BOLETIN OSAR
Año 5 – N° 11

 

Relación entre formación inicial y formación permanente
Secretariado de formación permanente de los presbíteros
Reunión conjunta CEMIN – OSAR

 

La reunión se celebró el 9 de agosto pasado, promovida por la Comisión Episcopal de Ministerios -CEMIN-, con el objetivo de avanzar en la reflexión sobre la formación sacerdotal entendida como un único proceso que reconoce varias etapas, desde una remota, en la Pastoral Vocacional, pasando por la Formación Inicial que brinda el Seminario , y luego lo que hoy llamamos Formación Permanente, que acompaña toda la vida y el ministerio del presbítero.

Se trabajó en cuatro comisiones sobre un texto motivador, preparado por Mons. José A. Rovai, y luego de la exposición por parte de los relatores de las comisiones se dio un amplio intercambio de ideas entre todos, con algunas sugerencias concretas.

Esto no es un trabajo acabado ni mucho menos. Apenas un instalar el tema de manera firme entre los organismos eclesiales a quienes les compete profundizar y difundir esta concepción de la formación sacerdotal, claramente indicada en «Pastores Dabo Vobis».

La Comisión Directiva de la OSAR ya había tratado este tema en dos ocasiones, en noviembre de 1998 con el aporte de un trabajo realizado por el anterior Secretario Ejecutivo del DEVYM-OSLAM, Pbro. Guido Villalta en la XIV Asamblea de OSLAM de noviembre de 1997 en Santiago de Chile, publicado en el Boletín OSLAM N° 34, y en abril de 1999 con la presencia de Mons. Rovai.

A continuación transcribimos el texto de Mons. Rovai, los aportes de cada comisión de trabajo y un resumen del intercambio posterior.



ALGUNAS REFLEXIONES EN TORNO A
LA FORMACIÓN INICIAL Y A LA PERMANENTE

P. José A. Rovai, 1999

Sabemos que el horizonte de la formación inicial es la formación permanente. Es mirando al Presbítero en toda su integridad colocado a su vez en el horizonte eclesial, el que debe orientarnos fundamentalmente para saber qué Presbítero queremos mirado desde la Iglesia, (la que a su vez debe ser considerada en su dimensión Trinitaria-Cristológica y antropológica).

Sugerimos desde aquí algunas reflexiones sintéticas que deberán ser pensadas y completadas.

  1. Imagen Eclesial

    1. La mediación eclesial. Todo lo vivimos y nos viene dado en un horizonte eclesial. Ella es el sacramento desde donde nos viene la riqueza integral de la salvación. Esta realidad deberá ser asumida y vivenciada a lo largo de toda la formación del Presbítero.

    2. Imagen de Dios- Cristo- Trinidad. La Base de todo el misterio eclesial estará orientada y tendrá su fundamento en el Dios Trinitario, y la mediación Cristológica. ( L.G. 2-3-4)
      La asimilación existencial de este misterio, es importante para entender y asumir la «Identidad del Presbítero, en una Iglesia que es Sacramento de comunión».

    3. Imagen y praxis eclesial. Esta eclesialidad, no debe ser mirada solamente desde una imagen teológica de la Iglesia, sino desde su praxis y vivencia en el mundo. A lo largo de la historia de la Iglesia, esta vivencia ha tenido sus acentuaciones y variaciones a veces muy importantes, es importante conocer la diversidad de formas y variaciones que la Iglesia ha ido experimentado a lo largo de los siglos. Esto permitirá descubrir a fondo la esencialidad del ministerio presbiteral más allá de sus variaciones. Una visión «diacrónica» y «sincrónica» de la Eclesialidad y del Presbiterado.

  2. Unidad y Pluriformidad eclesial

    1. Iglesia Pueblo de Dios y Cuerpo de Cristo. Toda la Iglesia aparece en su dimensión concreta e histórica unida plenamente a Cristo y haciéndolo presente, encarnándose entre los pueblos del mundo. Es en este horizonte donde debe mirarse la realidad presbiterial, enmarcada en la eclesialidad total del Pueblo de Dios.

    2. Identidad y diferencia. Toda vocación en la Iglesia, es una vocación con, es decir debe ser mirada desde su propia identidad en relación con las otras vocaciones eclesiales. Hoy no podemos pensar ni vivir sin esa complementariedad que se realiza entre todos los carismas de la Iglesia. Toda formación al Prebiterado deberá ser asumida en su «identidad» y en su «diferencia» en orden a la complementariedad

    3. Complementariedad de las vocaciones. Es importante ver todos los ministerios y carismas de la Iglesia como complementarios. Sólo esto impedirá la «inflación» de un carisma sobre otros. (evitando la visión clerical, laicista o espiritualista de la Iglesia). Por eso el terreno fecundo para toda vocación presbiteral deberá ser la comunidad eclesial. (por eso toda estructura formativa sea inicial o permanente deberá ser visualizada en este horizonte eclesial vivido existencialmente como comunidad plena).

  3. Misterio «Encarnatorio del Cristianismo»

    1. La Encarnación es la base del cristianismo. Dios se ha manifestado en un Pueblo concreto que se ha convertido en el Sacramento de su presencia. Por eso lo encarnatorio en el cristianismo es indispensable para poder injertar plenamente el Evangelio de Jesucristo.

    2. La vocación cristiana y el hombre. De allí que sea tan importante la maduración humana, en la base de toda vocación cristiana, incluida por supuesto la presbiteral. (en este sentido hay que las estructuras formativas desde esta dimensión humana, sea la inicial como la permanente. La formación deberá hacerse desde esa encarnación, para poder vivirse integralmente y por toda la persona). La misma deberá tener en cuenta las diferentes dimensiones del ser humano. La Trascendente- la personal- la social y la cósmica. Sin la cual no tendremos nunca un hombre integral.

    3. Características del sacerdocio ministerial – católico ( como estilo de vida). La Iglesia piensa y vive la vocación presbiteral como un estilo de vida. Es decir, toda la existencia humana del Presbítero queda conformada a una existencia integral del hombre sacerdote . De lo contrario corremos el peligro de hacer del Presbítero, un profesional más (es importante adecuar las estructuras formativas con todo lo que implican, a esta realidad como estilo concreto de vida) (aquí deberá tenerse en cuenta en la formación, lo que implica lo «nocional» y lo «existencial» para coordinarlos adecuadamente y lograr una propuesta «unitaria» en la realidad del Presbítero.

  4. La formación inicial y la formación permanente

    1. El discernimiento de la vocación. Si todo deberá estar enmarcado en un horizonte eclesial, es importante que desde el discernimiento de la vocación al Presbiterado se tenga en cuenta este horizonte. Toda vocación debe contemplarse desde la Iglesia, en la Iglesia, en orden a la misión al mundo. ( por eso descubrir las experiencias eclesiales vividas por los candidatos es de enorme importancia. A partir de una Iglesia: Misterio-Comunión-Misión. Sin esto corremos el peligro de no formar adecuadamente al Seminarista y al Presbítero de una manera permanente para desplegar la riqueza del Sacramento Eclesial de la Ordenación al ministerio, en todas las dimensiones exigidas por la PDV. Humana – Espiritual – Intelectual – Pastoral. Debe abarcar la existencia completa de aquel que se prepara y luego vive este ministerio en la Iglesia)

    2. Horizonte de la eclesialidad. Es importante que todo parta desde aquí y no presuponer nunca, que el candidato de la formación tiene claro el modelo de Iglesia que ha sido vivenciado. Cada uno de nosotros tiene ese «modelo» implícita o más explícitamente, él influye en la concepción misma de la vocación del Presbiterado, que es un hecho puntual y al mismo tiempo permanente. ¿Cuáles son los modelos eclesiales que manejamos o que manejan los candidatos al presbiterado? Esto es muy importante que emerja con la mayor claridad posible aunque no siempre aparecen en estado puro. Cada uno de nosotros, en la vivencia eclesial que históricamente ha tenido, recibe un influjo importante en esta dirección (parroquias, movimientos, asociaciones, etc. etc.) Todo modelo eclesial tiene un influjo decisivo en la misión eclesial. Cuántas veces puede verse la vocación al ministerio, que es un servicio, como algo meramente individual, o como un deseo de «perfección» que puede encerrar la acción ministerial, más que abrirla a la misión. Recordemos que toda vocación como carisma del Espíritu, es dada desde la Iglesia y para la Iglesia en orden a su misión en el mundo. Recordemos que la Iglesia hasta cierta época no concedía las «Ordenaciones Absolutas», sino en un marco eclesial en orden a la misión concreta dentro de una Iglesia particular. (No siempre ha estado claro en la Iglesia y por eso no se vive bien e integrada la «igualdad» y la «diferencia» en el ámbito de la vocación al presbiterado).

    3. Horizonte del mundo. Sabemos que el mundo en su sentido más profundo no es solo un ámbito sociológico sino teológico. El mundo creado y redimido por Cristo (es toda una historia de salvación que incluye el pecado del hombre). El proyecto originario que Dios tuvo sobre el mundo, es muy importante tenerlo presente. Por eso el Concilio Vaticano II junto a la LG, tiene la GS (que nos parece en una reelaboración de una amplia constitución sobre la Iglesia, debería ir incluida en la misma). Toda Iglesia querida por Jesucristo tiene un movimiento «centrípeto» para ser profundamente «centrífugo» . Si no es así caemos en una visión «dualista» entre Iglesia y mundo que nos hace olvidar el «proyecto originario de Dios que mira a toda la realidad y es unitario». La Iglesia y el Mundo, tienen el mismo origen y el mismo fin y difieren exclusivamente por la «especificidad» en la realización concreta de la misión. (Por eso el Concilio nos exige saber leer el «signo de los tiempos», que nos permite enmarcar adecuadamente la misión de la Iglesia para la epocabilidad del mundo. (Todo el misterio de la providencia de Dios y la presencia del Espíritu). Es importante descubrir qué «modelo de mundo» manejan los candidatos al presbiterado para que se asuman en el marco de una eclesialidad toda ministerial en orden a la Evangelización del mundo. Cada época histórica debe verse como un «desafío» más que como un «peligro» (la formación inicial no debe realizarse alejando a los candidatos del mundo concreto, sino desde esa realidad mirada desde el Espíritu. Aquí deberá tenerse en cuenta todo lo que decimos acerca de la Evangelización de la cultura y la inculturación del Evangelio. Toda vocación eclesial está siempre orientada a la Evangelización del mundo). Este es un problema que debe pensarse sobre todo teniendo en cuenta la estructura actual de nuestros seminarios.

  5. Relación Iglesia y Mundo en la pluriformidad

    1. Leer el signo de los tiempos. El Presbítero tiene en la Iglesia una dimensión profética. Esto supone asumirse integralmente, conociendo la realidad, para iluminarla desde el Evangelio. Esto nos lleva a preguntarnos por la «hermenéutica» que debe tenerse para poder realizar eficazmente la misión. (Preparar para esta realidad no es fácil pero deberá conversarse intensamente y que afecta el acompañamiento en la formación permanente frente a los desafíos que `plantea hoy al cristianismo la cultura moderna y contemporánea). ¿Cómo analizar la realidad en torno a esto? El saber «ver» el mundo y la sociedad que vivimos para producir las adaptaciones indispensables en esta dirección.

    2. Personalidad y «hermenéutica». El que interpreta, el que discierne es la persona concreta del presbítero en el ámbito de una Iglesia de comunión. (Todo esto deberá tenerse en cuenta lo que es antropológicamente el hombre como persona y comunidad). Hoy nadie trabaja y realiza su misión individualmente sino en el seno de una comunidad. (Toda evangelización es eclesial en su origen, en su realización y en su finalización es eclesial). Se trata de formar en este ámbito, personalidades maduras e integradas para poder leer adecuadamente la realidad. (Mantener la propia identidad, el carisma que se ha recibido en orden precisamente a una concreta misión eclesial. Es lo que uno descubre en los grandes misioneros y misioneras de la historia de la Iglesia. Encarnarse sin perderse, injertarse sin dispersarse, mantener la identidad y la diferencia en lo esencial del carisma, manejando aquellas realidades que proceden desde una encarnación histórica de la misión en la Iglesia y en el mundo. Nadie ignora hoy como se pegan a la iglesia y al mundo modos de vivir y de expresarse existencialmente y que no pertenecen a la esencia de la realidad).

    3. Aspecto «humano» del problema. Todo esto se asume desde una personalidad humana concreta. Esto exige tener en cuenta la experiencia y las expresiones que los candidatos han vivido concretamente. La madurez humana es la base desde donde deberán crecer las otras dimensiones de la formación, evitando cualquier tipo de «refugio trascendente» que conducen luego a la evasión de los problemas y no a enfrentarnos concretamente. El cristianismo asume y purifica, potencia lo humano, no lo destruye y mucho menos lo desprecia, sino que los asume. Para Aquí se realiza precisamente el momento encarnatorio de todo carisma eclesial en orden al cumplimiento de la misión. No hay misión sin encarnación con todas las consecuencias que esto significa.

  6. Vivencia del Ministerio y la Iglesia y el Mundo

    1. Caminos del discernimiento. Para realizarlo es importante formar hombres de profunda fe que impregne toda la existencia del Presbítero. Mirar teologalmente la propia realidad y la del mundo y la de la Iglesia. Es importante ver como puede encarnarse lo que se vive en diferentes elementos de la formación inicial y el de la formación permanente. (Se observa que muchos hábitos que se intentan infundir en la formación luego no tienen una eficacia propia en la vida concreta de los Presbíteros, en los diferentes ámbitos de la formación según PDV).

    2. El ver, el juzgar y el obrar. ¿Cómo mirar la realidad que se vive? ¿Cuáles son los elementos para el análisis concreto? ¿Cómo proponerlos sin caer en ideologías mutilantes o que pueden desfigurar la capacidad de la mirada? En este aspecto existen más preguntas que respuestas. Los elementos brindados durante la formación inicial, no parecen suficientes (y si unimos a esto que el Seminario tiene una forma concreta de cultura, totalmente diferente de la que se vive en el mundo, en la sociedad concreta, la situación se torna más difícil. ¿Conocemos bien el ambiente desde donde proceden los candidatos? ¿De qué eclesialidad proceden y de qué visión mundanal? Es importante reflexionar intensamente todo esto, si queremos presbíteros para nuestro tiempo en una fidelidad fundamental a lo esencial del pasado. Esto también abarca todos los ámbitos de la formación). Lo mismo en el juzgar: ¿Cuáles son los valores para juzgar la realidad?. ¿Se asimilan factores y valores humanos y cristianos en la formación inicial en esta dirección? Y no se trata de decir que en el Seminario se tiene una cantidad de valores intelectuales y morales pero ¿en qué medida estos se encarnan en los educandos?. Da la impresión que lo «nocional» supera con creces lo «existencial». Y en el obrar. Toda la realidad cristiana apunta siempre a una «praxis» porque el Evangelio tiende a crear un «estilo de vida». Y esto no se logra sin una intensa capacidad de diálogo con la realidad concreta de la Iglesia y del Mundo.

    3. Conocerse-decidirse-aceptarse. Todo esto supone una intensa encarnación de los valores del Presbítero en su vida concreta. Es importante «personalizar» los valores del ministerio en una personalidad concreta. La «unificación de la personalidad» en torno a estos valores es indispensable para poder llevar a cabo la misión presbiteral. Mirarse en las posibilidades y en los límites en esta dirección es necesario para poder realizar una acción fecunda en el ministerio y todo esto abarca también todos los ámbitos de la formación presbiteral, sea la inicial como la permanente e implica un riesgo al que nadie en la vida puede sustraerse. En este sentido es importante no formar «personas calculadoras» y llenas de sospecha en orden a lo concreto de la misión. En todo el sentido de la palabra es importante formar hombres prudentes. Esta formación es lo que hace indispensable que la misma sea permanente, pues nunca termina la maduración plena del Presbítero en un mundo pluralista, con cambios rápidos y constantes que necesitan constante actualización para enfrentar los diferentes aspectos de nuestra cultura y que permita permanentemente el discernimiento en orden a la misión del Presbítero en la Iglesia y en el mundo y evitar de esta manera caer en actitudes desalentadoras o paralizantes…
      Nunca pues, terminamos de formarnos, porque la cultura es algo histórico y siempre plantea desafíos nuevos que exigen estar actualizados constantemente.

  7. Sentido permanente del Ministerio

    1. El Ministerio como estilo de vida. Radica aquí uno de los aspectos para dilucidarlo adecuadamente. ¿Qué significa un estilo de vida Presbiteral? ¿Hasta dónde debe o puede realizarse la Encarnación histórica sin perder los valores permanentes en el Ministerio? ¿Se puede trazar una imagen adecuada del Presbítero en la Iglesia y el Mundo de hoy? Preguntas más que respuestas. Es indispensable pensar en la permanencia en el Ministerio, en una cultura fragmentaria- de lo relativo- del momento… Es importante aquí analizar la cultura post-moderna donde todo tiende a relativizarse. Vivir el sacerdocio como lo propone la Iglesia Católica, implica ciertos «aspectos ascéticos» que deberán precisarse y asumirse. Querer una Encarnación que nos hace perder la identidad más profunda y esencial, pone en peligro la distinción profunda que implica este carisma eclesial. Hay realidades que son irrenunciables en el ministerio apostólico y que deben mantenerse y entre ellos la permanencia de por vida en el ministerio. No se vive el Presbiterado «por un tiempo» , sino de por vida. Esto exige condiciones de vida apropiadas. (en el orden humano-intelectual-espiritual y pastoral…)

    2. Raíces eclesiológicas-Cristológicas-Trinitarias y antropológicas del Ministerio. Toda identidad ministerial implica estas dimensiones, no solamente aprendidas intelectualmente sino vivenciadas lo más posible y hecha vida en cada Presbítero
      El Presbítero es un hombre que procura vivenciar permanentemente estas dimensiones teologales en la propia existencia y que no termina nunca de asumirse integralmente y que tienen que ser objeto permanente de revisión, para constatar el ideal con la realidad que se vive y esto exige la conversión constante hacia estas verdades. El peligro de una «instalación» tranquila y forma en un estado de vida conspira contra una visión profunda de la realidad.
      La permanencia en el ministerio, no debe ser fruto de un «voluntarismo» o del cumplimiento estricto de un deber, sino algo que implica gozo, felicidad, crecimiento en el amor. (Ver para todo esto y lo que implica la entrega plena y constante al ministerio el interesante libro de Amadeo Cencini: Por Amor con amor en el amor. Libertad y madurez afectiva en el celibato consagrado. Atenas. El autor realiza una profunda reflexión interdisciplinar con un acopio de datos sorprendente donde manifiesta con claridad cómo puede vivirse plenamente desde lo humano, la consagración a Dios y los problemas actuales que plantea la formación como la llevamos actualmente). Recordemos que Dios quiere nuestra felicidad, no el que soportemos un estado de vida. Por eso la vocación es un ofrecimiento, una propuesta que se dirige a nuestra libertad, nunca una imposición. ¿Cuáles son los caminos más aptos para esto?. Es un desafío que debemos pensar a partir de una cultura en buena parte fragmentaria, relativista y bastante intolerante frente a un compromiso definitivo que implica toda la vida humana hasta el final.

    3. Formación inicial y permanente. (Ver el interesado el artículo de Vittorio Gambino de la Pontificia Universidad Salesiana, titulado «La formazione permanente del Sacerdote nell’ esortazione apostólica «Pastores Dabo Vobis». Una svolta culturale»).
      El horizonte fundamental de la formación inicial, debe ser la formación permanente y no al revés. Cuando se construye un edificio es menester un plano global de la obra, y según la finalidad del mismo, tiene sentido cada parte, de lo contrario será un conglomerado de partes inconexas. Del mismo modo la formación inicial debe ser el «esbozo» de la formación permanente. Y esto supone preguntarnos de entrada ¿Qué Iglesia queremos y qué Presbítero para esta Iglesia concreta? Y como hemos dicho, una Iglesia una y pluriforme. Ver el carisma del presbiterado en el horizonte concreto eclesial. Sólo desde este horizonte podremos pensar la formación permanente y la inicial. Y esto en las cuatro dimensiones de la formación. (El hombre de Dios, fuertemente vivenciando su espiritualidad, arraigada en su propio ser presbiteral con una sólida apertura a la Verdad que debe cultivarse constantemente para ofrecer su ministerio a la Iglesia y al Mundo con la mayor competencia posible.)
      Un ministerio Presbiteral, plenamente injertado en una Iglesia toda ella ministerial, para servir al mundo de hoy con su misión evangelizadora. (con la riqueza que esto tiene en EN)

      Es un desafío grande que debe ser pensado interdisciplinariamente. No basta el estilo formativo muchas veces cerrado que tiene la generalidad actual de nuestros seminarios. (hoy madurar una persona supone recurrir a todas las ciencias antropológicas, realizar un diálogo fecundo entre ciencia y fe, religión y cultura, en el fondo Iglesia y Mundo). Una relación profunda entre nuestra cultura post-moderna y el Presbítero capaz de evangelizarla desde su propia realidad. Recordemos que la Evangelización de la cultura, supone evangelizar «desde» la cultura y no simplemente y en primer lugar «evangelizar a la cultura» que es una actitud «ilustrada» y en este caso se producirá una realidad «paralela» al mundo en que vivimos y no tocaremos el «ethos» cultural que es el núcleo en el cual debe penetrar el evangelio para producir una «nueva vida» en el interior mismo de las culturas. Para esto se necesita una capacidad «hermenéutica» que brote de una persona unificada, capaz de discernir lo permanente de lo «epocal» en el corazón mismo de la cultura. Es un trabajo lento, profundo y constante y que no termina nunca y exige mucha paciencia y mucha constancia. Y sólo puede vivirse en el «horizonte de la Cruz». Creo que aquí anida la cruz más importante de la Iglesia…» Vayan y prediquen a todas las gentes…» Esto vale para todos los carismas eclesiales orientados siempre a la construcción de todo el cuerpo en orden a la misión en el mundo.

      Es aquí donde aparece fuertemente la realidad de la formación permanente. En una cultura dinámica como la nuestra, en una conciencia tan fuertemente histórica, donde disparamos siempre hacia el futuro, la formación debe seguir este proceso y por eso la responsable de esta formación, es en algún sentido toda la comunidad eclesial. (Esto vale para todos los carismas eclesiales y no solamente para el presbiterado).

      Hoy la formación inicial de los presbíteros está demasiado concentrada en los Presbíteros mismos, qué lugar ocupa toda la comunidad eclesial? Los otros carismas aportan algo a la formación de los Presbíteros que luego serán los encargados de discernir los demás carismas conduciendo la comunidad eclesial concreta? (Cuántas veces uno escucha quejas de nuestros laicos competentes, por la inmadurez de los presbíteros para iluminar realidades profundamente morales, en el seno de la familia, de las estructuras sociales, de las profesionales, del mundo del trabajo en general… El Presbítero debe ser en el sentido más profundo del término «quien ayuda a discernir los carismas en la comunidad y los acompaña para profundizarlos en su relación eclesial y humana. Conducir como Presbítero una comunidad cristiana consiste precisamente en esto. (A modo de ejemplo simple, cuántas veces uno escucha a catequistas experimentados, quejarse del joven curita que egresa del Seminario y se cree competente para dictaminar sobre el contenido y principalmente sobre el método catequístico sin haber tenido a veces ni la mínima experiencia de lo que es catequizar !!! Y podríamos colocar muchos otros ejemplos. Imaginémonos estos jóvenes Presbíteros, aconsejando sobre la «paternidad responsable», la educación de los hijos, los conflictos de pareja, etc. etc. etc.,)

      En muchos casos aparecen los Presbíteros «permisivos» para quién todo vale porque es incapaz de enfrentar los problemas o por el contrario en un «integrismo inhumano», grava enormemente la conciencia de la gente… El discernimiento supone una personalidad integrada y madura por parte del Presbítero que debe enfrentar cotidianamente estos problemas humanos. Y lo peor de todo lo sufren aquellos cristianos que creen todavía en el ministerio presbiterial. Los otros ni siquiera consultan ya al presbítero en ciertos temas y ni siquiera se confiesan sobre todo esto.

      Es un desafío importante el que se le plantea a la Iglesia para la formación integral (inicial y permanente) del Presbítero. Por eso, la misma nunca termina y es necesario implementarla en todas las etapas de las edades de los Presbíteros.

      Me parece que aquí reside el desafío más serio para la formación inicial y permanente. Es menester revisar todo lo que estamos haciendo hoy en la formación inicial de los futuros presbíteros a la luz de una formación permanente llena de exigencias….

  8. Asumir el estado «permanente de vida»

    Uno de los desafíos es asumir toda la vida orientada a una fecundidad constante en torno al servicio que presenta en la Iglesia y para el mundo del ministerio presbiteral. Como hemos dicho, una existencia que debe gastarse en la alegría y en el gozo de un servicio querido por Jesucristo para su Iglesia. No se trata de «sobrevivir» sino de «vivir» y realizar en el horizonte Pascual la propia existencia vivida en el Espíritu. Todo esto debe ser alimentado a través de una formación integral.

    1. Características de una personalidad madura
      (Ver el libro anteriormente citado de A. Cencini)

      Solamente sugiero aquí que una personalidad madura supone:

      • Una profunda unidad en la personalidad

      • Con un carisma asumido y que orienta todo el esfuerzo

      • Con una conciencia profunda de servicio hacia la Iglesia y el Mundo

      • Con una profunda capacidad de discernimiento, que permita descubrir los caminos de la Iglesia y del mundo.

      • Con una profunda dosis de humildad para encarar los problemas que se presentan, buscando trabajar en equipo en el seno de la comunidad eclesial en medio del mundo de hoy, sin ignorar sino asumiendo adultamente la riqueza aportada por la tradición eclesial.

      • Impregnada de la fe-esperanza y caridad, asumidas constantemente para mirar todo desde las bienaventuranzas evangélicas como una auténtica hermenéutica de la historia.

      • Con una conciencia profunda de que la formación dura toda la vida y que termina en el momento de nuestra muerte. Con una conciencia profunda de discipulado, `porque todo carisma debe crecer y ahondarse constantemente. (Recordemos que PDV coloca la formación en una explicitación y desarrollo del propio ser presbiteral… La imposición de las manos implica siempre un don y una tarea. Recordemos que la moral cristiana ha sido siempre el desarrollo del ser cristiano que somos… el tema de la imagen y semejanza en los Padres. El hombre es imagen como «don» pero a través de la «semejanza» tiene que desplegar lo que es, para convertirse en imagen, «tarea». Todo es de Dios y todo es del hombre…)

    2. La unificación de la personalidad

      Todos los niveles de la formación tienden a lograr una profunda comunión en el interior de la personalidad presbiterial. Debe ser una formación que armonice todas las dimensiones. No debe caer en un antropocentrismo ni en un espiritualismo. Sabemos que las tendencias hacia actitudes «ideológicas» han sucedido, suceden y posiblemente sucederán en la Iglesia histórica. Es irremediable que algo de esto nunca se evite del todo. Pero es imprescindible procurar la armonía de los diferentes aspectos. Nosotros vivimos los carismas como dones del Espíritu y esta dimensión deberá ser potenciada constantemente. (El presbítero es un «hombre del espíritu» en el sentido paulino de la expresión. Y esto deberá ser asumido con todo realismo. Aquí anida la «experiencia contemplativa» de todo carisma eclesial. Sin esto todo se diluye, se pierde, cae. Lo más real que existe para el cristiano es el ámbito teologal de la existencia. Sabemos que Cristo, como lo dice Pablo ha venido «a recrear todas las cosas». El cristiano es una nueva creación, es una creatura nueva. Y esto se actualiza en cada carisma eclesial para que sea realmente algo vivo. Las recomendaciones que hace la Iglesia en esta dirección nunca serán suficientes. Vivir un ámbito teologal no es «natural» para ninguna existencia cristiana. Recordemos lo que dice el Concilio cuando habla de la separación entre fe y vida de los mismos cristianos… Ese cierto «liberalismo» en la vivencia de la fe. Un cristianismo que no toca la vida. Tenemos el presbítero profesional, que vive «los tiempos sacerdotales». Todo se reduce a administrar las «cosas sobrenaturales» y después se es un hombre como cualquiera… ¡Cuántas existencias sacerdotales son así…! Luego se buscan compensaciones de todo tipo. Los ídolos aparecen inmediatamente: será el placer, el dinero, o el poder… cada uno lo sabe. Vivir en el Pneuma la existencia, será siempre el desafío de quien vive un carisma en el Espíritu…) Pero esto aterriza en un ser concreto, de carne y hueso y que es el sustento, el sujeto, que recibe-asuma-realiza el carisma. Es el ámbito rico y complejo de la madurez humana. (cuántas carencias en este sentido, qué compleja es la realidad humana. Cuántas veces muchas ciencias están en esta dimensión. Se debe evitar caer en cualquier tipo de «espiritualismo». Creer que la gracia lo resolverá todo, es tan grave como hacer de la misma un «simple accidente» añadido a la naturaleza humana. Hemos progresado en esta dirección hoy, y se necesita crecer más. Debemos tomar en serio aquello de que «la gracia supone la naturaleza, la asume y aún la perfecciona en la misma dirección». Pero con todo el equilibrio necesario. Ni espiritualismo ni humanismos cerrados. Mirar también aquí como horizonte fundamental «el misterio de la encarnación».).

      Esa madurez crece con la Verdad-la Belleza- y el Bien, a la que está abierto por naturaleza el hombre. La formación intelectual en esta dirección es indispensable para la madurez. Hoy existe un cierto prejuicio en los presbíteros. Quizás porque no aprendieron en la formación inicial como un valor lo que implica la reflexión y el estudio. Y aquí deberá ver cómo conectar claramente la formación inicial con la permanente. Se está pensando en cursos formativos en esta dirección. Es importante que los presbíteros lleguemos al convencimiento de la necesidad de una reflexión constante que nos ayude a pensar nuestra vida, nuestra misión, la vivencia de nuestro carisma, etc. (Es importante renovar la enseñanza que se imparte en la formación inicial, que sea más participativa, que implique «autoformación» y convencimiento profundamente personal. Que no se vea el estudio como un simple requisito para llegar al presbiterado, sino que éste forma parte esencial de toda formación permanente. Esto podrá evitar el enciclopedismo que se da en la formación inicial, dejando otros aspectos que se irán completando en una formación permanente bien organizada y actualizada. De aquí la importancia de detectar claramente vocaciones intelectuales en el presbiterado, advertir las que pueden brindar otros carismas eclesiales en la vida consagrada y laical para contribuir a esta formación. Hoy felizmente tenemos consagrados y laicos y laicas que comparten esta formación en los seminarios con buenos resultados para los formandos. Una comunidad eclesial madura, con todos sus carismas en movimiento será también para esto algo muy fecundo. Qué bien hace al que se prepara para el sacerdocio escuchar clases de consagrados, consagradas y laicos, sobre temas de filosofía, teología, espiritualidad, pastoral, etc., etc. Recordemos que en la Iglesia que se asume como Pueblo de Dios, aprovecha todos los dones del Espíritu y en virtud de la comunión de los santos se aprovecha de todos los carismas que son complementarios… (Una Iglesia que vive auténticamente la «koinonía» en el Espíritu. No es conveniente y es siempre mutilante una formación del presbítero comunicada sola y exclusivamente y mayoritariamente por los mismos presbíteros. (Ciertas mentalidades clericales tienen en este estilo de formación su ideología clerical que tanto mal nos ha hecho y sigue haciendo en la Iglesia. Es bien del Espíritu, que todos contribuyan a la formación de todos en la Iglesia. En esta dirección tenemos que crecer, según mi experiencia, muchísimo. Generalmente cuando pensamos en la formación para el clero pensamos inmediatamente en el mismo clero de manera casi exclusiva.

      Cuando hablamos de la complementariedad de los carismas hablamos de esta realidad, pues es uno de los aspectos fundamentales en la formación del presbítero que se sientan «sumergidos en una Iglesia toda ministerial y pluriforme». Es cierto que hay una especificidad propia de cada carisma, pero ésta no puede ser tal que aísle al presbítero del conjunto de la eclesialidad como con frecuencia sucede. En este campo se ha vivido y se vive un excesivo individualismo (pensemos en el enriquecimiento que significaría intelectualmente, las verdades pensadas y vivenciadas por los diferentes carismas de la Iglesia… Un celibato contemplado desde el matrimonio, una propuesta pastoral realizada desde diferentes ópticas, una espiritualidad a la luz de las diferentes espiritualidades de la Iglesia, etc., etc., etc.)

    3. La vivencia en la realidad

      El cristianismo es un misterio existencial, es una realidad que se traduce en la vida. Y ser Presbítero es un misterio existencial. En la concepción católica del misterio es así. Lo mismo sucede con los carismas de la vida consagrada y la laical. Son «estados de vida» no son simplemente acciones. Se participa de una manera específica del ser y de la misión eclesial (lo que no significa que no pueden darse realidades supletorias en cada carisma en virtud de la comunión de los santos. Pero cuando esto sucede tiene que ser realizado con plena conciencia. Una cosa es la suplencia entre los carismas que son de la misma Iglesia, otra es la confusión , la dispersión, la pérdida de identidad en el ser y en la misión propia de cada carisma, recordemos una vez más que el dinamismo de la misión es: Igualdad-personalización-socialización).

      Es importante que la «personalidad presbiteral» se plasme en lo concreto de la Iglesia y el Mundo. Hay una «identidad» en el presbítero que implica un «estilo de vida». Y aquí es donde deben vivenciarse ciertas actitudes ascéticas. Se opta en un estilo de vida y se procura ser coherente con aquello que favorece este estilo evitando los des-valores que comprometen su plena realización. (En la formación inicial como en la permanente deberá tenerse en cuenta la «imagen de presbítero» que se quiere según el querer de la Iglesia, y como debe ser su estilo de vida. Sin llegar a minuciosidades que dependen de cada uno en su vivencia presbiteral, deberá encontarse un «consenso» sobre aquellos elementos que son indispensables a todo presbítero (esto se nota por ejemplo en la vivencia del celibato. El célibe deberá tener una ascética particular como el matrimonio cristiano tiene la suya. No todo es lícito a todos. El carisma implica siempre un determinado modo de existencia para que pueda plasmarse en su identidad en el seno de la Iglesia.

      ¿Cómo deberá proponerse en la formación? Es posible trazar a través de un consenso eclesial pautas mínimas en esta dirección? ¿O deberá dejarse a la iniciativa individual? Parecería que en la tradición eclesial hay normas concretas en esta dirección y se establecen recaudos para poder vivenciar los diferentes carismas. En todo aterrizaje de los carismas existen dificultades. No es fácil traducir las realidades del Espíritu en la existencia concreta. Aquí deberá contarse con una comunidad eclesial mínimamente organizada. Una Pastoral organizada, deberá ser el ámbito de la formación permanente del presbítero (y de los otros carismas) para que sea eficaz la dimensión que tiene siempre un dinamismo pluriforme en la Iglesia (no todos proponen testimonialmente los mismos valores evangélicos y sobre todo de la misma forma. Todos los carismas nos descubren la riqueza inmensa de la humanidad de Cristo de diferentes maneras. Cuando un carisma se atribuye la «plenipotencialidad» del testimonio evangélico se producen parcialidades en la Iglesia (por ejemplo proponer como ideal al monje como si fuera el ideal cristiano, o al laico, o al presbítero. Se ha caído en este sentido en diversas formas «sectarias» de ver lo cristiano que no ha contribuido a una imagen integral del Evangelio.)

      Identidad-Diferencia-Koinonía, es el lema eclesial en esta dirección.

      Cada uno aporta con su palabra y testimonio lo que es al cuerpo eclesial todo y todos en el misterio de la comunión de los santos nos enriquecemos. (esto nos parece que afecta desde el momento en que se realiza un discernimiento para averiguar qué carisma quiere para nosotros el Espíritu. Quizás la escasez de vocaciones para el presbiterado tiene su fuente en una pastoral vocacional no pluriforme. Recordemos una vez más que la eclesialidad forma parte esencial de todo carisma. Si no estamos ante el fenómeno de «una secta». Nunca podemos dejar de lado el ser y la misión eclesial que es una y pluriforme…)

      Vivenciar pues, cada carisma, tarea difícil pero fecunda.

      En la Iglesia católica hemos caído en el «uniformismo» eclesial, como la reforma cayó en la «anarquía».

      Es indispensable recuperar la pluralidad de ministerio, el pluralismo de los carismas, para que la unidad eclesial sea fruto de la «koinonía». Así aparece la Iglesia en las fuentes y en los primeros siglos del cristianismo. Es una tarea compleja llena de riesgos como todo lo rico y variado. Pero debemos contemplar todo esto como un desafío más que como «peligro», pues esto último entraña siempre autodefensa, mientras que lo otro implica una auténtica «imaginación creadora». A la hora de plantearnos la formación integral del Presbítero, es indispensable que la miremos desde este horizonte vivencial. Sólo una Iglesia que plasma concretamente en su estructura los carismas diversos, podrá ofrecer al mundo la riqueza enorme contenida en el Evangelio de Jesús, sin mutilaciones de ninguna especie, sin «inflaciones», `por más santas que parezcan. Se discierne la vocación, no en la tormenta tampoco en el entusiasmo. (San Ignacio requiere «la santa indiferencia» para elegir el estado de vida que apunta en definitiva como El mismo lo expresa a buscar la gloria de Dios en todo. Solo eso da dimensión auténtica a una elección vocacional.

  9. Desafíos actuales en esta visión

    Hoy asistimos a una cultura que presenta desafíos muy intensos para la vida cristiana y para el estilo de vida presbiteral.

    (Ver para todo el interesante artículo de Lorenzo Trujillo «Aproximación valorativa a la espiritualidad de los sacerdotes diocesanos» en el libro: La formación espiritual de los sacerdotes según PDV, Ed. Comisión Episcopal del Clero. El autor hace un análisis de la actual juventud española, pero contiene algunos elementos interesantes para nosotros.)

    1. La familia, la sociedad, la cultura

      Hoy vivimos una cultura muy desafiante. Los cambios afectan al mismo núcleo de la sociedad como es la familia. Los que hemos sido formadores sabemos como condiciona la realidad de la familia a los que son llamados al ministerio presbiteral. (separación de los padres, ambiente poco propicio de la familia, no aceptación de la vocación, etc., etc. la concepción misma de la familia que en algunos casos es muy diferente a la familia tradicional; hoy se habla de familias, más que de familia. La diluida identidad sexual que cada vez se hace más común, la concepción amplia de la «fidelidad conyugal», etc., etc.)

      Esto afecta el equilibrio afectivo de los candidatos que es un aspecto fundamental en la formación humana del candidato. (Sobre todo esto es importante ahondarlo más).

      La sociedad actual. Cambian fuertemente los sentidos y los valores de este mundo. El rol mismo del presbítero se ve desvalorizado por parte de los mismos católicos. ¿Cuántas familias hoy aceptan una vocación presbiteral? Todo esto puede servir a la purificación de la imagen de presbítero pero también crea ansiedades, situaciones de inseguridad, etc.

      La cultura postmoderna. Con sus diferentes variantes, la fragmentariedad de la existencia. El relativismo ambiental. La incapacidad para decisiones definitivas. La dificultad para una concepción de la fidelidad y permanencia. El permisivismo moral. La tolerancia frente a los desvalores. El sincretismo en lo religioso, etc., etc.

      En este ámbito donde es indispensable crear como dijimos anteriormente personalidades maduras, basadas en sólidas convicciones, con una capacidad de saber descubrir los valores latentes en esta misma cultura. Solo una personalidad así, no será presa del desaliento, de la inseguridad y sabrá mantener la identidad de su elección vocacional y la capacidad de diálogo fundamental para la evangelización de este mundo concreto. Y esto deberá tenerse en cuenta tanto en la formación inicial como en la permanente. Las vocaciones hoy proceden de este mundo concreto y se desarrollarán en el mismo. Me decía una vez un alumno del curso de iniciación de nuestro seminario, que para él la noche más difícil para dormir era el sábado, pues cuando vivía fuera del seminario, nunca dormía ese día, pues pasaba hasta el domingo a la mañana, en bailes y fiestas. Hoy este fenómeno se extiende, como una forma de la cultura juvenil en muchos lugares de nuestra patria. Y así otras situaciones parecidas.)

    2. En circunstancias como las actuales es indispensable encontrar los medios para un diálogo maduro

      Se necesita educar al presbítero para asumir una actitud dialogal que lo ayude para situarse en este mundo. Capacidad para estar abierto a la Verdad y al Bien y a la Belleza en todas sus formas. Saber detectar las semillas del Verbo que siempre están presentes. Una actitud permanente de esperanza para poder llegar a las situaciones concretas de la gente. Saber proponer el cristianismo como algo «creíble». Poder ofrecer el humanismo que da el Evangelio y que hace posible rescatar los gérmenes de la verdad ocultos con frecuencia en una maraña complicada de situaciones (deberá ser formado intensamente en una profunda antropología cristiana con todas sus riquezas. Hoy esto es un desafío inmenso. Leer en esta dirección el profundo libro del Cardenal Martini En qué creen los que no creen. Ed. Planeta. Un interesante diálogo con Umberto Eco. Hoy necesitamos orientar a los cristianos y especialmente a los presbíteros en esta dirección).

      Hombres con actitudes profundamente teologales y al mismo tiempo maduros humanamente y que miren el mundo como decía el Card. Suhard «con simpatía crítica».

    3. Descubrir los valores y desvalores del ser humano

      No se trata de una mirada «permisiva» sino auténticamente crítica. Pero que sepa discernir los valores de los des-valores. Esto nos hace ver la necesidad de una formación inicial y permanente que oriente en esta dirección. Los estudios filosóficos y teológicos de nuestros seminarios y otras disciplinas, en mi opinión personal, están lejos de brindar visiones adecuadas para encontrarse con nuestra realidad. O nos encontramos con presbíteros «integristas» que son intransigentes y todo lo ven mal y viven en actitudes muy rígidas, o bien aquellos permisivos que todo lo dejan pasar quejándose amargamente de todo lo tradicional (incluso lo bueno de esa tradición). Si agregamos a esto el poco tiempo que nuestros presbíteros en general dedican a actualizarse, a buscar la lectura reflexiva y permanente, esto se hace todavía más difícil. (basta echar una mirada furtiva a la biblioteca de algunos presbíteros…) Creo que no se crean hábitos suficientes para la lectura reflexiva, al menos en la mayoría. La sincronización entre formación inicial y permanente nos parece que es una ayuda indispensable y positiva para todo esto. (se evita de esta forma como decíamos caer en una formación enciclopedista en el momento inicial de la misma. Esto exige estructuras de acompañamiento formativas para los presbíteros. ¿Podrán ser los decanatos? ¿Las reuniones periódicas de los sacerdotes? ¿Semanas para el clero? ¿Cursos sabáticos cada tanto? etc.

  10. Las «variables» y las «permanencias» de los estados de vida cristiana

    Es importante a la hora de implementar una formación inicial y permanente, tener una imagen de lo permanente del ministerio apostólico distinguiéndolo de aquellos elementos que son epocales (pensemos en ciertos estilos clericales de vida, la invasión del ministerio en otras vocaciones y carismas, el no vivenciar concretamente la pluriformidad eclesial). Recordemos que en la contrarreforma se acentuaron excesivamente el aspecto clerical, ciertos aspectos de la vida religiosa se transfirieron al sacerdote secular, hábito, espiritualidad, modo de vida, cierto aislamiento, etc., etc. Aquí es necesario un atento discernimiento.

    1. La vivencia «epocal» del ministerio

      Todos sabemos cuántos aspectos se pegan en la vida de la Iglesia que no pertenecen a su esencia. Esto mismo sucede en la vivencia de los carismas. (por eso el Concilio insistió en una renovación profunda volviendo a las fuentes originales del cristianismo. La misma liturgia se actualizó, los hábitos en la vida consagrada, el modo de ejercicio de la misma autoridad, el estilo de la vivencia comunitaria en el seno de los carismas, la insistencia en la corresponsabilidad. Ir hacia una Iglesia comunión y participación que afecta a realidades que a veces se imponen como esenciales. La resistencia hacia ciertas reformas se basan en un desconocimiento profundo de la verdadera tradición cristiana) (todo esto exige una profunda búsqueda de la estructura auténtica del ministerio apostólico y de su ejercicio.)

    2. Lo permanente y lo transitorio

      Es indispensable pensar bien el ser y la misión del presbítero. Confusiones en los carismas, a veces un carisma asume realidades de otro. (diversas formas de clericalismo. Es importante ver con claridad lo esencial de lo epocal. La forma de existencia de los presbíteros. Carismas diferentes en el mismo ministerio. Esto obliga a descubrir lo específico del ministerio para que el Presbítero descubra y se dedique a lo que le es específico. Hoy los presbíteros tienen demasiadas tareas y a veces se deja lo esencial. Esto es importante tenerlo en cuenta a la hora de planificar la formación. Hay tareas en la Iglesia que por razones históricas el presbítero asumió y que pasaron a considerarse como esenciales luego al presbítero. Aquí es importante el discernimiento histórico, también en los otros aspectos del ser y de la misión presbiteral, etc., etc.)

    3. Fidelidad vocacional en el ministerio apostólico

      Para asumir esa fidelidad, la formación es un elemento casi determinante. La formación como acompañamiento, presencia constante, que lleve a crear la conciencia de que somos miembros de un presbiterio. Vivimos la comunión eclesial en los diferentes carismas, y nadie hoy puede vivir en solitario su propia vocación. Por eso cuando hablamos de formación, nos referimos a todos los niveles de la formación.

      La formación se convierte cuando es adecuada, en un estímulo de renovación, de actualización, de vuelta a las fuentes originarias de la Iglesia.

      Sentirse en una Iglesia, de la que formamos parte, estimularnos con el propio y los diferentes carismas, sentirse sumergido en una Iglesia una y pluriforme, en una Iglesia de la comunión de los santos contribuirá enormemente, nos parece a evitar el aislamiento entre los mismos presbíteros y de éstos con los demás miembros de la Iglesia.

      Si los carismas son complementarios, siempre será la comunidad eclesial el lugar más profundo de la fidelidad. El ministerio estará en el Pueblo de Dios y pastorea para ese Pueblo. Este es un elemento estimulante para la fidelidad. (cuántos matrimonios y vidas sacerdotales se mantienen en fidelidad precisamente por la conciencia de su propia misión y la importancia que tiene para la misma comunidad. No olvidemos que el ministerio apostólico es un servicio para la comunidad eclesial. La profunda vivencia de esta realidad ayuda a mantener la fidelidad más allá de los sacrificios que esto puede demandar).

      Estos, me parecen son algunos aspectos a tener en cuenta para la formación inicial y la permanente. Deberán arbitrarse los elementos prácticos pedagógicos para llevarlos a la realidad.

      Sólo en el ámbito de una visión madura sobre la Iglesia, nos permitirá descubrir nuestro ministerio presbiteral y asumirlo integralmente, siempre en orden a la misión eclesial, integrado en la colaboración de los otros carismas que completan y llevan a su integralidad la misión de la Iglesia.

PARA PROFUNDIZAR

  1. «Pastores Dabo Vobis» considera todo el proceso formativo de los presbíteros como un proyecto unitario en dos etapas: formación inicial (seminario) y formación permanente.
    A la luz de esta afirmación planteamos el tema así:

    • qué aspectos de la formación inicial tienen mayor incidencia en la formación permanente.

    • qué desafíos presentan la formación permanente y la vida de los presbíteros a la formación inicial.

  2. Puntos para el diálogo:

    1. Nuestra visión del problema en nuestro país.

    2. Comentario de los artículos referidos al tema.

    3. Hasta dónde se deberá llegar (aunque parezca lejano)

    4. Cómo nos imaginamos los primeros pasos en esa dirección.


 

Informe presentado por cada grupo de trabajo:


 

Resumen de lo conversado en plenario: