Extracto de una conferencia sobre el ejercicio del ministerio como fuente de la espiritualidad sacerdotal.
a) Unidad de vida.
Un modo de responder a la pregunta fundamental es la reflexión sobre nuestra unidad de vida. El tema es clásico, tratado por el Concilio en el número 14 del Decreto Presbyterorum Ordinis, cuando dice que en el mundo moderno, en el que los hombres deben compartir tan múltiples deberes y es tanta la variedad de los problemas que los angustian y que deben ser a menudo rápidamente resueltos, corren no raras veces peligro de disiparse en diversidad de cosas y los presbíteros, envueltos y distraídos en las muchísimas obligaciones de su ministerio, no sin ansiedad, buscan cómo pueden reducir a unidad su vida interior con la magnitud de su acción exterior, esa unidad de vida -dice el Concilio- no puede lograrla ni la mera ordenación exterior de las obras del ministerio; ni, por mucho que contribuya a fomentarla, la sola práctica de los ejercicios de piedad.
¿Qué significa en concreto unidad de vida? Para mí la unidad de vida comporta cuatro actitudes:
- Equilibrio entre oración y acción, teoría y praxis, sentimientos y palabras, trabajo y descanso, relaciones de funcionamiento y relaciones de amistad, trabajo manual y trabajo mental (y muchas otras cosas).
- El equilibrio va unido a la complementariedad: no por una parte la oración y por otra la acción, por una parte el estudio y por otra el trabajo, sino contemplación y acción. Integración entre los varios momentos de la vida.
- Unidad de inspiración.
- Organización de las partes.
Creo que ninguno en su vida llega a conseguir completamente esta unidad de vida; es un ideal muy difícil, al cual debemos intentar acercarnos.
Por otra parte, conocemos bien los daños que se derivan de la falta de esta unidad de vida. En el Evangelio de Lucas, 10, Jesús dice a Marta que está afanada por muchas cosas sin comprender lo verdaderamente necesario. Son dos daños muy grandes, uno, que se vive siempre con ansiedad, descontentos de lo que se hace; y otro que con este nerviosismo se olvida aquello que es verdaderamente necesario.
Por el contrario, las ventajas de la unidad de vida las leemos en el decreto Presbyterorum Ordinis:
“Obrando así, los presbíteros hallarán la unidad de la propia vida en la misma unidad de la misión de la Iglesia, y de esta suerte se unirán con el Señor, y por Él, con el Padre, en el Espíritu Santo, a fin de llenarse de consuelo y rebosar de gozo.” (n°14)
La unidad de vida es fuente también de unidad de salud física, de resistencia en el trabajo. Por el contrario, un desequilibrio es fuente de agotamiento, desgana, aburrimiento, incapacidad para descansar y dormir.
Para proceder en nuestra reflexión me parece muy útil responder a dos preguntas; primera, ¿Qué uso asía Jesús de su tiempo? Queremos comprender un poco cuáles eran las prioridades de Jesús, para comprender lo que daba unidad a su vida; segunda, ¿Cuáles son en nuestros presbíteros y obispos las señales del mal uso de nuestro tiempo? Es decir, de no atender a las prioridades de Jesús, de no unificar nuestra vida, de no vivir el ministerio como camino de santificación.
b) ¿Qué uso hacía Jesús de su tiempo?
No intentamos aquí leer, comentar y ordenar todos los diversos pasajes evangélicos. Deseo simplemente dar una respuesta sintética en algunos puntos.
1°) Jesús tenía una idea clarísima acerca del uso que debía ser de su tiempo; no lo usaba de manera casual.
Cuando, por ejemplo, “… una mujer cananea, saliendo de aquellos términos, se puso a gritar: ¨¡Ten piedad de mí, Señor, hijo de David! mi hija está malamente endemoniada.¨ Pero Él no le respondió palabra. Entonces los discípulos, acercándose, le rogaron: ¨Concédeselo, que viene gritando detrás de nosotros¨ Respondió Él: ¨No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel.¨ (Mateo 15. 22 – 24). Lo que quiero decir con esto es que Jesús tenía las ideas claras, sabe lo que debe hacer, no es esclavo de las expectativas de los otros.
Y no es tan fácil, como me doy cuenta en mi ministerio de obispo, ser libre de las expectativas y de las esperanzas de la gente. Hay quien espera de mí una puntualización, otros otra; hay quien insiste para que yo intervenga en una determinada situación, y a veces se necesita más tiempo para convencer de que mi oficio no comporta aquello que algunos quisieran, lo que requiere el contentarlos. Jesús sabe para qué has venido y sabe qué debe hacer de su tiempo. Con otras palabras, Jesús tiene un plan de acción, no es esclavo de las circunstancias, no da la impresión de uno que dice una palabra buena aquí, una palabra buena allá, da la impresión, en cambio, de uno que conoce bien cuáles son sus prioridades.
2°) Con todo esto, sin embargo, Jesús no es rígido, no es inflexible sino todo lo contrario de tantos que, precisamente porque tienen ideas claras, son duros e inaccesibles. Jesús se inclina ante las verdaderas necesidades, se deja conmover por algunas situaciones. Su corazón, con sus ideas claras, está abierto. Hemos visto antes, cómo responde a los discípulos que intercedían en favor de la mujer cananea. Pero cuando la mujer viene donde Él y se postra delante implorando que le ayude, y añade, después de la afirmación de Jesús: “Sí, Señor, pero también los perros comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos.” Jesús cede, se conmueve, admira a la mujer y de hecho, concluye: “Mujer, grande es tu fe, que te suceda como deseas.” Esto quiere decir un corazón grande. Ideas claras y corazón grande.
En esta misma línea, recordemos también el pasaje de Juan, la narración de las bodas de Caná, cuando Jesús, después de afer haber afirmado: “todavía no ha llegado mi hora” (Jn 2,4) accede a la petición de la Madre. Este equilibrio es importante: no se trata de un desorden, de hacer todo lo que sale al paso, no se trata de una inflexibilidad. Es el justo equilibrio que consiste en tener las ideas claras y el corazón grande.
3°) Podemos ahora preguntar a Jesús como tantas veces se nos pregunta a nosotros y a mí, ¿cuáles son tus prioridades? A mí me parece que de la lectura de los Evangelios (sin perder de vista tantos años de preparación, el misterio de su vida oculta, sin duda Jesús no es un improvisado)[Lo que está entre paréntesis no pertenece al texto original.] se llega a tener una respuesta como estas:
- La primera prioridad de Jesús son los enfermos: la mayor parte de los pasajes evangélicos hablan de enfermos y del modo que Jesús se comporta con ellos. Leemos, por ejemplo, en el Evangelio de Marcos 1,32-34: “Al atardecer, puesto ya el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados: y toda la ciudad se reunió a la puerta. Jesús Curó a muchos pacientes de diversas enfermedades y echó muchos demonios…” Jesús dedica mucho tiempo a los enfermos y a los pobres y no sucede jamás que se niegue a acercarse a ellos y no los cure por falta de tiempo.
Y creo que, para mí, obispo, como también para los presbíteros, los enfermos y los pobres son una prioridad real.
- La segunda prioridad de Jesús es la predicación del Reino. Jesús aparece entre sus contemporáneos como uno que va a predicar el Reino de Dios (Cf. Mc 1, 14). Esta es la definición de la prioridad de Jesús que leemos en tantos pasajes evangélicos.
- La tercera prioridad de Jesús es el encuentro en la conversación con las personas. Podemos decir que Jesús tiene predilección por la relación pastoral primaria del encuentro directo. Muchísimos son los ejemplos que encontramos en el Evangelio (Cf. Mc 2, 13-17). Basta decir que Jesús era visto como uno que habla con la gente. Jesús prefiere el contacto pastoral primario.
- La cuarta prioridad es la oración, un tiempo largo para la oración y la plegaria (Cf. Mc 1, 35). El evangelista Lucas lo subraya repetidamente. Jesús se retiraba a lugares solitarios para orar (Cf. Lc 5, 16). No oraba solamente cuando tenía tiempo. Le daba tiempo a la oración. La consideraba una prioridad importante. “Por aquellos días se fue él al monte a orar y pasó la noche en la oración de Dios” (Lc 6,12). Después de la multiplicación de los panes, Jesús despide a la muchedumbre y sube al monte, solo, a orar: “Al atardecer estaba solo allí” (Mt 14,23). El no renuncia nunca la oración, y nosotros sabemos bien por experiencia que no es fácil, sobre todo cuando hay tantas cosas que atender.
- La quinta prioridad de Jesús es el estar con los amigos, es la amistad. En dos sentidos: sobre todo significa dedicar, dar tiempo a los colaboradores inmediatos. Jesús dedica mucho tiempo a los apóstoles y a los discípulos: en toda la segunda parte de su ministerio Jesús pasa mucho tiempo no tanto con la gente, ni con los enfermos, sino con los colaboradores (Cf. Mc 9,2). Es una opción muy importante desde el punto de vista pastoral. Jesús tiene tiempo para los enfermos, los pobres, la gente y para los colaboradores. Se dice en el Evangelio de Marcos 9,30ss: “Atravesaban el lago de Galilea. Él no quería que nadie lo supiera porque iba instruyendo a sus discípulos (…) Llegaron entretanto a Cafarnaúm, y estando en la casa les preguntaba: ¿de qué discutían por el camino?” Habían andado, por tanto, un largo camino -desde el norte hasta Cafarnaúm-, sin encontrarse con otra gente, solo con sus discípulos.
En segundo lugar, Jesús tenía amigos con los cuales se entretenía familiarmente, con libertad. Tenía amigos, tenía una casa a la cual iba cuando deseaba estar con Lázaro, Marta y María, con toda tranquilidad (Cf. Lc 10, 38-39). A mí me parece, por tanto, que también las relaciones amigables eran una prioridad para Jesús.
Naturalmente, me he limitado a estas cinco prioridades, pero cualquiera de ustedes, releyendo los Evangelios, podrá encontrar otras. En todo caso, las que he subrayado tienen indudablemente mucha importancia para Jesús y representa su manera práctica de unificar su vida.
Pues bien, nos preguntamos, finalmente, ¿cuáles son las señales del mal uso y del buen de nuestro tiempo?
c) Signos del mal uso de nuestro tiempo
Cuando no usamos nuestro tiempo, como lo usaba Jesús, hay señales que nos lo advierten: ¡No estás haciendo buen uso de tu tiempo! Indicó tres señales para interpretar de modo correcto si estamos haciendo mal uso de nuestro tiempo y, por tanto, deben ser tenidas en consideración.
- Una primera señal del mal uso que una persona hace de su tiempo es un nerviosismo perenne. Están nerviosos, fáciles a irritarse, siempre amargados, ansiosos, insomnes. Todo esto podría tener como causa una enfermedad, pero creo que, si el nerviosismo es continuo, quiere decir que no se hace buen uso del propio tiempo, que no se está tranquilo en el propio puesto, no se sabe ordenar las cosas de manera de no estar tan amargado y desganados.
- Una segunda señal: cuando no se tiene tiempo para nada. Se tiene siempre tantas cosas que hacer que no se tiene tiempo para nada. Es la señal de una organización falsa, no correcta de las propias actividades, de las propias incumbencias. Es falta de unidad cuando, por ejemplo, la gente dice: “Nuestro obispo, nuestro párroco, es bueno, estudia mucho, leer, pero nunca es posible hablarle.” Puede darse también que la gente sea demasiado exigente, pero puede darse que no haya buen orden en la vida de esta persona.
- Una tercera señal: cuando no se experimenta placer al encontrar un poco de tiempo para descansar de manera razonable: escuchando música, paseando por la montaña, etcétera. Cuando no se tiene nunca tiempo para esos momentos de distracción, significa que algo no funciona, que no se hace buen uso del tiempo, que nos creemos ser tan necesarios que no puede hacerse nada sin nosotros.
d) Signos del buen uso de nuestro tiempo
La gran señal es la paz interior y exterior. Un cierto sentimiento interior de paz. Se pueden tener muchos problemas, dificultades, pero con una actitud general de paz. Es una señal muy importante porque quiere decir que la persona vive una buena organización de su tiempo. Como ya hemos leído en el decreto Presbyterorum Ordinis n° 14:
“Obrando de esta manera, los presbíteros hallarán la unidad de su propia vida en la unidad misma de la misión de la Iglesia, y así se unirán con su Señor, y por Él con el Padre, en el Espíritu Santo para que puedan llenarse de consolación y de gozo.”
Ser colmados de Consolación, tener un cierto gusto interior, es la primera señal del Espíritu Santo. Y el Espíritu Santo quiere un buen uso del tiempo y nos ayuda a usarlo bien. Porque la unidad de vida no proviene de mis esfuerzos, sino del Señor que habla en la Escritura, que recibimos en la Eucaristía, que se escucha en la oración. Como dice el decreto Presbyterorum ordinis, Cristo obra a través de sus ministros y por tanto permanece siempre el principio y la fuente de la unidad de vida de los presbíteros. Y Jesús es principio de unidad en cuanto que es el fin y la unidad de toda la historia.
Dice el Concilio en una de sus páginas más preciosas sobre el ideal de unidad:
“El Verbo de Dios, por quien todo fue hecho, se encarnó para que, el hombre perfecto, salvará a todos y recapitulara todas las cosas. El Señor es el fin de la historia humana, punto de convergencia hacia el cual tienden los deseos de la historia y de la civilización, centro de la humanidad, gozo del corazón humano y plenitud de todas sus aspiraciones.” (Gaudium et spes 45).
Hacer unidad en la vida significa unirse con Jesús como centro y fin de la historia humana. Quiere decir comprender el dinamismo que actúa en la historia misteriosamente, pero eficazmente hacia su centro y su fin, y ponerse de esta parte, dejarse atraer por este dinamismo que es el Espíritu Santo. Escribe San Pablo a los Romanos que, buscar la unidad de vida significa sentir que toda la creación está en un dinamismo que va hacia un punto final: “Sabemos bien que hasta el presente la creación entera sigue lanzando un gemido universal con los dolores de su parto. Más aún: incluso nosotros que poseemos el Espíritu como primicia, gemimos en lo íntimo a la espera de la plena condición de hijos, del rescate de nuestro ser.” (Romanos 8, 22-23).
La unidad de vida viene por el hecho de que nosotros nos ponemos en la onda del Espíritu Santo que empuja la historia a su término, que interpretamos en todos los acontecimientos -sociales, políticos- los reflejos de la acción del Espíritu en el mundo. Esto es importantísimo para no sentirnos fragmentados, divididos por tantas cosas que nos distraen. Deberíamos preguntarnos siempre: ¿qué sentido tiene este hecho, esta situación, como parte del dinamismo del que es atraído por Jesús, Señor Universal, impulsado por la gracia del Espíritu Santo?
La pregunta podría parecer abstracta, pero en realidad es concretísima porque significa que ante tantas cosas difíciles de comprender en la vida del mundo, de la historia, no nos preguntamos solamente cuáles son las causas o las culpas, sino cómo pueden leerse estas cosas, qué momentos del dinamismo del universo tienen a Jesús como centro.
Por las experiencias que he vivido durante los viajes a las diversas partes del mundo, puedo decir que a mi parecer en este momento de la historia hay una luz especial para conocer esta verdad. Es la luz que impulsa al Santo Padre Juan Pablo segundo a viajar. Él advierte que este momento es de una importancia única en la historia del mundo porque nunca como hoy se ve tan claramente que los hombres deben ser una unidad. Sin unidad, a mi modo de ver, el mundo no podrá sobrevivir y, repito, esto no es más que un reflejo de la unidad que Cristo prepara.
Los Jóvenes aspiran a la fraternidad universal (lo hemos visto en JMJ de Santiago), aspiran a la unidad del mundo y están dispuestos a cualquier sacrificio con tal de conseguirla, porque entienden que se trata de algo capital para nuestro tiempo.
Nuestra tarea consiste en ayudarles a conseguir ese objetivo y a eso tiende nuestra espiritualidad sacerdotal y nuestro ministerio.