BOLETIN OSAR
Año 5 – N° 10

 

El equipo formativo,
formador desde la paternidad y para la paternidad
Encuentro Anual de Formadores

La paternidad revelada por el Hijo

 

I – La paternidad en crisis

Habría un primer tema que sería las dificultades actuales para comprender y ejercer la paternidad, y dentro de ese tema el primer aspecto es un conjunto de sucesos expresados muy en esquema, en síntesis, para ver cómo la imagen y la presencia del padre se nos ha ido yendo, como esto no es de hoy. Tanto no es de hoy que la primera gran crisis de la gran Iglesia cuando ya supera el judaísmo, la reacción ebionita, la primera gran crisis, el gnosticismo, parece ser, según los especialistas de la época, que contiene en sí, en su radicalidad más íntima (como todos los movimientos gnósticos) un rechazo del padre, de lo paterno. Para los gnósticos el espíritu es autosuficiente, el Antiguo Testamento no existe, se niega; la creación material es mala; la historia no tiene sentido. No hay Padre. Sería bonito examinar este aspecto porque no hay muchas analogías, pero basta con citarlo.

El proceso mas inmediato hunde sus raíces, sin embargo, en la Edad Media. La Iglesia medieval, hundido el Imperio Romano, se convierte, asume su misión de «mater et magistra» de muchas naciones, de muchos pueblos.

Los Papas son convertidos por el pueblo en defensores de Roma, de Occidente, de la cristiandad. La Iglesia levanta, revive desde la gracia, desde los sacramentos, pero también desde un trabajo de educación humana, revive la paternidad hundida, la institución arruinada. Reestructura la familia, muchos sínodos medievales tratan de la prohibición del incesto, de los impedimentos dirimentes, o por ejemplo ensayan una nueva ciudad ordenada bajo un «Abba», un Abad y una regla -la regula- que dará lugar a los monjes cenobitas y posteriormente a los religiosos, pero en el fondo llega a la ciudad. El mismo episcopado desde la crisis gnóstica y mucho más en el medioevo asume funciones de estructuración de la ciudad. Es decir, el obispo no solamente es obispo de la Iglesia, es un magistrado de la ciudad. Por tanto, con la Iglesia, la vivencia de la paternidad, Dios Padre, padre humano, padre obispo, instituciones, monacato, enseñanza, la paternidad y el padre vuelven a instalarse, se robustecen.

Hay un segundo momento: gracias a eso, a esa evolución, en la misma Edad Media comienza a producirse un fenómeno novísimo, que es la adolescencia como período largo, no instantáneo. En el animal no hay adolescencia: cachorro – adulto. La adolescencia es un periodo humano en que se tiene pensamiento de adulto, deseo de libertad de adulto, rebeldía de adulto, y sin embargo realidad de no adulto, adolezco, me falta, no tengo. Es el momento en que se rechazan los límites, los padres son límites, las instituciones son límites, las obligaciones son límites y en que se sueña con una libertad sin límites. Es una libertad soñada, no ejercitada. Por tanto es una edad en que se sufren los límites y eso puede provocar una rebeldía honda.

En las culturas la adolescencia ha sido siempre muy corta. Ha coincidido con el rito de iniciación a la adultez. Un maestro, un gurú, unos ritos, un tiempo, e inmediatamente el jovencito recién salido de la infancia es un adulto cazador, un adulto que se casa y un adulto que engendra. En las grandes civilizaciones, en las clases adineradas ese momento aumenta su extensión. Pero sobre todo en la Edad Media la adolescencia se prolonga y la primera gran ruptura generacional se produce.

El celibato, las escuelas catedralicias, la universidad naciente, es decir, el estudiante. Un largo período en que uno no es ni niño ni adulto, en que uno tiene el ejercicio de las libertades, pero no la responsabilidad de ese ejercicio público.

Las algaradas estudiantiles en la universidad, las tabernas, la vida pícara. El pícaro es siempre el estudiante, el estudiante es siempre el pícaro, la adolescencia se prolonga. Ahí empieza un período que llega hasta nosotros, algunos psicólogos dicen que la adolescencia termina a los 30 años. Empezó en la Edad Media. De tal manera que los grandes movimientos son rupturas generacionales que empiezan a sentirse incómodos con la teoría y la práctica de la paternidad en todas sus dimensiones: política, económica, eclesiástica.

Todas las dimensiones de la paternidad son contestadas, incomodan. La vida se ha hecho más fácil, ha habido un gran crecimiento económico en el siglo XII. Los burgos han crecido, la burguesía está naciendo y el hijo de la burguesía tiene tiempo para desarrollarse. Ya no tiene que ser guerrero ni trabajador al día siguiente. Ese es el estudiante. Y junto con los hijos de la burguesía muchos hijos del pueblo que son acogidos en monasterios, en escuelas y que son orientados a la carrera clerical.

El movimiento de Aquitania, (recuerden: la dama, los trovadores, el amor platónico) es la historia del efebo y la dama. El efebo que se enamora de la dama madura, casada y que le canta trovas. El marido anciano que consiente porque el amor es platónico, espiritual.

Frente a la institución se comienza a predicar el evangelio. Los valdenses o los nuevos gnosticismos que nos vienen de Oriente: los cátaros, los albigences. Pero también grupos cristianos ortodoxos: los franciscanos. Francisco es un juglar de Dios, canta en occitano, la lengua de Aquitania. Su madre pertenece a ese movimiento: Madonna Picca.

Es un gran poeta de la bondad, la fe, la caridad. Es decir la misma institucionalización a la que la Iglesia sirve por amor al mundo, en su riqueza, en su crecimiento produce un fenómeno, el adolescente, el efebo, el estudiante.

Esa edad intermedia que adolece de todo y que protesta y se rebela. Lucifer seguro fue adolescente igual que Adán en el paraíso. El adolescente quiere ser como dios, no quiere límites. El adolescente se enfrenta al padre opresor, limitador, sea padre civil, económico, político o eclesiástico.

Eso explica un curso de movimientos violentos durante varios siglos que son las llamadas revoluciones burguesas, que no son más que reapariciones, cada vez más profundas y más totales de esa fractura generacional entre adolescentes creativos y rebeldes y padres conservadores y duros. El luteranismo: ¡fuera las mediaciones, fuera los falsos padres revestidos de mitras y tiaras! La Revolución francesa: ¡quitemos la cabeza al Rey! Es decir: quitémonos la cabeza que nos oprime. La revolución francesa se hizo mediante la guillotina, quitando la capitalidad. ¡Qué adolescente es eso! Tantas cabezas rodaron porque se quería hacer quitar toda cabeza.

El marxismo contra el padre economía, los proletarios, los que no tienen nada y por último la revolución juvenil o revolución sexual del ’68: ¡Abajo la institución! ¡Vivan los niños de las flores! ¡La imaginación al poder! ¡Qué grande es ser joven! Juventud eterna, etc., etc., etc.

Por tanto, este primer bloque sería releer una historia de revoluciones, es decir, una fractura generacional que nace con la adolescencia siempre en épocas de crecimiento cuando hay mas jóvenes, cuando hay más niños y cuando hay más sentimiento del límite. Las revoluciones son impensables en la China milenaria del hambre. Habrá algaradas, pero el hambre se encarga cada 20 ó 30 años de eliminar una parte de la población. Las infecciones hacen el resto. No tiene por qué haber revoluciones.

Para que haya revoluciones tiene que haber adolescencia. Adolescencia es conciencia dolorosa del límite, de la limitación y rebeldía contra la paternidad. La revolución no es una algarada. Es otra cosa. La revolución es un intento de construir una fraternidad religiosa, política, económica, sexual, pero una fraternidad sin padre, o contra el padre, sin capitalidad, sin cabeza.

Esto es la revolución. Si ha habido cuatro es porque el proceso de institucionalización había sido tan hondo que ninguna revolución había sido capaz de acabar con él. Y al final acababan institucionalizándose también. Pero ese fondo de ruptura volvía a aparecer a los 50, a los 100, a los 150 años en una revolución que reeditaba las anteriores, más amplia, tocando otros terrenos y más global o completa, por lo tanto, más peligrosa. La última, como digo, ha sido la de 1968.

Las ideas empiezan a cambiar. Un primer cambio lo produce un fraile: Joaquín de Fiore. Él o sus seguidores plantean la doctrina de las tres edades: La del Padre -creación-, la del Hijo -Historia de la salvación sacerdotal y jurídica- y la del Espíritu, que está por venir -historia monacal y de la caridad con un mínimo o un nada institucional- Lo que hace Joaquín es traer al futuro temporal lo que siempre hemos tenido como Reino de Dios pero saltando ya al futuro y en la eternidad. Entonces Joaquín frente al agustinismo, y todo lo anterior cuyo esquema en este sentido era dual: Antiguo y Nuevo Testamento; antes de Cristo y después de Cristo; mientras que el tercer término está ya fuera del tiempo. es el Reino en el Padre entregado por el Hijo. Sin embargo ahora es un esquema histórico tripartito. El pasado arcano ya no existe, la edad del Padre. El presente es transitorio, legal, en el fondo incómodo. Hay que abrir paso a esa tercera edad donde la ley, la institución, el sacerdocio, la obligación, serán sustituidas por el Espíritu Santo y por la caridad monacal. Es la primera vez que entre los cristianos se separa un poquito -y lo malo es que luego se sigue separando- al Espíritu Santo de Jesucristo. Jesucristo queda como una especie de Juan Bautista que anuncia la venida del Espíritu. Pero el Espíritu no es el Espíritu de Jesús. Será otro momento y llegará a cuasi encarnarse en un hombre carismático, en un gran profeta que Pedro de Olivi y algunos franciscanos entendieron que había sido San Francisco de Asís, a siglo y medio de Joaquín de Fiore. Pero lo más importante de esta teoría es el nacimiento del progresismo. Si aparece el progresismo, es decir, más que una doctrina, es un perfil de pensamiento complejo que desprecia el pasado y ve la realización en un futuro histórico de tal forma que el presente solo tiene sentido como preparación para ese futuro. A partir de Joaquín de Fiore a lo largo de toda la modernidad, se va a ir secularizando esta doctrina y aparecerá la doctrina de las tres edades en distintas imágenes. Recuerden a Comte, Hegel, Marx y muchos más.

Si leen el libro de De Lubac «La posteridad espiritual de Joaquín de Fiore», verán el influjo tremendo que este esquema tripartito y su fondo ha tenido en la secularidad. Con relación a nuestro tema esto tiene que ver en cuanto que muestra lo lejos que queda el Padre. Él inició y terminó. La adolescencia es el Hijo, la ley. La adultez ¿que es? El Espíritu y el Hijo no son ya las manos del Padre que está al principio y al final. Aquí es donde empieza la modernidad. Ha cambiado el esquema del tiempo histórico. La noción del tiempo. Lo que ahora va a venir de ideas se une y se casa con este cambio y los resultados van a ser muy fuertes.

El presente es corrupto, viva el futuro; hagámonos a nosotros mismos a nuestra imagen y semejanza. Si exprimimos un poco lo que ahí está latente; ¿qué es lo que está latente? La soledad de un mundo que sólo puede esperar en su trabajo de futuro. «Habrá un día en que todos, habrá un día en que todos…», lo que cantaba Laborde en los ´60, «…al despertar nos sentiremos libres y habremos construido, y diremos eso es lo que hemos construido nosotros».

No es solamente lo que llamamos proceso de secularización; es el fondo de ese proceso de secularización, el fondo negativo en este caso, porque hay un fondo positivo; y el fondo negativo sería esa ausencia de paternidad.

En ese mismo bloque de ideas pudiera hacer un recuerdo poned los nombres que vosotros simpaticéis más; cada uno tiene sus nombres propios, no son sólo los que yo presento, pero por ejemplo la línea nominalista creciente desde Escoto a Ockam: «de la primitiva rosa sólo nos queda el nombre», conservamos nombres desnudos de realidad. Lo retoma Umberto Eco como pórtico lingüístico de «El nombre de la rosa», una novela del nominalismo transtemporal.

Pero, ¿qué es lo que sucede con esta filosofía que está en el origen de la modernidad?, se va a abrir paso a la ciencia positiva, al dominio del mundo pero ¿y la vivencia del ser?, ¿y el sentido de lo real, el sentimiento de lo real? Poco a poco se va a ir orillando. Fijaos que no hablo de filosofía de la realidad, sino de sentimiento, sentido de lo real. Es decir, la experiencia de lo real de aquellos presocráticos: existo, esto es, es ser. Lentamente eso se va, y el lenguaje cuando llegue a la filosofía del lenguaje actual, pues va a ser un lenguaje de pequeñas verdades: Vattimo; pero hay mucho camino hasta entonces. Pequeñas verdades: un lenguaje de consenso. Si recordáis aquel libro de Hans Küng «¿Infalible?» -una pregunta- cuando él pone en cuestión la infalibilidad, no del Papa, sino de la Iglesia, porque no es del Papa lo que pone en cuestión; su gran argumento no es histórico, no es un ataque al Vaticano I, le da de pasada un par de palos, pero él sabe que ahí hay más leña de la que arde y pasa discretamente, pero donde agarra bien es en la filosofía del lenguaje y en cuatro líneas, con esa sencillez aparente con que Küng escribe, liquida la posibilidad lingüística del nombre.

Miren ustedes, la palabra humana no está hecha para ser portadora de verdades trascendentales; limítense a hablar para ponerse de acuerdo, de momento. Una verdad sustituida por el consenso y todo esto que tanto se ha repetido últimamente. Pero arranca de ahí, es un pensamiento de tipo adolescente, y adolescente no es sólo negativo, es curiosidad, es creatividad; pero es desvincularse de todo lo que le puede atar en esa creatividad: a la palabra le doy el sentido que tengo. Ustedes han pensado alguna vez en los cambios semánticos que cada autor introduce incluso en teología en sus obras? Existencial significa una cosa para Rahner, otra cosa para… otra cosa para… hoy antes de estudiar cualquier autor, primero hay que hacerse con un vocabulario de centro; ¿por qué?, porque todos nos sentimos hoy con derecho a cargar semánticamente las palabras según nuestra experiencia. Claro esto tiene sus consecuencias a la hora de… es la ausencia de un Padre que está antes del lenguaje: Abba. Es curioso pero yo creo… -si hay algún cristólogo aquí que me corrija, porque de eso entiendo poco-, pero me da la impresión de que la cristología fuerte y nueva nace en torno a todo ese estudio de Joaquim Jeremias, y los adlateres de «Abba, mensaje central del Nuevo Testamento». Ahí se recuperan muchas cosas perdidas. Hemos perdido las protopalabras, hemos perdido el respeto a la palabra, hemos perdido el respeto a la realidad que late en la palabra. Y no digamos cuando hoy la gramática se pierde, el léxico se estropea, lo audiovisual… bueno, eso ya es consecuencia; pero consecuencia sólo, no más.

Perdónenme el prólogo tan largo, pero yo creo que hay que situar el relato en sus orígenes, y esto es un relato. Si podemos coger esa línea de evacuación de la realidad de la palabra, pues también podríamos coger la línea de pérdida de la objetividad: por ejemplo Descartes, esa afirmación tan fuerte del sujeto. A partir de Descartes habrá que preguntarse si el mundo es real, no si el sujeto es real; y esto es precioso porque quiere decir que dentro del hombre está naciendo eso tan humano que es la caja negra del hombre: la subjetividad. Pero el gran peligro es que el ser humano moderno se va a ver encerrado en su caja negra, y lo de fuera le va a parecer irreal. Tendrá que conquistar la realidad de fuera, tendrá que hacer experiencia de lo de fuera. ¿Por qué? Donde él se sitúa es en la experiencia del propio yo… mi única verdad es que yo sufro, es que yo pienso, es que yo busco, esa es mi verdad. De ahí el salto, o Kant: crítica de la razón teorética, crítica de la razón práctica, crítica de la belleza, crítica de las costumbres. La filosofía se vuelve crisis, juicio… el hijo aprende a ser juez que juzga al Padre. (No demonizo a Kant ni mucho menos, cuidado, esto es una pasadita, no más).

La crítica suplanta a la filosofía. Filosofar es buscar… no es encontrarse. Y el hombre olvida que sólo se busca lo que previamente se ha encontrado. «Caminante no hay camino, se hace camino al andar», habría pierna si no hubiera camino previamente, aunque el hombre tenga que descubrir y rehacer ese camino; pero fíjense que lo que late después es que estamos solos; ¿qué justificación tiene el que mi conocimiento es real? Agustín lo solventaba de un plumazo, que perdonen los que saben filosofía, pero decía: no existe Dios, te va a engañar Dios, si funcionan bien las reglas de la lógica, como tú estás bien hecho porque Dios existe, y Dios es la verdad y las verdades son proyectadas, tú manejas bien la lógica y no dudes de la verdad. Pero Kant dice ¿quién dice eso?. Primero, ¿quién dice que Dios exista desde el razonamiento teórico? A Marx, a Nietzche y a Freud los maestros de la sospecha que decía Ricoeur. Es decir la duda metódica, la crítica, la sospecha.

¿Dónde está lo real? Lo real es lo paterno lo que nos precede, lo que está antes que nosotros. ¿Dónde se cura mi angustia? Cuando debajo de mi tengo un suelo, cuando un padre me ha recibido en sus brazos, cuando he tenido una infancia feliz. Pero, y si todo ese mundo de ideas, realidades, afectos estuviera en interrogante. Por ejemplo, si Freud te dijera (que no dice esto, pero si te dijera): tu padre que te ama tanto, tu padre necesita realizarse en ti y déjate de… A los 70 años el hijo le diría al padre o a la mamá, cuando la mamá le dice: «Hijo mío, que nos sacrificamos por ti», y «¿quién te ha mandado traerme al mundo, me has pedido permiso? Tu me has traído, aguántame».

¿Qué hay debajo del amor? ¿No habrá unas relaciones de amos y de esclavos, de opresores y oprimidos? ¿Qué es la caridad? ¿No será la cobertura falsa o la superestructura de una falta de justicia? Sospecha… sospecha… sospecha con motivos. No sospecha estúpida, seamos también un poco honestos. Pero, sospecha total.

En la historia del pensamiento humano lo crítico ha sido siempre lo adjetivo. En la constitución mental del hombre sano según parece… -porque si metemos la crítica tendríamos que dudar también de ello-, según parece el primer movimiento es el movimiento al sí, a la afirmación de la realidad; y el movimiento adjetivo es el pero… sí, pero. Gracias, pero.

Sin embargo en la modernidad eso se invierte, de tal forma que lo adjetivo se vuelve en parte sustantivo. Muchos de nosotros -los del ´70 más o menos- en nuestros profesores hemos recibido más la crítica que las afirmaciones. Nuestros profesores habían estudiado textos monolíticos, con un lenguaje claro y distinto, y de pronto descubrieron que la cosa no era tan sencilla, y estaban tan enamorados de su descubrimiento que venían a nosotros y no nos decían transubstanciación, no, no… lo que ellos habían descubierto, el banquete… Claro ellos eso lo añadían a una base muy sólida a la que rectificaban y matizaban. Nosotros no teníamos esa base, aprendíamos como sustantivo lo que era adjetivo. Antes de enseñarnos lo que era la «ekklesia» nos enseñaban lo que era la comunidad, con lo cual ni nos enseñaban lo que era la Iglesia ni nos enseñaban cómo hacer una comunidad. O antes de enseñar lo que era ministerio ordenado desde sus raíces hondas nos enseñaban la justificación pragmática del ministerio: «os aceptarán si sois creíbles y hacéis el bien. Si, ¿pero qué somos? Usted lo sabe, yo no lo sé». ¿Qué tiene que ver esto con nuestro tema? Muchísimo. El problema actual no es la muerte del Padre, va más allá de la muerte del Padre. Es que se han borrado las huellas del Padre en la memoria colectiva. Se puede vivir como si Dios no existiese. Un gran marxista español, -grande por famoso no juzgo-, Carril, en los actos del Parlamento con una ironía de viejo fino, empezaba diciendo: «gracias a Dios somos ateos», siempre esa cantinela. Un poco como captatio benevolentiae y un poco como ironía.

Gracias a Dios había ateos. Gracias a Dios había blasfemos que oraban avinagradamente. Hoy no se blasfema, terrible, nadie protesta contra Dios. ¿Será que no se ora? Es decir, ¿será que cuando hay un accidente hay ya responsables muy concretos? La administración, la empresa pero nadie dice ¡Dios por qué has consentido esto! El fondo del blasfemo era un fondo orante, avinagrado y tergiversado. Había Padre. Un padre con el que pelear y con el que rebelarse. Pero, y si no hubiera rebeldía? Es decir, y si la instalación en la adolescencia de la crítica llegara a un momento en la que la misma crítica se vaciara de crítica? Para criticar algo hay que tomarlo en serio. Toda la corriente de pensamiento débil acaba con la crítica al final, creo yo, simplemente diciendo: «bueno, miren ustedes, no es para tanto, sean tolerantes». Y la virtud del ciudadano actual es la tolerancia absoluta. Es decir, a Franco no le tumbaron los políticos, le tumbaron los humoristas. La gran conspiración a mi juicio, (una exageración, pero algo es verdad); era reírse, y cuando uno se ríe de algo ese algo ya no es duro, ni fuerte. Mientras se le odia se le robustece. Pero cuando se toma a risa y a chacota, deja de ser un personaje serio. Ya no es creíble, el pensamiento débil es el nombre de la risa, «El nombre de la rosa». Esa novela lo retrata mejor que cualquier libro de Vattimo, que cualquiera de sus epígonos. Recuerden, es la búsqueda del manuscrito, el manuscrito es el Libro de la Risa de Aristóteles, el Libro de la Risa que al final quema la biblioteca. Porque la biblioteca no merece existir. Es un saber casual que cuando da en el blanco es de casualidad. Sea método inductivo, o sea método deductivo. Sea el benedictino Jorge de Burgo o el Franciscano de Baskervielle. Da lo mismo, debajo del saber sólo hay caos y por lo tanto estadística y casualidad y la actitud humana mejor es la risa. Y frente al discurso apocalíptico del benedictino del fin del mundo hay que reírse. No es la risa agradecida del hijo que sonríe, el hijo sonríe en brazos del padre. El desesperado carcajea. Es una carcajada. Es una risa que en el fondo brota de una desesperanza, de una soledad. El sentido lúdico y festivo de gran parte de nuestra sociedad puede que tenga un cierto margen de desesperanza, que hay que tapar y que hay que cubrir.

Sí queréis la última pasada en esta línea, pues recordad a Sartre, la angustia existencial, digo Sartre como representante y más expresivo, más francés, más estético; los últimos mentores de la revolución sexual (…) y Marcuse; es decir, padre ni siquiera a nivel de sexualidad. Sartre no llegaba al extremo de decir «yo soy marxista, pero yo no me apunto al partido, porque en cuanto me apunte al partido ya no soy libre, ya tengo que responder de un esquema». Pero estos dicen, ¡es que nuestro padre Freud dijo: represión abajo! Pero ojo, un mínimo de represión, el tabú del incesto, la exogamia y un poquito de represión hace falta para que haya civilización. ¡No! Sexualidad polivalente, sexualidad sin barrera, porque donde aparezca un tabú aparece la represión. No hay padre de la sexualidad tampoco. No solo no hay padre, no hay identidad sexual. Al final cada sujeto se tiene que identificar a sí mismo en su libertad histórica. La reivindicación de los movimientos gays actuales, del lesbianismo también pero no tanto, más bien el movimiento gay masculino en su fondo ideológico no es reivindicación del derecho que tiene la persona con condición homosexual a ser respetada socialmente, no es eso. Es la reivindicación al derecho que todo sujeto humano tiene a darse la identidad sexual total y no de una vez para siempre. La cuestión en sus consecuencias es muy distinta. Y se pueden hacer preguntas en moral muy serias, pero no entremos ahora en eso.

Vamos a ir terminando. ¿En qué situación nos movemos hoy en este momento? En este momento hay mucha geografía en el mundo, y mucha geografía humana. Y cada rinconcito del mundo vive su historia, porque la historia humana no es una historia sincrónica, es una historia asincrónica. Contamos los mismos siglos pero no vivimos los mismos siglos. Únicamente la caridad nos hace comunicar nuestro tiempo. Pero dada la potencia creciente de los medios de comunicación hay que pensar que ciertos rasgos que a lo mejor son geográficamente limitados están llamados a ser rasgos dominantes de una cultura dominante, por lo menos en lo que ahora mismo es previsible porque también pueden pasar muchas cosas: la historia no está prevista, está guiada. Bien, pues, en ese sentido yo diría: primero, hay un cierto paralelismo, una conexión entre esta muerte del padre o como ustedes la quieran llamar y el proceso de privatización que vive nuestra sociedad, privatización individualista.

Hacemos un poquito de historia rápida. Si con la Iglesia aparece un ámbito público, la institución, en realidad la única institución histórica de verdad yo creo que es la Iglesia Católica. Con todos los rasgos completos de lo que es una institución. En la Edad Media se institucionaliza la vida pública e inmediatamente surge la vida privada. Lógico, los dos fueros de la conciencia fue la primera separación de poderes que conocemos históricamente. La primera no fue la de Monstesquieu, primero fue la de los glosadores medievales. Fuero interno, fuero externo. Mire a usted le vamos a quemar en la plaza pública por hereje pero le mandamos un confesor y al confesor no le preguntamos, a usted le sacaremos la verdad a puro golpe, pero en confesión respetamos. Bueno, es una barbaridad, es una brutalidad pero es el nacimiento de la privacidad. Y esto lo olvidamos a veces.

Pero esto se dispara también en la modernidad. Saltamos muchos pasos. Recuerden simplemente porque de esto voy a hacer uso posteriormente sino no lo diría. A Weber y (…) Es decir, institución frente a carisma. La institución es algo que hay que admitir para que el carisma se solidifique, claro la pena es que se enfría, se profesionaliza. El carisma es genial, es espontáneo, es creativo. La institución es burocrática, es pesada como un elefante. ¡Viva el carisma!, en el fondo de Weber hay un ¡viva el carisma! aunque el justificará… pero hay justificaciones que mejor que no se hicieran. A mí la justificación que hace Weber de la institución me gustaría que no la hubiera hecho, porque nos ha dado pie a no comprender lo que realmente es la institución. Lo carismático, pero igual (el otro autor) sociedad frente a comunidad. La sociedad, la ciudad que está naciendo, su Alemania de nuevas ciudades, relaciones frías, no te ves, no te saludas en el mismo piso, y fíjense en el pueblín qué bonito todo: «Este es el hijo de la hermana María, este es el hijo de la tía Pepa». «Es verdad, viene a arreglarme una tubería pero le pregunto por su mamá, le pregunto por su hijito y le doy un vaso de vino». Esto es bonito, esto es la comunidad, nos conocemos todos. No hay roles fijos. Habría que decirle también: sí, pero al final, a ese señor no le paga usted. No tiene derecho social. Esa aldea estupenda, los que van los fines de semana y tienen ahí un buen chalet la ven así. Pero el que vive todo el año en la aldea, trabajando en la aldea no la ve así. Primero, es muy dura, pero además en la aldea los odios son eternos. Como una chica fracase ha fracasado para toda su vida. Es la fulana, el apodo sustituye el nombre. Como un hombre cometa una pifia es para toda la vida. Como una familia se rompe es un odio eterno. Que luego se politiza, y la mitad se hace liberal y la mitad conservadora. Leña. Que luego incluso la mitad se hace protestante y la mitad se hace católica, pero que en el fondo lo que hay es que tienen que aguantarse todos los días, como nosotros en el Seminario. Terrible. Perdonen la caricatura, no es justa pero hay que hacerla.

Porque todo esto ¿qué supone? Supone la huida a la privacidad. En los años ’60 un cantante marxista, italiano, Sergio Endrigo cantaba en San Remo: «Partirá, la nave partirá, ¿dónde llegará? Esto no se sabe. Iremos el gato, el perro, tú y yo». Ni siquiera hijos. Como el arca de Noe, el mundo no interesa, el futuro no interesa, el gato, el perro, tú y yo. Lo interesante de esto es lo siguiente: en este momento de privatización, y debido al cambio de roles, quien más está notando la privatización es el varón. La mujer, descubierta su dignidad, o recién redescubierta su dignidad, con un imperativo categórico de conquistar la igualdad, e incluso la superioridad si fuere posible, invade la plaza pública, gracias a Dios.

El varón se va de la plaza pública. Por lo menos en el ambiente donde me muevo encontrar varones para la política, para la enseñanza, para la docencia es difícil. Son terrenos cada día más para la mujer. El varón va buscando trabajo en las ONGs, en la beneficencia, y sobre todo el hogar, la intimidad, la privacidad. Exagero un poquito, pero la línea va por ahí. De tal manera que no sé aquí, pero en lo que yo observo donde me muevo, es muy distinta la crisis vocacional femenina de la masculina. Por ejemplo, la crisis vocacional femenina en el fondo no existe. Si hoy dijeran ustedes que se apunten al Seminario las chicas que quieran tendrían el Seminario invadido. Lo que no quieren es ser religiosas. Es decir, mujeres de obediencia en contexto privado familiar. Denles un rol público y un altar y pagan el precio que se les pidan. Sin embargo en el varón pídanle ustedes vida pública, afrontar hechos públicos, dar la cara en la historia, tirar de un pueblo, confrontarse con un pueblo, y el varón dice: «no, déjenme con mi pequeña comunidad; yo, mi pequeña comunidad», cuidado que no voy contra la comunidad, esto es caricatura. Aquí hay algo que vale la pena, porque si no hay una rotación o un giro los próximos años es posible que contemplen una aceleración de este movimiento, no una retracción. Una aceleración.

Por tanto, privacidad, pero privacidad acentuada en el varón. Fijaos por ejemplo, luego voy a entrar en esto, ¿cómo se va a tomar oficio de padre quien tiene ideal de vida privada? San Juan de Avila, santo patrón de mi Seminario y de todo el clero español, y un hombre de una calidad y de una hondura (los Operarios saben mucho de él y han aportado muchísimo a su proceso de beatificación), con una doctrina espiritual que merecería ser proclamado doctor para darse a conocer, en una carta a un sacerdote tiene una frase que es tremenda, sobre todo cuando luego la explica: «a sufrir aprenda quien oficio toma de padre». Se imaginan un mundo de varones donde un alto porcentaje de esos varones sea infantiloide, no asuma las cargas familiares, la familia se convierta en matrilineal, a cargo de la señora. Se imaginan una sociedad con ese eje. Y se imaginan si la Iglesia mantiene, parece que es la doctrina seria y sólida, que sólo el varón puede acceder al ministerio ordenado, se imaginan lo que sucedería si poquito a poco ese varon fuera cada vez más frágil, más adolescente, más indefinido sexualmente, más privatizado, con menos capacidad de dar la cara a la historia. Se dan cuenta lo que eso supondría. A nivel religioso, político, sociológico. Tiren de la cuerda, tiren. Bien, sin asustarse porque tenemos Padre. Gracias a Dios. Le podremos ignorar pero él está. Pero esto es algo que tenemos ahí delante y que no podemos olvidar. Hoy Jonás huye de la exigencia de ser padre. «Partirá la barca, partirá, ¿dónde llegará?» No nos atrevemos a dar ningún rumbo, no nos atrevemos a tomar decisiones. Dejemos que la nave el viento guíe. Bajo muchas corrientes que se atribuyen a la pneumatología existe la incapacidad de tomar decisiones y de querer que el Pneuma Santo las tome por nosotros. Y un barco necesita velas y aire, pero necesita timón. Y Dios Padre nos dio inteligencia, voluntad y valor, sobre todo valor y no podemos renunciar a eso, pero un mundo de huérfanos renuncia.

Esto sería una rápida presentación, una idea nada más. Y la idea es: queridos amigos, puede ser que para muchos de nosotros la idea y la vivencia de paternidad no tenga problemas, y que veamos como algo evidente que el sacerdocio implique paternidad, y que tengamos en nuestra vida la experiencia gratificante de ser padres de un pueblo. Qué pena cuando un sacerdote abandona sin haber tenido esta experiencia. Lo que ocurre es que yo creo que cuando se tiene ya no se abandona. Puede ser que para nosotros, pero si levantamos un poquito el pavimento, debajo del pavimento hay muchas cosas. Y no es ni tan simple ni tan fácil afrontar este problema con honradez. Un movimiento de simple recuperación del paternalismo de antaño iría en contra de todo el trabajo de Dios Padre en los últimos 100 años.

No sería justo. El Vaticano II sucedió por algo, o mejor por alguien. Y fue la gran profecía de Dios para la nueva evangelización. Pero una falta de valor para dotar al Pueblo de Dios de las dosis de paternidad compartida que unos y otros podemos aportar en el nombre del Señor sería la gran traición nuestra al momento actual de la Iglesia. Quizá lo he dicho con mucha caricatura y con mucha aseveración, bueno no se fíen y ahora lo criticamos. Pero como panorámica podría ser. Lo podríamos dejar de momento.

II – Paternidad y filiación en la teología trinitaria.
Introducción teológica a la paternidad desde la encarnación y el sacerdocio de Cristo

Intención: dar un memorial recordatorio de lo que es la paternidad y la filiación en la teología trinitaria, por lo menos algunas líneas de advertencia y de estudio que luego a la hora de aplicar podemos tener todos en común.

Todos sabemos que la teología trinitaria está en un proceso de renovación muy serio y muy profundo, -que ahora no voy a entrar en las causas ni en los caminos- pero que simplemente por recordar en la obra del P. Rahner, está el famosísimo artículo O Theos, la investigación sobre la palabra Dios en el N.T., donde demostró de una manera tan bonita, tan sin dudas, tan casi con evidencia que salvo tres o cuatro usos el NT siempre aplica la palabra Dios a la persona del Padre. Y está hablando del Padre cuando dice Dios. Y su famoso axioma «la Trinidad inmanente es la Trinidad económica», es decir, la Trinidad tal como es en su interior actúa con nosotros. La obra de Creación y de Salvación no es obra de un Dios impersonal unitario, es obra del Padre, del Hijo y del Espíritu.

Es verdad que ese axioma cuando se le da la vuelta tiene su problemilla, porque por mucho que analicemos la Trinidad económica, la actuación de las personas divinas en el mundo, siempre hay un «plus» en el misterio. No se le puede dar la vuelta, y por otro lado, las relaciones trinitarias en esta historia, pues, tienen una característica de gratuidad y de no-necesidad que miradas en la intimidad de la Trinidad no se pueden calificar tanto. Ahí hay un punto de partida, hay un repensar, han pasado muchos años, empiezan a aparecer tratados nuevos, en el sentido más noble de la palabra, nuevos, y el trienio de preparación al jubileo a mí me parece que en este sentido está siendo una verdadera gracia a raudales porque nos está haciendo recuperar en la conciencia lo que es la gramática de nuestra fe. Y nos está haciendo recuperarlo como palabra pública y no sólo como «cosa nostra», como dirían los mafiosos, sino como palabra pública.

Una anécdota que a mí me resultó hasta dolorosa, no lo había pensado con tanta nitidez hasta hace cuatro días. En un debate sobre el filósofo Habermas dirigido por Mardones, que últimamente ha publicado un libro sobre él muy bonito, nos hacía ver que éste filósofo, como otros de la escuela de Franckfurt, debajo de su pensamiento agnóstico, racionalista, tienen siempre una imagen de Dios siempre, y en concreto éste, su punto de partida es la imagen del Dios judío de la cábala. Ese Dios que se contrae, se achica para que quepa la creación, para hacer espacio a la creación. Curioso. Ese es el punto de partida de un hombre que no es creyente, no sólo no es creyente sino que ha decretado el final de la religión y su paso a la intercomunidad racional. Claro, entonces uno dice, de modo que la escuela de Franckfurt, Habermas no es judío pero está muy influido por los anteriores, todos judíos, parten de una idea de Dios, y cuando hablan de la comunidad, su comunidad, el otro, la otreidad, el reconocimiento del otro, y es el reconocimiento del Otro con mayúsculas, de Dios, incluso cuando no son creyentes o no practicantes, y sin embargo, la imagen básica, la gramática primera, la proto-palabra cristiana, en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu sólo tiene funcionalidad litúrgica y teológica confesional, pero qué poco ha influido explícitamente en el pensamiento cristiano, en la filosofía cristiana, en la cosmología cristiana, etc., etc., qué poco! Es decir, cómo el cristiano frente al no cristiano en el diálogo utiliza su tratadito De Deo Uno, pero cómo es posible eso, si su Deo Uno es el Dios trino. Cómo no habla Ud. del Padre, del Hijo y del Espíritu, y si no se lo cree, que no se lo crea. Esto es como el cuento aquel de Lázaro, -perdonen, como en la desmitologización se hacía el salto, son ironías tontas pero rompen el discurso: «Pues mire, llegó el Señor y vio a Lázaro, estaba muy enfermo, murió. Antibióticos, sulfamidas, respiración boca a boca, oxígeno, y Lázaro, poco a poco, lentamente, volvió a la vida»

Y la gente comienza a reírse. «Ah! Pues si les contara como sucedió!» Yo creo que a nosotros nos pasa esto, si nos contaran cómo sucedió, es decir, intentamos que no se rían racionalizando el discurso, y se ríen más del discurso racionalizado que del discurso real que es mucho más razonable que el discurso racionalizado. Es más razonable un Dios trino que un Dios uno. Es más razonable una creación y una escatología en el seno de un Dios amoroso trino que en la imagen de un Dios fuera del cual no puede haber realidad ninguna; de un Dios limitado a la unicidad.

Bien, partiendo de ahí, recuperamos la idea de Padre, Dios Padre. El librito de Durbel es muy sugerente. El nombre de Dios es Padre, y es Padre no en el sentido de nuestra paternidad humana, vamos a ver: cuando nosotros hablamos de padre o de madre, hablamos de una calidad parcial de una persona. Mi padre no es solamente mi padre; es mi padre el esposo de mi madre, el padre de otros hermanos, el profesional que dedica mucho tiempo. No es sólo padre, su nombre no es padre. Eso es una función o una calidad, pero Dios sólo es Padre. De tal forma que no tiene actividad alguna que no sea engendrar al Hijo eternamente; tremendo. Porque quiere decir, y qué es la creación? Pues una de dos, o se comprende la creación en el interior del Verbo, o la creación no es pensable. Es decir, la creación tiene naturaleza filial de por sí, porque Dios no puede hacer otra cosa que la filiación en el Verbo. Esto es importante. Dios es Padre y solamente Padre y nada más que Padre. No es esposo, no tiene muchos hijos, tiene un Hijo, toda su paternidad se ha realizado eternamente en la existencia del Hijo, de tal forma que Él no existe si no existe el Hijo, y el Hijo no existe si Él no existe. Eso es la eternidad. Cualquier otra acción de Dios hay que comprenderla en el interior, y ahí ya la palabra humana patina, y hay que ser prudentes y ponerse de rodillas, y callar más que hablar, pero por lo menos digamos esto, cualquier otra actividad de Dios hay que entenderla en la interioridad, con autonomía, pero en la interioridad de la generación eterna del Verbo. No habría creación si no fuéramos creados en el Verbo y para el Verbo, para hermanos del Hijo. Si no hubiera el plan divino de divinización del hombre. Esta es una visión patrística, muy del principio, paulina, joánica, del prólogo de Juan; de tal forma que hasta lo de natural / sobrenatural hay que repensarlo, no en el sentido de que sobrenaturalizamos todo y eliminemos la autonomía de lo temporal, no; pero sí en el sentido de que lo natural, absolutamente hablando, no existe. Absolutamente hablando. Por eso el Concilio cuando habla de autonomía de lo temporal habla de autonomía relativa, autonomía obediente, autonomía en, pero no una autonomía absoluta, porque eso sería naturalizar absolutamente la creación. En Cristo se revela la paternidad divina y se revela al mostrarse históricamente la filiación en su plenitud. Cuando vemos al Hijo es cuando vemos al Padre. No vemos al Padre al margen del Hijo. «Dinos como ir al Padre, dinos dónde está el Padre. Felipe, todavía no te has enterado de la cuestión. Quien mira y ve mi rostro ve al Padre; en mi rostro está impreso el rostro del Padre».

La filiación es absoluta y por eso la paternidad es absoluta, y por eso en el Cristo histórico incluso, -no hablo del Cristo eterno, del Verbo, del Logos, sino del Logos encarnado, -todo se reduce a la filiación y todo lo que vive humanamente lo vive desde la filiación. Me vais a perdonar un juego de palabras que no se pueden tomar en absoluto, ni mucho menos, pero si quisiéramos novelar la vida del Señor la podríamos titular exageradamente así: «El hombre que no quiso ser Padre».

El célibe cuarentón que vivió toda su vida en Nazareth en una pequeña aldea sin autonomía personal, sin status social propio de Pater Familiae. Hijo del Padre, de María, de los hombres, hijo eternamente e hijo temporalmente. Mientras no se toca a fondo la filiación divina y humana de Jesús no hay cristología posible, pero -añado- tampoco hay jesusología posible. No sólo se evade, se evapora el Cristo de la fe, sino también el Cristo de la historia. En realidad, la cristología no es más que el trascender en la teología trinitaria lo que es la descripción de la intimidad del Jesús histórico. No es mas que eso. Es poner en letra grande lo que históricamente tiene letra cursiva, pero no es otra cosa. Jesús es el hijo desde que nace hasta que muere. La teología de la obediencia de Hebreos es la teología de filiación de Juan. La teología de la hora de Juan es la teología del Kairos de Pablo, obediente hasta la muerte y muerte de cruz.

Por tanto si el Padre sólo es Padre lo sabemos cuando vemos que el Hijo sólo es Hijo y nada mas que Hijo. E incluso cuando vive humanamente e históricamente lo que hace es participar su filiación, pero no otra cosa. Probad a repensar el celibato profundo de Jesús y por lo tanto los celibatos cristianos en su originalidad más profunda desde esta idea de la filiación absolutamente tomada y veréis que ahí hay un campo que sería digno de ser explorado. El hombre que nunca se arrogó la paternidad.

Bien, aquí desde la palabra «Abba» que no voy a tocar porque esto es algo archiconocido por ustedes hasta esa experiencia pastoral nuestra cuando tratamos con adolescentes e intentamos relatarles la psicología de Jesús y nos vemos impotentes. ¿Quién es este hombre? Es lógico, es decir, nuestra psicología para describir tiene que ser a base de esa mismidad que uno… Jesús no habla de él nunca. Es decir, Jesús no se refiere a sí, por eso es muy difícil captar en él rasgos personalísimos, y sin embargo, tiene un rasgo personalísimo: es el Hijo. Es decir, ¿quién es Jesús? No hay otra palabra: es el Hijo. La palabra profeta no basta, la palabra sacerdote no basta, la palabra rey no sirve, Mesías se queda corta, hijo del hombre es un teologúmeno judío. Hay una sola palabra: Hijo. Y la palabra Hijo no es la teologización de la comunidad ya que entra en la gran Iglesia del final del Nuevo Testamento. Es posiblemente la primera palabra, aunque quizá sin esa carga tan fuerte, pero la primera palabra de la comunidad cristiana. Entonces la verdad de Jesús, su profunda verdad es la filiación. Y cuando Jesús nos dice que el Espíritu nos revelará la verdad o nos conducirá a la verdad plena no habla de esoterismos fáciles. Lo que nos está diciendo es: el Espíritu os hará captar la filiación y la paternidad, esa es la verdad, la única verdad. Si hay una edad del Espíritu, si hay una acción del Espíritu, si hay una inspiración, consiste en esto exclusivamente: nos va a conducir a descubrir la verdad de Jesús, la profunda, la íntima, que es la filiación. Y con esa verdad y en esa verdad la paternidad que no es otra cosa, porque hay filiación porque hay paternidad, son dos referentes mutuos.

El Hijo es la palabra pronunciada por el Padre eternamente. Repito: no hay cristología mientras no se afirma la filiación. Pero la filiación se afirma desde el arjé evangélico y por lo tanto no podría haber una verdadera historia de Jesús que no naciera de la palabra Abba. La palabra más original, más fundamental, la proto-palabra del evangelio con todo el contenido y toda la historia que hay en su entorno. Por tanto, la consecuencia es ésta: la creación no es la acción natural de un Dios Uno para luego ser elevada. La creación es el despliegue de amor del Padre en su Hijo Jesucristo para hacerle el don y el regalo, la gloria de los hermanos. La creación se realiza en el interior de la encarnación y la encarnación en el interior de la creación. Pero no me desdigo de la primera afirmación: la creación se realiza en el interior, es decir, en la voluntad, en el proceso de la encarnación. Es la creación y la realización, es decir, el ser mas real cada día, eso es realizar de la carne para llegar a ser carne del Verbo. La creación está pensada para que el Verbo se haga carne, EL evangelio de Juan en el versículo 14 del capítulo 1 recordáis que dice: «se hizo carne». Es una pena que nuestro idioma no tenga un vocablo unitario para expresar el proceso, que digamos «se hizo carne», mal dicho, o tengamos que acudir a una composición «llegó a ser carne». Nosotros no tenemos el diventar ni el devenir. Somos un idioma de prisas y ansiedades: tenemos que decir «se hizo». No. No se hizo. Hay detrás genealogías inmensas. Hay detrás toda una creación donde el Verbo va haciéndose carne conforme a la carne va siendo más real. Va realizándose de la mano de Dios y todo esto mediante el Espíritu. No un Espíritu difuso, el Espíritu del Padre y del Hijo. El Espíritu que hace historia. Un Espíritu definido, no nebuloso. En ese sentido Cristo no bajó, descendió, Kénosis, en un sentido platónico. Ahí hay un algo, claro que bajó, se hizo hombre, llegó a ser humano, bajó, descendió ontológicamente diríamos, pero cuidado que las palabras las carga el diablo. Nosotros cuando decimos bajó muchas veces lo que estamos pensando en las ideas del Hiper Uranio que caen, caen, caen y se manchan de carne. No, no es eso. Vino a los suyos, esta era su casa. Es decir, no vino a la selva ni vino a la podredumbre. Había pecado, es verdad. Y esto no era un mundo fácil, ni un mundo … Pero eran los suyos, era su casa, su mundo. El mundo hecho por los dedos de Dios, por las dos manos: el Verbo y el Espíritu. Y nunca abandonado por Dios. «¿No sabéis que debo quedarme en la casa de mi Padre?» Getsemaní es muy diciente; sin la exageración de Moltmann que casi la Trinidad nace en Getsemaní, no hay que ir tan lejos, ni mucho menos. Pero sin esa exageración hay una profunda verdad, leed Getsemaní en esta perspectiva que no es estrictamente exegética. Jesús no muere como Sócrates. Sócrates se libera, me voy. Y me voy a donde es mi casa, al Hiper Uranio, a las almas, me disuelvo. Jesús llora cuando se va: «No quiero irme». Mi casa es ésta porque esta casa está en el interior del Padre y está habitada por el Espíritu. No tengo que exiliarme de la Trinidad para vivir como hombre». No concibáis la Kénosis como exilio, no sino como amor que se encarna, y el amor siempre es humilde. Con la faceta de una encarnación dolorosa por el pecado. Quién puede decirle a un señor que se enamora de una chica de chabola, que le hace un gran favor porque se enamora de ella. Si la ve como sujeto tiene que ir con temor y temblor a decir: «te quiero, ¿me quieres?» Y no le podrá decir nunca que «te hecho el favor de vivir contigo» sino «gracias por admitirme en tu chabola». Cuidado con una encarnación tergiversada. Cuidado. Esto no quita la teología de la cruz, antes, al contrario, la hace necesaria porque en ese mundo se ha instalado la libertad, y la libertad ha pecado, y el dolor y la muerte forman parte también hasta de la belleza profunda de ese amor. Profundísimo. Hay que ser Dios para verla. Pero lo que quiero decir es: recuperemos que la paternidad nos rodea hasta en la cruz. Que la creación es filial, y filial no quiere decir que sea el Verbo, cuidado que es distinta. No me entiendan mal. Pero lo que quiero decir es: la creación tiene tesitura, hilada filial, tiene huellas, vive del Hijo y vive para el Hijo. Es inexplicable sin el Hijo. Ningún filósofo podrá nunca explicar la realidad sin partir de la Trinidad. Hay una filosofía cristiana esperando ser hecha. Me parece que Piero Coda y en general la línea von Balthasariana del movimiento Comunión y Liberación están tratando de trabajar esta línea y a mí me parece que si dieran de verdad con la hondura de la línea sería una gran aportación. El peligro es que se salten la autonomía de lo temporal y no la justifiquen. Pero como lograran agarrar la línea sería una aportación preciosa. Baste para nosotros el subrayar eso. Fuera del Hijo las tinieblas de la irrealidad, el infierno, la nada. Todo existe en el Hijo, en su interior. La encarnación pertenece a la creación , pero la creación pertenece a la encarnación como disposición y volición del Padre y actitud de entrega del Hijo. Las cosas, los animales, la naturaleza, el hombre tienen la marca de la filiación y allí radica su realidad más profunda. Por tanto si se evacuara hasta lo que llamamos natural de los rasgos filiales habríamos deteriorado la realidad. Y una de las grandes funciones evangelizadoras del cristiano es recuperar la naturaleza filial de todo lo que existe, eso es evangelizar. Por eso toda evangelización empieza en el nombre del Padre. El Padre no está afuera, atraviesa la realidad, es lo más real de la realidad, es lo que da realidad a lo real.

Hay que entender que el sacerdocio de Jesús -otro tema importante- es inseparable de la filiación. Lo que caracteriza el sacerdocio de Jesús frente a cualquier otro tipo de sacerdocio es que en su seno estaba, es decir que, sólo el Padre conoce al Hijo y sólo el Hijo conoce al Padre y aquel a quién el Hijo y el Padre se lo quieran revelar. El sacerdocio de Cristo tiene una base y una posibilidad, la filiación eterna traducida a la filiación temporal; porque no son dos cosas absolutamente distintas. Por tanto si el sacerdocio del Nuevo Testamento de Jesús, es filial, consiste no solamente en que el Hijo es la mediación, sino en que el Padre entrega a su Hijo al mundo. Es decir, es un sacerdocio que arranca del Padre, no del Hijo, por eso es sacerdocio plenamente. Y por eso Hebreos dirá con toda claridad: el Hijo no se arrogó el sacerdocio sino quien le dijo: «Tu eres…» Por tanto el sacerdocio de Jesús no es explicable sin el Padre, ya aquí tocamos algo que nos va aproximando a nuestro tema. Podríamos hablar, si no caemos en un patripasianismo fácil, en la pasión del Padre. Desarrollando la misericordia paterna (D.M) miren, con un ejemplo nos ahorramos teología: hablan hoy con más de una chica o más de un matrimonio joven que te dicen: «dudo si tener un hijo porque en el contexto en que vivimos, en la situación tan dolorosa ¿qué vida le voy a entregar a ese hijo?» Desde esa experiencia cada vez más frecuente lean el evangelio: tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo. ¿Qué amor tendría que tener a ese mundo en el Hijo para hacerlo donación intrínseca del Hijo? Y piensen en esto en la maternidad como dimensión de la paternidad. Por tanto el sacerdocio del Hijo no arranca de la entrega querida por el Hijo sino de la pasión del Padre por el mundo creado a imagen del Hijo. El sacerdocio nace de la misericordia paterna. Por eso en las teologías del ministerio ordenado si enganchan con la teología del sacerdocio de Jesús, hay que minimizar la palabra opción. No se trata de opciones de vida, secundariamente sí. Se trata de pasiones de Dios Padre dadas a conocer por el Hijo en el que hemos sido invitados y elegidos. A veces hasta torciendo nuestra voluntad. Una teología de la elección arranca del sacerdocio de Cristo como pasión del Padre recibida y ejercitada por el sacerdote que no es el Padre, es el Hijo. Pero es incompresible sin la filiación entregada. Entonces hemos hablado del Hijo y de la filiación, añadimos una palabra: Filiación entregada. Ya no es solo filiación. Es una filiación que históricamente es llevada al límite de la entrega hasta llegar a abdicar de los derechos filiales. «Dios mío, Dios mío»… Ya estamos en la misma situación que esta mañana. Podríamos tomar el icono de la parábola del Hijo pródigo y podríamos hacer la interpretación que hace, me parece, Ireneo. Olvídense de la interpretación que hace Lucas y recuerden que el hijo mayor es Jesús, el Verbo, porque no hay otro hijo mayor, y la verdadera historia, la que aconteció de verdad no fue el hijo mayor que se quedó con el padre sino el hijo mayor que vio al padre envejecer, la literatura la pongo yo, que le vio triste, encanecer, y le dijo: «Padre dame el hatillo que me voy a buscar a mi hermano». Y el hijo marchó y encontró al hermano que se había colocado como empleado de un señor, que era el demonio, que lo tenía en un horario desconsiderado y con un contrato leonino y no se podía escapar, y el hijo mayor le dice: «mire yo firmo el contrato pero éste que marche al padre porque, hermano, nuestro padre no puede vivir sin ti, tranquilo que yo aguanto aquí». Está inspirada en Ireneo pero poniendo la letra.

Lo que quiero decir es cuando hablamos ya del sacerdocio de Cristo hablamos primero de filiación, sin eso no es inteligible, sería un sacerdocio funcionarial. Pero hablamos de una filiación que no es solo filiación porque el Verbo pudo encarnarse y no ser el Hijo entregado. Aquí hay una palabra que es clave: entregado. He seguido bien sus distintas formas: es la traición de Judas, es la entrega de Jesús, es la entrega del Padre, los evangelistas juegan con el término, en un juego un tantico sucio para decirnos: atención que también el Padre ha «traicionado». Tanto amó Dios al mundo, que perdonad la palabra, traicionó a su Hijo, y lo puso en manos del mundo. Ciertas teologías de la muerte de Cristo como asesinato exclusivamente, asesinato del justo, teologías que son legítimas en una totalidad, pero si se hacen excluyentes traicionarían la teología profunda de ese asesinato del justo. Ahí hay mucho más que la circunstancia histórica que mata al profeta que defiende el bien común, hay mucho más. Tanto amó Dios al mundo que traicionó, entregó a su Hijo unigénito, y el Hijo unigénito lo sabía, lo consintió, lo quiso y de alguna forma perdió su condición filial, parafraseando a San Pablo, sin perderla, claro. Vivió la soledad del no-Hijo, tremendo. Fue hecho carne de pecado. Si no quieren ponerle los acentos excesivos de Lutero, no lo pongan, pero ahí hay algo paulino que tiene miga.

Lo humano sólo puede acceder a Dios en el Hijo, un cierto sacerdocio eterno del Verbo que nos hablaban los Padres. Pero, insisto, para hablar de verdad de sacerdocio de Jesús hay que hablar de ese Hijo eterno encarnado y de una entrega histórica, pública, electiva y aceptada en la historia por Jesús de Nazareth, sino no podríamos hablar propiamente de sacerdocio de Jesús. Es decir, en el sacerdocio pleno de Jesús no juega solo la filiación, juega una voluntad del Padre manifestada públicamente en la historia con un destino histórico querido por el Padre. Esto es una tesis; examínenla y críbenla. Voy a entrar en ella un poquito para entrar en el ministerio mañana.

Los evangelios no empiezan con el nacimiento, exegéticamente el núcleo evangélico empieza en el Jordán. Si la idea de fondo fuera que el sacerdocio de Jesús es la mera encarnación, la gran unción del Espíritu estaría situada en el nacimiento, como hace Lucas. Sin embargo, en el cuerpo común de los evangelios, la unción de las unciones no acontece en el nacimiento, nace por obra del Espíritu, pero acontece en el Jordán, y el Jordán es el arjé, el arcano, el origen de toda la acción pública y salvífica de nuestro Señor. Las tendencias adopcionistas fueron tan fuertes, incluido el arrianismo, que los Padres de la antigüedad fueron orillando la importancia del Jordán. Bueno, pues fue un cumplimiento de la justicia, y lentamente se fueron volviendo al nacimiento y a la cruz. El Jordán quedó como una especie de acto legal o de acto humillación. Pero ni los evangelistas ni los Padres asiáticos lo entienden así. El Jordán es la unción de las unciones, el Espíritu baja como paloma creativa, como en el arjé de la creación. El Padre habla palabras de consagración, una mezcla de Isaías y de salmos de coronación real, líneas del siervo de Yahvéh, es una unción. No es casualidad que Pastores Dabo Vobis -atención a esto- en los iconos que utiliza para esa costumbre del Papa de tomar un pasaje y luego ir exprimiéndole en la parte referida al sacerdocio en sí, los primeros capítulos, vean la cantidad de números que empiezan con Lucas 4, es decir, con el discurso de la sinagoga de Nazareth: el Espíritu del Señor me ha ungido, referido al bautismo del Jordán. Y esto lo entiende el Papa como la unción sacerdotal de Jesús aunque exegéticamente habría que debatirlo mucho, ese es otro terreno. Por lo menos en una lectura plena, en la integridad de la transmisión no es ilegítimo entenderlo así.

Por tanto, a donde voy, el sacerdocio eterno del Verbo no es propiamente sacerdocio histórico, ni la encarnación basta, Hay un momento en la vida de Jesús en que el Padre tiene que manifestar a los hombres y en la presencia del profeta la unción sacerdotal histórica de Jesús para la Pascua. Ese momento es el Jordán.

De tal manera que sin el Jordán los evangelios no serían los evangelios de hoy. ¿Qué significa el Jordán en la vida histórica del Señor? Aparte de que es el relato que se repite cuatro veces. ¿Qué es lo que significa el Jordán? Hasta el Jordán Jesús ha sido Hijo y ha vivido en la privacidad, no ha tenido ninguna responsabilidad pública, ha sido el ciudadano privado de Nazareth, sin estatuto de Pater Familiae. Habrá alimentado su casa, habrá vivido con sus parientes, ha ejercitado su oficio de carpintero o albañil, sea en Nazareth o donde quiera. Pero no se ha arrogado ninguna función de carácter público. En aquel año, sea el 28 o 29, el que fuera, en aquel otoño seguramente, en aquella, quizá, peregrinación a los Tabernáculos, quién sabe, cuando el Señor pasa con su grupo de peregrinos, en aquella romería hacia el templo se encuentran con Juan y acontece la palabra y el gesto divino mediante el Espíritu. A partir de ahí Jesús será otro, aunque será él mismo. Un poco como en la resurrección: él mismo pero ya no el mismo. Cuando vuelva a Nazareth ya no será reconocido: «¿quién es este?» Se habrá extrañado, extranjerizado, su lugar ya no será el ámbito de privacidad, serán los caminos, la sinagoga y la misión. María, la madre, quedará atrás, los amigos serán momentos de descanso pero en contexto evangelizador siempre, no se le verá en lugares, por lo menos el evangelio no lo atestigua, que no sean lugares o de amistad evangélica o de sinagoga o de templo o de caminos de evangelización. Es decir, yo me pregunto una pregunta estúpida: ¿qué hubiera sucedido si en el plan de Dios el Jordán no hubiera existido? Y Jesús hubiera llegado a Jerusalén, hubiera vuelto a su pueblo, -pues la encarnación hubiera terminado bien- y quizá él hubiera muerto en su cama. Y habría sido un gesto de amor entrañable por parte del Padre y de alguna forma se habría revelado hasta el último hombre porque toda la humanidad habría sido elevada; pero Jesús no habría salido a la plaza pública porque nunca se habría arrogado lo que el Padre no le hubiera dado como misión pública e histórica, -esta es la tesis que presento-.

Por tanto el sacerdocio de Jesús no es sólo la filiación y sin embargo es inexplicable sin la filiación, es un gesto del Padre recibido por el Hijo en la eternidad y en la historia, es la gestación de una misión, ¿la misión de qué? la misión de mostrar al hombre la misericordia paterna hasta el extremo de lo que aguanta la filiación histórica, hasta la muerte, que es la negación de la filiación, porque quien tiene Padre y Padre eterno no puede morir, quien tiene Padre y Padre de verdad no puede morir, el Padre es el protector en todos los símbolos. El Padre son las manos, no hay mejor imagen del Padre que las manos, José el protector. Ser hijo es tener Padre, tener Padre es estar protegido. La filiación entregada supone ser hijo en obediencia y no ser hijo en protección. Matizad todo lo que queráis, que hay mucho que matizar en lo que digo, pero la línea es fuerte.

Por tanto el sacerdocio de Jesús dentro de ese conjunto que es su mesianismo es la filiación consagrada, otorgada, dedicada a los hombres por el Padre, y además a un mundo pecador, violento, que no permite la filiación pública, porque si Jesús la hubiera vivido en privado… pero es que lo que hace Jesús con su filiación es crear un espacio público. Hablando en terminología de historia de las religiones Jesús pudo fundar una metodología filial, un budismo cristiano, no hubiera tenido grandes problemas en teoría, en la práctica la vida es como es. Método socrático, método budista, método hindú… llegad a ser hijos, comportaos como hijos, pero es que lo que hace Jesús no es eso. Lo que hace Jesús es crear un espacio público, convertirse en un hombre público, publicado, y por lo tanto, afectar a la publicidad de la historia, romper la publicidad de la historia. Amigos, eso es fuerte. Y eso lo conlleva el sacerdocio de Jesús. El gran atentado de fondo que se puede hacer al sacerdocio cristiano es su privatización; a largo plazo es menos dañino el sacerdocio fracasado, o traicionado, o ponedle el adjetivo que queréis, que el sacerdocio privatizado; porque el sacerdocio privatizado es la negación de lo sacerdotal histórico. El dar la cara como Hijo abandonado al mundo.

Por tanto, si estamos en un contexto de privatización imaginad el campo que hay aquí para afrontarlo teórica y prácticamente y ahora empezamos a decir, y qué será un formador de hombres públicos, y qué será una institución que forma para hombres públicos, no para ciudadanos privados, y para hombres públicos de la historia salutis, no de cualquier política. Este es nuestro tema.

Si me permitís dos o tres palabras rápidas sobre lo del hombre público porque es un asunto que hay que sacarlo a la luz: un hombre puede valer para franciscano, no es peyorativo, gracias a Dios hay franciscanos, puede servir para hermano de San Juan de Dios, pero sirviendo para santo en esos contextos o para laico, puede no servir para hombre público, es decir se puede ser santo y ser incapaz de ser hombre público, ojalá seamos hombres públicos santos. Dicho en parábola: el pastor de las ovejas no puede ser una ovejita, tiene que ser un perro lobo, con colmillos de mastín y con corazón de oveja. Es decir un híbrido de échate a dormir, pero pones al frente del rebaño una ovejita, un Francisco de Asís: pobre rebaño y pobre Francisco de Asís. Ahora pones un lobo malo, pero lo que quiero decir es: aquí estamos ante un hombre público y un hombre público es el que genera un espacio público y no todo el mundo sirve para hombre público. Por ejemplo: una persona con una fragilidad psicológica no educada por la gracia y por la educación, una persona excesivamente sensible que no esté acompañada en esa sensibilidad por el don del aguante y de la paciencia y del perdón en el mismo límite que tenga la sensibilidad, pues es un hombre que en cuanto reciba las primeras bofetadas de hombre público, o se hunde o se va, u odia o se refugia en un pequeño grupo que le alaba, pero para ser hombre público hay que tener corteza de encina que es el árbol más duro de la sequía; se seca todo menos la encina. El fruto es feo, son bellotas, lo comen los cerdos; no es un árbol bonito, pero en la llanura castellana cuando se va la encina se va la tierra porque las raíces de la encina sostienen la tierra.

En una época de privatización lo que hizo San Benito lo tiene que hacer hoy el ministerio, los últimos hombres públicos del final de una época y principio de otra. Esa es la grandeza del ministro del mañana. Y ahí tendrán que dar la vida. Que somos un poco como los muñecos de feria que todo el mundo les tira pelotas, como las torres de las Iglesias. Pero sin eso no hay espacio público y entonces ocurre una cosa, permitidme un ligero paréntesis, que a lo mejor a alguno no le parece sacerdotal… a mí me parece tan sacerdotal como la oración, sin oración no se puede ser hombres públicos de la historia salutis, pero sin vocación de hombre público la oración del sacerdote no es del sacerdote, es del religioso o el laico. Un hombre que no esté pensando en su gente continuamente y que su gente no sea su problema, qué sacerdote es? Una pequeña aclaración, cuando digo hombre público no me refiero dos figuras que se pueden confundir: no quiero decir que admitan sólo en los Seminarios a chicos sólo extrovertidos… no tiene nada que ver con esto, extroversión es un fenómeno meramente psicológico, pero no tiene nada que ver con lo que estoy diciendo. La persona extrovertida se relaciona fácil con los demás, pero privadamente; pensemos en efecto en individuos desenvueltos, que entablan fácil conversación en un viaje, viene muy bien para un hombre público, pero tampoco es un imprescindible. Ha de ser una psicología para profesionales de relaciones públicas. Esto no constituye al hombre público, más todavía, el hombre público también necesita una dosis de soledad y de distancia. Esa es la carga del hombre público, una dosis de soledad y de distancia. Tampoco se identifica al hombre público con un hombre famoso, es decir sociológicamente publicado. Ejemplo: un funcionario puede ser todo esto, es decir, puede ser un juez. Pero el funcionario hace su función, se va a su casa cuando termina su horario, y eso no es un hombre público, sino un hombre que tiene una tarea pública. Otro ejemplo: un artista famoso que es tan famoso que hasta su intimidad es objeto de figuración, no es un hombre público, es hombre famoso, conocido, que es distinto. Un hombre público hasta puede pasar desapercibido, fíjense que son dos conceptos distintos.

Entonces, ¿a qué llamamos hombre público? A aquel que posee -recibido o apropiado, legítima o ilegítimamente- la capacidad de afectar las decisiones individuales o de grupo bien anticipando una condición de posibilidad para las mismas, bien confirmándolas y dándolas una trascendencia que va más allá del individuo o del grupo coyuntural (obligatoriedad más allá del consenso). Lo que caracteriza al hombre público no es su capacidad de relación social ni su fama, sino la misión de crear un espacio público. Esto supone unas condiciones especiales:

1. La autoridad. Es evidente. No se trata de poder simplemente. Hablamos de autoridad: capacidad de creación. La autoridad empalma con la originalidad, o sea, con la paternidad como momento originador. La primera autoridad es la del que engendra. El hombre público es el que tiene autoridad por y para engendrar un espacio donde el ser humano crece en otra dimensión que rebasa lo familiar privado. Esta autoridad tiene que estar personalizada, asumida, pero no puede nacer de él mismo, pues en ese caso estamos ante una apropiación indebida.

2. La representatividad. La autoridad del hombre público es siempre representativa, puesto que no es poder. El poder es el conjunto de medios de que dispone un individuo o un grupo para imponerse a otros en la dura competencia; el poder nace del tener. La autoridad es una calidad derivada de una misión de representar. Por tanto si la posibilidad de representar desaparece, con ella se va la autoridad. La representatividad es poder obrar en nombre de otros condicionando, anticipando, confirmando, publicando, su decisión. La autoridad siempre viene, en último termino, de Dios Padre.

La misión del hombre público es crear un espacio de publicidad, o sea, de relaciones objetivadas, donde sea posible una privacidad sana, abierta, comunicada, respetada. La diferenciación entre privacidad y espacio público es moderna y occidental. Supone un grado alto de madurez y desarrollo humano, pero también de salud espiritual, social y psicológica. En el clan y en la tribu no hay privacidad ni publicidad; hay confusión de ámbitos; el individuo no existe, existe el miembro del clan; la norma es parental; el paterfamilias tiene derecho de vida y muerte. La familia nace al tiempo de la polis y el nomos, cuando las casas se agrupan y surge la calle como espacio abierto de encuentro que debe ser regulado.

La historia de salvación también genera un ámbito público donde la privacidad se va diferenciando y ejerciendo sin destruir al individuo. Las grandes instituciones de Israel educan, protegen y obligan al individuo y la familia. Pero son instituciones legales; hay poca vida privada, poca libertad; por eso se fosilizan y ahogan lo privado. Jesús inicia un nuevo proceso de publicidad abierta o de personalización en el seno objetivo de una historia con un prius: la paternidad de Dios que se manifiesta como gracia y como elección.

La privatización de lo cristiano es su sectorización. Supone un desconocimiento de la historia de salvación, de la encarnación histórica, de la revelación pública en Jesucristo. Supone una pérdida de universalidad salvífica. Es el gnosticismo. Sin padre, sin ministerio público (universal, abierto a todos, superador de los límites confesionales, etc.).