Seminario Arquidiocesano de Córdoba
«Ntra Sra de Loreto»
Discípulos de Jesús, Servidores del Reino
Formar pastores para Córdoba en nuestro tiempo
Córdoba – 2007
Nuestro más cordial agradecimiento
a todos los que nos alentaron y ayudaron
en la tarea de elaborar este Proyecto.
Lo dedicamos a los seminaristas
de hoy y de mañana.
Y a las comunidades cristianas
que nos acompañan fraternalmente
y a quienes queremos servir
con el Corazón de Jesús Buen Pastor.
PRESENTACIÓN
“Jesús subió al monte y llamó a los que él quiso; y vinieron donde él. Instituyó Doce, para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar” (Mc 3,13-14). Esta escena, sencilla y trascendente, se actualiza constantemente a lo largo de la historia de la Iglesia en la invitación que el Señor dirige a hombres -jóvenes y adultos- para seguirlo y participar de modo peculiar en su obra salvadora.
El Seminario es el lugar en donde se concreta esta experiencia formativa con el Señor. Antes que un espacio físico, el Seminario es un ámbito de vida y de intimidad con Jesús en unión con todos los que ha llamado junto a sí. Es lo que procura poner de relieve, entre otras cosas, el Proyecto Formativo del Seminario Mayor Nuestra Señora de Loreto que tengo el agrado de presentar, y que es el resultado de un largo y comprometido trabajo de elaboración por parte de los formadores a partir de una amplia consulta a diversos miembros del Pueblo de Dios, en diálogo permanente con el Arzobispo.
El Proyecto responde a las orientaciones y a los requerimientos de la Iglesia formulados en la exhortación apostólica Pastores dabo vobis y en el Plan Nacional para la formación en los seminarios en la Argentina.
Quisiera mencionar brevemente algunos de los principales logros de este Proyecto. Ante todo, el de destacar con nitidez la finalidad de la formación sacerdotal: contribuir a forjar el pastor que el mundo y la realidad de Córdoba requieren hoy. También, el de señalar la necesidad de la integralidad de la formación que favorece el desarrollo de personalidades armónicas y sale al cruce de la fragmentación propia del momento actual.
En el marco de la integralidad mencionada, el Proyecto subraya asimismo la importancia de la dimensión humano-afectiva en la formación sacerdotal. Hemos de reconocer con sinceridad que una atención insuficiente a este aspecto ha contribuido a generar en diversas ocasiones no pocas dificultades en la vida de los pastores con considerables repercusiones en las comunidades.
El Proyecto pone de relieve la necesaria conexión y dependencia de la formación inicial con respecto a la formación sacerdotal permanente, que es como el ideal al cual debe tender y para el cual el Seminario debe preparar a los futuros pastores. Por tratarse de candidatos a incorporarse al clero secular dicha formación debe procurar, además, profundizar qué significa la secularidad en sus existencias sacerdotales y cuáles son las vinculaciones espirituales y pastorales del futuro sacerdote con la Iglesia local, con el Obispo y con el Presbiterio. El Proyecto propone caminos para avanzar en esta dirección, lo cual es sumamente positivo.
El Proyecto es un instrumento pedagógico, eminentemente práctico: señala los objetivos de la formación sacerdotal y de cada etapa de la misma. Indica los medios convenientes para alcanzar dichos objetivos y postula la necesaria evaluación para verificar la asimilación del mismo. A través de los proyectos personal y comunitario de vida incorpora también la identificación y la utilización de los “indicadores” que son como las señales que van manifestando si el proyecto es correctamente asumido y en qué medida se lo está aprovechando, todo lo cual no puede sino contribuir a un mejor desarrollo de la tarea formativa.
El Proyecto formativo destaca la importancia de la Eucaristía y de la Palabra. La vida del futuro pastor debe, en efecto, estar modelada por el anuncio y el testimonio del evangelio y por la asociación vital al misterio pascual de Jesús que celebra cotidianamente. La espiritualidad de comunión, asimismo, debe animar toda la tarea de la formación sacerdotal y ser como una escuela de maduración del futuro pastor, a la vez que un criterio prioritario de discernimiento de su idoneidad para ese ministerio. Sólo animados por ese espíritu de comunión se podrá afrontar adecuadamente el desafío de “navegar mar adentro” y de anunciar de manera creíble el evangelio en este inicio del tercer milenio del cristianismo.
El Proyecto, por fin, destaca una característica que debe impregnar toda la tarea del Seminario: el cultivo atento de la libertad responsable. El futuro pastor debe ser alguien que a lo largo de su formación al madurar como hombre y como creyente va ganando en una auténtica autonomía que no está reñida con una sincera y cordial “referencialidad”. Señalar este criterio es también algo sumamente valioso.
Al proponer este Proyecto de nuestro Seminario Mayor abrigamos la esperanza que sea un instrumento útil, que oriente y haga fecundo el trabajo de todos y que ayude a preparar adecuadamente a los futuros pastores de Córdoba y de las Iglesias hermanas que confían sus seminaristas a nuestro Seminario. Experimentamos también el anhelo que la Arquidiócesis -particularmente su presbiterio- se sienta involucrada en esta hermosa tarea de contribuir a la preparación de los nuevos sacerdotes que presidirán nuestras comunidades. Es nuestro vivo deseo -finalmente- que formadores, seminaristas y todos los que colaboran directamente con la labor del Seminario se sirvan de este Proyecto y al ponerlo cuidadosamente en práctica lo completen y perfeccionen constantemente.
A María Santísima, que en Nazareth acompañó la preparación del Sumo y eterno Sacerdote para el cumplimiento de su misión salvadora, le pedimos que proteja nuestro Seminario que se honra de tenerla por Patrona y le alcance la gracia de estar a la altura de los desafíos del momento actual sirviéndose también de la implementación de este Proyecto formativo.
+ Carlos José Ñáñez
Arzobispo de Córdoba
INTRODUCCIÓN
Con profundo agradecimiento al Señor, que por el Espíritu guía a la Iglesia en su peregrinar por la historia, presentamos este Proyecto Formativo, expresión de la vida y de las búsquedas del Seminario Mayor Nuestra Señora de Loreto. Tenemos la esperanza de que se constituya en un aporte, humilde pero válido, al servicio de la formación inicial integral de los futuros pastores del Pueblo de Dios que peregrina en Córdoba.
El Seminario de Córdoba, atesora una larga y fecunda historia. Su fundación, por el obispo Fray Fernando de Trejo y Sanabria, se remonta a 1597; el mismo obispo lo erigió nuevamente el 16 de diciembre de 1611, en la ciudad de Santiago del Estero, sede en aquellos tiempos del obispado del Tucumán. Nuestro Seminario fue testigo y protagonista de la evangelización de estas tierras en el transcurso de los últimos cuatro siglos. En él se formaron insignes presbíteros, entre los que destaca el Venerable José Gabriel del Rosario Brochero, “modelo y estímulo para todos los sacerdotes del Pueblo de Dios, especialmente los de nuestra Patria” . En tiempos más recientes, en él se educó y fue su rector Mons. Enrique Ángel Angelelli, quien “vivió y murió como pastor”, y nos dejó “su testimonio de entrega y servicio a los más pobres” .
Herederos de esta rica historia, interpelados por los desafíos de formar los pastores que Dios quiere y necesitan los hombres de este tiempo, en comunión con las orientaciones de la Iglesia, nos decidimos a explicitar una renovada propuesta para la formación de los presbíteros del siglo XXI, que ya estamos transitando. Buscamos responder a “la pregunta fundamental: ¿Cómo formar sacerdotes que estén verdaderamente a la altura de estos tiempos, capaces de evangelizar al mundo de hoy?” . De esta manera nos hacemos eco de la invitación del recordado Papa Juan Pablo II que nos animó a “navegar mar adentro”, afrontando con audacia evangélica y esperanza los desafíos pastorales del nuevo milenio .
La elaboración del propio proyecto formativo es requerida a cada seminario por el hecho mismo de constituir una comunidad eclesial educativa . Fue también pedida y alentada por el Plan para los Seminarios de la República Argentina (1994), elaborado a la luz del Sínodo de los Obispos de 1990 y de la Exhortación Apostólica del Papa Juan Pablo II Pastores Dabo Vobis, con los aportes que hicieron llegar los formadores de los seminarios de nuestra Patria a la Comisión Episcopal de Ministerios.
En Córdoba, además, era una necesidad sentida desde los tiempos del Concilio Vaticano II, a fin de poner en práctica sus orientaciones. En estas últimas décadas tuvieron lugar diversas búsquedas y concreciones orientadas a lograr este objetivo. La experiencia vivida y la reflexión generada en nuestro Seminario, fruto de largos años al servicio de la formación sacerdotal, conformaron un patrimonio, una aportación fundamental de la que se ha nutrido esta nueva formulación.
Junto con nuestro Arzobispo, Mons. Carlos José Ñáñez, allá por marzo de 2002, quienes integrábamos el equipo de formadores poco antes nombrado por él, consideramos una tarea ineludible revisar, renovar y reformular la formación del Seminario. Sabíamos que esto debía realizarse en sintonía con las opciones y orientaciones pastorales actuales de la Iglesia universal, con las Líneas pastorales de la Iglesia en Argentina y con el camino de búsqueda de su propio plan pastoral iniciado por la Iglesia de Córdoba.
Como equipo de formadores partimos de algunas convicciones y orientaciones fundamenta¬les, que surgieron como fruto de los diálogos con nuestro Arzobispo:
– Tratar de formar un equipo, más aún, una comunidad de formadores.
– Proponer la formación en un clima de libertad responsable, favoreciendo la participación, con el objetivo de formar pastores, según el querer de la Iglesia, capaces de responder a los requerimientos de nuestro tiempo.
– Favorecer la apertura del Seminario a múltiples vinculaciones eclesiales, a las familias de los seminaristas, a la realidad social de la Argentina actual, al diálogo con el hombre y la cultura de hoy.
– Procurar que la perspectiva pastoral ilumine toda la formación; en particular, que el Seminario se inserte claramente en el camino pastoral de la Diócesis, en espíritu de cordial adhesión a sus opciones pastorales.
– Tratar de que el Seminario sea un espacio propicio a las relaciones fraternas, en un clima de normalidad y sencillez, cultivando la espiritualidad de comunión como eje de la vida que en él se desarrolla.
– Proponer un estilo de vida que sea expresión de la asunción personal y comunitaria de los valores, la adquisición de las actitudes interiores y el ejercicio constante del discernimiento en el Espíritu, personal y comunitariamente.
Al poco tiempo nos dimos cuenta de que nos estaba faltando un proyecto formativo explícito. Descubrimos la necesidad de un marco común de referencia, en el que pudiéramos sentirnos expresados todos los miembros de la comunidad formativa del Seminario. Un instrumento pedagógico que nos permitiera identificar los principales objetivos, medios, criterios, etc. y orientara tanto la tarea de los formadores como la de los seminaristas.
Nos propusimos realizarlo y dimos algunos pasos iniciales. El Encuentro Nacional de Formadores, organizado por la OSAR en nuestra casa del 3 al 7 de febrero de 2003 , nos animó a proponérnoslo como una prioridad y a dedicarnos sistemáticamente a su elaboración.
Igualmente, comprendimos que esto sólo sería posible mediante la puesta en práctica de instancias de discernimiento comunitario, que nos permitieran identificar, tanto los desafíos de la realidad y del momento presente, cuanto las posibles respuestas, pedagógicamente más adecuadas y pertinentes. El itinerario comunitariamente recorrido desde entonces fue largo, a veces dificultoso, siempre complejo; al mismo tiempo, muchas veces constatamos con alegría cuán fecunda puede resultar la búsqueda en común, qué valioso se revela el diálogo perseverantemente sostenido.
Partimos de las aportaciones iniciales de un equipo asesor multidisciplinario , con el que delineamos un itinerario jalonado por la discusión de esquemas posibles, constataciones, consultas, diálogos, experiencias, borradores una y otra vez revisados, etc.
Comenzamos a realizar una serie de consultas, dirigidas a todos los sacerdotes de la Arquidiócesis a través del Consejo Presbiteral, a los mismos seminaristas, a sus familias, a las religiosas de la Congregación de la Virgen Niña, a los docentes, a los empleados del Seminario y a los laicos de los Consejos Pastorales de 53 parroquias.
Procuramos abrirnos al diálogo sobre la temática formativa con los formadores de los demás Seminarios de la Argentina, para aprender de sus experiencias, compartir preocupaciones y buscar juntos caminos adecuados. Estuvimos atentos a escuchar el parecer de nuestras comunidades sobre la formación y el ministerio sacerdotal, expresado de diversas maneras en las Jornadas Pastorales de la Arquidiócesis. También procuramos recoger las observaciones y sugerencias de nuestro presbiterio, manifestadas en las Semanas Sacerdotales y en las respuestas a diversas consultas realizadas por la Comisión de Formación Presbiteral Permanente .
Éramos conscientes de que este proyecto debía responder a las características de los sujetos destinatarios de la formación presbiteral: los jóvenes de nuestro tiempo y de nuestra Córdoba. Sólo reconociendo sus particulares rasgos, sus riquezas y sus limitaciones podíamos llegar a ofrecerles una respuesta pedagógicamente pertinente. Desde la perspectiva creyente nos sentimos invitados a reconocer que la gracia de Dios muestra siempre su fecundidad contando con las personas humanas históricamente situadas, insertas en contextos socioculturales determinados. De tal manera que, aún lo que, desde cierto análisis, aparece como una limitación, puede constituir, en el proyecto de Dios, un valioso punto de partida abierto a nuevos horizontes de realización. Aunque no ofrecemos aquí una descripción de la realidad juvenil contemporánea, el reconocimiento de sus fortalezas y debilidades, de sus potencialidades y riesgos, está en la base de este proyecto. Procuramos tener y mantener una mirada sobre los jóvenes actuales como la de Jesús (cfr. Mc 10, 21): una mirada llena de amor por cada persona con su singularidad, realista y respetuosa y, al mismo tiempo, confiada en sus posibilidades de bien, decididamente esperanzada .
A lo largo de estos años fuimos recorriendo el camino de la explicitación del Proyecto, al interior y al ritmo del servicio formativo de un Seminario en marcha, con sus desafíos cotidianos y sus actividades impostergables. Contando con la contribución de muchos hermanos, y especialmente de los mismos seminaristas, desde el ejercicio habitual del discernimiento comunitario y algunas jornadas especialmente dedicadas a aspectos particulares, a su tiempo, advertimos las necesidades e implementamos los cambios que consideramos necesarios, oportunos y posibles en la vida del Seminario. Así, la reflexión y la propuesta contenida en el texto que hoy presentamos, se fue generando en diálogo dinámico con la realidad de la vida del Seminario. Sustancialmente, es la explicitación y el marco de referencia de lo que ya estamos viviendo y realizando, al tiempo que nos señala las metas y la dirección del camino a seguir.
Como todo proyecto educativo, éste también surge de preocupaciones eminentemente pedagógicas e intenta responder a ellas. Se inspira en el conjunto de las enseñanzas y orientaciones del Magisterio de la Iglesia sobre la formación sacerdotal, y a ellas quiere ser fiel, pero no pretende ofrecer una síntesis de sus contenidos. Tampoco intenta constituir una completa síntesis doctrinal ni teológica sobre el sacerdocio. Se propone como un instrumento pedagógico al servicio de la formación presbiteral inicial. Constituye un todo orgánico, de modo que las afirmaciones y elementos particulares han de ser considerados a la luz del conjunto total.
Como ya dijimos, este proyecto se fue delineando teóricamente al tiempo de su implementación práctica, procurando acoger y responder a los desafíos de la realidad formativa, y en este diálogo se fue perfeccionando. Así, también, queremos proponerlo ahora de cara al futuro, es decir, dinámicamente abierto a ulteriores adecuaciones y nuevas formulaciones, conscientes de que toda obra humana es limitada y perfectible. Las modificaciones futuras serán fruto de las evaluaciones de su puesta en práctica, del discernimiento evangélico de los signos de los tiempos y de los lugares, del reconocimiento de las llamadas del Espíritu Santo en los cambios culturales y las vicisitudes históricas , puesto que “la obra educativa exige una constante renovación” .
Siguiendo la enseñanza de nuestros obispos, reconocemos que hoy la formación presbiteral en la Argentina “requiere algo inédito”. Creemos que el Padre nos llama a “asumir un nuevo dinamismo pastoral y a recrear un intenso ardor evangelizador” en el Seminario, contando con “la fuerza del Espíritu, que fue enviado en Pentecostés y que hoy nos impulsa a partir animados por la esperanza” . Creemos que Jesús resucitado nos acompaña en el camino que hemos emprendido y vamos transitando, del cual este Proyecto es un testimonio. A Él le pedimos que nos sea siempre cercano y compañero, que ilumine y enardezca nuestros corazones con su Palabra, que nos reconforte en la comunión eucarística, que nos transforme en testigos de su Evangelio, y que vayamos entusiastas al encuentro de los hermanos, como discípulos y misioneros suyos, para comunicar su Vida .
Ponemos este proyecto en las manos de la Virgen María, Nuestra Señora de Loreto. Ella es la Madre que nos muestra a Jesús y nos enseña “a contemplarlo con los ojos del corazón y a vivir de Él” . Que Ella nos ayude a no tener otro proyecto que el contenido en aquellas palabras suyas: “Hagan todo lo que Jesús les diga” (Jn 2,5).
I. PRESUPUESTOS
1. Finalidad de la formación
La finalidad de la formación en el Seminario es preparar al joven para la consagración libre y personal de su vida a Dios, en el ministerio presbiteral, en comunión y al servicio de la Iglesia, mediante la recepción del sacramento del Orden.
Puesto que la formación presbiteral es permanente y se extiende a lo largo de toda la vida, la fase inicial en el Seminario ha de promover las condiciones y actitudes personales que la posibiliten. Entendemos la formación permanente como la disponibilidad discipular a aprender y crecer, como fidelidad creativa a la gracia de la vocación cristiana y presbiteral, como proceso de conversión constante a través de los diversos momentos, situaciones y experiencias, durante toda la vida (cfr. PDV 73-75). La verificación del compromiso personal con la formación permanente es indispensable para considerar que la finalidad de la formación en el Seminario ha sido lograda.
Desde su inicio, la formación ha de orientarse a formar presbíteros-pastores “que estén verdaderamente a la altura de estos tiempos, capaces de evangelizar al mundo de hoy” (PDV 10a), y que respondan a los requerimientos actuales de nuestra Iglesia particular de Córdoba (y de la suya en el caso de seminaristas de otras diócesis).
El presbítero diocesano secular es, ante todo, discípulo de Jesucristo, miembro del Pueblo de Dios, llamado a prolongar como signo vivo en medio de la comunidad, su caridad pastoral.
“La identidad sacerdotal, como toda identidad cristiana, tiene su fuente en la Santísima Trinidad (…) En efecto, el presbítero, en virtud de la consagración que recibe con el sacramento del Orden, es enviado por el Padre, por medio de Jesucristo, con el cual, como Cabeza y Pastor de su pueblo se configura de un modo especial para vivir y actuar con la fuerza del Espíritu Santo al servicio de la Iglesia y por la salvación del mundo” (PDV 12a . b). En la Iglesia misterio, comunión y misión, “el presbítero encuentra la plena verdad de su identidad en ser una derivación, una participación específica y una continuación del mismo Cristo, sumo y eterno sacerdote de la nueva y eterna Alianza: es una imagen viva y transparente de Cristo sacerdote” (PDV 12d).
Existencialmente, cada sacerdote vive esta identidad desde su singularidad personal, en contextos y dentro de procesos determinados; con la confianza puesta en la gracia de Dios, renueva cada día su respuesta al “sígueme” de Jesús, desde la aceptación de sus posibilidades y límites, dones y carencias, fortalezas y debilidades, consciente de llevar “un tesoro en vasijas de barro” (2Cor 4,7), confiando en que Quien comenzó en él su buena obra, la lleve a término (cfr. Flp 1,6).
La misión del presbítero es la misma de Jesucristo: Anunciar el Reino de Dios a todos los hombres, comunicar la Buena Noticia de la salvación a los pobres, a los pecadores, ofrecer la plenitud de vida que brota de la Pascua de Jesucristo y el Espíritu actualiza mediante las mediaciones sacramentales de la Iglesia (cfr. Mc 1,14-15; 16,15-20; Lc 4,16-22; 24,44-49; PDV 15d. e). Para realizar esta misión, el corazón del presbítero ha de estar animado, como el de Jesús, por el amor al proyecto del Padre que quiere que todos los hombres se salven (cfr. 1Tim 2,4), que tengan vida abundante (cfr. Jn 10,10); dejándose conducir por el Espíritu Santo, ha de procurar reflejar en todo como a Jesús, su Señor y Maestro, ubicándose entre los hombres, sus hermanos, como su servidor (cfr. Jn 13,13-15; Mc 10,35-45), empeñado en amarlos sinceramente, hasta el extremo de dar por ellos la propia vida (cfr. Jn 13,1; 15,12-17; Mc 14,22-24 y par; 1Ts 2,8).
Como todos los cristianos, también el presbítero está llamado, desde el Bautismo, a la perfección del amor (cfr. LG 40), que es la santidad. Para los presbíteros la búsqueda de la santidad está signada por la vocación a ser signos e instrumentos de Jesús Cabeza, Pastor, Siervo y Esposo. (cfr. PO 12; PVD 21-25. 29. 50). Su realización existencial asume la forma de la caridad pastoral, “que tiene su fuente específica en el Sacramento del Orden” (PDV 23), y “fluye, sobre todo, del sacrificio eucarístico, que es, por ello, centro y raíz de toda la vida del presbítero, de modo que el sacerdote se esfuerce en reproducir en sí lo que acontece en el altar” (PO 14), dando la vida en el servicio de sus hermanos, obedeciendo a la voluntad del Padre, como Jesucristo. La caridad pastoral es “el principio interior, la virtud que anima y guía la vida espiritual del presbítero (…) participación de la misma caridad pastoral de Jesucristo: don gratuito del Espíritu Santo y, al mismo tiempo, deber y llamada a la respuesta libre y responsable” (PDV 23).
La espiritualidad del presbítero diocesano secular se deriva de lo que él es (identidad) por el sacramento del Orden (cfr. PO 2. 12; PDV 21), y lo que debe hacer (misión) como servicio a la Iglesia y al mundo, encontrando su santificación en el ejercicio del ministerio que se le ha confiado (cfr. PO 12; PDV 24ss). Si “para todos los cristianos el radicalismo evangélico es una exigencia fundamental e irrenunciable” (PDV 27), lo es con más razón para el presbítero, llamado a ser pastor de la comunidad.
La espiritualidad presbiteral está fuertemente caracterizada por el sentido de pertenencia a la Iglesia local, a la cual sirve como cooperador del ministerio pastoral del Obispo, en comunión fraterna con los demás presbíteros, animando los diversos carismas en su integración para el bien común de todo el Pueblo de Dios.
La nota de “secular” hace referencia a su modo peculiar de servir al Evangelio y a la Iglesia, compartiendo la vida y la cultura de los hombres de su tiempo, abrazando y sirviendo al mundo al cual Dios ama (cfr. Jn 3,16), y al cual lo envía como luz y como sal (cfr. Mt 5,13-16 y par.).
La espiritualidad presbiteral tiene una dimensión mariana, por la que se reconoce a la Virgen María como “madre y educadora” de los sacerdotes, “como la persona humana que mejor que nadie ha correspondido a la vocación de Dios; que se ha hecho sierva y discípula de la Palabra hasta concebir en su corazón y en su carne al Verbo hecho hombre para darlo a la humanidad” (PDV 82).
Esta fisonomía esencial de todo presbítero se realiza siempre en determinados contextos humanos y eclesiales, desde los cuales ha sido llamado por Dios y en los cuales ha de prestar su servicio (cfr. PDV 5). Por eso, la formación presbiteral desde el comienzo deberá proponerse en sintonía y al servicio de las opciones pastorales de la Iglesia en la Argentina1 y, más particularmente, de la Arquidiócesis de Córdoba (y de las diócesis que confían sus seminaristas a este Seminario), a fin de que, mediante su ministerio, contribuyan eficazmente a hacer resplandecer “el rostro” que el Señor quiere hoy para su Pueblo peregrino.
De lo expresado en las diversas Jornadas Pastorales Arquidiocesanas y en la consulta a las comunidades parroquiales, se desprende que la formación presbiteral hoy, en Córdoba, ha de estar al servicio de un presbítero que reúna los siguientes rasgos distintivos:
– Que viva una espiritualidad encarnada, “con un oído en el Evangelio y otro en la realidad”, alejándose tanto del espiritualismo como del secularismo.
– Que sea afectivamente equilibrado, capaz de relaciones humanas cálidas, sin posesividad ni excesiva distancia, y que viva el celibato como expresión de amor fecundo en la entrega apostólica.
– Que sienta la urgencia de la evangelización y promueva una pastoral que no espere, sino que salga al encuentro de las necesidades de los hombres con ardor misionero.
– Que sea cercano, sencillo, hermano entre los hermanos, sin autoritarismos y sin dejar de ejercer su responsabilidad pastoral y su autoridad, alejado del clericalismo, con actitud de servicio a la comunidad.
– Que sea orante y contemplativo, que alimente su fe en la Palabra y en la Eucaristía, siempre dispuesto a guiar a otros por este camino.
– Que haga suya la opción de Jesús por los pobres, débiles y sufrientes.
– Que busque decididamente la coherencia de su modo concreto de vivir con los valores y el mensaje evangélico que anuncia.
2. La comunidad del Seminario
El Seminario Mayor “es sobre todo una comunidad educativa en camino: la comunidad promovida por el Obispo para ofrecer, a quien es llamado por el Señor para el servicio apostólico, la posibilidad de revivir la experiencia formativa que el Señor dedicó a los Doce […] La identidad profunda del Seminario es ser, a su manera, una continuación en la Iglesia, de la íntima comunidad apostólica formada en torno a Jesús” (PDV 60 b y c).
El Seminario, “antes que ser un lugar o un espacio material, debe ser un ambiente espiritual, un itinerario de vida, una atmósfera que favorezca y asegure un proceso formativo, de manera que el que ha sido llamado por Dios al sacerdocio pueda llegar a ser, con el sacramento del Orden, una imagen viva de Jesucristo Cabeza y Pastor de la Iglesia” (PDV 42).
La comunidad del Seminario es “una experiencia original de la vida de la Iglesia; en él el Obispo se hace presente a través del ministerio del rector y del servicio de corresponsabilidad y de comunión con los demás educadores” (PDV 60 d).
Como toda comunidad eclesial, esta “comunidad de discípulos del Señor” (PDV 60 e) ha de estar animada por el Espíritu Santo, que nos reúne en una sola fraternidad, en la cual cada uno colabora, según sus dones, al crecimiento de todos en la fe y en la caridad (cfr. PDV 60 d). Su estilo de vida deberá ser tal “que pueda ser considerada una verdadera familia que vive en la alegría” (PDV 60 e). Ha de estar animada por un profundo sentido de comunión con la Iglesia local y universal (cfr. PDV 60 e), vinculada al entorno sociocultural de Córdoba, atenta a los acontecimientos del mundo y en diálogo con la cultura actual.
Este ideario y este espíritu han de impregnar y orientar a todos los que integran la comunidad del Seminario Mayor: en primer lugar, al equipo de formadores quienes, en profunda comunión con el Obispo, están llamados a ser un equipo capaz de trabajar unidos, más aún, una verdadera comunidad presbiteral, que se esfuerce por dar testimonio de una vida evangélica y de entrega al Señor y a los hermanos en la Iglesia, particularmente en la persona de los seminaristas. Del mismo modo ha de animar a los mismos seminaristas; a los profesores; a los presbíteros, religiosos y laicos, hombres y mujeres, asociados de diversas maneras a la formación en el Seminario. También a las religiosas de la comunidad de la Virgen Niña, a las familias de los seminaristas y a los empleados.
3. Dimensiones de la formación
La formación presbiteral ha de estar caracterizada por una profunda unidad ya desde su fase inicial en el Seminario, al servicio de la configuración del corazón humano con el Corazón de Jesucristo Buen Pastor.
Pedagógicamente pueden distinguirse, sin separarlas, diversas dimensiones de la formación para poder atender adecuadamente a lo propio de cada una de ellas. Hay que tener siempre presente que cada intervención formativa particular afecta a toda la persona en su integridad. Por ejemplo, quien se empeñe en ganar cada vez mayor libertad afectiva, como fruto de una búsqueda de madurez humana, ciertamente observará cuán favorablemente redunda esto en su vida espiritual, en la actividad pastoral, en la dedicación al estudio… Igualmente, una experiencia teologal, que le permita a la persona pasar de una falsa a la auténtica imagen de Dios, favorecerá un modo más adulto de gestionar la propia vida, de concebir la evangelización, de vivir las relaciones con los demás.
En cada persona singular las dimensiones de la formación se relacionan entre sí de múltiples maneras, y se ha de tender a la integración equilibrada de todas ellas, de modo que ninguna se desarrolle en desmedro de otras. Este proceso de integración comienza en los años de formación en el Seminario, poniendo las bases y capacitando para lo que ha de constituir un empeño de toda la vida, puesto que la formación presbiteral es permanente. El dinamismo vital de crecimiento en la respuesta a la vocación, impulsado por el Espíritu Santo, exige que el presbítero busque constantemente nuevas síntesis personales, que son expresión de amante fidelidad creativa.
– Dimensión humano-afectiva:
Es fundamento necesario de toda la formación presbiteral (cfr. PDV 43-44). La gracia de Dios supone y asume la naturaleza humana para elevarla y perfeccionarla. “El presbítero, llamado a ser ‘imagen viva’ de Jesucristo Cabeza y Pastor de la Iglesia, debe procurar reflejar en sí mismo, en la medida de lo posible, aquella perfección humana que brilla en el Hijo de Dios hecho hombre y que se transparenta con singular eficacia en sus actitudes hacia los demás” (PDV 43 b). Por su misma naturaleza, la vocación al presbiterado requiere un grado suficiente de madurez humana, de modo que el hombre presbítero “sirva de puente y no de obstáculo a los demás en el encuentro con Jesucristo Redentor del hombre” (PDV 43 b).
La formación en el Seminario ha de favorecer el proceso personal de crecimiento humano mediante los recursos pedagógicos convenientes y la ayuda de la psicología. Los principales objetivos de la formación humana en el Seminario son:
• Desarrollar las virtudes y valores humanos.
• Alcanzar un conocimiento realista de sí mismo, junto con la capacidad de gestionar adecuadamente sus posibilidades y límites.
• Integrar la afectividad y la sexualidad en la opción por el celibato como expresión de amor humano.
• Promover la libertad responsable, mediante la formación integral de la conciencia moral.
• Desarrollar las cualidades propias de quien está llamado a ser padre y pastor.
• Cultivar una mirada serena, empática, crítica, inteligente e integradora de la realidad.
• Capacitar para una vivencia sana y fecunda de la soledad, relacionarse y convivir satisfactoriamente.
• Desarrollar la disponibilidad a formarse permanentemente, aprendiendo de todo y en todos los momentos de la vida.
– Dimensión teologal-espiritual:
Constituye el centro vital que unifica y vivifica toda la existencia del cristiano y le corresponde un lugar central en la formación del Seminario (cfr. PDV 45-50). Ha de ser propuesta dentro del marco referencial de la “espiritualidad de comunión”, alentada por la Iglesia al comienzo del nuevo milenio (cfr. NMI 43). Procura que los seminaristas “aprendan a vivir en trato familiar y asiduo con el Padre por su Hijo Jesucristo en el Espíritu Santo” (OT 8).
A partir del don del Bautismo, la formación espiritual ha de favorecer en los seminaristas la búsqueda de Jesucristo y la amistad con Él, a través de la escucha y la meditación de la Palabra, la oración, la celebración de la Eucaristía –fuente y cumbre de toda la vida cristiana (cfr. SC 10b; LG 11a; PO 14b; ChD 30,2)- y el sacramento de la Reconciliación, el encuentro con los hermanos, la práctica de la caridad, y la vivencia de los consejos evangélicos de pobreza, obediencia y castidad.
La formación inicial en esta dimensión debería:
• Favorecer la progresiva apropiación de las cualidades del corazón de Jesús, modelo de caridad pastoral.
• Ser capaz de identificar los desafíos a la evangelización contenidos en los “signos de los tiempos”.
• Desarrollar la capacidad de amar con un amor virginal al Señor y a los hombres y mujeres, especialmente a los que no son amados.
• Configurarse con Jesús mediante una relación personal, una comunión de vida y amor cada vez más rica, una participación cada vez más amplia y radical en sus sentimientos y actitudes (cfr. PDV 72).
• Adquirir las virtudes cristianas que caracterizan la vida según el Espíritu.
• Descubrir la importancia de recurrir a los medios eclesiales de discernimiento personal y comunitario.
• Reconocer al Obispo como padre y entablar con él un trato confiado y filial, como quienes, por vocación, serán colaboradores de su ministerio (cfr PDV 17 b).
• Valorar y cultivar la fraternidad presbiteral.
• Identificarse con la Iglesia particular en “sus valores y debilidades, en sus dificultades y esperanzas, y […] trabajar en ella para su crecimiento” (PDV 74 c).
• Cultivar una profunda, sencilla y filial devoción a la Virgen María.
– Dimensión comunitario-fraterna:
La vida en comunidad es el ambiente natural y cotidiano donde se forman los jóvenes seminaristas y posee una importancia decisiva por las posibilidades que ofrece para su maduración humana, cristiana y sacerdotal.
La fecundidad del ministerio sacerdotal depende, en cierta medida, de la capacidad que posea el sacerdote para el encuentro y la comunión con los hombres. “De particular importancia es la capacidad de relacionarse con los demás, elemento verdaderamente esencial para quien ha sido llamado a ser responsable de una comunidad y ‘hombre de comunión’” (PDV 43 d). “El ministerio ordenado tiene una radical ‘forma comunitaria’ y puede ser ejercido sólo como una ‘tarea colectiva’” (PDV 17 a). “El sacerdote debe vivir y testimoniar su profunda comunión con todos. […] hacerse hermano de los hombres en el momento mismo que queremos ser sus pastores, padres y maestros. El clima del diálogo es la amistad. Más todavía, el servicio” (PDV 74 b).
Los propósitos de la formación en esta dimensión son:
• Crear un ambiente comunitario que favorezca una sana tensión de crecimiento, una ascesis personal y social, en orden a interiorizar los valores humanos y cristianos de la convivencia.
• Propiciar la capacidad para vivir en familia, para reconocer los dones y aceptar las diferencias de los demás.
• Cultivar sanas amistades, distintas de relaciones exclusivas o excluyentes.
• Crecer en la mutua estima, fundada en la común vocación.
• Ser capaces de suscitar y entablar diálogos que, en su modo y contenido, dejen entrever la opción por el Evangelio.
• Aprender a interesarse por aquellos con quienes se convive, y a ser sensibles ante las necesidades de los demás.
Para alcanzar estos objetivos la comunidad del Seminario no ha de ser considerada “como si fuera un simple lugar de habitación y de estudio, sino de un modo interior y profundo: como una comunidad específicamente eclesial” (PDV 17). Los vínculos fraternos y las múltiples situaciones de la vida en comunidad, han de ser vistos como posibilidades de corresponsabilidad en la formación (co-formación), como modos de ayudarse unos a otros a crecer en la respuesta personal.
– Dimensión intelectual-cultural:
La formación intelectual-cultural de los futuros pastores “encuentra su justificación específica en la naturaleza misma del ministerio ordenado y manifiesta su urgencia actual ante el reto de la nueva evangelización” (PDV 51 a; cfr. LPNE 7). Los desafíos actuales al anuncio del Evangelio exigen un “excelente nivel de formación intelectual, que haga a los sacerdotes capaces de anunciar […] el inmutable Evangelio de Cristo y hacerlo creíble frente a las legítimas exigencias de la razón humana” (PDV 51 b).
La formación en esta dimensión propone al seminarista un itinerario de madurez humana y crecimiento en la fe, por el cual “adhiere a la Palabra de Dios, crece en su vida espiritual, y se dispone a realizar su ministerio pastoral” (PDV 51 c). Se orienta a:
• Suscitar en los seminaristas el amor por la verdad, la pasión por buscarla y el respeto por todas sus manifestaciones, allí donde se encuentre.
• Consolidar el hábito del estudio serio, metódico y sistemático.
• Promover el gusto y el interés por la lectura, y por la ampliación de los horizontes culturales.
• Educar para el desarrollo del pensamiento crítico, la capacidad de expresar las ideas verbalmente y por escrito.
• Proporcionar una formación pedagógica y didáctica suficiente.
• Capacitar para la investigación y la producción intelectual.
• Formar la conciencia en la responsabilidad social, en orden al compromiso con la transformación de la realidad.
Los seminaristas, a la luz de la fe y bajo la guía del Magisterio, han de conocer íntegramente la doctrina católica, fundada en la Revelación divina, hacerla alimento de su propia vida espiritual y de su servicio pastoral, ejercitarse en su comunicación al hombre de hoy. La formación filosófica ha de permitirles “abordar los problemas fundamentales que se encuentran en el centro de las preocupaciones de los hombres de nuestro tiempo” (CEA, FSM 140). El estudio de la teología “debe llevar al candidato al sacerdocio a poseer una visión completa y unitaria de las verdades reveladas por Dios en Jesucristo y de la experiencia de fe de la Iglesia” (PDV 54, citado por CEA, FSM 142) .
Por el estudio, los seminaristas han de capacitarse para la evangelización de las culturas y para la inculturación del mensaje de la fe (cfr PDV 55); por eso, la formación intelectual-cultural en el Seminario de Córdoba deberá prestar particular atención a las culturas presentes en nuestro medio y a sus diversas manifestaciones, como así también a la reflexión filosófica y teológica latinoamericana.
– Dimensión pastoral-apostólica:
“Toda la formación del candidato al sacerdocio está orientada a prepararlos de una manera específica para comunicar la caridad de Cristo, Buen Pastor. Por tanto, esta formación, en sus diversos aspectos, debe tener un carácter esencialmente pastoral […]; la finalidad pastoral asegura a la formación humana, espiritual e intelectual algunos contenidos y características concretas a la vez que determina y unifica toda la formación de los futuros sacerdotes” (PDV 57).
La formación pastoral debe ofrecer “una verdadera y propia iniciación a la sensibilidad del pastor, a asumir de manera consciente y madura sus responsabilidades, al hábito interior de valorar los problemas y establecer las prioridades y los medios de solución, fundados siempre en claras motivaciones de fe y según las exigencias teológicas de la pastoral misma” (PDV 58).
La formación, en su especificidad pastoral, se propone:
• Sintonizar con los sentimientos y actitudes de Jesús, Buen Pastor (cfr. Flp 2,5; PDV 57).
• Preparar para salir al encuentro de los hombres de nuestro tiempo, para anunciarles la Buena Nueva de Jesucristo.
• Capacitar en el arte pastoral, mediante elementos pedagógicos y didácticos, métodos y técnicas.
• Iniciar en la práctica del discernimiento evangélico para interpretar la realidad, a la que se dirige el Evangelio, para reconocer en ella los “signos de los tiempos”.
• Formar para el ministerio del anuncio de la Palabra, la catequesis y la homilía
• Preparar para el servicio litúrgico y las diversas manifestaciones de religiosidad popular.
• Brindar elementos teóricos e introducir al arte de la animación de la vida de la comunidad cristiana y la conducción pastoral.
• Capacitar para la acogida y el acompañamiento de las personas que buscan ser ayudadas en el camino cristiano hacia la santidad.
– Dimensión del carisma propio del presbítero diocesano secular:
Esta dimensión pretende subrayar lo característico de la vocación del presbítero diocesano secular, su gracia propia, transmitida “por la imposición de las manos” (2Tim 1,6), y que delinea una espiritualidad propia, un modo específico de situarse en la Iglesia y en el mundo. Es el carisma que reconocemos en las figuras modélicas de los Doce, los Apóstoles de Jesús, aquellos a quienes el Señor “llamó para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar” (Mc 3,13), en san Pablo. También en san Juan María Vianney, y en tantos otros santos presbíteros a lo largo de los siglos, hasta el apóstol de nuestras sierras, el venerable Cura Brochero, ejemplo de caridad pastoral para los sacerdotes de Argentina y especialmente de Córdoba.
Esta dimensión propone:
• Que los seminaristas crezcan en la espiritualidad presbiteral, con sus notas características.
• Que descubran la belleza y centralidad de la caridad pastoral, que mueve al apóstol a dar la vida por las ovejas, como Jesús (cfr. Jn 10,11 . 15 .17-18; 1Ts 2,8).
• Que aprendan progresivamente a santificarse mediante el ejercicio del ministerio, el anuncio de la Palabra, la celebración de los sacramentos, la animación pastoral de la comunidad.
• Que crezcan en la conciencia gozosa y agradecida de ser “instrumentos vivos” para la salvación de los hombres; que abracen la radicalidad evangélica -obediencia, celibato, pobreza- al modo apostólico.
• Que desarrollen el sentido de pertenencia, el amor y la dedicación a su Iglesia particular.
• Que sientan la urgencia de la misión “hasta los confines de la tierra” (Hch 1,8).
• Que sepan ver a su Obispo como padre, hermano y amigo, e imaginen su ministerio como servicio de colaboración a su misión pastoral.
• Que valoren y cultiven la fraternidad presbiteral.
• Que busquen conocer y amar a todos los que forman parte de la comunidad diocesana, a todos los hombres y mujeres, destinatarios de su preocupación pastoral.
4. Criterios formativos
Por criterios formativos entendemos algunos principios operativos que dan dirección fundamental al conjunto de la formación. Suponen una visión antropológica y eclesiológica que los sustentan teóricamente y, al mismo tiempo, ellos iluminan las decisiones y acciones concretas. De esta manera, permiten asegurar la armonía y coherencia del proyecto mismo en su totalidad, en sintonía con los objetivos propuestos. Toda acción formativa ha de referirse a ellos, y los tendrá en cuenta a la hora de la evaluación.
La práctica educativa del Seminario Mayor de Córdoba se realiza teniendo en cuenta determinados criterios formativos. Éstos se fueron gestando en el caminar de nuestra comunidad, en la conjunción de acción y reflexión. De tal manera que algunos surgieron del ideario para iluminar la vida; otros brotaron de la experiencia y encontraron correspondencia en el ideario.
Todos tienen su importancia; todos, en conjunto, inciden dinámicamente en la acción formativa. A continuación los enunciamos y describimos sucintamente:
– Respuesta a la gracia. Este criterio afirma la primacía de la gracia como don de Dios, que el protagonista de la formación es el Espíritu Santo, a través de las mediaciones eclesiales (cfr. PDV 69); al mismo tiempo, señala la necesidad de la respuesta responsable, libre y personal del hombre, que acoge el don y se compromete con sus exigencias desde lo profundo de su corazón.
– Libertad responsable. La respuesta del hombre a la llamada de Dios ha de ser expresión de su libertad, de su capacidad de donarse por amor. La libertad responsable supone la autonomía relativa del hombre que obra movido por convicciones y motivaciones interiores, por la adhesión cordial a los valores, en docilidad al Espíritu Santo, a la voluntad del Padre, en actitud discipular ante Jesucristo, nuestro Maestro: “Si me aman, cumplirán mis mandamientos” (Jn 14,15; cfr. Jn 13,35).
– Participación. Vinculado estrechamente a los anteriores, este criterio formativo se refiere al compromiso que cada persona ha de asumir, en cuanto sujeto activo, respecto de su propio crecimiento y de la construcción de la comunidad en la cual está inserto. La decisión de participar brota del corazón, de la conciencia de cada uno, y se expresa exteriormente de muchas maneras en acciones concretas.
– Personalización. La vocación de Dios no mortifica sino que alienta la verdadera y plena realización de todos los dones y posibilidades que ha puesto en cada persona. La formación, alejándose tanto del individualismo como de la estandarización, ha de acompañar y favorecer el desarrollo integral de cada uno, en el respeto de su originalidad e irrepetibilidad, y de su propio ritmo de crecimiento. Cada uno, a su vez, ha de procurar reconocer con gratitud y hacer fructificar con empeño sus propios dones, para la gloria de Dios y el bien de los hermanos.
– Comunión. Creados a imagen del Dios trinitario y redimidos por el misterio pascual de Cristo, estamos llamados a vivir en la comunión interpersonal, a “sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como ‘uno que me pertenece’” (NMI 43b). Este criterio formativo nos invita a tener en cuenta e integrar en todo discernimiento al otro y/o a los otros, las exigencias del bien común, buscando armonizar los requerimientos propios con los de la comunidad.
– Integración de las dimensiones. Las diversas dimensiones de la formación han de considerarse en la unidad de la persona, favorecer el desarrollo armónico de todas ellas y buscar su integración. Aún cuando puedan legítimamente distinguirse y jerarquizarse, en el efectivo proceso formativo que tiene lugar en la persona del seminarista, todas se necesitan entre sí, ninguna puede darse sin las otras.
– Realismo. Implica aceptar las posibilidades y límites de la realidad como presupuesto de todo auténtico crecimiento. La actitud realista nos aleja tanto del pesimismo como del optimismo; nos invita a dejar el idealismo, sin abandonar los ideales. Este criterio presupone que para los cristianos el realismo es humildad, y que las posibilidades de futuro que se nos abren, están bajo el signo de la esperanza.
– Progresividad. El hombre es un ser histórico, y la respuesta al Señor, sostenida por la gracia, se verifica como seguimiento, es decir, como un caminar progresivo tras las huellas del Señor. La progresividad de la formación reconoce que a cada momento, a cada etapa de la formación, le corresponden objetivos propios, una proporcionada tensión de crecimiento personal, unos pasos posibles, teniendo en cuenta el camino recorrido y tendiendo a las metas que nos aproximan al ideal.
– Interacciones formativas. En el proceso formativo del Seminario se verifican interacciones procedentes de los diversos sujetos actuantes: el aporte formativo que la Iglesia ofrece mediante los formadores a los seminaristas, constituye lo que podemos llamar “hetero-formación”, porque la ofrecen “otros”, los formadores, en este caso; la formación es, también y ante todo, “autoformación”, lo cual significa que cada uno es protagonista de su crecimiento y el principal responsable del desarrollo de sus propias potencialidades (cfr. PDV 69); es, además, “co-formación”, puesto que quienes comparten el camino formativo se ayudan mutuamente de muchas maneras a transitarlo y han de responsabilizarse solidariamente unos de otros. Las tres formas de interacción formativa se requieren mutuamente y de manera equilibrada.
– Referencialidad. Como Jesús, obediente siempre a la voluntad del Padre y a los legítimos requerimientos de los hombres sus hermanos, los cristianos reconocemos que nuestra realización personal se desarrolla armonizando autonomía individual y referencia a los demás en la comunidad, reconociendo en la fe la voz de Dios a través de múltiples mediaciones. La referencialidad como criterio formativo modera el individualismo y educa en las relaciones interpersonales, en la aceptación de los vínculos comunitarios, por los que nos responsabilizamos unos de otros; dice relación con la autoridad, también con los pares, y con todos.
– Pastoralidad de toda la formación. En la formación del Seminario todo ha de poder referirse últimamente a la formación de un presbítero-pastor, como criterio determinante de su pertinencia y relevancia, y como factor unificante: “Toda la formación de los candidatos al sacerdocio está orientada a prepararlos de una manera específica para comunicar la caridad de Cristo, Buen Pastor” (PDV 57).
– Sintonía con la vida de la Diócesis y apertura a la realidad circundante. Ya que el presbítero ha de servir a la Iglesia y al mundo, la formación en el Seminario ha de otorgar gran importancia a la actitud cordial de adhesión a las opciones pastorales de la propia diócesis y al interés con el que se busca reconocer los “signos de los tiempos” en la cultura y el mundo actual.
5. Itinerario de la formación
Puesto que la existencia presbiteral es la del hombre que, habiendo acogido la gracia de la llamada de Cristo al ministerio, se decide a su seguimiento en actitud discipular, la formación presbiteral es permanente y dinámica, aun cuando reconozca diversos momentos o fases, y asuma diversas formas de realización. Los contenidos de esta formación se articulan en torno a las diversas dimensiones, de manera orgánica y progresiva, en orden a la creciente configuración de quien ha sido llamado, con el Corazón de Jesucristo Buen Pastor.
El tiempo de formación en el Seminario corresponde a lo que podríamos llamar la fase inicial de la formación presbiteral permanente. Comienza con el acompañamiento del discernimiento vocacional de un joven que estima que el Señor lo llama al ministerio apostólico, pasa por su decisión de ingresar al Seminario y, a través de los años de formación culmina en la decisión largamente madurada, libre y personal, de consagrar totalmente y de manera definitiva la propia vida a Cristo, en la Iglesia, mediante la recepción del sacramento del Orden Sagrado. Los años de formación en el Seminario han de suscitar la viva conciencia de la necesidad de la formación integral permanente, y capacitar para vivir en actitud discipular constante, dejándose enseñar por todo y por todos, en todo momento y lugar, para ser cada vez más claramente signo vivo de la caridad pastoral de Jesucristo. La formación vivida como itinerario permanente es expresión, siempre renovada, de la fidelidad del amor que Jesús pide a quienes llama y envía como sus apóstoles.
La formación en el Seminario es un proceso dinámico, un itinerario, dentro del cual se reconocen diversas etapas, identificables en función de los objetivos formativos que persiguen. Dichas etapas son las que a continuación se describen:
– Etapa del discernimiento vocacional inicial. Comienza cuando un joven, a partir de una experiencia personal de fe en una comunidad eclesial, se acerca con sus inquietudes vocacionales, y culmina cuando, luego de un camino de suficiente discernimiento, reconoce inicialmente los signos de una probable vocación presbiteral, se decide a responder al Señor y solicita el ingreso al Seminario.
– Etapa del comienzo del seguimiento en una comunidad discipular. Quienes, dejando sus proyectos anteriores, ingresan al Seminario y se disponen a seguir la llamada del Señor, integran la comunidad del “año introductorio”. Esta etapa permite la profundización de la experiencia cristiana en un ambiente comunitario, y una primerísima constatación de la autenticidad de los signos vocacionales; pone, también, las bases necesarias para continuar con la formación.
– Etapa de la verificación y la decisión por la propia vocación. En esta etapa, que ordinariamente abarca el segundo, tercer y cuarto año del Seminario, se procura, por un lado, favorecer el proceso de autoconocimiento y crecimiento en madurez humano-cristiana, de manera que alcancen la libertad afectiva necesaria y suficiente para opciones verdaderamente personales; por otro, se pretende que reconozcan con claridad y realismo, la belleza y las exigencias de la vocación al ministerio presbiteral en la Iglesia y el mundo actuales. Desde esta doble vertiente, la formación en esta etapa ha de profundizar el proceso de discernimiento vocacional, que ha de concluir en la fundamentada convicción o certeza personal del llamado de Dios a la vida presbiteral (o a otro estado de vida), y la libre decisión del joven a encaminarse hacia un compromiso total y definitivo, con sus entregas y renuncias.
– Etapa de la progresiva identificación con la vocación apostólica. Integran esta etapa quienes, después de un adecuado discernimiento, avalado por la Iglesia en la persona de los formadores, reconocen claramente que Dios los llama al ministerio presbiteral y están decididos a responderle con la consagración total y definitiva de sí mismos. Por eso, al comienzo de esta etapa tiene lugar, normalmente, el rito de Admisión. Puesto que se saben llamados a la vocación apostólica y quieren secundarla, quienes se encuentran en esta etapa han de procurar tener cada vez más claramente dentro de sí los sentimientos del Corazón de Cristo, particularmente su caridad pastoral, de manera que su personalidad se transforme a imagen de la persona de Jesús Buen Pastor. Los seminaristas de esta etapa integran la comunidad formativa que reside en la Casa San Pablo, con el acompañamiento de un formador, dentro del marco de la comunidad de la parroquia Nuestra Señora de los Dolores. Este espacio formativo, más próximo a las condiciones reales en que se desarrolla habitualmente el ministerio presbiteral, ha de permitir que la opción por el sacerdocio sea más ponderada y realista, y por ello más libre y personal. Igualmente, ha de favorecer la progresiva incorporación de la persona del joven en el servicio pastoral de la Iglesia. Hacia el final de esta etapa podrá tener lugar la recepción del ministerio del Lectorado.
– Etapa de la definitiva y total consagración a Dios en el ministerio apostólico. Esta etapa prolonga la anterior, profundizando sus objetivos de identificación creciente con la vocación presbiteral; más particularmente, se configura como una progresiva transición al inicio del ministerio presbiteral; y culmina con la consagración total y definitiva de la persona mediante la recepción del sacramento del Orden Sagrado, en el grado del Diaconado. Quienes se encuentran en esta etapa residen en una casa parroquial, conviviendo con el párroco y compartiendo la vida de la comunidad cristiana. Al final del primer año de esta etapa, normalmente el último de los estudios de teología, podrá tener lugar la recepción del ministerio del Acolitado. Esta etapa culmina cuando el seminarista, confirmado por la Iglesia, se reconoce en condiciones de consagrar libre y gozosamente su propia vida al servicio del Señor y de los hermanos en el ministerio apostólico. Con ello se cierra la fase inicial de la formación presbiteral encomendada al Seminario. Dicha formación, sin embargo, ha de continuar durante toda la vida, animada y acompañada por otras instancias diocesanas. Como expresión de fidelidad, quien ha recibido el Orden Sagrado se esforzará por abrir siempre su corazón al Espíritu Santo para dejarse transformar por él, en actitud de permanente disponibilidad a las exigencias formativas de la caridad pastoral.
II. MEDIACIONES FORMATIVAS
En la formación de los futuros pastores son muchas las mediaciones formativas de las que la Iglesia se vale. Entendemos por mediación formativa la interacción pedagógica que pone en relación a los diversos actores de la formación presbiteral (cfr. PDV 65-69), y crea las condiciones que posibilitan su efectiva realización. Ejemplos de ellas son, entre otras: el ejercicio docente, la ejercitación pastoral, el compartir comunitario, etc. Aquí nos referimos sólo a aquellas que, por diversas razones, nos parece que conviene describir con más detalle.
1. Entrevista formativa
El diálogo formativo entre el formador y el seminarista tiene como finalidad ayudar a que este último alcance un conocimiento realista de sí mismo, discierna la llamada personal que el Señor le dirige, procure conformar a ella su vida, internalice los valores evangélicos, colabore desde su libertad a la fecundidad de la acción de la gracia en su corazón.
Tiene lugar dentro de una entrevista periódica, pautada. Se trata de un acompañamiento personal, una ayuda temporaria e instrumental que un hermano mayor en la fe y en el discipulado le presta al seminarista, compartiendo con él un tramo de su camino formativo, para ayudarle a discernir la acción de Dios en él, y a adherir a ella desde su libertad responsable. Es también un medio que le permite al formador un conocimiento más cabal de la persona del seminarista, en orden al discernimiento de la autenticidad de los signos vocacionales.
2. Dirección Espiritual
Ésta es la mediación formativa por la cual el seminarista es acompañado y guiado por un padre espiritual en su itinerario creyente-discipular hacia la santidad. Cada seminarista lo escoge libremente de entre los sacerdotes designados por el Obispo para esta función (CDC c. 239, § 2; FSM 278).
Mediante el coloquio personal periódico, experimentado desde la fe como encuentro amable y confiado con su padre espiritual, el seminarista abre su corazón, honesta y sencillamente, a la acción transformante de la gracia en actitud discipular, sin reservas y con la seguridad de que todo lo expresado en este ámbito queda protegido por el fuero interno. Como respuesta, es escuchado empáticamente por el director espiritual, y es ayudado por él a avanzar en el conocimiento de sí mismo y en la autoaceptación, a dejarse cautivar por el Señor y a seguirlo, con las decisiones y renuncias que esto exige, a ser cada vez más dócil a la acción interior del Espíritu para realizar la voluntad de Dios en su vida. El recurso habitual a este medio favorece la mirada teologal sobre sí mismo y sobre la realidad circundante; favorece, también, el discernimiento de los signos del llamado de Dios en la propia vida y de una auténtica respuesta, libre y personal, de amor durante toda la vida.
3. Ayuda profesional
En la tarea del acompañamiento formativo se reconoce la necesidad de recurrir a la ayuda especializada de un profesional –médico, psicólogo, psicopedagogo, fonoaudiólogo, etc.- para salir al cruce de dificultades que se presentan y para favorecer positivamente desarrollos de crecimiento personal. A veces, los sacerdotes formadores advierten problemáticas presentes en los seminaristas que exceden sus posibilidades de abordaje, porque reclaman una competencia específica. El discernimiento acerca de la conveniencia y la oportunidad de apelar a estos recursos auxiliares, como así también la elección del profesional, es tarea propia del equipo de formadores, en diálogo con el seminarista. La valoración del aporte realizado por el profesional pertenece al equipo de formadores (cfr. FSM 290), quienes lo tienen en cuenta, junto con las otras observaciones pertinentes, al proponer al seminarista la dirección de su crecimiento, y al discernir la autenticidad de su vocación.
III. INSTRUMENTOS PEDAGÓGICOS
Entendemos por instrumentos pedagógicos, aquellos recursos, medios o técnicas previamente diseñados, que contribuyen al logro de determinados objetivos de la formación. De entre los muchos instrumentos pedagógicos que se utilizan en el proceso formativo, describimos algunos que consideramos conveniente explicitar.
1. Cuadernillos vocacionales
Se trata de un instrumento que permite a los jóvenes que realizan el itinerario de acompañamiento de discernimiento vocacional previo al ingreso al Seminario, llevar un registro del camino personalmente transitado. Ofrecen al muchacho algunas claves de reflexión y revisión de la propia historia que lo provocan a un más profundo conocimiento de sí mismo. Los datos allí volcados y las anotaciones hechas por el joven como resultado de los ejercicios propuestos, son tenidos en cuenta en el diálogo con el sacerdote que acompaña el discernimiento, y jalonan su desarrollo a lo largo de la etapa. En caso de ingreso al Seminario, estos cuadernillos ofrecen al formador del Año Introductorio una primera información sobre el seminarista.
2. Autobiografía
Se trata de un instrumento que se propone al comienzo y al final de la formación en el Seminario.
Al comienzo de la formación se procura principalmente que el seminarista recupere su propia historia personal con el fin de alcanzar una mirada más objetiva y profunda de sí mismo y de reconocer el paso de Dios por su propia vida. Es elaborada progresivamente, por escrito, en diálogo con su formador. En los coloquios con él y con su director espiritual, la autobiografía elaborada en perspectiva creyente y en clave de memoria bíblica, le permite avanzar en el autoconocimiento, identificar sus dones y carencias, sus fortalezas y debilidades, y las perspectivas de crecimiento que la gracia de Dios le presenta y con las que ha de comprometerse.
Al final de la formación, el seminarista rehace su autobiografía, como lectura creyente y orante de la propia historia, con el objetivo de reconocer en los diversos acontecimientos, personas y experiencias, el designio amoroso de Dios sobre su vida (cfr. Rm 8,28), el llamado a consagrarse totalmente por amor en el ministerio apostólico. Es puesta por escrito y compartida en los diálogos con su formador y director espiritual, en orden al discernimiento de la consagración total y definitiva, y la consiguiente decisión de solicitar el sacramento del Orden.
3. Proyecto Personal de Vida – PPV
Es un instrumento que procura que cada seminarista asuma el protagonismo de su propia formación, en actitud de discernimiento, con voluntad de conversión y crecimiento. Requiere que el seminarista, tenga en cuenta los objetivos de la etapa en que se encuentra y, a partir del reconocimiento de su realidad, con sus riquezas y límites, asuma los desafíos que ésta le presenta, se proponga objetivos acordes, identifique los medios, establezca indicadores y forma de evaluación. Es elaborado en espíritu de oración, escuchando el llamado de Dios a responder con mayor fidelidad, en diálogo con aquellos que acompañan al seminarista en su formación. Habitualmente constituye el marco de referencia de sus diálogos con los formadores y con su director espiritual. Al final de cada año, es tenido en cuenta para la autoevaluación escrita que el seminarista presenta al formador y al director espiritual.
4. Autoevaluación
Puesto que el seminarista ha de ser protagonista de su propia formación, es importante que desarrolle la capacidad de autoconciencia responsable, mediante la práctica de la autoevaluación. Ésta se orienta a que verifique concretamente en la propia vida, en espíritu de verdad y de misericordia, en actitud de permanente conversión, su docilidad a la gracia de Dios, a la pedagogía de Jesús que nos llama y acepta como somos, y nos lleva a vivir y a amar como Él. Para realizar su autoevaluación, el seminarista tiene en cuenta los objetivos de la etapa en que se encuentra, los objetivos personales que se impuso al comienzo del año, contenidos en el PPV, el camino efectivamente recorrido, con sus logros y dificultades, las observaciones que le hicieron los formadores y su director espiritual, y procura identificar los indicadores que avalan sus afirmaciones. Puesta por escrito, la autoevaluación es presentada al formador y al director espiritual, e integrada al coloquio habitual con ellos, en orden a discernir el camino a seguir.
5. Proyecto Comunitario de Vida – PCV
Este instrumento permite identificar el camino que cada comunidad? se reconoce llamada a transitar durante el año, fijar objetivos, señalar los medios, establecer indicadores y el modo de la evaluación. Por ofrecer un marco de referencia compartido, el Proyecto Comunitario de Vida es una ayuda para que la comunidad advierta cuáles son los puntos en los que debe concentrar el esfuerzo de crecimiento, genere las actitudes y acciones que lo posibiliten y verifique su efectivo desarrollo.
Cada comunidad elabora para sí misma, sobre la base de la evaluación del camino recorrido y del discernimiento de los desafíos que se le plantean como expresión de la voluntad de Dios, su propuesta de crecimiento comunitario para el año. Se realiza normalmente en el curso de una convivencia o dedicando a ello un tiempo suficiente, a partir de la oración, el diálogo de los seminaristas entre sí y con el acompañamiento del formador de esa comunidad.
6. Discernimiento comunitario
La práctica del discernimiento comunitario es un medio que se orienta a escuchar la voz de Dios en la trama diaria y en los acontecimientos de la vida del Seminario; un medio para reconocer la voluntad de Dios aquí y ahora, que nos llama a acoger y desarrollar tales dones, tales potencialidades, a producir tal conversión, tal cambio, tal ajuste. Esta práctica nos permite discernir entre todos, seminaristas y formadores, en clima de escucha de la Palabra de Dios y de apertura orante a su gracia, cuál es la respuesta de fidelidad que Él nos está pidiendo en un determinado contexto. Tiene lugar cuando las circunstancias de la vida del Seminario lo exigen; se le dedica el tiempo conveniente en un espacio físico adecuado, con objetivos y metodología previamente determinados y presentados con claridad. Las conclusiones que se alcanzan, como frutos del diálogo compartido, son recogidos e integrados en el proceso de deliberación y decisión, responsabilidad del equipo de formadores, que permite su implementación operativa.
7. Revisión comunitaria de vida
Esta práctica parte de la conciencia de que la comunidad cristiana -también la del Seminario- es comunidad de pecadores reconciliados por Cristo que se entregó por la salvación de todos en la cruz. Supone concebir la santidad no sólo en su realidad personal sino también comunitaria, como don de Dios que hemos de ayudarnos mutuamente a acoger y secundar. La revisión comunitaria de vida se propone como un medio para ayudarnos unos a otros a reconocernos pecadores, a experimentar la misericordia divina, y a comprometernos con la acción transformante del Espíritu Santo, en cada uno y en todos.
Según una metodología inspirada en el Evangelio, prudente y progresiva, guiada por su formador, cada comunidad revisa periódicamente algunos hechos o situaciones de su vida, tratando de desentrañar, las corrientes de vida que recorren lo personal y lo comunitario, y también de desenmascarar la presencia y los mecanismos del misterio del mal, del pecado. Se lo hace en un clima de oración, invocando confiadamente la asistencia del Espíritu de verdad y de amor, procurando tener la mirada de Dios ante el hermano y la comunidad, dejándose iluminar proféticamente por la Palabra de Dios, para ir conformando la comunidad a un estilo de vida cada vez más evangélico. Lejos de condenar al otro o al conjunto, este instrumento permite que cada miembro de la comunidad se haga responsable de su propia contribución, y la de los otros, a la santidad comunitaria, tanto en lo que la construye cuanto en lo que la dificulta.
8. Tema-eje formativo
Este instrumento propone, como su nombre lo indica, un tema formativo al inicio de cada año a la consideración de toda la comunidad del Seminario, con el propósito de ofrecer respuesta a requerimientos que, mediante un ejercicio de discernimiento comunitario, en un determinado momento, son detectados como merecedores de una especial atención . Se trata de una “acentuación” formativa, una propuesta transversal y general que, posteriormente, se ha de traducir a las características de cada etapa formativa. Se pretende que ilumine todas las dimensiones de la formación, que se articule con la propuesta formativa contenida en este proyecto, y que exprese una continuidad dinámica, año tras año. También se espera que, en su medida, influya en el proceso de crecimiento personal de cada miembro de la comunidad del Seminario.
IV. ETAPAS DE LA FORMACIÓN
Las etapas que integran el itinerario de la formación han sido descritas anteriormente. En esta sección individualizamos los objetivos generales y específicos que corresponden a cada una de ellas. Estos objetivos son presentados y comprendidos dentro de una dinámica progresivamente integradora, de modo que la etapa siguiente supone los de la anterior, los profundiza y perfecciona. También indicamos algunos de los medios que son utilizados para la consecución de estos objetivos.
A. Etapa del discernimiento vocacional inicial
1. Objetivo general de la etapa
Que el joven, teniendo en cuenta sus motivaciones, aptitudes y actitudes, identifique y manifieste los signos de una posible llamada de Cristo a seguirlo en el ministerio presbiteral, en orden al ingreso al Seminario.
2. Objetivos específicos. Medios
Algunos de los objetivos que se consignan a continuación para esta etapa, lo son para el joven (que ha de procurar alcanzarlos); otros, en cambio, son condiciones, cualidades o aptitudes, que el presbítero a cargo del discernimiento ha de constatar que el joven posea. Se los entiende y valora como iniciales, germinales, en la perspectiva del itinerario de desarrollo formativo que el joven es invitado a transitar.
a. Dimensión humano-afectiva:
– Que alcance una actitud de confianza en la comunicación con el presbítero responsable del discernimiento inicial, acerca de sus experiencias vitales.
– Que esté dispuesto a dejarse acompañar y ayudar con actitud discipular.
– Que comience un camino sistemático de autoconocimiento.
– Que empiece a recuperar su historia personal y a leerla a la luz de la fe.
– Que presente un aceptable nivel de estabilidad emocional.
– Que reúna algunas condiciones claves para la maduración sexual.
– Que sea capaz de relacionarse adecuadamente con las mujeres.
– Que muestre capacidad de tomar decisiones.
– Que se muestre responsable, capaz de comprometerse, de sostener esfuerzos (estudio, trabajo, apostolado, etc.).
– Que tenga sentido de la realidad.
Medios:
– Trabajo personal con cuadernillos-guía (seis durante el primer año).
– Entrevistas mensuales con el sacerdote responsable del discernimiento vocacional (siguiendo el itinerario de los cuadernillos-guía).
– Diálogo y vinculaciones con el grupo de candidatos que realiza el itinerario de discernimiento.
– Taller de formación humana (seis talleres durante el segundo año).
– Psicodiagnóstico hacia el final de la etapa.
– Apto físico.
– Visita del sacerdote responsable del discernimiento vocacional a las familias.
– Jornadas mensuales (4, de un día) y convivencias (3, de un fin de semana).
– Deporte y juegos.
b. Dimensión teologal-espiritual:
– Que manifieste signos de una verdadera experiencia religiosa, de amistad con Jesús.
– Que practique la oración, buscando escuchar la voz de Dios.
– Que tenga una mirada creyente sobre sí mismo, la historia y el mundo.
– Que se acerque a la Palabra con apertura y disponibilidad.
– Que celebre los sacramentos de la Reconciliación y la Eucaristía regularmente, con sentido de fe.
– Que tenga experiencia de fe vivida en el seno de una comunidad eclesial concreta.
– Que manifieste amor por la Iglesia.
– Que se descubra llamado por Jesús al seguimiento apostólico.
Medios
– Oración personal y comunitaria.
– Participación en la vida litúrgica de su parroquia y/o comunidad de referencia (especialmente, en la Misa dominical, o diaria; sacramento de la Reconciliación; Semana Santa; novena y fiesta patronal).
– Entrevista mensual con el sacerdote responsable del discernimiento vocacional.
– Entrevistas con un formador asignado.
– Trabajo personal con cuadernillos guía (seis durante el primer año).
– Taller de Lectio Divina.
– Lectura espiritual.
– Biografías de santos y cristianos ejemplares.
– Día de retiro durante las convivencias (2do año)
– Retiro de tres días previo al ingreso.
c. Dimensión comunitario-fraterna:
– Que sea capaz de relaciones sanas.
– Que sea capaz de reconocer al otro como otro, respetar y valorar la diversidad.
– Que sea capaz de compartir e interactuar.
– Que manifieste sentido de pertenencia y solidaridad con la comunidad humana, más allá de la familia o el grupo de amigos (ciudad, país, Iglesia, etc).
Medios:
– Participación activa en una comunidad, preferentemente la parroquia de origen.
– Vida en común, en las convivencias de fin de semana.
– Trabajos en grupo en las jornadas y convivencias de fin de semana.
– Diálogo con un seminarista asignado del equipo vocacional (frecuencia mensual).
d. Dimensión intelectual-cultural:
– Que haya concluido los estudios medios y muestre capacidad para el nivel superior.
– Que muestre responsabilidad ante sus obligaciones como estudiante.
– Que muestre interés por conocer más y profundizar la fe.
– Que esté dispuesto a desarrollar sus dones y capacidades en el plano intelectual, artístico, cultural en general.
– Que se muestre abierto a la búsqueda de la verdad.
Medios:
– Entrevista mensual con el sacerdote responsable del discernimiento vocacional.
– Dedicación a sus responsabilidades de estudiante.
– Participación en algún ámbito de formación laical.
– Lecturas sugeridas.
– Contenidos formativos ofrecidos en las jornadas y convivencias.
e. Dimensión pastoral-apostólica:
– Que participe activamente en alguna forma de apostolado, en una comunidad cristiana.
– Que manifieste deseos de anunciar el Evangelio.
– Que manifieste sensibilidad hacia las personas en situaciones de marginación, pobreza, dolor.
– Que muestre actitud de servicio.
Medios:
– Participación activa en una comunidad (preferentemente en la de origen).
– Entrevista mensual con el sacerdote responsable del discernimiento vocacional.
– Diálogos con el párroco o el sacerdote responsable de la actividad pastoral.
f. Dimensión del carisma propio del presbítero diocesano secular:
– Que manifieste amor por la Iglesia local y deseos de servirla.
– Que se sienta atraído por el estilo de vida y el ministerio del presbítero secular.
– Que tenga una mirada de aprecio hacia el mundo.
Medios
– Jornadas y convivencias.
– Presentación de figuras sacerdotales significativas.
– Entrevista mensual con el sacerdote responsable del discernimiento vocacional.
– Contacto directo con sacerdotes del clero secular.
– Retiros y momentos de oración y reflexión personal.
3. Evaluación
– Autoevaluación, por parte de los candidatos, hacia el final del acompañamiento.
– Evaluación, por parte del formador a cargo (que tiene en cuenta e integra las observaciones de los otros formadores, y los seminaristas, que hayan acompañado al candidato, como así también los informes del párroco y miembros de la comunidad de la que procede).
B. Etapa del comienzo del seguimiento en una comunidad discipular
1. Objetivo general de la etapa
Que el joven desarrolle una actitud creyente-discipular que fomente la capacidad de educarse, formarse y dejarse acompañar, de modo que aprenda a conocerse, a interiorizar los valores del Evangelio y a abrirse a las diversas interacciones formativas que el Seminario le ofrece.
2. Objetivos específicos. Medios
a. Dimensión humano-afectiva:
– Que descubra la formación humano-afectiva como fundamento de toda la formación sacerdotal.
– Que desarrolle la capacidad y el hábito de sincerarse consigo mismo y de comunicarse confiadamente con sus formadores.
– Que recupere su propia biografía para integrarla en el camino formativo y en el discernimiento vocacional.
– Que profundice en el conocimiento de sí mismo buscando identificar las actitudes, sentimientos y motivaciones que subyacen a los comportamientos externos.
– Que comience a objetivar las relaciones familiares y a tomar conciencia de su incidencia.
– Que reconozca sus movimientos afectivos profundos y busque integrarlos, creciendo en estabilidad emocional.
– Que muestre un grado adecuado de identificación masculina.
– Que sea capaz de relacionarse adecuadamente con la mujer.
– Que valore y se comprometa con el desarrollo y fortalecimiento de su voluntad.
– Que se interese, se informe de los acontecimientos y se forme una opinión responsable.
– Que valore rectamente y busque integrar su corporeidad.
– Que desarrolle hábitos de deporte, trabajo manual, higiene, descanso y cuidado de la salud.
– Que cultive hábitos sociales y de urbanidad.
Medios:
– Autobiografía.
– Proyecto Comunitario de Vida.
– Entrevista formativa con el formador a cargo, de frecuencia semanal.
– Convivencia cotidiana en la comunidad.
– Talleres semanales de formación humana.
– Lectura y reflexión sobre formación humano-afectiva.
– Indicaciones del psicodiagnóstico realizado antes de ingresar.
– Acompañamiento psicológico profesional, (en el caso que se considere conveniente).
– Deporte comunitario semanal.
– Servicios comunitarios.
– Trabajo manual.
– Visitas periódicas a la propia familia.
b. Dimensión teologal-espiritual:
– Que descubra y valore esta dimensión como el alma de toda la formación.
– Que procure adquirir el hábito de la oración personal y comunitaria.
– Que haga experiencia de silencio orante.
– Que cultive el amor a la Palabra y ore desde ella.
– Que guste la Eucaristía cotidiana como centro de la vida.
– Que aprenda a celebrar la liturgia de la Iglesia.
– Que comience a llevar una dirección espiritual periódica.
– Que aprenda a leer su propia historia personal a la luz de la Palabra.
– Que se inicie en la mirada creyente y orante de la realidad y la historia.
– Que reconozca el lugar de María y de los santos en la espiritualidad cristiana.
– Que valore la Iglesia local como lugar desde el cual el Señor llama y envía.
Medios:
– Proyecto Comunitario de Vida.
– Diálogo con el Director Espiritual del Seminario.
– Diálogo con su formador.
– Dirección espiritual frecuente.
– Ejercicios Espirituales (3 días al inicio del año; 6 días en septiembre).
– Retiros de un día (3 por cuatrimestre).
– Día de silencio, “desierto” (un lunes por mes).
– Celebración diaria de la Eucaristía.
– Celebración comunitaria de la liturgia de las horas (a partir del segundo semestre).
– Oración personal y comunitaria diaria.
– Adoración eucarística semanal.
– Lectio divina comunitaria semanal.
– Rosario, en comunidad y personalmente.
– Novena y fiesta de san José.
– Lectura espiritual.
– Celebración frecuente del sacramento de la Reconciliación.
– Discernimiento comunitario y personal.
– Taller sobre salmos y Liturgia de las Horas.
– Taller de liturgia.
– Taller sobre espiritualidad de comunión y discernimiento comunitario.
– Cursos introductorios: a la Biblia, a la vida espiritual, al sacerdocio, a la liturgia, etc.
– Lectura de la autobiografía en clave bíblica.
c. Dimensión comunitario-fraterna:
– Que descubra el valor y el sentido de lo comunitario en la vida del cristiano y del presbítero.
– Que valore la comunidad como espacio que posibilita y desafía a un crecimiento constante.
– Que se inicie en la escucha del otro y el compartir desde la propia interioridad.
– Que busque ser capaz de relaciones serenas y equilibradas.
– Que se integre a la propia comunidad y desarrolle el sentido de pertenencia a la misma.
– Que conozca y valore el entorno familiar y comunitario de origen de los compañeros de su comunidad.
– Que cultive el aprecio y el hábito de trabajar por el bien común.
Medios:
– Proyecto Comunitario de Vida.
– Convivencia de inicio de año (entre 10 y 15 días)
– Convivencias de 3 o 4 días (una por semestre).
– Convivencia cotidiana.
– Actividades realizadas en común (oración, clases, trabajos, actividades recreativas, deporte, comidas).
– Discernimiento comunitario.
– Visita a las familias y comunidades de origen de cada uno.
– Responsabilidad en la coordinación de los servicios comunitarios.
– Evaluaciones comunitarias.
– Encuentros con las familias.
d. Dimensión intelectual-cultural:
– Que descubra el estudio como un instrumento indispensable para el propio crecimiento.
– Que aprecie el esfuerzo intelectual como un modo de entrega y servicio a Dios y a su pueblo.
– Que cultive el amor por la verdad.
– Que complemente sus conocimientos fundamentales de cultura general y cristiana.
– Que crezca en la capacidad crítico-racional de análisis y en el hábito de apreciaciones ponderadas.
– Que practique el diálogo maduro sobre diversas cuestiones de interés.
– Que ponga los medios para adquirir el hábito del estudio disciplinado y metódico.
– Que adquiera técnicas y métodos de estudio.
Medios:
– Proyecto Comunitario de Vida.
– Clases y estudio personal diario.
– Clases de metodología de estudio.
– Biblioteca, Hemeroteca, Internet para la investigación.
– Diálogo con el formador sobre el propio desempeño académico.
– Recurso a un profesional psicopedagógico en caso de ser necesario.
– Lectura de textos del Magisterio.
– Estudio guiado del Catecismo de la Iglesia Católica.
– Diálogo con los profesores, el Director de Estudios, y los demás formadores.
– Participación en diversas manifestaciones culturales locales.
e. Dimensión pastoral-apostólica:
– Que descubra la dimensión pastoral como finalidad de toda la formación presbiteral.
– Que reconozca la evangelización como responsabilidad y gozo de todo bautizado.
– Que se abra al conocimiento de las diversas realidades e iniciativas pastorales de la propia diócesis.
– Que se inicie en la mirada pastoral de toda la realidad, y la lleve a la oración, por y desde las personas y los acontecimientos.
Medios:
– Proyecto Comunitario de Vida.
– Visita a las comunidades parroquiales de procedencia.
– Vínculos con la comunidad parroquial de procedencia.
– Presencia en una comunidad parroquial (sábados por la tarde, acompañados por un formador).
– Oración vinculada a la realidad pastoral.
– Participación en las Jornadas Pastorales Diocesanas, y otras iniciativas semejantes.
– Estudios, en su proyección pastoral.
– Misión (una semana, preparando la Navidad).
f. Dimensión del carisma propio del presbítero diocesano secular:
– Que aprenda a identificar los principales rasgos característicos de la vocación, misión y espiritualidad del presbítero diocesano secular.
– Que conozca y valore la cultura local y su historia.
– Que conozca y valore la vida y la obra de sacerdotes ejemplares, especialmente aquellos que han marcado la vida de la Iglesia en la Argentina y en la propia diócesis.
– Que reconozca desde la fe al propio Obispo como sucesor de los apóstoles, y comience a relacionarse confiadamente con él.
– Que crezca en el conocimiento de los sacerdotes y comunidades de la diócesis.
Medios:
– Proyecto Comunitario de Vida.
– Participación en actividades diocesanas.
– Encuentros con el Obispo.
– Encuentros con sacerdotes, especialmente de la propia diócesis.
– Diálogo con los formadores.
– Biografías de santos sacerdotes.
– Talleres sobre la historia diocesana y local.
– Clases (especialmente: “Introducción al sacerdocio” e “Introducción a la vida espiritual”).
– Peregrinación a Villa Cura Brochero y a la casa de la Beata Madre Tránsito.
3. Evaluación
– Evaluación permanente de los procesos personales, mediante el diálogo entre el formador y el seminarista.
– Evaluación permanente de la marcha de la comunidad y de los procesos personales a cargo del formador (en diálogo con el equipo de formadores).
– Evaluación trimestral del PCV en comunidad.
– Evaluación semestral del funcionamiento de los servicios comunitarios.
– Evaluación de la experiencia pastoral de los sábados.
– Autoevaluación escrita, a fin de año.
– Evaluaciones académicas.
– Informe anual escrito sobre el proceso formativo integral del seminarista, elaborado por el formador.
C. Etapa de la verificación y la decisión por la propia vocación
1. Objetivo general de la etapa
Que el seminarista identifique si su llamado es a consagrarse total y definitivamente a Dios en el ministerio presbiteral, y tome la decisión de responder a esta vocación, luego de haber clarificado y purificado sus motivaciones iniciales a través de un profundo camino de autoconocimiento y de la incorporación de hábitos espirituales e intelectuales.
2. Objetivos específicos. Medios
a. Dimensión humano-afectiva:
– Que se comprometa con la búsqueda de su propia verdad, dejándose ayudar por las diversas mediaciones formativas.
– Que logre conocer y aceptar su propia realidad personal y su propia historia, de modo objetivo, sereno y estable.
– Que identifique su inconsistencia central e inicie un trabajo pertinente.
– Que, a la luz del nuevo conocimiento de sí, identifique y purifique sus motivaciones vocacionales.
– Que reconozca la importancia de integrar la propia sexualidad y busque asumirla con serenidad.
– Que manifieste haber logrado una suficiente identificación masculina.
– Que establezca relaciones de amistad y amor, en orden a la opción por el celibato.
– Que amplíe sus márgenes de libertad real en orden a la opción vocacional.
– Que continúe creciendo en la integración de su corporeidad.
– Que consolide hábitos de deporte, trabajo manual, higiene, descanso y cuidado de la salud.
– Que consolide hábitos sociales y de urbanidad.
Medios:
– Proyecto Personal de Vida.
– Proyecto Comunitario de Vida.
– Entrevista formativa quincenal o semanal.
– Diálogo con el director espiritual.
– Convivencia cotidiana en la comunidad.
– Servicios comunitarios.
– Reuniones formativas.
– Acompañamiento psicológico profesional (en el caso que se considere conveniente).
– Deporte comunitario semanal.
– Trabajo manual.
– Visitas periódicas a la propia familia.
b. Dimensión teologal-espiritual:
– Que purifique las motivaciones vocacionales iniciales a la luz del nuevo conocimiento de sí mismo.
– Que valore las distintas vocaciones dentro del Pueblo de Dios y se comprometa a discernir su propio llamado.
– Que integre desde la espiritualidad y la oración el proceso de maduración humana, vocacional y apostólica.
– Que se entrene en la mirada teologal de la realidad social y secular.
– Que se afiance en la práctica habitual de la dirección espiritual.
– Que encuentre en la Palabra de Dios la clave orientadora para cada jornada.
– Que participe activa, conciente y fructuosamente en las celebraciones litúrgicas habituales.
– Que afiance la centralidad de la Eucaristía para su vida y vocación.
– Que reconozca al celibato como don y tarea y ponga los medios para vivirlo gozosamente.
– Que asuma la radicalidad del seguimiento de Jesucristo mediante la obediencia y la pobreza evangélicas.
– Que haga suyos los valores y actitudes propios de la espiritualidad de comunión.
– Que se consolide en el ejercicio teologal del discernimiento personal y comunitario.
Medios:
– Proyecto Personal de Vida.
– Proyecto Comunitario de Vida.
– Diálogo con el Director Espiritual del Seminario.
– Dirección espiritual frecuente.
– Ejercicios espirituales (3 días al inicio del año; 6 días en septiembre).
– Retiros de un día (3 por cuatrimestre).
– Celebración diaria de la Eucaristía.
– Celebración comunitaria de la liturgia de las horas.
– Lectio Divina y oración personal cotidiana.
– Lectio Divina comunitaria semanal.
– Adoración eucarística semanal.
– Rosario comunitario semanal, y personal.
– Lectura espiritual.
– Diálogo integrador de las dimensiones con su formador.
– Discernimiento comunitario y personal.
c. Dimensión comunitario-fraterna:
– Que adquiera hábitos de convivencia, corrección fraterna y trabajo en equipo.
– Que desarrolle la capacidad de aportar a la comunión en el respeto y valoración de la diversidad.
– Que aprenda a tolerar y gestionar conflictos en el ámbito de la comunidad.
– Que aprenda a comunicar vivencias significativas y experiencias de fe como un modo de cultivar relaciones profundas.
– Que logre alcanzar sentido de pertenencia a la propia comunidad.
– Que exprese en los servicios comunitarios el respeto y la valoración por el bien común.
Medios:
– Proyecto Personal de Vida.
– Proyecto Comunitario de Vida.
– Convivencia de inicio de año (entre 10 y 15 días).
– Convivencias de 3 días (una por semestre).
– Convivencia cotidiana.
– Reuniones comunitarias para la comunicación de experiencias significativas (apostólicas, espirituales, personales, etc).
– Discernimiento comunitario.
– Actividades realizadas en común.
– Recreación y deporte comunitario.
d. Dimensión intelectual-cultural:
– Que se capacite a través del estudio para comprender lúcida y críticamente al hombre y la cultura actual.
– Que manifieste hábitos y destrezas para el estudio y la investigación.
– Que manifieste habilidad para expresarse, argumentar y redactar correctamente.
– Que posea un “corpus” suficientemente integrado de núcleos de la fe (doctrina).
– Que se inicie en el conocimiento científico de la Sagrada Escritura.
– Que conozca las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia, especialmente del Concilio Vaticano II, de los últimos pontífices y de las Conferencias del Episcopado Latinoamericano.
– Que se inicie en el método teológico.
– Que aprenda a distinguir lo esencial de lo opinable en el discurso teológico.
Medios:
– Proyecto Personal de Vida.
– Proyecto Comunitario de Vida.
– Clases y estudio personal diario.
– Diálogo integrador de las dimensiones con su formador.
– Diálogo con los profesores, el Director de Estudios, y los demás formadores.
– Biblioteca, Hemeroteca, Internet para la investigación.
– Recurso a un profesional psicopedagógico en caso de ser conveniente.
– Lectura de textos del Magisterio.
– Estudio guiado del Catecismo de la Iglesia Católica.
– Participación en diversas manifestaciones culturales locales.
e. Dimensión pastoral-apostólica
– Que se deje formar por la experiencia apostólica y por las personas con quienes la comparte.
– Que viva la experiencia apostólica como un lugar de encuentro con Dios, junto a otros hermanos, haciendo del apostolado el alma de su oración.
– Que verifique en sí mismo las aptitudes y las actitudes requeridas por el servicio apostólico-presbiteral.
– Que reconozca los desafíos que la evangelización plantea y la necesidad de capacitarse.
– Que busque aprender el arte de la pastoral en sus aspectos técnicos y metodológicos como expresión de la caridad pastoral.
– Que desarrolle la capacidad de empatía con los hermanos que sufren.
– Que se inicie en la integración y el trabajo en una comunidad parroquial.
– Que cultive el gusto, la capacidad y el entusiasmo por las tareas evangelizadoras.
Medios:
Medios propios para cada uno de los tres años de la etapa:
Primer año:
– Participación en la formación de la Pastoral de la Salud Arquidiocesana.
– Visita a enfermos junto a laicos de pastoral de la salud de una parroquia.
– Visita a hospitales y geriátricos.
Segundo año:
– Talleres de Formación Pastoral Práctica (frecuencia semanal).
– Ejercitación pastoral en parroquia los días sábados.
– Experiencia de residencia en una parroquia (15 días, al final del año)
Tercer año:
– Talleres de Formación Pastoral Práctica (frecuencia semanal).
– Ejercitación pastoral en parroquia los días sábados.
– Participación en un proyecto conjunto con Cáritas Arquidiocesana.
Medios comunes a los tres años:
– Proyecto Personal de Vida.
– Proyecto Comunitario de Vida.
– Diálogo integrador de las dimensiones con su formador.
– Participación en las Jornadas Pastorales Arquidiocesanas, y en otras iniciativas semejantes.
– Misión, compartida con grupos parroquiales, en diciembre o enero.
– Oración vinculada a la realidad pastoral.
– Estudios, en su proyección pastoral.
f. Dimensión del carisma propio del presbítero diocesano secular
– Que reconozca los rasgos propios del carisma apostólico, e inicie el itinerario de su interiorización.
– Que asuma la misión y el espíritu apostólico de la propia Iglesia diocesana.
– Que reconozca como suyo el perfil del presbítero secular y busque identificarse con él.
– Que descubra en la vocación apostólica la matriz de la propia identidad espiritual-existencial.
– Que se inicie en la vivencia de la caridad pastoral como un modo específico de rezar, amar y servir.
Medios:
– Proyecto Personal de Vida.
– Proyecto Comunitario de Vida.
– Encuentros con el Obispo.
– Encuentros con sacerdotes, especialmente de la propia diócesis.
– Diálogo integrador de las dimensiones con su formador.
– Diálogo con los párrocos en donde realizan su ejercitación pastoral.
– Talleres sobre el carisma propio del presbítero secular.
– Participación en las Jornadas Pastorales, y en otras instancias semejantes.
– Participación en actividades diocesanas.
3. Evaluación
– Evaluación permanente de los procesos personales, mediante el diálogo entre el formador y el seminarista.
– Evaluación permanente de la marcha de la comunidad y de los procesos personales a cargo del formador (en diálogo con el equipo de formadores).
– Evaluación verbal al final del primer semestre, teniendo en cuenta el PPV, en diálogo con el formador.
– Autoevaluación escrita del seminarista teniendo en cuenta el PPV y devolución verbal por parte del formador, al final del año.
– Evaluación comunitaria del PCV.
– Evaluación semestral del funcionamiento de los servicios comunitarios.
– Evaluación de la experiencia pastoral de los sábados.
– Evaluaciones académicas.
– Informe anual escrito sobre el proceso formativo integral del seminarista, elaborado por el formador.
D. Etapa de identificación con la vocación apostólica
1. Objetivo general de la etapa
Que el seminarista, mediante una creciente y dinámica configuración personal con Jesucristo Buen Pastor, en comunión y sintonía cordial con la Iglesia universal y local, incipiente y progresivamente se apropie de los rasgos característicos de la personalidad presbiteral, y se capacite para el desempeño de la misión pastoral.
2. Objetivos específicos. Medios.
a. Dimensión humano-afectiva:
– Que verifique el crecimiento alcanzado en la etapa anterior, a través de su desempeño en el nuevo contexto formativo.
– Que alcance una mirada realista de sí mismo, de los otros y del entorno social y eclesial.
– Que manifieste una afectividad serena y madura, un nivel suficiente de libertad afectiva.
– Que logre integrar la propia sexualidad en su proyecto de vida célibe.
– Que sea capaz de relaciones humanas cálidas y libres.
– Que cultive las actitudes y virtudes humanas que se valoran en un pastor.
– Que desarrolle capacidad de autonomía, sin perder referencialidad.
– Que se ubique adecuadamente ante la autoridad de los demás, y ejercite la propia como servicio.
– Que adquiera un flexible orden de vida.
– Que sea capaz de juicios ponderados.
– Que tenga iniciativa y creatividad para afrontar y resolver las situaciones de la vida cotidiana.
– Que sepa administrar de modo adecuado y realista los bienes materiales.
– Que manifieste una adecuada integración de su corporeidad, en hábitos de deporte, trabajo manual, higiene, descanso y cuidado de la salud.
– Que muestre disponibilidad para aprender de todo y de todos.
Medios:
– Proyecto Personal de Vida.
– Proyecto Comunitario de Vida.
– Entrevista formativa quincenal o semanal.
– Convivencia cotidiana en la comunidad.
– Elaboración de la agenda y horarios personales.
– Experiencia laboral, (por ejemplo algunas horas de clases), en caso que se considere adecuado.
– Servicios comunitarios.
– Reuniones formativas.
– Lecturas sobre temas de formación humano-afectiva.
– Acompañamiento psicológico profesional (en el caso que se considere conveniente).
– Deporte o actividades físicas.
– Trabajo manual.
– Visitas periódicas a la propia familia.
– Administración de los fondos comunes asignados al funcionamiento de la casa.
– Gestión diaria de los requerimientos de la vida doméstica.
b. Dimensión teologal-espiritual:
– Que, junto con todo el Pueblo de Dios, se deje animar por el Espíritu Santo en la certeza creyente de ser amados y sostenidos por el Padre, firme en la esperanza, con entrañas de misericordia; y viva la espiritualidad de la comunión, con fervor misionero, buscando la santidad en la entrega cotidiana (cfr. NMA 3-20).
– Que abra su corazón a la Palabra y a las circunstancias concretas de la vida y la historia, para reconocer la presencia y las llamadas del Señor.
– Que celebre la Eucaristía en sintonía con las experiencias de vida y las búsquedas del Pueblo de Dios, como lugar en que la caridad pastoral de Jesucristo abraza la realidad de todos y cada uno de los hombres.
– Que encuentre en la Eucaristía diaria la fuente profunda y el sentido de su entrega cotidiana, a Dios y a los hermanos, en unión con la ofrenda de Jesús.
– Que afiance el hábito de la oración, personal y comunitaria, integrada al ritmo cotidiano de la vida, vinculada a los acontecimientos.
– Que aprenda a posicionarse pastoralmente, es decir, desde los sentimientos de Jesús Buen Pastor, ante la realidad, los hechos, las personas, en orden a vivir la caridad pastoral.
– Que integre en su vida la vivencia de la pobreza, la obediencia y el celibato como expresiones de la libertad evangélica de quien ha hecho la radical opción de identificarse con Jesús, y servir como Él a los hermanos con un corazón libre y disponible.
– Que reconozca el celibato como gracia y opción, como don y tarea, y lo asuma personalmente en su integridad, consciente de las renuncias que exige y también de la intransferible experiencia de amor que supone.
– Que muestre disposición a conformar su vida a la voluntad de Dios, mediante la obediencia evangélica, que compromete a buscar y realizar la verdad, y acoger y secundar en la fe las orientaciones de la Iglesia.
– Que aprenda a usar y disponer de los bienes materiales en función de las exigencias de la vocación apostólica, especialmente, de la caridad pastoral.
Medios:
– Proyecto Personal de Vida.
– Proyecto Comunitario de Vida.
– Diálogo con el Director Espiritual del Seminario.
– Dirección espiritual frecuente.
– Diálogo integrador de las dimensiones con su formador.
– Ejercicios espirituales (3 días al inicio del año; 6 días en septiembre).
– Retiros de un día (3 por cuatrimestre).
– Celebración diaria de la Eucaristía (a veces con la comunidad parroquial).
– Lectio Divina y oración personal cotidiana.
– Lectio Divina comunitaria semanal.
– Celebración comunitaria de la liturgia de las horas.
– Adoración eucarística semanal (a veces, con la comunidad parroquial).
– Lectura espiritual.
– Rosario comunitario semanal, y personal.
– Discernimiento comunitario y personal.
c. Dimensión comunitario-fraterna:
– Que reconozca, valore y aproveche el espacio comunitario de la parroquia, y las relaciones con las personas que la conforman, como instancia formativa.
– Que acepte y practique la corrección fraterna, con espíritu de caridad, atento al bien del otro y de la comunidad.
– Que sea capaz de compartir con los demás los logros y fracasos propios y ajenos, con espíritu fraterno.
– Que valore y aproveche las relaciones comunitarias como espacio e instrumento de formación permanente.
– Que sea capaz de trabajar con otros en equipo, con actitud de diálogo y voluntad de participación, y aporte a la comunión en el respeto y valoración de la diversidad.
– Que tenga actitud de servicio a la comunidad y aporte responsable y solidariamente al bien común.
– Que cultive relaciones humanas afectivamente sanas, cálidas y libres, con personas diversas, por edad, cultura, condición social, etc.
Medios:
– Proyecto Personal de Vida.
– Proyecto Comunitario de Vida.
– Diálogo integrador de las dimensiones con su formador.
– Convivencia de inicio de año (entre 10 y 15 días).
– Convivencias de 3 días (una por semestre).
– Convivencia cotidiana.
– Reuniones comunitarias para la comunicación de experiencias significativas (apostólicas, espirituales, personales, etc).
– Discernimiento comunitario.
– Revisión de vida.
– Actividades pastorales compartidas.
– Recreación comunitaria.
– Reuniones y encuentros de la parroquia.
d. Dimensión intelectual-cultural:
– Que reconozca e integre esta dimensión como intrínseca a la vida y vocación presbiteral, como exigencia de la caridad pastoral al servicio del Pueblo de Dios.
– Que cultive la búsqueda humilde y rigurosa de la verdad, dispuesto a reconocerla allí donde esté.
– Que sea capaz de establecer vínculos entre los aportes de la teología y la experiencia de vida espiritual y pastoral.
– Que se interese por el diálogo con la cultura actual, reconozca sus valores y límites a la luz del Evangelio, y aprenda a hablar de Dios de manera significativa para los hombres de hoy.
– Que consolide el hábito de la lectura, el estudio personal, y la capacidad de expresión oral y escrita, como signo de fidelidad a la vocación y misión profética.
Medios:
– Proyecto Personal de Vida.
– Proyecto Comunitario de Vida.
– Clases y estudio personal diario.
– Diálogo integrador de las dimensiones con su formador.
– Diálogo con los profesores, el Director de Estudios, y los demás formadores.
– Biblioteca, Hemeroteca, Internet para la investigación.
– Lectura de textos del Magisterio.
– Lecturas teológicas.
– Reflexión y producción escrita.
– Participación en diversas manifestaciones culturales locales.
e. Dimensión pastoral-apostólica:
– Que reconozca al Espíritu Santo como protagonista de la evangelización, y a sí mismo como un cooperador de su obra, servidor de los hombres.
– Que busque la eficacia evangélica (cfr. Jn 15,1-5) en la fidelidad y la caridad, evitando el exitismo y el activismo.
– Que desarrolle la capacidad de vivir en clave pastoral las diversas actividades cotidianas.
– Que armonice las variadas actividades pastorales en el ritmo cotidiano, personal y comunitario, de vida.
– Que se ejercite en la capacidad de sintonizar con la realidad de las personas, sus necesidades y riquezas, aspiraciones y deseos.
– Que, desde los criterios de la fe, cultive el discernimiento evangélico sobre la situación sociocultural y eclesial, especialmente en donde desarrolla su acción pastoral (cfr. PDV 57).
– Que valore y contribuya pastoralmente a la construcción de la comunión en la diversidad de carismas, dones y ministerios, integrando lo personal y lo grupal, lo eclesial y lo social, etc.
– Que aprenda el arte de la animación pastoral, y se ejercite en los métodos de planificación, puesta en práctica y evaluación de las actividades pastorales.
– Que crezca en capacidad de integrarse a los espacios y formas eclesiales de comunión y participación, valorándolos y aportando positivamente a ellos.
– Que reconozca e interactúe con las diversas instancias humanas de participación fuera de la Iglesia, reconociendo los signos del Reino allí donde se encuentren.
Medios:
– Proyecto Personal de Vida.
– Proyecto Comunitario de Vida.
– Diálogo integrador de las dimensiones con el formador.
– Talleres de Formación Pastoral Práctica (frecuencia semanal).
– Actividades pastorales en la parroquia.
– Reuniones, encuentros, asambleas parroquiales.
– Diálogo con el párroco y otros agentes pastorales de la parroquia.
– Participación en las Jornadas Pastorales Arquidiocesanas, y en otras iniciativas semejantes.
– Misión, compartida con grupos parroquiales, en verano.
– Oración vinculada a la realidad pastoral.
– Estudios, en su proyección pastoral. Lectura de textos y artículos.
f. Dimensión del carisma propio del presbítero diocesano secular:
– Que se identifique personal, libre y gozosamente con lo específico de la vocación y misión presbiteral, y verifique la autenticidad de su llamado.
– Que descubra la profunda vinculación entre la Eucaristía y el sacerdote, y busque configurar su vida al Misterio Pascual de Cristo, amando como Él, que se entregó al Padre y a los hermanos.
– Que reconozca y procure vivir la caridad pastoral como don de Cristo a los que él llama a este ministerio y tarea que compromete a toda la persona.
– Que reconozca, acoja y viva la eclesialidad de la propia vocación, en el respeto y el aprecio de las demás vocaciones y carismas.
– Que descubra y viva cordialmente la relación con el Obispo como esencial al ministerio de los presbíteros, llamados a ser cooperadores del orden episcopal.
– Que se abra a la dimensión comunitaria del presbiterio, valore a los hermanos con sus diversidades y aporte a la comunión de todos en torno a la vocación y misión compartidas.
– Que descubra y valore la dimensión secular del ministerio presbiteral.
– Que reconozca y valore el ejercicio del ministerio como el lugar propio de la santificación de los presbíteros.
– Que descubra el amor por la propia tierra, las personas, comunidades y culturas como un don vocacional de Cristo, y lo cultive.
Medios:
– Proyecto Personal de Vida.
– Proyecto Comunitario de Vida.
– Encuentros con el Obispo.
– Encuentros y contactos -programados u ocasionales- con sacerdotes, especialmente de la propia diócesis.
– Encuentros y contactos con laicos, matrimonios, religiosos, consagrados, etc.
– Diálogo integrador de las dimensiones con su formador.
– Diálogo con el director espiritual.
– Diálogo con los párrocos en donde realizan su ejercitación pastoral.
– Talleres sobre el carisma propio del presbítero secular. Lecturas.
– Participación en las Jornadas Pastorales arquidiocesanas, y en otras instancias semejantes.
– Participación en actividades diocesanas.
3. Evaluación
– Evaluación permanente de los procesos personales, mediante el diálogo entre el formador y el seminarista.
– Evaluación permanente de la marcha de la comunidad y de los procesos personales a cargo del formador (en diálogo con el equipo de formadores).
– Evaluación verbal al final del primer semestre, teniendo en cuenta el PPV, en diálogo con el formador.
– Autoevaluación escrita del seminarista teniendo en cuenta el PPV y devolución verbal por parte del formador, al final del año.
– Evaluación comunitaria del PCV.
– Revisión Comunitaria de Vida.
– Evaluación periódica del ritmo cotidiano de vida: se revisan aspectos concretos de la convivencia (por ej., horarios, mantenimiento y servicios domésticos, coordinación de actividades, necesidades emergentes, eventualidades).
– Evaluación de la experiencia pastoral parroquial.
– Evaluaciones académicas.
– Informe anual escrito sobre el proceso formativo integral del seminarista, elaborado por el formador.
E. Etapa de la definitiva y total consagración a Dios en el ministerio apostólico
1. Objetivo general de la etapa
Que el seminarista termine de madurar su decisión, enteramente libre, de pedir el sacramento del Orden Sagrado, al tiempo que progresivamente se introduzca en la vida ministerial y afiance su disponibilidad a formarse siempre, constantemente, para la caridad pastoral, como expresión de fidelidad a la vocación.
Esta etapa es prolongación de la anterior y la última de la formación inicial. Está caracterizada por orientarse hacia la definitiva y total consagración de la propia vida por la recepción del Sacramento del Orden, y por ser un tiempo de transición al ministerio. El presupuesto fundamental que la anima es considerar la formación presbiteral como permanente y al Seminario como su fase inicial (cfr. PDV 71).
Por su misma naturaleza, esta etapa requiere que la responsabilidad de los formadores del Seminario sea compartida por el párroco correspondiente, y por un vicario episcopal designado por el Obispo para acompañar a los seminaristas en su transición a la vida ministerial y su inserción en el presbiterio. El párroco se asimila a los formadores del equipo del Seminario y como tal debe ser reconocido por el seminarista. Su responsabilidad es acompañarlo en su camino formativo, guiándolo desde su experiencia y su saber, ayudando al discernimiento vocacional en constante comunicación y diálogo con el rector y los demás miembros del equipo de formadores del Seminario.
El estilo de vida de estos seminaristas, conviviendo cotidianamente con el párroco e integrados a la comunidad parroquial, ha de estar caracterizado por una referencia habitual y asidua a los formadores del Seminario, a sus orientaciones y a las actividades propuestas. Forman parte de la comunidad del Seminario Mayor y, por lo tanto, adhieren cordialmente a su proyecto formativo, al espíritu que lo anima, a sus orientaciones, participan de algunas actividades comunes, y mantienen múltiples vínculos y están en comunicación permanente con todos sus miembros. El Seminario es concebido, pues, como la instancia formativa que la Iglesia local dispone y ordena para preparar, en la fase inicial, a sus presbíteros.
Esta etapa tiene dos momentos:
a. El primer momento lo integran los seminaristas que, residiendo en una parroquia, conviviendo con el párroco y compartiendo la vida de la comunidad cristiana, ordinariamente cursan el último año de los estudios teológicos, y se preparan para recibir el ministerio del Acolitado.
Estos seminaristas tienen regularmente entrevistas formativas con el rector, con su formador propio, con su director espiritual, con el del Seminario y con el vicario episcopal designado por el Obispo para acompañarlos.
Participan de las clases y demás actividades académico-pedagógicas promovidas por el director de estudios. Organizan sus actividades de manera que puedan dedicar el tiempo necesario al estudio personal.
Cultivan las relaciones fraternas con los demás seminaristas de diversas maneras, informales y organizadas, particularmente mediante encuentros y convivencias.
En diálogo con el rector y a condición que no se vean comprometidos aspectos importantes de la formación, puede considerarse la posibilidad de que realicen algún trabajo remunerado, como experiencia formativamente enriquecedora que a su vez permita proveer a sus gastos personales.
b. El segundo momento lo integran los seminaristas que, residiendo en una parroquia, preferentemente la misma del año anterior y en las mismas condiciones, se preparan inmediatamente para la recepción del sacramento del Orden Sagrado, en el grado del diaconado, en vistas al presbiterado. Habiendo concluido el Cuarto Año de Teología, prolongan la experiencia del año anterior en la parroquia, continúan bajo la responsabilidad del equipo de formadores del Seminario Mayor y en relación con su comunidad, aunque se orientan cada vez más decididamente a la vida ministerial y a su inserción en el presbiterio y en la vida pastoral de la diócesis, principalmente, con la ayuda del párroco, la comunidad parroquial y el vicario episcopal designado por el Obispo para acompañarlos. Este último es el referente responsable de acompañar y verificar que este objetivo se realice efectivamente.
El rector y los demás formadores del Seminario, por el conocimiento de la persona de los seminaristas, les ofrecen su ayuda principalmente en orden a favorecer el discernimiento y la decisión libre y personal por el Orden Sagrado. Por eso, los seminaristas mantienen entrevistas regulares con el Rector, y eventualmente con otro formador del Seminario, para un acompañamiento personalizado.
De acuerdo con quienes corresponda se organizan y preparan el examen de Bachillerato Teológico y “Ad audiendas”.
2. Objetivos específicos. Medios
Puesto que esta etapa es la final de la formación presbiteral inicial, parece conveniente presentar los objetivos específicos, no ya discriminados por dimensiones como en las etapas anteriores, sino agrupados, para subrayar la necesidad de que todos ellos formen parte, dinámica e integradamente, de la síntesis personal del futuro presbítero. Estos objetivos suponen todo el camino formativo transitado, y por lo tanto, asumen como suficientemente logrados los de las etapas anteriores. Y muchos de ellos permanecen como objetivos a lograr a lo largo de la vida.
Primer momento:
Objetivos
– Que se identifique progresivamente, de manera personal, libre y gozosa, con la espiritualidad, el ministerio y el estilo de vida propios del sacerdote secular.
– Que se sitúe con sentido de responsabilidad ante su propia realidad personal, habiendo precisado sus inconsistencias, para ganar en libertad afectiva y desarrollar positivamente sus dones.
– Que se ejercite en una adecuada autonomía personal, para ser capaz de vivir las exigencias de la vocación y el ministerio como expresión de libertad responsable (por ej., integrar en la trama cotidiana de la vida en la parroquia, la oración, el estudio, las relaciones fraternas, el deporte, el descanso, la recreación, etc.)
– Que abrace cada vez más consciente, libre y gozosamente las exigencias de la consagración, el celibato y la caridad pastoral, en vinculación estrecha con el misterio eucarístico (a fines de este año podrá tener lugar el Acolitado).
– Que afiance el reconocimiento personal de la necesidad de la formación integral permanente y el hábito de poner los medios para ello como exigencia de fidelidad a la gracia de la vocación.
– Que continúe desarrollando las actitudes que permitan una satisfactoria expresión de la afectividad acorde a las condiciones de la vida sacerdotal, integrando exigencias ministeriales, soledad, vínculos de amistad, familiares, eclesiales, etc.
– Que se relacione con las mujeres de manera madura y adecuada a su opción por el celibato.
– Que en su ritmo cotidiano de vida ponga equilibradamente los medios necesarios para la preservación integral de la salud psicofísica.
– Que complete la formación teológica básica del ciclo institucional, en diálogo con las exigencias pastorales reconocidas en la experiencia.
– Que crezca en capacidad de vivir la corresponsabilidad eclesial, de diálogo, de trabajo en equipo, de compromiso con la nueva evangelización, en un estilo de participación y comunión orgánica, dentro de las líneas pastorales de la Iglesia, bajo la conducción del Obispo.
– Que comience a integrarse cordial y efectivamente en la comunión presbiteral, mediante el cultivo de la fraternidad sacerdotal y la participación en las diversas instancias de encuentro.
Medios:
– Proyecto Personal de Vida.
– Proyecto Comunitario de Vida.
– Entrevista formativa con el formador (frecuencia quincenal).
– Dirección espiritual.
– Diálogo con el vicario episcopal designado por el Obispo para acompañarlos (a partir del segundo semestre).
– Diálogo con el párroco.
– Diálogo con el rector y el director espiritual del Seminario.
– Diálogo con el Obispo.
– Encuentros y contactos con sacerdotes, especialmente, de la propia diócesis.
– Encuentros y contactos con laicos, matrimonios, religiosos, consagrados, etc.
– Talleres sobre el carisma propio del presbítero secular. Lecturas.
– Participación en las Jornadas Pastorales arquidiocesanas, y en otras instancias semejantes.
– Oración personal y litúrgica.
– Participación en actividades diocesanas.
– Ejercicios Espirituales (3 días en marzo; 6 días en septiembre).
– Retiros mensuales (3 por semestre, en diálogo con su director espiritual).
– Lectio Divina comunitaria (semanal).
– Ejercicios Espirituales en la vida cotidiana (optativos).
– Clases y otras actividades académico-pedagógicas.
– Estudio personal diario.
– Encuentros y convivencias.
– Reuniones generales de todo el Seminario.
– Celebraciones y acontecimientos propios del Seminario.
– Encuentros, celebraciones y actividades parroquiales y decanales.
– Talleres de Formación Pastoral Práctica (frecuencia semanal).
Segundo momento:
Objetivos
– Que afiance los objetivos del primer momento.
– Que haga una relectura de la propia historia personal para reconocer en ella los signos del amor de Dios y su llamada a consagrarle la propia vida en el servicio de la Iglesia, por amor.
– Que verifique el propio desarrollo personal en las diversas dimensiones de la formación, la aptitud y capacitación básicas para el desempeño ministerial.
– Que profundice en su corazón las actitudes, morales y espirituales, requeridas por la vocación presbiteral (por ej., rectitud de intención, confianza en la gracia, humildad, espíritu de servicio, etc.).
– Que madure interiormente la decisión de solicitar la Ordenación diaconal, en vistas a la presbiteral, consciente de los compromisos que comporta, con entera libertad y responsabilidad personal.
Medios:
– Proyecto Personal de Vida.
– Autobiografía (relectura de la propia historia personal en clave vocacional).
– Diálogo formativo con el rector (frecuencia quincenal).
– Diálogo con el vicario episcopal designado por el Obispo para acompañarlos.
– Diálogo con el párroco.
– Encuentros con el Obispo, Vicarios, y otros sacerdotes.
– Reunión comunitaria semanal con el presbítero designado para acompañarlos.
– Diálogo con el director espiritual del Seminario.
– Dirección Espiritual.
– Retiros espirituales de un día (dos por semestre).
– Ejercicios Espirituales (en fecha conveniente, pueden ser los canónicos para la ordenación).
– Oración personal y litúrgica.
– Estudio personal en orden a los exámenes de Bachillerato y “Ad audiendas”.
– Encuentros y convivencias.
– Talleres sobre el carisma propio del presbítero secular. Lecturas.
– Participación en las Jornadas Pastorales arquidiocesanas, y en otras instancias semejantes.
– Participación en actividades diocesanas.
– Reuniones, celebraciones y acontecimientos del Seminario.
– Encuentros, celebraciones y actividades parroquiales y decanales.
3. Evaluación
– Evaluación permanente de los procesos personales, mediante el diálogo entre el formador y el seminarista.
– Evaluación verbal al final del primer semestre, teniendo en cuenta el PPV, en diálogo con el formador.
– Autoevaluación escrita del seminarista teniendo en cuenta el PPV y devolución verbal por parte del formador.
– Evaluación escrita del párroco, que incluya también el parecer de personas representativas de la comunidad, según los objetivos indicados para cada etapa.
– Informe anual escrito sobre el proceso formativo integral del seminarista, elaborado por el formador.
– Informe del vicario episcopal designado, hacia el final de la etapa.
V. EXPERIENCIAS FORMATIVAS PARTICULARES
Con el nombre de experiencias formativas particulares designamos aquellos modos de prosecución de la formación que intentan ofrecer una respuesta personalizada a las necesidades y exigencias específicas de un determinado seminarista, que requiere unas condiciones diversas de la propuesta formativa regular ofrecida a todos.
Estas experiencias parten de la consideración de que el itinerario de la formación inicial, con sus objetivos y etapas correspondientes, tal como ha sido descrito antes, es transitado por cada seminarista como sujeto de la misma, de manera única e irrepetible, desde su originalidad personal. La formación ha de respetar los procesos en los que cada uno va desplegando su riqueza y formándose a imagen de Jesús. A veces, algún seminarista puede requerir un tiempo, una propuesta, unas circunstancias particulares para alcanzar determinados objetivos formativos, que son condición para que pueda avanzar hacia el momento siguiente de aquel itinerario.
El discernimiento de la conveniencia de acudir a estas experiencias formativas particulares tiene lugar en los diálogos habituales del formador con el seminarista -quien hace partícipe de esto a su director espiritual y tiene en cuenta su parecer-, y se madura como decisión en el seno del equipo de formadores. De igual manera se establece la modalidad propia de cada experiencia, procurando que responda lo mejor posible a las razones que la motivan. En todos los casos, estas experiencias formativas particulares exigen que se fijen claramente, con conocimiento del seminarista, los objetivos, los medios, los indicadores, el modo de acompañamiento por parte de los formadores, y la forma de evaluación.
CONCLUSIÓN
La elaboración de este Proyecto Formativo del Seminario Mayor de Córdoba ha tenido lugar, como no podía ser de otra manera, en el marco del camino pastoral protagonizado por nuestra Arquidiócesis en estos últimos años. Su gestación se vio posibilitada y alentada por las opciones pastorales que como Iglesia local fuimos haciendo. Al presentarlo ahora advertimos con alegría su consonancia con el lema pastoral que nos guiará durante el 2007: “Con Jesús salimos, confiamos, nos valoramos”, iluminado bíblicamente desde la parábola del sembrador: “Escuchen: El sembrador salió…” (Mc 4,3).
La invitación a escuchar, a contemplar, nos lleva a reconocer en la fe, con gratitud, que en el Verbo hecho carne, Dios salió misericordiosamente al encuentro de los hombres y mujeres, para ofrecer a todos la Vida, en el Espíritu Santo. Jesús es el Sembrador de la Palabra, semilla siempre fecunda, que fructifica en misteriosa conjunción con la acogida que le ofrece la tierra de nuestra libertad.
El Sembrador sale también hoy a esparcir la semilla del Evangelio en los corazones y en las culturas de nuestro tiempo. Toda la Iglesia es evangelizadora, y evangelizar constituye su razón de ser y su dicha más profunda. Todo en la Iglesia se orienta al anuncio del Evangelio, a servir a la manifestación del Reino de Dios en el mundo. El protagonista de la evangelización es el Espíritu Santo. De cara a este misterio, los apóstoles se reconocen como “simples servidores -escribía san Pablo a los cristianos de la comunidad de Corinto- por medio de los cuales ustedes han creído, y cada uno lo es según lo que ha recibido del Señor. Yo planté y Apolo regó, pero el que ha hecho crecer es Dios. Ni el que planta ni el que riega valen algo, sino Dios, que hace crecer (…) nosotros somos cooperadores de Dios, y ustedes son el campo de Dios” (1Co 3,3).
Esta es la conciencia que nos anima en la siembra del servicio formativo. Esta es la conciencia humilde que, como comunidad educativa del Seminario, queremos afianzar en la fidelidad de cada día. Esta es, también, la conciencia esperanzada que nos lleva a reconocer confiadamente que el “que hace crecer” el Reino en el mundo y la historia, es el Señor. Él es, por la acción interior del Espíritu, el Formador de sus discípulos, para la misión que les encomienda.
Mediante este Proyecto, “salimos” al encuentro de los jóvenes que hoy han escuchado y respondido al llamado del Señor Jesús a seguirle por el camino del ministerio apostólico, como sembradores del Evangelio. “Confiamos” en la gracia del Espíritu que nos ilumina, nos fortalece y, contando con nuestra pequeñez y limitaciones, hace posible la respuesta gozosa y libre al proyecto del Padre. Y “nos valoramos” en la dignidad fundamental de hijos de Dios, hermanos entre nosotros, y en el reconocimiento admirado y agradecido de la variedad de dones y carismas que hemos recibido, para ponerlos al servicio de la gloria de Dios y para que todos los hombres alcancemos una vida mejor. A todo esto lo hacemos “con Jesús”, en su nombre (cf. Lc 5,5); por eso, sentimos la alegría de la esperanza que no defrauda (cfr. Rm 5,5 ).
Dos consideraciones finales para reafirmar convicciones ya expresadas, pero que nos parece conveniente subrayar:
En primer lugar, sabemos “que es la Iglesia como tal el sujeto comunitario que tiene la gracia y la responsabilidad de acompañar a cuantos el Señor llama a ser sus ministros en el sacerdocio” (PDV 65). Esta afirmación general es esencial a la factibilidad de este Proyecto. Su puesta en práctica requiere reavivar la conciencia de corresponsabilidad eclesial en el acompañamiento formativo de los futuros pastores. Todos en la Iglesia local somos llamados a cooperar en la respuesta vocacional de nuestros jóvenes. De diversas maneras, esta misión convoca al Obispo, a la comunidad del Seminario, a los presbíteros y diáconos, religiosos y religiosas, laicos -varones y mujeres-, a las comunidades parroquiales, a los movimientos, a las asociaciones, a las familias, a las escuelas… La misión compartida reclama la formación compartida. Gracias a Dios, mucho de esto es ya una realidad que va creciendo. Mucho es, también, lo que nos falta por realizar en este campo, y que se nos ofrece como un desafío apasionante a nuestra creatividad pastoral.
En segundo lugar, como se habrá observado, este Proyecto adhiere a la concepción de la formación presbiteral como permanente, entendida de forma integral, en todas sus dimensiones, y dentro de un proyecto de pastoral orgánica (cfr. PDV 70-81). Responde a un momento de la misma, que es su fase inicial. Por eso, es preciso atender a las múltiples vinculaciones, articulaciones y procesos, a fin de garantizar la coherencia de la propuesta. Esta es una tarea que, más allá de la comunidad del Seminario, necesita del aporte de muchos en nuestra Iglesia. Gracias a Dios, también en esto, como comunidad arquidiocesana, vamos haciendo camino y el futuro se presenta prometedor. Sobre todo, si estamos dispuestos a revisar nuestros esquemas mentales, nuestras costumbres y estilos, a convertirnos y abrirnos a la acción del Espíritu que renueva constantemente la vitalidad de la Iglesia (cfr. PDV 70).
Aunque pueda parecer una obviedad, queremos finalmente afirmar que la alegría y las esperanzas con las que presentamos este Proyecto Formativo, van de la mano de la viva conciencia de las limitaciones que, como toda realización humana, en él se encuentran. Al explicitar un proyecto formativo, diseñar un esquema, señalar etapas, formular objetivos, escoger medios, identificar criterios, etc., hemos hecho opciones concretas que intentan, pero nunca logran del todo, responder a las exigencias, múltiples y dinámicas, de la formación presbiteral en su fase inicial. Creemos, eso sí, que la gracia de Dios actúa, misteriosa pero realmente, desde dentro de las aportaciones humanas, ampliando y desarrollando sus posibilidades. Retomando la imagen de la siembra, esparcimos semillas confiando en el Señor que las hará germinar, crecer y fructificar.
Virgen de Loreto, María de Nazaret, Madre y Educadora del único Sacerdote: míranos con amor, cuida de tu Casa, ruega por nosotros. Amén.
SIGLAS
CDC = Código de Derecho Canónico.
ChD = CV II, Decreto Christus Dominus.
CV II = Concilio Vaticano II.
FSM = C.E.A., La Formación para el Sacerdocio Ministerial.
LG = CV II, Constitución Lumen Gentium.
NMA = C.E.A., Navega Mar Adentro.
NMI = JUAN PABLO II, Novo Millenio Ineunte.
OT = CV II, Decreto Optatam totius.
PCV = Proyecto comunitario de vida.
PDV = JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica Postsinodal Pastores Dabo Vobis.
PO = CV II, Decreto Presbyterorum Ordinis.
PPV = Proyecto personal de vida.
SC = CV II, Constitución Sacrosanctum Concilium.
BIBLIOGRAFÍA
– La Biblia. El Libro del Pueblo de Dios, Fundación Palabra de Vida, Bs. As. – San Pablo, Madrid 1994, 10 ed.
– CONCILIO VATICANO II, Constitución Lumen Gentium, Roma 21.11.64.
– ID., Constitución Gaudium et spes, Roma 07.12.65.
– ID., Decreto Christus Dominus, Roma 28.10.65.
– ID., Decreto Presbyterorum Ordinis, Roma 07.12.65.
– ID., Decreto Optatam totius, Roma 28.10.65.
– PABLO VI, Encíclica Sacerdotalis coelibatus (24.06.67).
– JUAN PABLO II, Constitución Apostólica Sapientia Cristiana, Roma 15.04.79.
– ID., Código de Derecho Canónico, Roma 25.01.83.
– ID., Exhortación Apostólica Postsinodal Pastores dabo vobis, sobre la formación de los sacerdotes en la situación actual, Roma 25.03.92.
– ID., Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte, Roma 06.01.00.
– CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis, Normas fundamentales de formación sacerdotal, Roma 19.03.85.
– ID., Carta circular sobre la enseñanza de la Filosofía en los Seminarios, Roma 20.01.72.
– ID., Orientaciones para la educación en el celibato sacerdotal, Roma 11.04.74.
– ID., Carta circular sobre la enseñanza del Derecho Canónico en los candidatos al sacerdocio, Roma 02.04.75.
– ID., La formación teológica de los futuros sacerdotes, Roma 22.02.76.
– ID., Instrucción sobre la formación litúrgica en los Seminarios, Roma 03.06.79.
– ID., Carta circular sobre algunos aspectos más urgentes de la Formación espiritual en los Seminarios, Roma 06.01.80.
– ID., Carta circular sobre Pastoral de la Movilidad Humana en la formación de los futuros sacerdotes, Roma 25.01.86.
– ID., Orientaciones para la formación de los futuros sacerdotes para el uso de los instrumentos de la comunicación social, Roma 19.03.86.
– ID., La Virgen María en la formación intelectual y espiritual, Roma 25.03.88.
– ID., Orientaciones para el estudio y la enseñanza de la Doctrina Social de la Iglesia en la formación de los sacerdotes, Roma 30.12.88.
– ID., Instrucción sobre el estudio de los Padres de la Iglesia en la formación sacerdotal, Roma 10.11.89.
– ID., Directrices sobre la preparación de los formadores en los Seminarios, Roma 04.11.93.
– ID., Directrices sobre la formación de los seminaristas acerca de los problemas relativos al matrimonio y a la familia, Roma 19.03.95.
– ID., Carta circular sobre la normativa canónica relativa a la admisión al Seminario de candidatos provenientes de otros Seminarios o de Familias Religiosas, Roma 08.03.96
– ID., Documento informativo El período propedéutico, Roma 01.05.98.
– ID., Instrucción sobre los criterios de discernimiento vocacional en relación con las personas de tendencias homosexuales antes de su admisión al Seminario y a las Órdenes Sagradas, Roma 04.11.05.
– CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Carta circular sobre los escrutinios acerca de la idoneidad de los candidatos, Roma 10.11.97
– CONGREGACIÓN PARA LA EVANGELIZACIÓN DE LOS PUEBLOS, Carta circular sobre la dimensión misional en la formación del sacerdote, Roma 17.05.70.
– COMISIÓN PONTIFICIA PARA LA CONSERVACIÓN DEL PATRIMONIO ARTÍSTICO E HISTÓRICO DE LA IGLESIA, Carta sobre la preparación de los seminaristas y de los sacerdotes para la conservación del patrimonio artístico de la Iglesia, Roma 15.10.92.
– PONTIFICIO CONSEJO PARA LA PROMOCIÓN DE LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS, Directorio para la aplicación de los principios y normas sobre el ecumenismo, Roma 25.03.93.
– ID., La dimensión ecuménica en la formación de quienes trabajan en el ministerio pastoral, Roma 09.03.98.
– C.E.A., La Formación para el sacerdocio ministerial. Plan para los seminarios de la República Argentina, Oficina del Libro, Buenos Aires 1994.
– ID., Navega Mar Adentro, Oficina del Libro, Buenos Aires 2003.
– ARQUIDIÓCESIS DE CÓRDOBA, Documentos pastorales: Líneas Pastorales (2002); Rostro Ideal (2004); Diagnóstico Pastoral (2006); Mirando nuestro presbiterio (2005); Problemas fundamentales identificados (2006); Signos de vida identificados (2006); Primer Plan 2007-2009.
– CENCINI, A. Los sentimientos del Hijo. Itinerario formativo en la vida consagrada, Sígueme, Salamanca 2000.
– ID., Como ungüento precioso. Instrumentos para la integración comunitaria del bien y del mal, San Pablo, Madrid, 2000.
– ID., La formación permanente, San Pablo, Buenos Aires 2002.
– ID., Virginidad y celibato hoy. Por una sexualidad pascual, Sal Terrae, Santander 2006.
– PÉREZ PUEYO, A. Las Mediaciones pedagógicas en la formación sacerdotal, en: Boletín OSAR, n. 19, 2003.
– EQUIPO DE FORMADORES DEL SEMINARIO MAYOR DE CÓRDOBA, Proyecto de reestructuración de los últimos años de la formación inicial, Córdoba 2004.