre de nuestro Señor Jesucristo.

Entonces el hecho de la fraternidad tiene un aspecto positivo y un aspecto negativo. El aspecto positivo: los hijos del mismo padre, la compañía, lo que va a ser la fraternidad, que luego desarrollaremos. Pero un aspecto negativo que tampoco puede olvidarse: uno reniega de la fraternidad, no la capta, la olvida y ahí entra mucho el pecado de origen del hombre, cuando consciente o inconscientemente tiene la seudo vocación, el deseo y la ambición de ser hijo único, de ser unigénito. Miren, esto es algo más común y más hondo en nuestra psicología de lo que parece, y los educadores lo saben muy bien pero todos por experiencia propia también lo sabemos. Nos estorban los demás hermanos. Sucede en la familia, es verdad que nos queremos con los hermanos y hay un cariño y hay un afecto, pero qué competencia descubre uno entre los hermanos para apropiarse del amor de los padres en cuanto se descuidan, y en cuanto los padres no tienen un equilibrio y en cuanto no tratan adecuadamente a cada hijo. De esa competitividad en el amor, todos caemos en la cuenta por sobrinitos, cuando nace el nuevo hermanito por los celos hay niños que hasta pierden la salud. En matrimonios actuales que a lo mejor demoran y pasan dos, tres o cuatro años entre hijo e hijo el niño o la niña tienen ya calidad de hijo único: están viviendo esa faceta de unigénito, y cuando viene el segundo o la segunda es el rey destronado, y entonces los médicos tratan casos que no son excepcionales sino que son de cada día: chicos que empiezan a vomitar, que no asimilan la comida, que pierden el sueño, que pierden la alegría, que con tres o cuatro añitos se vuelven rebeldes pero como si fueran adolescentes. Y uno dice: «cosa de niños». No. No, eso sucede con más hondura y con más disimulo cuanto más viejos somos. Es decir, no es una cuestión infantil, es una cuestión humana. Sí, miren lo mismo que decíamos ayer de Jesús: llegó a ser carne, devino carne, hay que decirlo de nosotros en nuestra pequeña encarnación progresiva. Tenemos que llegar a ser hijos. Y aceptar los límites de la carne. Como límites de gratitud, no como límites negativos, sino como posibilidad, eso es un esfuerzo de oración, de gratitud muy grande. Entonces, el hacer por ejemplo en la educación que un niño dé gracias porque viene un hermanito, porque tiene que compartir, eso es muy difícil. El matrimonio es una fraternidad muchas veces frustrada porque uno de los dos o los dos tienen vocación de unigénito. Entonces es la historia de siempre: uno se hace centro y los otros giran. Ya nuestro santo patriarca José iba por ahí: tenía once hermanos y el decía «no, es que yo era el sol y ustedes eran los astros que giraban alrededor». Y los hermanos le cogieron, le dieron la paliza y le echaron al pozo, y hay que decir: pues en parte hicieron bien, el chico se lo merecía, hombre. Alguien lo ha estudiado y le ha dado el nombre de «complejo de José».

El captar soy hijo y cada día más hijo, no olviden esto: cada día más; de lo contrario soy cada día menos. Pero al ser menos hijo, soy menos real. La filiación es la realidad. O me realizo, me hago cada día más ser, más real siendo más hijo, y por lo tanto manejando más la palabra gracias, te debo, te debo, te debo, aunque haga lo que haga no pagaré nunca, nunca pagaré. Porque no es que tengo deudas, es que soy una deuda. La diferencia es muy grande. Esa es la traducción de la filiación, por tanto incluso cuando rezamos el Padre Nuestro habría que ir más allá de una mentalidad un poquito justicialista, que representa San Mateo como el anti-fariseo pero que en el fondo es un fariseo cristiano, en el buen sentido. La escuela de Jamnia y la Siria cristiana mirándose de reojo y poniendo las mismas parábolas pero zumbándonse, como los católicos y protestantes en Trento. Y más allá todavía no es que tengo dudas y por lo tanto, perdono. No es ni siquiera la parábola del deudor aquel de los talentos. No, es mucho más. Es que constitutivamente yo soy una deuda. Es decir, volvamos a nuestra vieja metafísica: es que yo no tengo ser en mí, soy un ser vacío de ser en sí, que tiene que estar recibiendo desde la comida diaria hasta la palabra diaria y sino nos volvemos bobos. Nos tienen que estar hablando diariamente. Nos tienen que estar sonriendo diariamente para que nuestro cerebro se despierte. Nos tienen que estar apreciando. Por lo tanto si esa es la filiación, la fraternidad es un problema que hay que aprender. Porque la fraternidad es aceptar que mi filiación, que es lo más bonito que existe, no es lo único y que es como cuando te dan un caramelo y te lanzas hacia él, te dicen: un momento que solo te toca medio.

Entonces la fraternidad es una verdad preciosa pero dura: que no eres el hijo único; por tanto, el padre no es padre tuyo sino padre nuestro. ¿Qué quiere decir eso? Que no se ha vaciado de paternidad en ti. Esto es muy duro. ¿Por qué a mí no me ha dado los dones que creo que necesito? Miren hay mitos incluso dentro de la Biblia, que no son mitos, son verdades, pero desde el mito de Rómulo y Remo a la historia de Caín y Abel, o de Jacob e Isaac, la historia de los dos hermanos recorre todas las culturas. Todas las culturas, y recorre nuestras familias. Y recorre nuestros Seminarios.

Esos cursos aventajados que parecen son una bendición del Señor y en el fondo es que todo el mundo los ha querido siempre. Y esos cursos desgraciados, que no somos capaces de sacar adelante y echamos a uno y siguen igual, y echamos a otro y al final… «Estos son los hijos del rector» dicen de los otros. Y algo de verdad siempre hay en esto: los hijos afortunados. En el cine moderno hay una película, que no es una gran película cinematográficamente, pero que es una película bella, bonita, que es Amadeus: esa falsa historia de Mozart, donde juega con los dos hermanos que no son hermanos: Salieri y Mozart. Es curioso, el autor es el mismo autor de Equus, aquella primera opera-rock donde se desnudaron de los años ’60, es un hombre que ha meditado mucho sobre la genialidad. Entonces exagerando y mintiendo descaradamente hace una historia bonita: Amadeus, que es muy bien interpretado, es un tonto de capirote que se ríe histéricamente, que es vicioso, que es medio alcohólico, que es bobo. Y Salieri que es el hombre recto, que ha ofrecido a Dios su vida en celibato ante el crucifijo, que es un trabajador metódico. Pero a Amadeus se le ocurren las sinfonías, y el otro pobre hombre trabaja duramente cuatro años para hacer una sinfonía y la gente le dice qué bonita, pero no llora. Entonces el tema es la envidia de Salieri frente a Amadeus al que acaba asesinando, que históricamente casi seguro es mentira, pero lo acaba asesinando. Y una escena que vale por 10 películas y por 10 tratados teológicos: al final Salieri que ha intentado suicidio desesperado ha roto con Dios y con el crucifijo: ¡yo te ofrecí todo y tú le das a este desgraciado el genio! ¡Yo me he sacrificado y tú la genialidad se la das a este! En ese momento ya anciano en un asilo, roto, con el cuello medio cortado sale en una silla de ruedas entre los locos y va dando bendiciones: ¡mediocres del mundo yo los bendigo! Precioso! y al que ha seguido la película estremece. Y al que ha leído su vida más que estremecedor. Porque la envidia, la anti-fraternidad es el gran signo de la humanidad cainita. Y eso también es la Iglesia.

A la hora de la paternidad en un Seminario, yo creo que este asunto es importante. Porque lo primero que tenemos que vivir como presbíteros es la fraternidad presbiteral. Y uno de los grandes rasgos de la paternidad ejercida por el presbítero es justamente la colegialidad a ese nivel. El que se hace padre aislado está robando la filiación como Prometeo robó el fuego. Tremendo eso. Ese acabará, y ahí Drewermann tiene razón, ahí, ahí. Este psiquiatra sacerdote que no tiene razón porque arrasa con todo en su análisis, que además sólo ve los aspectos negativos y además no comprende, creo yo, la fe. Pero en esto sí tiene razón: porque en el fondo cuando uno intenta robar esa filiación para él, e intenta la genialidad religiosa: en el fondo está renegando del Padre. Se va a apropiar de la paternidad y se va a destruir como persona. Por tanto la fraternidad va por ahí, pero hay otro rasgo que yo quisiera destacar; bien, en este únicamente añadir algo: la escena final en el asilo de Salieri moviéndose en la silla de ruedas y bendiciendo a los locos con la frase desesperada: «Mediocres del mundo yo los bendigo», resume algo que está en el fondo de todas las historias humanas, la decepción por no ser únicos, superdotados, geniales. Cuántas veces en un diálogo vocacional un chico te dice: «es que yo para ser un cura mediocre…»; y tú tienes que decirle: la humanidad la han hecho mediocres por la gracia de Dios. Tus padres son mediocres pero engendraron un chico que vale la pena. Tu párroco seguramente fue mediocre, pero se dejó la vida en la parroquia. Los gobernantes que tenemos son mediocres pero mejor tener estos a que no hubiera. Quien no acepta la rutina y la mediocridad de la vida no acepta la fraternidad. Porque está aspirando al hecho de ser unigénito, y ahí vuelvan a leer Filipenses 2. La verdadera kénosis es la aceptación de la carne como tiempo repetido, como rutina, como mediocridad pero atravesada por el Espíritu de Dios y con un potencial de gloria y de gracia que nosotros creemos aunque no vemos del todo.

De aquí que la fraternidad real y pacífica, la communio, la que confiesa al Padre común la que acepta al hermano, sea uno de los signos más fuertes de la presencia del Espíritu, si no el signo más fuerte. Miren, si un día fuéramos al infierno todos de la mano y amándonos, cuando llegáramos al infierno no sería el infierno. La communio es el gran signo del Espíritu, y el pecado contra el Espíritu es el pecado contra la verdad de la communio. No sólo contra la practicidad de la communio, el cisma, sino contra la verdad de la communio: yo no soy todo. El seudo-padre, el fundador de sectas es justamente el que por tener conciencia de unigénito, de genial, absorbe toda la paternidad. Lo que vamos a ver es que cualquier modelo de paternidad humana, y no sólo la del sacerdote tiene que tener una primera característica: nunca es completa. El papá no es el único padre, la mamá no es la única madre, el sacerdote no es el único padre espiritual, el hermano no es el único padre de los hermanos pequeños, esto es una paternidad repartida en trocitos; pues quien quiera tener toda está usurpando lo que no es suyo. Por eso hablaremos de la familia, y diremos que la familia es esencial. Pero cuidado, la familia no es la única paternidad ejercida; es más, cuando la familia se arroga la totalidad de la paternidad destruye al otro.

¿Dónde radica esto? Comprendamos a fondo que nuestra condición básica es la filiación, no la confundamos con la infancia. Una filiación en la cual el padre no nos ha hecho su vivo retrato, sino iconos parciales de su vivo retrato. Les decía que el justicialista Mateo, cristiano, por supuesto, inspirado por el Espíritu Santo, el tema de la justicia le interesa mucho, pero tiene una parábola donde rompe absolutamente con la justicia. Una parábola a la que no llega ni Juan, ni Pablo, que es la parábola de los obreros contratados a la viña. Porque esa parábola es la parábola de la injusticia divina: «Dios lo da a sus amigos mientras duermen»; «yo estoy toda la vida trabajando, y luego cualquier desgraciadito que llega, y que lo echaron del Seminario, y acá va siendo fundador». Y como comentaba con unos amigos anoche ya tiene aseguradas dos cosas, si hay algún fundador aquí que me perdone, una, la vejez asegurada, sobre todo si funda religiosas, y dos, el proceso de beatificación incoado. Por tanto, fíjense en esa parábola que es muy curiosa. En mi Seminario hubo una anécdota, en una época anterior a la mía, que el profesor de dogma -ya anciano- que era director espiritual, y uno de esos hombres que es una institución en la diócesis, en el buen sentido de la palabra, de esos venerables que nos sostienen a todos; este hombre lo cuenta con cierta frecuencia, porque fue un hecho público, y es que explicando el tratado de gracia él acudía mucho a esta parábola y la explicaba exegéticamente, y un chico que después salió, ha sido un gobernante; siempre que se encuentra con él, y ya se lo dijo al salir, le dijo: «yo me marcho porque no entiendo esta injusticia de Dios», «yo no puedo aceptar a un Dios que no paga según lo que cada uno hace»; claro la lectura de esta parábola que es igual a la del hijo pródigo -el mayor- curiosamente Lucas y Mateo parecen que se miran también, al final lo que uno adivina es otra cosa. La mentalidad cristiana fraterna, filial, no es una mentalidad justicialista, sino que al final el que ha trabajado todo el día, desde las 6 de la mañana -como van a nuestra vendimia- hasta las 6 de la tarde, de sol a sol, trabajando durísimo, que al final los riñones están doblados, cuando llega la última hora ya están cargando los remolques, el sol se está poniendo, y ya queda poquísimo trabajo; el que llegó a primera hora le debería decir al patrón: «mire hombre, dele un poco más de dinero a este pobre tipo, porque yo he tenido la suerte de trabajar todo el día en una hermosa viña, de comer uvas, de no estar ocioso, de estar en tu compañía». El mensaje tanto de Lucas, como Mateo, en este sentido es muy filial, y lo que tratan de decir a mí me parece es; «quien no es feliz en el hecho de ser bueno, acabará no siendo bueno aunque lo intente ser para ser feliz». ¿De dónde se deriva esto? Crucen filiación con fraternidad, es decir, filiación constitutiva, fraternidad constitutiva. Sólo hay un hijo único Jesucristo, esto es muy importante. Me da miedo cuando defiendo apasionadamente, y lo defiendo apasionadamente, el sacerdocio cristiano como sacerdocio radicado en el sacerdocio de Jesús. ¿Saben por qué me da miedo?, porque hay gente que entiende eso como si fueran Jesús, como si eso fuera un sacerdocio propio. No, ustedes son sacramento del sacerdote único. Ahí es donde está el paso, y por eso mucha gente que reacciona y dice: «no hablemos de sacerdocio, hablemos de ministerio; ya han abusado bastante de la paternidad». Eso no es solución tampoco. Pues por desgracia a veces tenemos esquizofrenia, y los borricos no tienen esquizofrenia, gracias a Dios no somos borricos. Si alguna vez hay que pasar la esquizofrenia es una enfermedad humana. Pues hablemos de sacerdocio, no sólo de ministerio, pero tengamos esta conciencia de filiación – fraternidad de fondo.

Decía que hay otro aspecto más de la fraternidad y otro aspecto que es importante. ¿Cuál es? Cuando la Revolución francesa, ya antes los movimientos confesantes medioevales habían levantado la bandera de la fraternidad, no crean que esto es un invento del siglo XVIII; esto es una palabra clave en toda la baja Edad Media. Los hermanos, los páuperes aquellos, los fraticelli, en general son movimientos fraternales, y fraternales antiinstitucionales. Pero es verdad que la Revolución francesa levanta esa palabra como… cuando nosotros decimos fraternidad, a veces hay una especie de reflejo instintivo y pensamos igualdad, ¿qué es una fraternidad? el lugar simétrico donde todos son hermanos y al ser hermanos son iguales. Cuando se introduce la paternidad, se rompe la fraternidad y se produce la desigualdad. Entonces la fraternidad sería una palabra revolucionaria para reconstruir la igualdad entre los hermanos.

Por ejemplo, cuando a veces se explica en eclesiología el capítulo segundo de la Lumen Gentium, el Pueblo de Dios, habréis leído u oído: «es el gran descubrimiento de la eclesiología del Concilio Vaticano II». El esquema primero empezaba con la jerarquía -sobre todo episcopal-, pero dijeron: «no señor, entre el misterio de la Iglesia y el resto de lo que luego se va a hablar por sectores, hay que poner: todos estamos bautizados en un mismo bautismo y somos una fraternidad, el Pueblo de Dios». Esto es verdad, pero es verdad honradamente hablando, porque en todo este capítulo se está diciendo, cuidado que el Pueblo de Dios no es sólo una fraternidad. El capítulo primero -que es el primero, no el segundo- es el misterio de la Iglesia: la acción del Padre, del Hijo y del Espíritu. Luego la Iglesia no es una fraternidad plana, la Iglesia es un misterio que se traduce en fraternidad. La fraternidad es sacramento inadecuado, incompleto de ese misterio. Por eso acaba ese capítulo y puede empezar el capítulo de la jerarquía, y puede ir el capítulo de los fieles laicos, y puede ir el capítulo de los religiosos. ¿Por qué?, porque el capítulo segundo del Pueblo de Dios no es la traducción a eclesiología de la fraternidad de la revolución francesa; hay una fraternidad que es prometeica, que es la complicidad de los hermanos para asesinar al padre, diría Freud, pero eso no es fraternidad, es complicidad. La fraternidad sólo es fraternidad real cuando se conserva la filiación, y cuando es un desarrollo de la filiación, es decir, de la voluntad del Padre. Ejemplo, ustedes atenderán grupos de religiosas, comunidades, etc. me imagino que habrán tenido esta experiencia. Nunca se ha hablado más en la vida religiosa de la fraternidad. Tienen cursillos todos los días pares del año, y más a veces, para que un secular, o un religioso, o una teóloga les hable de la fraternidad. Y dale con la fraternidad y ejercicios, ¿para qué?, para lograr una comunicación, dinámicas de grupos, todo eso está bien, perdonen la ironía porque eso hay que hacerlo. Pero uno se pregunta, y a pesar de tantas cosas uno ve que a los hermanos les cuesta mucho bailar a un mismo ritmo, es decir, las comunidades tienen un baile suelto ahora mismo, con una música que es bom – bom – bom – bom, pero no es ese tango agarrado, mascado, o el choquis madrileño, en que cada movimiento está perfectamente coordinado. ¿Qué es lo que falla?, lo que falla es la teo-logía, y cuando digo teología no digo un libro. Yo puedo aceptar al hermano como un límite de gracia, como camino mío, cuando estoy atado al Padre de nuestro Señor Jesucristo, y entiendo que el Padre no se ha vaciado absolutamente en mí, que yo no soy único, entonces el hermano empieza a tener sentido teo-lógico para mí.

La psicología y la sociología nos ayudarán a echar aceite, para que la rueda no chirríe excesivamente como el eje de la carreta del cantor. Pero lo fundamental es lo otro, por tanto, cuando hablamos de fraternidad en cristiano, pero además antropológicamente es así, no hablamos nunca de una fraternidad simétrica, porque la fraternidad simétrica o plana es la negación de la verdadera fraternidad. Una fraternidad plana es una sociedad de clonados, no es una fraternidad; y nuestra época tiene cierta aspiración a la clonación, incluso antes de descubrirse que era posible biológicamente en el laboratorio. Todos los movimientos fascistas de este siglo son intentos de clonación; la uniformidad que imponían a sus miembros, en el decir, en el vestir, en el cantar, en el moverse, el paso de oca, en el fondo es un intento de clonación. Cuando la etiqueta es mayor que el nombre propio, cuando el nombre propio se sacrifica en el altar al nombre genérico: «usted es nazi antes que Pepe»; una época que tiene tendencia a la clonación es una época que no comprende la fraternidad. Después de la clonación de la oveja Dolly, los científicos empezaron a recibir cartas de padres que habían perdido a sus hijos en accidentes o en enfermedades, fíjense el disparate a nivel humano que esto supone. Estos padres tenían este pensamiento: si ustedes son capaces de clonar una célula de mi hijo muerto, yo recuperaré de alguna manera a mi hijo.

¿Eso es únicamente propio de personas mal informadas, o es hasta una posible traducción teológica mal hecha? ¿qué es la fraternidad? ¿una conspiración o un complot de hijos sin padre, de huérfanos que se arropan mutuamente como los niños de la calle, que se dan un consuelo en el desconsuelo que viven y que no se atreven a afrontar cada uno su soledad personal, su nombre propio, su sufrimiento individual, su cruz en su calvario? Es decir, ¿qué podemos hacer de la Iglesia? Una Iglesia de clónicos, una Iglesia fascista. La fraternidad incluso, desde el punto de vista antropológico, es siempre una fraternidad asimétrica. Lo que a nosotros nos parece una desgracia es una gracia, es decir, yo nazco cuando ya han nacido muchos que me han precedido. Cuando algunos ya son santos y canonizados, yo estoy empezando a dar mis primeros pasos, cuando yo estreno papá y mamá, otros hermanitos los han estrenado hace tiempo, y hasta los han educado. De tal forma que mamá y papá, a mí que soy el segundo, ya no me han dado tantas bofetadas como al primero… se han cansado. En este momento, pueden coexistir civilizaciones neolíticas, con civilizaciones del siglo XXV -en algunos lugares, EEUU-, y están coexistiendo, porque el tiempo humano es un tiempo asincrónico, no es un tiempo coincidente, por eso son las fracturas generacionales que cuando se producen aceleraciones son más fuertes, pero que han existido toda la vida. Cuando nosotros empezamos a tener la experiencia de la vejez cojo un retrato de la juventud, y digo caramba cómo ha cambiado la cosa.

Por misión, Padres. La fraternidad perfecta exige de una paternidad trascendente que relativice las restantes paternidades y que vincule íntimamente a los hermanos en familia real: No llaméis a nadie padre. Nadie lo es en sentido propio, estricto. Y sin embargo, todos lo somos en algún sentido. Caín, ¿dónde está tu hermano?, ¿Acaso soy el guardián de mi hermano? Caín se escuda en que a él no le corresponde la responsabilidad sobre su hermano; en realidad, eso es un asunto que concierne al padre y sólo al padre. Pero, en realidad, con su negativa a guardar a su hermano, está destruyendo la fraternidad y renegando del Padre, está rechazando el don de la misericordia. La tolerancia elevada a virtud suprema es la abdicación de la paternidad y la destrucción de la fraternidad. Una tolerancia moderada es fruto de la misericordia, pero llevada al extremo es su negación.

El hermano guarda al hermano en ese camino hacia el ser compartido; de modo que hace presente también al padre con su acción fraterna. Claro, que sólo se puede ejercer esa paternidad relativa -en otro caso destructiva- obedeciendo el mandato o misión procedente del verdadero padre, y por tanto, de un modo filial, servicial, respetuoso. De lo contrario nos encontramos ante el paternalismo, que es la paternidad ejercida con arrogancia, impuesta por quien no es padre o no lo es hasta el grado de su imposición. El paternalista usurpa una forma o dimensión de la paternidad que no le corresponde, y por tanto, la ejercita de modo incorrecto. El paternalista, por ejemplo, acoge con liberalidad al adolescente que viene protestando de la tiranía paterna; le dice lo que sus oídos están esperando escuchar, con lo que se gana su admiración; luego abandona al chico o chica porque no es su padre o su madre; estos los soportan días enteros, años. El o la paternalista es Pygmalión, quien en el mito griego modela a su gusto a la estatua de la mujer a quien da vida cuando se enamora de su misma creación. ¡Cuántos pequeños y ruines pigmaliones encontramos en los distintos terrenos de la vida! ¿No nos descubrimos a nosotros mismos en esta actitud muchas veces? El paternalista se sacrifica, se entrega, pero por propia necesidad y no por amor desprendido. Es un voluntarista de la paternidad, un pseudopadre que usurpa la misión de otros.

Así pues, somos hermanos, pero no podemos realizarnos -llegar a la plenitud de nuestra realidad y escapar absolutamente de la nada-, si no nos engendramos mutuamente, si no nos prestamos ser unos a otros. Esa paternidad -nunca paternalismo- comunicada, representada, participada por quienes de por sí son hijos, es una necesidad de su realización en fraternidad. La colaboración con la Creación ser gesta en la fraternidad. Ello es posible y necesario porque somos fruto de la Misericordia, o sea, de la paternidad divina.

IV – El planteamiento básico cristológico-eclesiológico del ministerio.La posibilidad de la paternidad

Vamos al segundo punto de este tema. La pregunta es ¿qué concepción del ministerio sacerdotal habría que elaborar teológicamente para que nosotros, los presbíteros, pero también los educandos (aquí jugamos siempre con los dos términos), tuviéramos una puerta abierta mentalmente al ejercicio del sacerdocio, pero con la paternidad; es decir, las teorías no son todo en la vida -eso es la verdad- y hoy quién se atreve a decirlo en público, lo cierto es que sin una buena teoría la inteligencia sufre el acoso de los contrarios. Nos pasa un poco como las ratas de Skinner, del famoso psicólogo conductista, que se pasó toda la vida matando ratas, atormentándolas, haciéndoles laberintos, enseñándoles a comer después de muchos laberintos, para finalmente ponerles la comida de otra manera y volverlas locas… La vida intelectual es importante, el hombre no se rige por las ideas pero no se unifica sin ideas. La última encíclica del Papa, yo creo que es un buen pórtico para nuestra formación. Es decir, el pensamiento es una de las dimensiones más noble del ser humano. No caigamos en el desprestigio y en el desprecio «pseudopastoralista» del pensamiento. Muchos de nuestros contemporáneos, dentro y fuera de la Iglesia, lo que tienen en el fondo es una enorme pereza mental, y la persona con pereza mental después se traga cosas aparentemente muy sencillas: «Oye, qué bien lo explica», pero sin entrar en las cuestiones hondas, y al final sin leer el Prólogo, uno queda convencido del Epílogo. A la larga en la vida las teorías nos condicionan mucho, las teorías no son fuente de vida, pero son esquemas que dan forma a la vida. Lo mismo que ocurre en la Santísima Trinidad, es decir, es verdad el Logos es Logos, el Espíritu de vida es el que vivifica pero la creación es «log(u)ica», la creación tiene una ratio interna, porque está hecha en el Logos. Entonces no despreciemos desde un pseudo pastoralismo, la inteligencia.

Los que tengan la suerte, que me da la impresión que no somos nosotros, de ir al portal de Belén como pastorcitos, que bendigan al Señor y que no se metan el líos, pero a los que nos han quitado la inocencia intelectual desde el principio, dispongámonos a caminar detrás de una estrella que no conduce a nada pero que al final desemboca en el portal. Quien no tenga la suerte de ser invitado como pastor, que se atreva a andar el largo y duro camino de los Magos, de los que se interrogan y buscan. Lo digo por justificar lo que ahora voy a hablar por que a lo mejor más de uno dice «bueno con lo bien que iba la cosa en el sentido de lógica, pum, pum, pum, y ahora rompemos eso y nos liamos un poco más»… pues hay que liarse un poco más.

Uno de los problemas de por qué no funcionan nuestros candidatos, perdonad, entre vosotros no, pero entre nosotros, es porque se suele dar una deficiente teología del Sacramento del Orden, y eso es muy serio. Ahora no voy a hacer una teología del Sacramento del Orden, pero sí voy a apuntar que hay que completar los dos grandes planteamientos que desde el Concilio han venido peleando en la arena de la Teología, que normalmente no nos llega esa pelea, pero nos llegan los resultados y uno sin saberlo se apunta a uno u otro, y no se da cuenta que son ofertas parciales y que a la larga -como digo- nos van a condicionar y nos van a crear una buena conciencia porque, perdonad el paréntesis, pero lo malo de las teorías es que nunca vienen solas, es decir, lo que decía San Pablo de que llegará una época en que cada uno buscará los doctores adecuados para que le digan al oído lo que él espera oír. Lo malo de las teorías es que todas, todas son parciales, algunas muy parciales. Como nosotros temperamentalmente, cordialmente, afectivamente, somos parciales, si encima recibimos la teoría parcial que no nos complementa y no nos saca de nuestra parcialidad, pues el resultado es terrorífico, porque adquirimos en nuestra parcialidad y en nuestra unitalateralidad temperamental o histórica una seguridad y ya no hay posibilidad humana de conversión porque es que uno es lo que debe ser y no se da cuenta de que uno es lo que es, que encima lo está confundiendo con el deber ser, porque se ha tomado unos maestros de una teoría que encajan perfectamente en lo que su unilateralidad pedía.

Entonces, estudiar a todos los niveles el ministerio del Orden en toda su panorámica, en toda su problemática, a lo mejor nos complica la vida, pero a lo mejor nos empieza a descubrir que ciertos excesos, defectos o unilateralidades tienen mucho que ver con teorías que son buenas pero que son parciales… Bueno y hecho este paréntesis inicial empecemos.

En el planteamiento inicial del ministerio hay una dialéctica que viene desde el Concilio: «in Persona Christi, in nomine Ecclesiae», ¿cuál es prioritario de estos planteamientos? ¿Qué consecuencias tiene cada uno cuando se desliga del otro? Me interesan mucho las consecuencias… Pues, lo primero que hay que decir, es que -claro- el Concilio significó un giro pedido por el Espíritu de Dios y asumido por la Iglesia en una dirección muy concreta, una dirección que nos marcaba Dios en este siglo, la Iglesia, la Iglesia… Es un Concilio netamente, no sé si eclesiológico, pero es un Concilio muy marcadamente centrado en la Iglesia. En verdad que Cristo es el centro…, todo lo que queréis, pero el interés como Suenens planteó al principio y Montini le siguió eran dos preguntas: 1. Iglesia ¿qué dices de tí misma?; 2. Iglesia ¿qué le tienes que decir al mundo?… y pare de contar. Aparte de que los setenta y tantos esquemas los redujeron a unos poquitos, a las dos grandes Constituciones con esas preguntas.

Cuando se estudió el ministerio, ya saben que hubo ahí, bueno pues, cierto olvido, luego cierta recuperación… Recuerden que en los esquemas previos se tituló De Clericis «acerca de los clérigos» y dijeron: ¡Hombre! Clérigos, eso es muy amplio vamos a tratar del segundo grado del orden y después propusieron De Sacerdotibus, «de los sacerdotes», y dijeron: ¡Oiga! ahí entra también el Episcopado, entonces no va, y al final pues, se llamó Presbiterorum Ordinis, fíjense que no es, esto no es neutral, las palabras la carga el diablo, esto de la semántica es curioso, una cosa es el diccionario con la denotación de cada palabra y otra cosa es la vida con la connotación emocional de cada palabra. La soga no se puede mencionar en la casa del ahorcado, y a todos nos ha pasado en muchas situaciones, ya saben el cuento aquél del…, de un curita español o colombiano o mexicano en el post-concilio que llega a Roma y enseguida quiere predicar… bueno, ese prurito de: es tan fácil de tomar el diccionario y preparar su homilía y leerla, él quiere hablar de cómo la mujer ha encontrado un nuevo sitio, y el hombre escribe: La mujer, la Donna ha descubierto, ha scoperto, el puesto il sedere; il concilio ha scoperto il sedere delle donne nella chiesa. Para la gente que entiende: «el concilio hay destapado el trasero de la mujer en la Iglesia»… y en realidad en diccionario es perfecto, pero una cosa es el significado de notación y otra cosa es la carga emocional de cada palabra.

Bien, esto a lo que venía es, no es indiferente el que en el Concilio la palabra Sacerdotes quede como en un segundo plano, era muy correcto y además yo creo que es una gran ganancia, pero quién habla de sacerdotes después del Concilio, hay como un cierto pudor, ¿no?, además nos empiezan a enseñar nuestros exégetas -con mucha razón- el P. Benoit: miren, el sacerdote es Jesús, el (Iereus) y esto, cuidado con la palabra que él no quiso utilizarla, ni los Apóstoles quisieron… se va a revelar. Cuando una palabra se deja de lado, se deja de lado una historia y cuando se acepta una palabra, se acepta una visión de la vida.

El hombre se alimenta de palabras, lo que dice Jesús al demonio, no es sólo teologal, es antropológico. El hombre es un conjunto de palabras recibidas, vividas y expresadas, porque hemos sido creados en la palabra. Entonces, bueno, pues, presbítero, presbítero… Junto con eso se descubre la capacidad del laico no sólo de ejercer la laicicidad sino de intervenir en lo que se puede llamar la interioridad de la Iglesia teniendo puesto, roles, funciones y se empieza a hablar de ministerios laicales o ministerialidad del laico.

El padre Congar le tenía tirria a esa aplicación, protestaba siempre y luego terminaba diciendo, porque era un hombre tan bueno y tan humilde: «bueno, claro, si todo el mundo lo habla pues aceptemos la terminología».

Entonces habla de una Iglesia enteramente ministerial, es decir, una Iglesia donde todos los fieles deben participar puesto que son Pueblo de Dios, y son hijos de Dios. La idea es correctísima, allí no hay vuelta de hoja, la terminología es equívoca: toda una Iglesia ministerial. En 1973 una famosísima y estupenda asamblea plenaria del episcopado francés, en Lourdes, afronta este tema y de allí conocerán -por lo menos los mayores- un folleto que publicó la Conferencia Episcopal Francesa: «¿Todos responsables en la Iglesia? El ministerio presbiteral en una Iglesia enteramente ministerial».

Y la verdad es que la respuesta es muy bonita, muy aquilatada, muy interesante, pero miren el problema de la teología, y del lenguaje y del magisterio es: que el Creador dice «A», los transmisores decimos «A», los receptores dicen «E», y al final uno no sabe qué es lo que se ha dicho, recuerden la teoría de los cristianos anónimos tan aquilatada, tan perfilada por Rahner y recuerden a dónde ha llegado popularmente la teoría de los cristianos anónimos, como dicen los sevillanos: «todo el mundo es bueno, es decir, aquí vale todo»; ¡Hombre, eso no es lo que dijo Rahner, ni mucho menos! Rahner aquilató perfectamente eso, el problema de la transmisión es que siempre se da lingüísticamente, pues una cierta degradación.

El ministerio empieza a plantearse casi en exclusiva desde el terreno eclesiológico, ¿Qué necesita la Iglesia? Ministerios, y esos ministerios son variados. ¿Qué tiene de específico ese ministerio al que llamamos, o han llamado sacerdocio?, llámese episcopado, o llámese presbiterado. Este es el status quaestionis. Entonces los teólogos empiezan a diferenciarse entre teólogos que le dan una prioridad fuerte al planteamiento cristológico, sacerdotes en el sacerdocio de nuestro Señor Jesucristo. Esto es lo prioritario, no lo olviden, que subrayan la palabra sacerdocio, que no quieren que se pierda, con todo lo que significa, ¡porque no es igual ministro que sacerdote!, y la palabra ministerios laicos lo indica. Pues en esa línea, por citar alguno, se movió siempre Von Balthazar; en esa línea se ha movido, casi siempre Ratzinger; en esa línea en España se movió Nicolao, quizá un poco más pobremente; en esa línea se mueve actualmente Faballe -un italiano que escribe mucho del sacerdocio-; en esa línea ha aportado mucho el padre Benoit que con lo del sacerdocio nuevo de Cristo ha hecho un aporte realmente interesantísimo, mientras que otra línea da prioridad al planteamiento eclesiológico, por ejemplo: fue muy conocido y tuvo sus problemas el libro de Schillebeeckx «El ministerio eclesial, responsables en la comunidad cristiana», fíjense el título, los títulos nunca son neutrales: «El ministerio eclesial, responsables en la comunidad cristiana», Iglesia; o González Faus por poner un ejemplo: «Hombres de la comunidad (hombres de, no-para, sino «de» la comunidad), apuntes sobre el ministerio eclesial»; o por ejemplo Legrand «la Iglesia local» en «La Iniciación a la práctica de la teología», tiene un escrito sobre esto; o el italiano Severino Dianich que casi identifica sacerdocio y párroco, un hombre originalísimo, muy interesante pero con límites, él es rahneriano, pero es un tipo interesantísimo, un gran párroco que ha escrito libros interesantes aunque quizá incompletos.

En los que he citado hay gente muy distinta y planteamientos muy distintos, porque cuando se dice «el planteamiento eclesiológico del ministerio» uno dice: «No metan a todos en el mismo saco, porque es muy distinto derivar o situar el ministerio ordenado desde la teología de la Iglesia particular, que derivarlo por ejemplo desde la comunidad de base pura y dura, o muy distinto que derivarlo de una Iglesia universal sin tener en cuenta Iglesia particulares, o derivarlo de la parroquia; y lo mismo en el cristológico hay planteamientos que derivan de una cristología de tipo neumático, por ejemplo Triacca actualmente, muy interesante. Hay planteamientos cristológicos que hacen derivar de una cristología muy plana, muy cristológica, pero al final el ministerio es simplemente el discipulado. Es decir, hay que aquilatar, pero lo cierto y ahí resumo, es que hay una tendencia que quiere hablar de sacerdocio sobre todo, que lo deriva sobre todo del sacerdocio de Cristo como un don de Dios a la comunidad, y en que por lo tanto el Coram, el «frente a» la comunidad se resalta mucho. Sí, ustedes son miembros de la comunidad, pero frente a la comunidad, no se disuelvan, hay una distancia teologal, unos lo explican de una manera otros de otras, unos con una dureza muy fuerte, otros abiertos a matizar. Las posturas son muy variadas. Los otros sin embargo, el otro bloque dice: «no, miren, el ministerio es una necesidad de la Iglesia -una necesidad-, ¿qué tipo de necesidad? Y unos te dirán: necesidad constitucional, es un signo constituyente de la Iglesia, en el fondo no están lejos de los que tienen el planteamiento cristológico. Otros te dirán que son servicios necesarios: el sacerdocio lo tiene la totalidad de la Iglesia, la apostolicidad (recuerden la tesis de Küng) la tiene la totalidad de la Iglesia. La Iglesia delega u ordena, hay matices, pero ustedes son hombres de la comunidad, no «coram», sino «erga».

Si estas dos posturas se intercambian, en realidad, no hay tanta distancia, porque la Iglesia es la Iglesia del Señor y el Señor es el Señor de la Iglesia. No puede haber un sacerdocio cristológico si no es oficio ministerial eclesial, (eso es de cajón), pero tampoco puede haber un ministerio eclesial que no sea fruto de que el Señor ha resucitado y es el Kyrios de la Iglesia.

Por tanto, en concepciones sanas, abiertas, no hay un problema excesivo en que uno derive por empatía o porque lo ha profundizado más en una línea o en otra línea. Normalmente la derivación casi siempre es profética: si uno se mueve en un ámbito eclesial donde el sacerdote es un hombre entre incienso (perdonad la expresión), un poco en el cielo, es lógico que se agarre a la tendencia eclesial, y diga «señores, bajen a la tierra, que están ustedes en una comunidad de bautizados, que ustedes no son el oráculo de Delfos, ni la pitonisa de… que no, que esto es otra cosa». Si uno está en un contexto donde el sacerdocio se ha deteriorado, se ha degradado, no es extraño que se agarre a la otra tendencia, la resalte y diga «señores que entre ministerios y ministerios hay una diferencia (palabras del concilio) no sólo de grado, sino de esencia…» y no expliquemos más.

Entonces, quiero decir, para tranquilizar y apaciguar, entre las dos tendencias no debe haber una diferencia de fondo y las dos son interesantes. Ahora, el problema es, si se hacen un poco unilateralmente antes o después en los autores de tipo secundario, en los escolásticos de los grandes autores que se mueven entre la teología dogmática y la pastoral, y cuya reflexión está obsesionada más en lograr resultados prácticos que en asomarse a la verdad «inútil», y eso es muy peligroso, al final acaban siendo planteamientos unilaterales y planteamientos que empobrecen a la larga la vivencia de esto. Por tanto, pues, hay una necesidad de profundizar.

La «Pastores Dabo Vobis», si leen ustedes tranquilamente verán que ha intentado integrar las dos líneas, dando prioridad a la cristológica de forma explícita pero… hablando del planteamiento eclesiológico y sus consecuencias, como parte integrante del ministerio, no simplemente un añadido, no un excursus, no un elemento jurídico o pastoral, sino parte de la integridad sacramental, eso es serio. En la línea de la Pastores y antes de la Pastores, un teólogo en Alemania tuvo el acto de valor, -había que tener mucho valor siendo un «her doctor»- y lanzándose por los caminos afrontó el tema del ministerio desde el sacerdocio y además con un título que no permitía equívocos: «Ser sacerdote», ser, no hacer, no función: ser sacerdote -es Greshake-. A ese libro tan interesante publicado en Sígueme también se le puede oponer alguno, porque cualquier tratado tiene siempre sus deficiencias, pero es un libro de un valor extraordinario porque en aquel momento, cuando se publicó, en la doctrina oficial de la universidad alemana hablar con ese tono era realmente arriesgado: ser sacerdote.

Entonces para hacernos una idea, la tendencia eclesiológica y la tendencia cristológica si las hacemos unilaterales, esa es la cuestión, pongo una condicional, pues tienen dificultades serias. Es verdad que también tienen aportes muy bonitos y empezaría por los aportes, por ejemplo, la tendencia más cristológica: Cuando enganchamos el presbiterado y el episcopado con el sacerdocio de Cristo, directamente los discursos que elaboráis tienen cosas muy buenas, por ejemplo, inmediatamente se está afirmando la capitalidad de Cristo sobre su Iglesia. La Iglesia no es un club de amigos de Jesús, la Iglesia no nace de su base sociológica, sino que su base sociológica es llamada por el Viviente que tiene signos reales en esa comunidad, de recuperar la capitalidad actual, no en el pasado de Jesús. Es muy importante porque de lo contrario la Iglesia deja de ser misterio y se convierte en un club de amigos de Jesús. Reproduzcamos la causa de Jesús, si la causa de Jesús es Jesús, nosotros no somos herederos de un muerto y de su ideología, nosotros somos in-corporados, parte del Cuerpo del viviente; por lo tanto, afirmar el sacerdocio como continuidad efectiva del sacerdocio de Cristo Jesús significa afirmar hoy, aquí y ahora la capitalidad viva de Jesús sobre su Iglesia. Una aportación que es importantísima.

Segundo, ha personalizado la misión, luego voy a decir una cosa que alguno a lo mejor puede pensar «es lo contrario». No, no, cuidado. Es el tema de la colegialidad, pues mucha gente entiende colegialidad, paternidad, como algo donde lo personal se diluye y el grupo sale a la luz y en todo caso uno es portavoz y la responsabilidad personal, la entrega personal, la paternidad personal va quedando como diría usted, en equipo, -es muy importante, hablaremos del equipo, es la colegialidad-, pero cuidado con cómo se entiende, el sacerdocio como ordenación, elección, creación, «Jordán» de cada persona que accede a esto, es algo muy personal, es el eje de la historia personal de muchos y entonces eso es una aportación también porque de lo contrario el ministerio se funcionaliza, se convierte en un conjunto de funciones, todos tenemos la agenda apretadísima y no representamos a nadie. Eso es la funcionalización del sacerdocio.

Entonces, una segunda aportación sería ésta, ustedes saben que en el Seminario sobre todo el director espiritual pero todos los formadores, cuando tenemos que llamar de verdad a un chico al orden, a confrontar, «confróntate con tu promesa» decimos. Tu promesa no es a la Iglesia. En este sentido el abusar de esta línea ha llevado a conclusiones falsas, aquel que marcha al sacerdocio sin plantearse qué piensa Dios de él, si me dijera yo amo a la Iglesia, no, no, si tú no le has hecho ninguna promesa a la Iglesia, has hecho una promesa en, ante, en la publicidad de la Iglesia, pero tu promesa ha sido a Dios y la intención ha sido de Dios, cuidado! Por tanto esa personalización en sentido fuerte desde el sacerdocio en Cristo Jesús se recupera muy bien.

Tercero, ha mostrado el origen divino, gratuito de todo don en la Iglesia. El sacerdocio que ante todo y sobre todo es un don no es una necesidad sociológica de la Iglesia, le viene muy bien pero, no… la Iglesia se podría apañar sin el sacerdocio (hablando sociológicamente). El sacerdocio no es una necesidad sociológica de la Iglesia, es una gracia del Padre en nuestro Señor Jesucristo para darnos la vida en la Iglesia. Cada sacerdote es una confirmación que el Padre hace de la vida, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Es raro, estas ya son palabras mayores y estos son ejemplos, ¿no?

Y el último… juntando todo esto decimos que este planteamiento tiene una cosa y es: señores, durante mil años sin darnos cuenta en aquello de las constituciones apostólicas de los tres grados que ya hemos dicho: Obispo, Presbíteros, Diáconos; el Obispo está muy claro, porque hay pocos entre otras cosas, el Diácono está muy claro, denle funciones que pueda hacer mientras se la mande, hasta puede llevar la absolución si usted se lo da a un sujeto, la puede llevar el diácono. Estos son secretarios, mandados (diáconos) y estos son jefes (Obispos). Pero aquí, lo que está en medio del bocado, ¿esto qué es? En todo lo largo de la historia ha habido dos tendencias: hacer esto, o hacer esto (gráficos en el pizarrón, no registrados). Si seguimos las constituciones apostólicas decíamos estos dos son para el sacerdocio, ése para el ministerio. Pero si seguimos la historia del segundo milenio nos hemos inclinados a esto, entonces ¿qué ocurre? Ocurre que nos hemos hecho gestores y nos vamos haciendo cada vez más gestores, y está bien que gestionemos porque hay que trabajar, pero no hay un espacio para eso que llamamos ministerios laicos, pues miren, si se afirma con fuerza esto hay mucho más espacio para los ministerios laicales que si partimos de aquí, si se afirma con fuerza esto y sabiendo lo que se afirma hay mucho más espacio para las diaconías eclesiales o ministerios laicales (diaconía en el sentido amplio, no sólo ordenado) que si se hace únicamente desde el ámbito ministerial.

Ahora no crean que este planteamiento ha dado menos bienes, que ha dado tantos bienes o más, y ha hecho reconocer con claridad, por ejemplo, la discontinuidad entre el sacerdocio de Cristo y el sacerdocio ministerial de Obispos y Presbíteros. Señores, no se suban a la par, ustedes no son sacerdotes, son sacerdotes-obispos o sacerdotes-presbíteros, es decir, sacerdotes muy limitados. Por lo tanto la eclesialidad del sacerdocio, la ministerialidad metida dentro del sacerdocio, no añadida, metida dentro. Esto puede revolucionar dentro de un año en el tratado del ministerio, lo puede revolucionar medidamente y el Papa nos ha dado un pie y un apoyo en la Pastores, que yo no me explico como ha tomado, porque eso está todavía muy inmaduro pero es un párrafo profético 74, 6 de Pastores: «El presbiterio como mysterium», «Ved la disponibilidad: alter Christus». Algo así como decía un obispo éste mi vicario es como mi alter ego, y le decíamos nosotros pero muy «alter» porque nuestro obispo es usted y con usted nos peleamos hasta donde queramos, este señor es un ejecutivo que sí tiene autoridad ordinaria, todo lo que quiera, pero obispo es usted. Entonces la ministerialidad metida dentro del sacerdocio, del planteamiento eclesiológico, ya del principio nos baja de la pata, y nos dice: «Señores, ustedes no son «el sacerdote» sino sacramentos personales del único sacerdote; es mucho pero no es igual.

Segunda cosa. Esta disponibilidad supone la integración de la ministerialidad dentro del sacerdocio. Aquí hay un problema teológico de primerísima importancia no resuelto, es el problema del opus operatum, toda esta cuestión agustiniana que no se puede perder porque es un punto sin retroceso, pero que no ha llegado donde tiene que llegar. Es que basta con que a uno le impongan las manos y todo lo demás es jurídico? Esto es muy serio. Por ejemplo, el presbiterio tiene una naturaleza jurídica o pastoral o naturaleza sacramental? ¿Qué es antes el presbítero o el presbiterio? Hago una pregunta que nos tenemos que hacer muy seriamente, hoy tenemos toda la teología que se está haciendo sobre la Iglesia particular y ahí hay un elemento a considerar: el sacerdocio dado absolutamente, esa protesta de Schilleback que a mí me parece que tiene razón, lo que ocurre es que se me hace que la lectura histórica que hace no es completa, pero en el fondo tiene razón. De modo que si te imponen las manos, no sé en el Seminario de ustedes, pero en el mío la tradición era: quietecito, quietecito hasta que te imponían las manos, entonces sacaban el rabo… le decían al resto que se igualaron los centenos, que ya soy tan cura como el Papa, que ya me ha impuesto las manos ahora obispo átese los machos. Y él tendrá derecho a decir: si usted no actúa con la regla de lo normal le suspendo a divinis; muy bien pero es válido todo lo que hago. Y aparece el clérigo vago, se acuerdan ustedes, el clérigo vagante, el fraile busca convento. Es verdad que de ahí han surgido muchos bienes. También ha habido una universalidad, aquí todo se encamina, pero es mejor que no sea así …

Tercero: destaca el erga frente al coram Ecclesiae, hermanos esto es parte de la Iglesia, que no estáis fuera de la Iglesia, que sois hermanos de vuestros hermanos, es decir que sois ministerium y que no sois sacerdocio angélico. Como ven no se puede prescindir de ninguna de las líneas, ahora ¿qué pasaría por ejemplo si la teoría cristológica eliminara a la eclesiológica?, ¿si se olvidara esta dimensión? Y se ha olvidado, y mucho… ocurrirían cosas, por ejemplo se absolutizaría el sacerdocio: «soy tan sacerdote como Cristo», por eso uno recuerda lo de Port Royal, aplicado a las monjas, pero que podemos usar ahora «puros como ángeles y soberbios como demonios; ¡cuánta soberbia clerical!, ¡cuánta soberbia! Con todo lo que eso lleva después de contradicciones íntimas de psicologías heridas, de sufrimientos no expresados, de soledad de la mala, no quiero nombrar ese déficit como «ontologización» porque yo creo que cabe una ontologización correcta; algo que va mucho más allá de lo fenoménico, de lo diario, pero sin absolutización. Entonces igualmente sacerdote es el obispo y el presbítero, simplemente que uno tiene un plus jurisdiccional que el otro no tiene. Entonces el sacerdocio de este hermano con el mío tiene que ver jurídicamente, pastoralmente, para no volver locos a los fieles, pero eso de la fraternidad sacramental ¿dónde está? Al final había un momento en la literatura espiritual mala, la literatura espiritual floja, donde casi casi el sacerdote era un superhombre. En ese sentido le doy la razón a Drewermann, en ese sentido y sólo en ese: quien hace un superhombre hace una bestia. Y al final se encuentra con uno mismo. Somos encarnationis divini, nos ponían casi en la angelología, en el tratado de angelología el ministerio, hoy no tanto. El problema sobre todo es si a esto se une una cierta psicología desequilibrada, de personas que buscan estar en un candelero y ser de alguna forma adorado como tal, la mezcla es explosiva; poned las manos en ese sujeto y veréis. Y lo hemos hecho, por desgracia. Pero ahora sujétate, va a entrar a saco en las consciencias, va a destruir comunidades, va a pisotear los derechos elementales de los fieles, va a ser una carga para la Iglesia; esa deficiencia unida con ese tipo de psicología que huyen de la vida y que quieren hacer de la Iglesia un lugar de dominio, y fácil además, es terrible. Es volver al Antiguo Testamento, cogen esto en absoluto y al final has tachado a Cristo y han hecho sacerdotes del Templo de Jesús. Ya digo como encima tengan una psicología un poquito edulcorada, pues los tenéis soñando con ser cualquier cosa, que puede y debe ser cualquier sacerdote como maestro de ceremonia o llevar una sacristía, pero como vocación prioritaria y ontológica. No es que reduzca el sacerdocio a lo cultual, ojalá lo redujera a lo cultual cristiano, a la eucaristía pura; sino a lo cultual veterotestamentario. Ojalá el sacerdote se moviera en el terreno cultual de (…..) no sería poco. Pero si nos quedamos aquí ¿qué ocurre?, pues al olvidar el enraizamiento del ministerio en el sacerdocio de Cristo convertimos al sacerdote ministerial en un funcionario ministerial, en un agente de pastoral, en el común de agentes de pastoral, entonces el sacerdocio se convierte en una función y ahí es donde se puede privatizar. Por ejemplo, qué ocurre en mi entorno, no sólo en chicos jóvenes, ¿qué es lo que ocurre? Uno está trabajando nueve meses en el curso terriblemente: reuniones de confirmación, campamentos, primeras comuniones, visitas familiares, llega el verano, entonces llama al párroco vecino y le dice: «Oye, que me voy por ahí; ven el Sábado y el Domingo y di un par de misas, y si te avisan por un entierro, pero no…», uno cuelga su ministerio y se convierte en ciudadano privado. Ha estado siete horas trabajando en la parroquia… la casa a veces por necesidades y por conveniencia ya no está junto a la parroquia, acaban mis siete horas, me voy a mi casa y soy ciudadano privado. Claro él es un ministro, no es un sacerdote. Entonces no nos quejemos de la privatización, hay muchos factores de índole cultural, de índole… pero hay un factor de índole teológico. Quiten ustedes del sacerdocio la caracterización global de una vida por la gracia para una misión total y absorbente de hombre público, y tienen un hombre que una vez que cumple su función dice: «y yo ahora que hago, señor obispo, deme más tarea.» «Hijo mío ya no te puedo dar más…» Como los chiquillos cuando van a la maestra que hay que hacer deberes: «maestra que ya están hechos», «siéntate hijo, no, no… es que hay otra cosa». Entonces tu vida privada no es la vida privada, es una dimensión de tu ministerio, pero saben cuándo se afirma esto (…)

Unos soberbios sacerdotes del Antiguo Testamento que se creen ángeles y que oprimen a la oveja. No hay más remedio que unir estas dos cosas, porque es que son dos dimensiones necesarias del ministerio. Entonces sí puede haber paternidad, sino no, porque aquí la paternidad tiene sentido, la paternidad es la comunidad, que es el ámbito. Tú eres simplemente un funcionario; y aquí sí hay paternidad, pero que Dios nos libre de estos padres. La única posibilidad de una paternidad equilibrada sería una concepción ministerial cuya raíz y eje sea una participación seria, llámenla ontológica, caracterizadora, etc., del sacerdocio histórico y suprahistórico de Cristo de por vida y totalizante, pero conteniendo intrínsecamente un ministerio eclesial limitado por el sacramento, no por el derecho. Y entonces sí, entonces se puede hablar de Padre.

V – La colegialidad como elemento de paternidad

PDV, 16: «El sacerdote tiene como relación fundamental la que lo une con Jesucristo, Cabeza y Pastor»: aquí se diría han triunfado los de la primera. «Así participa de manera específica y auténtica de la unción y de la misión de Cristo. Pero íntimamente unida a esta relación está la que tiene con la Iglesia», y sobre todo el párrafo que viene ahora: «No se trata de relaciones simplemente cercanas entre sí, sino unidas interiormente en una especie de mutua inmanencia. La relación con la Iglesia se inscribe en la única y misma relación del sacerdote con Cristo, en el sentido de que la representación sacramental de Cristo es la que instaura y anima la relación del sacerdote con la Iglesia». Ya está tan perfectamente y tan claramente dicho, que es algo que en los documentos del magisterio, no me atrevo a llamarlo novedad, pero por lo menos como expresión lingüística es novedoso.

La última aproximación sería sobre el artículo que leyeron esta mañana. Dentro de esa fraternidad y con esta sacramentalidad que al mismo tiempo es sacerdocio y es ministerio, ¿qué características específicas podría tener la paternidad ministerial? Y vamos a desarrollar los puntos que esta mañana vimos. Si se han dado cuenta, justamente esta parte relaciona el ministerio como paternidad con el Padre, es decir, el ministerio ordenado en el origen mistérico de la Iglesia. ¿Cuál es el origen mistérico? La referencia de la Iglesia al Padre en Cristo.

Voy a subrayar algunas características. En primer lugar, una en la que ya venimos insistiendo: Cuando hablamos de paternidad ministerial no decimos paternidad en el sentido originario sino «en nombre de…» ¿Qué quiere decir? Que los bautizados no son hijos del presbítero, sino de su Padre Dios, y a quien se tienen que parecer es a su Padre Dios, no al presbítero. Es algo evidente, pero en la praxis no es tan evidente. Muchas veces intentamos hacer al bautizado a nuestra imagen y semejanza, y ni siquiera ponemos el «nuestra» como el Génesis, sino a «mi» imagen y semejanza… más allá de Dios todavía. Y esto se manifiesta desde la falta de respeto a la consciencia de los fieles, que a veces son muy graves, hasta las simpatías cerradas. Permítanme alguna ironía en este sentido. Uno es partidario y le gusta y le ha formado y le ha ido muy bien, la Acción Católica. Parroquia -Acción Católica, decreto – ley. Pero es que estamos también los focolares, y los del Niño Jesús, y los… Aquí no entra ni Dios. Esta mañana decíamos: la parroquia tiene como característica, y por eso es la mejor expresión de la Iglesia particular, en que es pueblo abierto, y si es pueblo abierto, no es la sombra proyectada por un ministro, sino el lugar habitado por el Espíritu donde un ministro va a servir. Es distinto completamente el planteamiento. Una cosa es que el ministro tenga capacidad para discernir y para decir: pues, miren, este grupo que viene, Conferencias de San Vicente de Paul; Cáritas está trabajando con mucha fuerza aquí, por qué no se integran a Caritas y aunamos esfuerzos… Eso es una cosa y otra es decir: «estos no: decreto – ley». Primero, está episcopalizando su ministerio, es decir se está autonombrando obispo.

Segundo, está convirtiendo a la parroquia en una fundación personal, en una orden religiosa a su medida. Eso es paternalismo puro y duro. Y eso no sólo es ilegítimo, sino que va contra el dinamismo del ministerio. Somos porteros de una puerta que en el fondo controlan desde arriba, y desde arriba dan boletos al que no compra boletos en la taquilla. O aceptan ustedes ese juego, o están fastidiando a Dios. Y será un juego duro, pero es un juego. En este sentido de padres, pero sin creérselo excesivamente, el ministro episcopal, o el ministro presbiteral que tienen la misma calidad de hondura sacerdotal, aunque en distinta posición eclesial, yo creo que la comparación que hacían los Padres con la orquesta, con la sinfonía es útil. Ustedes a los españoles nos llaman gallegos, pero los gallegos, gallegos, que es un pueblo estupendo y tienen una serie de figuras típicas que ya se han perdido: el afilador, que iba con su rueda afilando cuchillos; y había otro que era el hombre orquesta, iba por todos lados, y era un señor mitad titiritero, mitad músico, habrán visto porque es universal, llevaba su guitarra colgada, llevaba una cosita de alambre en la que ponía una armónica, después atado a un pie iban unos platillos y al otro pie un bombo con el que golpeaba, y este señor tocaba a la vez -muy mal- cincuenta instrumentos, imagínense como sonaba.

El ministerio ordenado no es un hombre orquesta, es un director de orquesta, y frente a él no hay aficionados, hay profesores. El bautizado es profesor en viento, en madera, aunque no sepa nada, porque tiene al Espíritu de Dios con él. Entonces no se trata de que hagamos de solistas, hagamos de violinista, hagamos de instrumento de viento, hagamos… están los bautizados, y usted tiene un palito que se llama batuta, una partitura que no ha escrito usted, y eso sí, su ritmo personal porque no es igual una sinfonía dirigida por Von Karajan, que una sinfonía dirigida por Frides de Burgo. Es verdad, usted pone su impronta y es mucho más difícil ser director de orquesta, que ser hombre orquesta. Y el pretexto del hombre orquesta es: «como no saben…» Posiblemente el que no sabe es usted, porque no sabe sacar los acordes que el Espíritu Santo ha puesto en esas personas. Ser padres pero no clonar la propia imagen a los hijos, son hijos de Dios, que tienen ya un buen Padre, no suplantemos al Padre Dios, sirvamos al Padre Dios. Respeto a las conciencias y respeto a la acción de Dios. Un buen sacerdote no es el delantero centro de River o de Boca que está puntero en la tabla de goleadores, y al que aplaude la gente, es un mediocampista que reparte juego, su gloria son los fieles, no su acción. Un buen sacerdote es aquel en cuya parroquia hay gente más santa que él, más activa que él, más creativa que él, más eclesial que él y más buena que él; y eso quizá, gracias a él. La enemiga de la fraternidad es la envidia del hijo que quiere ser unigénito, imaginaos la psicología de un unigénito de esos revestida de cura, y envidiando a todo el que sobresale en la parroquia y cortándole las alas, paralizando cualquier acción, cualquier actividad. Esto es muy grave, aunque se pueda bromear y aunque luego hay que tener sensatez, porque no todo lo que sale de los fieles es correcto, precisa un discernimiento, pero un discernimiento que es discernimiento, no es un decreto. Pongo un ejemplo, nosotros somos padres como el que se casa con una divorciada o una viuda madre de tres o cuatro hijos, eres padre pero hay que tener cuidado, porque en cuanto te pases un poco de la raya los chicos te dirán: si tú no eres mi padre, tú en todo caso eres Pepe, o eres el tío, y llevan toda la razón, tú no eres mi padre. Somos los amigos del esposo pero no el esposo, el Evangelio lo dice muy claro. Pero nos hacemos el esposo, hasta cuando criticamos a la Iglesia como si fuera nuestra esposa, cuando el esposo, el dueño, el que ha dado la vida por ella, la ve desnuda, sanguinolenta en el camino, se coge discretamente su capa, la pone encima, la besa y la purifica. Y los amigos del esposo le decimos: «¡prostituta que has traicionado a tu marido!». Si no somos su marido…

La afirmación de la paternidad es una afirmación de la no-paternidad, no sé si se entiende, pero eso es así. Es muy delicado ser padres de hijos que no son propios. Cuando los grandes fundadores y reformadores han puesto a San José como patrono, como modelo, podía haber algo de pietismo, pero había una intuición genial, porque José es el que acompaña a la Iglesia madre, preñada de Dios, y desaparece a tiempo. Es un modelo ideal… el sacerdocio es josefino 100 x 100… nosotros no tenemos útero para engendrar a los hijos de Dios. Acompañamos a la Iglesia madre donde Dios los engendra, con un respeto exquisito. Esto sería el primer aspecto. Habría que insistir mucho sobre él, pero es un aspecto más homilético que teológico una vez que se ha planteado. Una gran parroquia es una parroquia plural, variada, con un solo director de orquesta. Eso es una parroquia grande. No es una circunscripción administrativa con el derecho de estola que llega hasta esta calle, y los muertos que los entierro hasta los del número 15. Y ahí no entra nadie porque ahí está el perro guardián, no guardando a las ovejas sino evitando que se metan otros. Lo bonito de un párroco es decir a la parroquia de al lado: «que yo no sé hacer esto, por qué no venís». ¿Por qué se concibe a la parroquia como el ámbito de jurisdicción de un sacerdote, y no como el lugar desde donde se misiona? Que es distinto, no parroquias territorio cerrado, sino territorio abierto, misionero. Estamos en una concepción de la parroquia medieval, -castillo cerrado-. ¿De dónde viene esto?, pues viene de que el párroco se confunde con una paternidad de tipo absorbente, del tipo totalitario, de tipo… Ahora si tú no eres de la pastoral juvenil, por qué no llamas al de al lado para que te lo haga. Si tus fieles están cansados de tu predicación, vete a la de al lado a predicar quince días y darle la paliza a los de al lado, y llama al otro para que descansen de ti. Y esto tendría que ser algo como natural, hoy no es natural. La jurisdicción es la marca jurídica del respeto a los hermanos en el ministerio, pero no es el título de derecho sobre los fieles. Cuánto habría que cambiar! Ahí hay todo un camino, ¿cómo enseñar esto a los muchachos?, ¿cómo enseñarles que San Francisco es más santo que todos los curas de su época juntos?, y que eso está muy bien, que tiene que ser así.

Lo del hombre orquesta y el director de orquesta, que ni la partitura es nuestra. En este sentido la paternidad presbiteral es un servicio a la objetividad de la salvación en Cristo Jesús, un traer el misterio pascual. Por eso, decía que uno no se predica a sí mismo, eso lo puede hacer el carismático: «mirad el Señor me ha dado este don, miradme»; humildemente lo puedo decir pero el sacerdote no puede decir miradme, tiene que decir «miradlo». Es el dedo que apunta, -cuando el dedo apunta a la luna, el tonto mira el dedo-. Ahora pecado es del dedo si se pone lucecitas de colores y hace que miren a él. No es el tonto el que mira a la luna, es el dedo el que está equivocando. Imaginaos que las señales de tránsito fuesen obras de arte de Velázquez, de Miró… habría choques continuamente. Gracias a Dios la señal de tránsito, es sólo eso, bien dibujada en el lugar oportuno. El conductor es conductor, ha pasado su examen, ve la luz verde y sigue. La calidad paterna del ministerio sacerdotal exige mucho respeto al fiel. Yo no entiendo a los sacerdotes que dicen: en mi parroquia no quiero siglas, aquí sólo hay grupos parroquiales, porque lo demás no es diocesano ni es… oiga, un momento, una cosa es que tengan que respetar el ámbito parroquial, y respetar la orientación global que usted está dando a la parroquia y otra cosa que no quepa lo que es un don del Espíritu a toda la Iglesia, incluida su parroquia. En el fondo ese totalitarismo paternalista es una pobreza teológica, ideológica y espiritual del sacerdote. Y si no, haced la prueba en vuestra historia, y en la historia ajena. A más riqueza propiamente ministerial, más apertura -con discernimiento-. La parroquia es pueblo, no es sociedad, no es asociación.

Si queréis un paréntesis: en nuestra riquísima Edad Media, empieza a aparecer el fenómeno asociativo con las órdenes religiosas, con los grandes movimientos, entonces hay un conflicto que lo podéis establecer en el siglo XIV, en la Universidad de París, en aquella lucha de los maestros seculares contra los mendicantes. El Papa le dio la razón a los mendicantes. Los maestros seculares reivindicaban la naturaleza de derecho divino de la parroquia. Claro, era una exageración muy grande, enorme, pero desde entonces en la Iglesia no acabamos de conectar lo que es el pueblo abierto como base y lo que es el grupo carismático o comunidad homogénea como enriquecimiento. ¿Dónde está la clave? En un ministerio rico. En un ministerio con una paternidad auténtica, ahí está la clave. Cuando el ministro pueda hacerse franciscano con el franciscano, y dominico con el dominico, y tenga esa calidad sacerdotal y ese cariño y ese decir: «que no le falten a éstos vocaciones; antes que mi Seminario miro por ellos», el Señor nos regalaría a nosotros. Esto está muy lejos hoy de nuestra mentalidad. No somos padres creadores, somos padres nutricios como José, o adoptivos, o delegados, o misioneros o pongan lo que quieran, pero Padre-Padre, sólo hay un Padre: el Padre de nuestro Señor Jesucristo.

Convencerse de esto no es fácil, pero por ejemplo una consecuencia para formadores de Seminario, cuando ustedes tienen fracasos con seminaristas porque se marchan o entran en crisis, nosotros mismos entramos en crisis, nos enfadamos con esos chicos, los tachamos a veces de nuestra lista; parece que nos han traicionado, que nos han abofeteado, que nos han clavado un cuchillo por la espalda, y no caemos en la cuenta de algo muy sencillo. Que no son nuestros. Que son del otro. Que yo hago mi misión y paso. Esto se dice muy fácil, pero a la hora de la verdad es muy difícil. Pero tiene que ver con la paternidad. De tal forma que todo lo que digamos de la santidad del sacerdocio hay que entenderlo desde la misericordia divina y desde el realismo de la encarnación.

Un segundo elemento en la paternidad ministerial. Toda paternidad humana, toda, la del padre de familia, la del maestro, es una paternidad parcial, nadie pare totalmente. La mamá necesita al papá, el papá necesita a la mamá, y ellos al educador, si no hay primos y tíos y cuñados, ahí falta algo…, etc. Toda paternidad es muy parcial porque el único padre total es Dios. ¿Cómo se traduce eso en el sacerdocio? Aquí está ese número 74, 6 de «Pastores Dabo Vobis». Nosotros podemos concebir el sacramento del presbiterado de dos maneras: Dios hace caer el Orden sobre cada uno, como las mónadas de Leibniz, y cada uno es un sacerdote sin más calificativo. Cada uno podría ejercer el sacerdocio como absoluto. Luego viene la vida de la Iglesia con la legitimidad del derecho eclesiástico, con las exigencias de la pastoral, con los elementos de fraternidad, y entonces ponemos en conexión y de alguna forma limitamos esa totalidad: «usted, limítese a eso, y enganche con esto». Se puede concebir así. Entonces el presbiterio, o el colegio episcopal, serían colegios de tipo jurídicos posteriores a la sacramentalidad, -extra sacramentales-.

Pero también se puede concebir de otra manera, que ya en el nacimiento sacramental nazcamos así. Que el presbítero sea simultáneo con el presbiterio: en cuanto hay un presbítero ya hay un presbiterio. ¿Por qué? Porque el sacramento no es la refletio de la totalidad del sacerdocio de Cristo, sino que es la entrada en un colegio sacramental que ejercita una dimensión especial del sacerdocio de Cristo. En esta conclusión nacemos siameses, en esta concepción nos enganchan unos a otros. En esta concepción si podemos darle una patada al enganche… mucho mejor, porque todo corsé oprime; en esta concepción no podemos prescindir-de… porque entonces se rompería nuestro mismo sacramento.

Claro, teológicamente esto tiene unas consecuencias….., pero el planteamiento es lo que me interesa. El presbiterio para mí no es el conjunto de presbíteros de una diócesis, el presbiterio es mi matriz sacramental… mi matriz sacramental. El Seminario es un presbiterio en gestación. No es un instituto público donde se capacita a la gente para recibir el Orden. Esto tiene también consecuencias muy fuertes. ¿Qué sería entonces la colegialidad, tanto a nivel episcopal, como a nivel presbiteral?, -aunque el Concilio a nivel presbiteral no habla de colegialidad, sino de fraternidad sacramental, pero es igual teológicamente- Lo que ocurre es que se quiere evitar, con razón, que el presbiterio sea un presbiterio universal, porque entonces serían nuestros obispos. Esa colegialidad es que tú no tienes la dosis total de paternidad que te corresponde como presbítero sin tener en cuenta la totalidad de tu pueblo, sin tener en cuenta la totalidad del presbiterio. Ejemplo: no es buen presbítero, como presbítero, aunque sea heroico, el sacerdote que cuando se marcha de una parroquia no lo puede suceder sino un superhombre del presbiterio: Es que en esta parroquia tenemos tal línea, y si no la sigue me hunde la parroquia; usted no ha hecho una parroquia, usted ha hecho una asociación. ¿Por qué? Porque nadie puede actuar como presbítero sin estar mirando a la totalidad del presbiterio. Hay que discernir a todo el que viene a la parroquia, pero ¿quién tiene el discernimiento? El obispo con el presbiterio… no sólo el párroco. Tendrá que preguntar a los presbíteros de la zona: ¿qué les parecen los catecumenales, qué les planteamos?, ¿qué pasos hacemos con ellos? Vamos al obispo a ver que opina él… Eso, sí, es un discernimiento… Lo otro es una chantada. Es una arbitrariedad, porque la colegialidad es sacramental. Luego es jurídica porque tiene que traducirse a unas normas para convivir, y tiene un aspecto y una dimensión necesariamente jurídica. Porque además un presbiterio tienen que comunicarse entre sí con un presbítero. Si son presbiterio cerrado ya no son presbiterio, entonces tiene que haber unas normas de comunidad, de… pero hasta el presbítero religioso tiene que pertenecer, mientras está y con toda realidad, a un presbiterio diocesano… si no, no es presbítero. Que las formas jurídicas tendrán una flexibilidad distinta a la que se aplican a los sacerdotes que se han definido en su servicio a esta diócesis… claro, pero en cuanto a sacramentalidad no puede haber diferencias.

El presbítero es para la Iglesia universal, si no no sería sacerdote, sería sólo ministro de una localidad; pero para la Iglesia universal a través del presbiterio de esta Iglesia particular. Yo puedo estar quince años, por enfermedad o lo que sea, sin ejercer pastoralmente mi sacerdocio, pero yo puedo estar vinculado sacramentalmente al resto del presbiterio, orando por mi presbiterio y siendo co-presbítero. No hay apóstoles, sólo hay coapóstoles, los doce. No hay obispos, hay coepiscopos. No hay presbíteros, hay copresbíteros. Esto es lo que se deriva de la colegialidad. Es mucho más que un elemento moral: «Ud. debe colaborar». No es eso. Hay más parentesco espiritual entre dos presbíteros que entre dos miembros de una orden religiosa. Cuando un presbítero vive su presbiterado apropiado, al margen de esta fraternidad sacramental, al margen de la colegialidad episcopal, porque irse del presbiterio es romper con el obispo, -desde un falso universalismo, o desde un particularismo- lo que está sufriendo es la misma sacramentalidad de esa persona. Esto es muy serio.

Otro ejemplo, el presbítero nunca es «de…», «de la parroquia», sino que «está, pasa por, sirve a…» el presbítero es de la Iglesia particular para la Iglesia universal en la unidad pastoral que le toque. «Pero mire Ud., es que yo soy cura del movimiento X, y a mí no me saque de X nunca, y mi metodología es de X, yo soy militante de X». No, Ud. no es militante, Ud. es presbítero que sirve y acompaña al movimiento X en nombre de todo este presbiterio presidido por su Obispo, y Ud. abre al movimiento X a la totalidad de la gran Iglesia. Yo no puedo ser presbítero en un lugar donde me obliguen a ser militante, porque entonces recorto mi presbiterado. Donde me pidan que los quiera, los acompañe y los comprenda, sí.

Esto supone cambios reales, cambios muy reales. Comprendo que es discutible y comprendo que uno diga cuidado que nos hace religiosos sin darnos cuenta. Yo creo que no, que hay una razón honda y muy apoyada en los textos conciliares. Hemos de tomar en serio la colegialidad (la famosa Nota Previa de L.G., por la que entonces todos los de avanzada han puesto el grito en el cielo, y que nos ha salvado); esto no es un colegio de tipo jurídico, sino de naturaleza sacramental. El mismo sacramento te vincula a los copresbíteros. Qué es la ordenación? Es un colegio que está en un altar que le dice a un fiel venga al altar o suba al altar e imponga con nosotros las manos y en el momento en que entra en ese grupo mediante el gesto ya es. Esto es una variante, porque hasta la praxis es distinta: en la época de los que tienen mi edad y para arriba, te ordenaban en una misa y luego decían: «voy a celebrar mi primera misa». No! Si tu ordenación es tu primera misa. Por qué? Porque la ordenación consiste justamente en que los que tienen el carisma de la presidencia dado por la Iglesia lo comparten contigo en un gesto sacramental. Entonces, ¿qué es la ordenación? Una cooptación de carismas.

Por qué concebimos nuestro ministerio como un ministerio enclaustrado en una parroquia o un movimiento si el primer interés en la Iglesia particular es la Iglesia universal? Aunque todo mi trabajo lo haga en la parroquia. Es que yo voy al obispo y le planteo siempre que en esta zona no hay curas, y que… No. No. Yo voy al obispo a decir: en la diócesis podría haber un equilibrio mayor…, pero no voy como defensor de mi parroquia; eso no es ser presbítero eso es ser presidente del consejo pastoral de la parroquia. No confundan. La successio: si tú no puedes suceder al 80% de los miembros de tu presbiterio tienes que revisar tu vivencia del presbiterado; pero si a ti tampoco te pueden suceder tienes que revisarlo también. Entonces la paternidad es una paternidad muy abierta. Me voy de la parroquia: «querido hermano, ahí tienes a mis fieles, mis amigos son tus amigos». Vengo a la parroquia, somos tres compañeros trabajando, no es mi guetto, y tu guetto, y tu guetto. -«Mira no te confieses conmigo que ya somos muy amigos vete con el padre tal y que tiene un poquito más de distancia y puede ayudarte». Presbítero propietario es presbítero que no tiene la colegialidad, entre otras cosas, y por lo tanto no es un atentado contra la moral del presbiterado sino contra la naturaleza del presbiterado.

Ante todo esto, la misericordia, nosotros vemos y hacemos lo que podemos y el Señor hace lo que nos falta y en todo caso hay siempre perdón y misericordia. Y en último término, hasta de las diferencias Dios sacará un bien. Esto no es para cargar las espaldas sino para aliviar. La colegialidad no se vivió prácticamente durante siglos y la Iglesia sigue, seamos sensatos. En el momento en que empezara a vivirse más intensamente la colegialidad no sólo moral sino sacramental, ¡sacramental!, habría una ganancia de paternidad. En el lenguaje coloquial suelo decir que el presbiterado en este sentido de intercambiabilidad donde cada uno es cada uno y no todos servimos para todos los puestos, pero esa cierta intercambiabilidad es en el presbiterado como el RH+ de la Iglesia, esa sangre que vale para todas las sangres. El presbítero tiene algo de esto porque cualquier carismático tiene hábitos muy definidos. Lo que define al presbítero no es una subjetividad codificada por el espíritu sino una capacidad de servir a lo objetivo de la salvación y por eso aunque sea una exageración, pero el Pater Whisky de Graham Greene en «El Poder y la Gloria», por ejemplo, es cura y un buen cura. ¿Por qué? Porque más allá de su cobardía, del hijo ilegítimo que tiene, de la bebida, de la huida del martirio, es un hombre que cuando alguien le dice ¡a confesar! ve que es una trampa, pero dice «me han llamado a mi ministerio, tengo que ir». La Iglesia nunca se asustó de los sacerdotes con vida relativamente inmoral, y hemos tenido una Alta Edad Media con un pueblo lleno de fe con malos sacerdotes en ese sentido, pero con humildes sacerdotes que servían al altar.

Por último, como esa paternidad nosotros vamos a decir la palabra «servicio», servir, el que vino a servir y sólo servir. Qué tipo de autoridad es la que habría que ejercer, qué cosas muy concretas desde la acogida de un despacho parroquial hasta el negar un sacramento, la forma, el modo, el cariño el afecto, etc. Eso entra en estética, que es antes que la moral, en los modos de servir. En esto somos muy racionalistas; hemos manejado el verum y el bonum, tenemos teólogos y moralistas. Cuando llegó el Concilio dijimos: ya tenemos el verum -los documentos- y el bonum -la buena voluntad-, ya está hecha la reforma. Pasan 30 años y no hemos hecho nada. Falta un elemento: el pulchrum. Es la belleza que arrebata, la gloria del Señor. Es la estética profunda, todo lo que nos ha descubierto von Balthasar en su obra «Gloria». Esto es una cuestión no tanto moral cuanto estética, de estilo.

Lo que necesitamos es un nuevo estilo sacerdotal, y el estilo no se hace sólo estudiando y practicando, sino contemplando, rezando, dejándose llevar por la Iglesia. El estilo necesita mucho tiempo. Un señor descubre petróleo y es un nuevo rico, pero no tiene el estilo de rico, no sabe dar una propina a tiempo, no sabe tratar a los subordinados, la gente dice «es un nuevo rico». Claro, es que no tiene estilo; tiene dinero, pero no estilo. Luego viene el hijo que gasta todo lo que el papá ha trabajado, y luego viene el nieto que rearma un poquito. Y el nieto ya tiene estilo, la 3ª generación.

Nosotros somos sacerdotes que perdieron su estilo porque ha habido un cambio total. Tenemos el verum con todos los documentos de los Sínodos, que han concretado mucho el Concilio, tenemos el bonum porque hay mucha buena voluntad y tenemos una ética tradicional, pero estamos construyendo el estilo. La función de los Seminarios será construir el estilo, por eso el Seminario necesita ser un tiempo para algo de tranquilidad, de calma, de escuchar, no de imperativos categóricos. En la reconstrucción de la paternidad la palabra servicio es clave y servicio quiere decir un estilo. Un estilo de gente muy sencilla, gente muy cordial, pero con una autoridad seria y un estilo que no se va torciendo en dos años. El problema del cura de hoy es nuestra falta de estilo. La gente todavía no capta un estilo y está confundida y no es culpa de nadie sino que estamos en época nueva. Y el estilo saldrá porque es el gran fruto del Espíritu Santo. El estilo es hijo del tiempo y de la gracia, y de esas dos partes: el verum y el bonum. Pero con tiempo y con gracia. El estilo se produce cuando no hay que pensar, cuando se asimila el pensamiento. El estilo es la esencia, cuando está tan asimilada que sale sola, uno no tiene que proponérselo. El estilo vale sobre todo cuando uno está de vacaciones. A los seminaristas hay que hacerles esa prueba: cuando la vacación supone un cambio de estilo habría que decirle: Ud. no está preparado para esto. El estilo no tiene vacaciones, la acción pastoral sí. Entonces, ¿cuál es el estilo? El servicio. Lo que define al sacerdote en toda la vida, pero muy especialmente del siglo XXI será el servicio. De «señor cura» a «hermano» que hace presente al Padre de Nuestro Señor Jesucristo. Esto a veces hasta supone una dificultad para los chicos, pero también para nosotros, para situarnos: cuando por ejemplo no recibimos la gratificación (…)

… No te dejan ejercer de padre en el estilo antiguo de la paternidad, y viene el «que» hago yo aquí. «Vean, las procesiones las organizan, por lo menos en mi tierra, los concejales o ediles de Cultura. Ya el cura no las tiene que organizar, al revés, si no va, si se puede escapar, mejor. Porque ya de procesiones religiosas tienen poco. La fiesta de Semana Santa te la organiza el Departamento Cultural del Ayuntamiento. Hasta en algunas ocasiones, la fiesta del Santo patrono: «el Excelentísimo Ayuntamiento tiene el honor de invitar al Sr. Obispo a que presida la misa…» y entonces uno dice: ¿y yo aquí qué hago? Bueno, de momento hay una salida: voy a hacer los papeles de estos viejitos para que les den la jubilación, voy a llevar a éstos al asilo, está bien que hay que hacerlo, pero llega un momento en que uno se pregunta: ¿Para esto…célibe, entrega total, toda la vida para esto, es mucha ropa para poco pollo.

La salida es un estilo: la paternidad en el Señor. El cura es una persona que tiene que ir pidiendo permiso en cada paso; dando las gracias en cada cosa que consigue, convenciendo por la palabra, pidiendo perdón cuando tiene que negar algo y que se le note que sufre: «Señora, es que no puedo administrarle ahora mismo ese Bautismo, me duele, voy a estar todos los días en la casa de ustedes de visita, vamos a esperar al máximo» y no: «la orden del episcopado es A. B. C.: no hay Bautismo»; es otra cosa diferente. «Es que no hay confirmación si Ud. no cumple tres años de catequesis». Sí, es verdad, pero hay otro modo de decirlo. «Mire, yo me pongo de felpudo para que Ud. me pise, con tal de que Ud. haga la catequesis, y si tengo que viajar para ir hasta su casa a darle catequesis, voy, hasta que Ud. se convenza que no es una imposición, es un ruego». Claro, construir ese estilo tiene que ver mucho con la paternidad. Todo arranca desde el primer punto del que partimos; en cuanto consideremos hijos de Dios a los bautizados, todo esto como que cae de su peso.

No sé aquí, por que cada país tiene su historia, pero en mi país debido a la guerra (terrible para los sacerdotes de mi diócesis, murieron el 40 por ciento, y además de formas terroríficas), pues en la posguerra con el triunfo del nacional catolicismo fue el cura, primera magnitud sola. Entonces el cura en esos pueblos de 20 o 30 mil habitantes era, pues, el cacique local (bondadosos). En broma se podría hablar de muchos, como un hombre famoso, en mi tierra, ya muerto, que entraban en las casas y decían: «Fulana, dame veinticinco mil pesetas que necesito para… venga». O «tu hija está de novia mal, eso hay que cortarlo». Y ay! de quien se opusiera. Y que por la calle le podía decir a uno: «que no te he visto en misa de los domingos». Se llegó incluso a llamar a la guardia civil cuando había gente trabajando en el campo en domingo. Barbaridades, a veces con mucho corazón. Claro, el cambio de ese estilo al nuevo estilo pasa por una generación que está al descubierto y la función de los formadores de Seminario sería acelerar ese proceso con su propio sacrificio personal; -no es sencillo-, mediante el estudio, los planes, las pedagogías y la auto destrucción personal en ese servicio. Comprendo que esto no es ninguna receta. No sirve para nada prácticamente. Es clarificar un poco. Pero no olviden esto: que en el tema de la paternidad, como en todos los temas, no bastan el verum y el bonum: ya lo sé, luego lo hago. Nuestra revisión de vida de la Acción Católica que tanto hemos practicado y que tanto bien ha hecho, pero tan simple: ver, juzgar, actuar. Ver la pieza, cargar la escopeta y tumbar la paloma. ¡No hombre! Ver no es sólo ver, juzgar no es solo juzgar, es también contemplar y a veces no se actúa. Es recibir.

En la creación del estilo la vida de oración juega también. En este sentido hay que recordar un pasaje, y termino aquí. Recuerden que en Mc. 1, en lo que han llamado la jornada pastoral de Jesús, esa jornada tipo que Mc. hace para su comunidad dándole la vuelta a nuestros horarios, en él era al revés como buen judío, acuérdense que empieza en la madrugada con la oración de Jesús, continúa en la mañana en un sábado en el oficio de la sinagoga, sigue mediodía entre amigos y termina por la tarde con enfermos. Una jornada tipo de Jesús. Analicen despacio lo de la madrugada. Es decir, ni siquiera el Hijo puede prescindir de preguntar cada día al Padre ¿qué quieres que haga? Cuando van a decirle: «vete que en Cafarnaúm te esperan», el Hijo, que ha estado rezando les dice: «no, me voy a otras aldeas, yo no soy de Cafarnaúm soy del Padre». La liberación de un estilo de padres al servicio implica un contacto permanente con el Padre, es decir, si alguien tiene que vivir la filiación en una oración permanente de Padre Nuestro, es el presbítero. De lo contrario su misión se vuelve contra él y le atrapa, le destruye.

Para el trabajo en grupos:

  1. Dificultades concretas que ven para vivir la paternidad, tanto por parte de los formadores en el Seminario, no del cura en general, como del seminarista formando.

  2. ¿Qué dificultades concretas vemos aquí y ahora, para ejercer nuestro ministerio de padres en el Seminario y para enseñar y trasmitir el ministerio de padres a unos seminaristas que tienen un perfil determinado, que son de una época, con un estilo.